domingo, 6 de septiembre de 2009

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo, XVIII

HOMILÍA XXXIV

Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre (Mt 10,25).

TRAS DE HABER predicho Jesús aquellos terribles sufrimientos, capaces de quebrantar aun al diamante, que habían de sobrevenir después de la cruz, la resurrección y la ascensión, a los apóstoles, convierte su discurso a cosas más suaves y procura un respiro a sus atletas y les ofrece una gran tranquilidad. Porque ahora no les ordenó que caminaran a la par de sus perseguidores, sino huir. Por tratarse de los comienzos, dulcifica y suaviza sus palabras. No les habla ya de persecuciones que luego vendrán, sino de las que precedieron a la cruz y a la Pasión. Así lo indicó al decir: No acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.

Para que no dijeran: ¡Bueno! ¡ya huímos de una ciudad y sus perseguidores a otra! Y ¿si también de esa otra nos echan? Para quitarles este temor les dice: No recorreréis toda Palestina, porque yo al punto os recibiré. Observa cómo no suprime los males, sino que está presente en los peligros. Porque no dijo: Os libraré, os quitaré de los peligros, sino ¿qué? No acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre. Porque les bastaba para consuelo que lo vieran. Considera cómo no todo y en todas partes lo encomienda El a la gracia, sino que ordena que algo apronten ellos. Les dice: si teméis, huid. Esto fue lo que quiso decir con el huid y el no temáis. No dice que sean ellos los primeros en huir, sino que si se les echa se aparten. Tampoco les señala amplios espacios sino lo suficiente para que vayan por las ciudades de Israel. Luego los invita a más altos grados de virtud.

Y en primer lugar les quita la preocupación por los alimentos; en segundo lugar, el temor de los peligros; y finalmente les arranca el pavor por las injurias. Del primer cuidado los libró cuando dijo: Porque el obrero es acreedor a su sustento, dándoles a entender que habría muchos que los recibieran. Del segundo, o sea del miedo a los peligros, cuando dijo: No os preocupe cómo o qué hablaréis; y también: El que persevere hasta el fin ése será salvo. Y como era verosímil que los envolviera la mala fama, cosa que a muchos les parece lo más intolerable, advierte en qué forma los consuela, tomando pie de lo que a él mismo tocaba y lo que ya había dicho: no hay consuelo mayor que éste. Ya antes les había dicho: Os odiarán todos, pero había añadido: Por causa de mí. Del mismo modo ahora los consuela añadiendo alguna otra cosa. ¿Cuál? No está el discípulo sobre el Maestro, ni el siervo sobre su amo; bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo ser como su amo. Si al amo lo llamaron Beel-zebul ¿cuánto más a sus domésticos? No los temáis.

Observa cómo se declara Señor y Dios y Creador de todos. ¿De modo que: no está el discípulo sobre el maestro, ni el siervo sobre su amo? Mientras sea discípulo o siervo, no será mayor según el orden natural en los honores. Ni me vayas a traer algunos ejemplos raros: entiende esto según lo que ordinariamente sucede. Y no dijo: cuánto más a sus siervos, sino a sus domésticos, usando para con ellos de gran mansedumbre. En otra ocasión les dijo: Ya no os llamaré siervos; pero os digo amigos. Tampoco dijo: Si al padre de familia lo injuriaron y maldijeron; sino que puso el género de injurias, pues lo llamaron Beel-zebul.

En seguida les da un consuelo no menor, aun cuando aquel era supremo. Porque como los oyentes aún no entendían mucho de virtud, necesitaban otro que más los moviera, razón por la cual puso este otro. Por el modo de expresarse parece enunciar una sentencia general; pero en realidad no se trata sólo de los propósitos. ¿Qué dice? Aro temáis porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, ni secreto que no venga a conocerse. Lo que significa: os basta para consuelo el que yo, Maestro y Señor, sea compañero en las injurias. Y si todavía al oír lo que dije, os doléis de esas cosas, considerad que muy poco después quedaréis libres de toda sospecha.

¿ Por qué os entristecéis de que os llamen hechiceros y engañadores? Esperad un poco y todos os llamarán salvadores y bienhechores del orbe. El tiempo revelará todo lo que estaba oculto y descubrirá las calumnias de aquéllos y hará brillar vuestra virtud. Pues por los hechos mismos os comprobaréis como salvadores y benéficos y claros por todo género de virtudes; y entonces los hombres ya no atenderán a las calumnias, sino a la realidad de las cosas. Y a ellos los encontrarán ser sicofantas, mentirosos, maldicientes; y a vosotros más esplendorosos que el sol. El transcurso del tiempo os dará a conocer y os publicará con una voz más penetrante que el sonido de una trompeta; y mostrará a todos los hombres como testigos de vuestra virtud. No decaigáis de ánimo por lo que ahora digan de vosotros, sino levantaos con la esperanza de los bienes futuros. Al fin y al cabo es imposible que lo que a vosotros toca quede oculto.

Una vez que los liberó de toda angustia, temor y solicitud, final y oportunamente les habla de la libertad en expresarse en la predicación. Porque les dice: Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz; y lo que yo os digo al oído, predicadlo sobre los terrados. Cuando hablaba Jesús ni había tinieblas ni al oído hablaba; sino que lo dice por hipérbole. Pues hablaba estando ellos solos y en un ángulo de Palestina. Por esto les dice: en oscuridad y al oído, contraponiendo este modo de hablar con la libertad de expresión que luego les había de comunicar. Y no prediquéis en sólo una o dos o tres ciudades, sino por todo el orbe de la tierra, recorriendo regiones y mares, lugares habitados e inhabitables; y con gran confianza declarad todas las cosas a los tiranos, a los pueblos, a los filósofos y a los retóricos. Por eso dijo: Sobre los terrados y a la luz: sin subterfugios, sino con absoluta franqueza.

Y ¿por qué no le bastó con decir: predicadlo sobre los terrados y decidlo a la luz, sino que añadió: Lo que os digo en la oscuridad y lo que os digo al oído? Es para levantar sus pensamientos. Así como cuando decía: El que cree en mí, ése hará también las obras que yo hago y las hará mayores que éstas, así acá, manifestando que todo lo harán ellos por sí mismos y aun harán más que lo que por El fue hecho, se expresó así. Como si dijera: Yo os he dado los comienzos y el principio, pero quiero que otras muchas cosas las hagáis vosotros. Y no es la palabra sólo de quien manda, sino de quien predice lo futuro e inspira confianza y que de antemano asegura que todo lo superarán; y poco a poco deshace la preconcebida tristeza, que origina el temor de las injurias.

Así como esta predicación, ahora oculta, lo llenará todo, así también pronto acabará la calumnia perversa de los judíos. Y una vez que así les levantó el ánimo, de nuevo les predice los peligros, pero elevando sus pensamientos y volviéndolos más elevados que todas las cosas. Porque ¿qué es lo que les dice?: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pues al alma no pueden matarla. Observa cómo los hace superiores a todas las cosas, enseñándolos a despreciar no solamente los cuidados, las injurias, los peligros, las asechanzas, sino aun la muerte que es lo más terrible de todo. Y no una muerte cualquiera sino una muerte violenta.

Y no les dice: seréis muertos, sino que con la solemnidad que convenía les declara todo diciendo: No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, y al alma no pueden matarla: temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna. Y así, según su costumbre, endereza el discurso a lo contrario. Porque ¿qué quiere decir? ¿teméis la muerte y por tal motivo os mostráis perezosos en la predicación? Pues bien: precisamente por este motivo habéis de predicar, por temor de la muerte. Predicar será lo que os libre de la muerte. Y aunque os han de dar la muerte, cierto que no podrán dominar vuestra parte superior, aunque se empeñen en eso con todas sus fuerzas.

Y no les dijo: Pero no matarán el alma, sino: No pueden perderla. Porque aun cuando ellos lo quisieran, no podrán destruirla. De modo que si temes los suplicios, más has de temer eso otro que es mucho más grave. ¿Ves cómo no les promete que los librará de los peligros, sino que les promete que no morirán, dándoles así mucho más que si no permitiera los peligros? Porque mucho más es el persuadirlos que desprecien la muerte, que no el salvarlos de la muerte. De modo que propiamente no los lanza a los peligros, sino que los hace superiores a los peligros; y con breves palabras pone en su interior la doctrina de la inmortalidad del alma. Puesto ya en ellos, con dos o tres palabras, ese dogma saludable, luego pasa a consolarlos con otras razones. De nuevo les habla de la providencia de Dios, para que no piensen que serán muertos y degollados como gente abandonada. Les dice: ¿No se venden dos pajarillos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. Como si dijera: ¿Hay algo más vil que los pajarillos? Pues nunca caerán en la red sin que Dios lo sepa.

Y no dijo que cayeran por obra de Dios, cosa no digna de Dios; sino que a Dios nada de cuanto se hace, se le oculta. Pero si nada ignora de cuanto sucede, y a vosotros os ama con una sinceridad mayor que la de un padre; y de tal modo os ama que aun tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, nada hay que temer. Y lo dijo, no porque Dios se entretenga en contar los cabellos, sino para declararles el claro conocimiento que de ellos tiene y su gran providencia. Conociendo Dios todo cuanto se hace, y queriendo que nos salvemos y pudiendo El hacerlo, cuando algo padezcáis no penséis que lo padecéis en absoluto abandono. No intenta libraros de los males, sino persuadiros de que los despreciéis, porque esto es la verdadera liberación de los males.

No temáis, pues. ¿Acaso no aventajáis vosotros a los pajarillos? ¿Observas cómo ya se había apoderado de ellos el temor? Conocía Jesús los secretos pensamientos, y por esto añadió: No temáis, pues. Aun cuando los adversarios prevalezcan, prevalecerán en la parte inferior que es el cuerpo; al cual, aun en el caso de que ellos no lo maten, las leyes naturales lo destruirán. De manera que en realidad los adversarios ni sobre el cuerpo tienen potestad: es la naturaleza la que se la proporciona. Y si temes esa potestad, mucho más debes temer por ser cosa de mayor importancia, al que puede perder en la gehenna el cuerpo y el alma.

No les dice abiertamente ser él quien puede perder el cuerpo y el alma; pero por lo que antes dijo, se había ya declarado Juez. Ahora sucede al revés: al que puede perder al alma y sujetarla a tormento, no lo tememos; y en cambio, nos horrorizamos de los que matan el cuerpo. Y eso que aquel Juez castiga juntamente con el alma también el cuerpo; mientras que los adversarios, ya no digo el alma, pero ni al cuerpo pueden castigarlo; pues aun cuando infinitas veces lo sujeten al suplicio, cada vez lo tornan más brillante.

¿Observas cómo hace fáciles los combates? Lo hace porque todavía la muerte con mucha fuerza les conmovía el alma y les parecía terrible; pues no era aún fácil vencerla, ni habían recibido el Espíritu Santo los que habían de despreciarla. Una vez que hubo echado fuera ese temor y miedo que conturbaba al alma, también les infundió confianza con las siguientes razones. Y lo hizo para quitar un miedo con otro; ni sólo con otro temor, sino además con la esperanza de grandes premios. Y con gran potestad los conmina y los exhorta por ambos medios a la confianza en la lucha por la verdad, añadiendo: Pues a todo el que me confesare delante de los hombres yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo lo negaré también delante de mi Padre que está en los cielos.

No únicamente con la esperanza de los bienes sino también con el temor de los males los excita y les pone y deja en cierta tristeza. Pero tú pesa bien la exactitud de las palabras. No dijo: a mí, sino en mí, declarando de este modo que quien lo confiesa, lo confiesa apoyado no en su propia virtud, sino en la gracia de arriba. En cambio, del que niega no dijo: en mí, sino a mí, pues lo niega por hallarse sin el don de la gracia. Preguntarás: ¿por qué al que niega se le achaca a culpa, siendo así que se halla abandonado de la gracia? Pues porque el así abandonado, por su culpa se queda abandonado.

Y ¿por qué motivo no basta con la fe interior, sino que Cristo requiere además la confesión de palabra? Para más movernos a tener confianza y libertad en el hablar y mayor caridad y afecto interno y elevarnos más aún. Por esto se dirige en general a todos y no a solos los discípulos. Porque ahora se propone hacer esforzados no únicamente a los discípulos, sino también a los discípulos de los discípulos; puesto que quien esto aprendiere en la práctica, no sólo enseñará con libertad, sino que todo lo soportará con facilidad y grande ánimo. Y desde luego, logró que muchos, confiados en sus palabras, se acercaran a los apóstoles; puesto que para los malos se habían de seguir mayores suplicios y para los buenos mayores premios.

Y puesto que quien así obra el bien con tiempo se prepara riquezas, mientras que el pecador cree ser una ganancia la dilación del castigo, presenta Jesús una igual, o mejor dicho mayor recompensa o aumento de premios para quienes bien obran. Como si dijera: ¿Tienes ya la prerrogativa de haber creído en mí? Pues yo te añadiré la otra prerrogativa de concederte mayores premios y aun mucho mayores; puesto que te confesaré delante de mi Padre.

¿Observas cómo de un lado y otro hay bienes y males? Entonces ¿por qué te apresuras? ¿Por qué buscas acá tu recompensa cuando ya en esperanza tienes tu salvación? Tal es el motivo de que, si algo bueno hicieres, y no recibes acá la recompensa, no te has de turbar; porque te está reservada para lo futuro y aun aumentada. Y si algo malo haces y no recibes el castigo, no por esto te tornes desidioso, pues allá te sobrevendrá el castigo si no te conviertes y te haces mejor; y si no lo crees, por lo presente conjetura lo futuro. Si en el tiempo de los certámenes son tan ilustres los que confiesan a Cristo, considera cuáles serán al tiempo de las coronas. Si acá aun los enemigos aplauden ¿cómo no te alabará y admirará aquel que ama con un cariño más sincero que el de un padre?

Porque en aquel tiempo, se darán los premios a los buenos y los castigos a los malos. De manera que quienes negaron a Cristo, aquí y allá serán castigados: aquí porque vivirán con mala conciencia, para luego morir aun cuando de mil maneras huyan de la muerte; y allá porque sufrirán el extremo castigo. En cambio, los que confiesen a Cristo, ganarán aquí y allá. Aquí harán de la muerte una ganancia con la que se tornen aún más brillantes entre los vivos; y allá disfrutarán de bienes inefables. Porque Dios preparado está no sólo para castigar, sino también para dar bienes, y aún más está preparado a esto segundo que a lo primero. Mas ¿por qué entonces repitió dos veces lo de la pena, mientras que lo del premio lo dijo una sola? Porque conocía perfectamente a los hombres, que se mueven más a penitencia por el temor. Por eso, habiendo dicho: Temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehen-na, dice de nuevo: Yo lo negaré. Lo mismo procedía Pablo recordando con frecuencia la gehenna.

Una vez que hubo excitado al oyente por todos modos (pues le abrió los cielos, le mostró el terrible tribunal, la reunión de los ángeles, la proclama de las coronas, cosas todas que preparan para que el camino se haga fácil), finalmente, para que no se impidiera la predicación a causa del temor, les ordenó que estuvieran preparados para la muerte misma; todo a fin de que conozcan que quienes persisten en su incredulidad, sufrirán el castigo de las penalidades y muertes que a los fieles hayan causado.

Despreciemos pues la muerte ya desde ahora, aunque aún no le llegue su tiempo, puesto que hemos de resucitar a una vida mejor. Objetarás: pero es que el cuerpo se corrompe. Pues por esto sobre todo debemos alegrarnos hasta lo sumo: de que lo que es mortal se corrompa y perezca la mortalidad, no la substancia del cuerpo. Si vieras tú fundir una estatua, no dirías que eso es un daño en el material que se usa, sino un mejor uso de la materia. Pues bien: piensa lo mismo acerca del cuerpo y no llores. Lo que habría de llorarse sería una permanencia perpetua acá padeciendo. Dirás que hubiera sido mejor que el paso a la inmortalidad se diera sin la corrupción del cuerpo, sino permaneciendo éste íntegro. Pero ¿qué utilidad habría venido de eso ni a los vivos ni a los difuntos?

¿Hasta cuándo seréis amantes de los cuerpos? ¿Hasta cuándo, apegados a la tierra, andaréis persiguiendo las sombras? ¡Vamos! ¿qué utilidad se habría seguido de ahí? O por mejor decir ¿qué daños no habrían sobrevenido? Si los cuerpos no se corrompieran, en muchos florecería la soberbia, que es el peor de todos. Si estando las cosas como están y bullendo de gusanos el cuerpo, todavía hubo quienes se tuvieran por dioses ¿dime, qué no habría sucedido si los cuerpos no se murieran?

En segundo lugar, los hombres no se habrían persuadido de que los cuerpos traían su origen de la tierra; pues, si aun testificando ahora esta verdad los mismos con su acabamiento, todavía hay quienes dudan ¿a qué teorías no se lanzarían si no vieran la corrupción de los cuerpos? En tercer lugar, se amarían mucho más los cuerpos, con lo que muchos se habrían tornado más carnales y materiales aún. Si ahora los hay que se abrazan a las urnas y sepulcros estrechamente, aun cuando ya los cuerpos estén deshechos ¿qué no harían si tuvieran delante la forma misma corporal? En cuarto lugar, los hombres no habrían anhelado los bienes futuros. En quinto lugar, los que afirman ser el mundo inmortal, se habrían confirmado en su opinión, hasta llegar a concluir que Dios no es su Creador. En sexto lugar, no se habría conocido la virtud del alma ni cuánto ayuda al cuerpo en que está presente. En séptimo lugar, muchos, por el amor a sus difuntos, habrían abandonado las ciudades y habitarían en los sepulcros y, a la manera de locos, hablarían frecuentemente con sus muertos. Pues si ahora algunos, fabricando las imágenes de los cuerpos, ya que no pueden retener el cuerpo mismo, sino que éste, contra la voluntad de ellos, se deshace, todavía se abrazan a las tablas de bronce ¿qué absurdos no habrían inventado en el otro caso?

Yo pienso que muchos a tales cuerpos les habrían levantado templos y se habrían persuadido de que por ellos hablaban los demonios, mediante hombres hábiles en semejantes embustes; y quienes se atreven a ejercer la necromancia suelen acometer cosas más absurdas aún, echando mano para esto del polvo y cenizas de los muertos. Y ¿cuántas clases de idolatría habrían nacido de aquí? Quitado, pues, todo eso, como absurdo que es, Dios, para enseñarnos que se deben despreciar todas las cosas terrenas, destruye nuestro cuerpo ante nosotros mismos. Así el amador de la belleza corporal que ve morir a su joven hermosa, si no quiere por el raciocinio conocer la deformidad de la materia, a lo menos con sus ojos podrá contemplarla. Por lo demás, muchas jóvenes hay de la misma edad y con frecuencia más hermosas, que tras de un día o dos de haber muerto, ya emiten un hedor intolerable y dejan ver la podre, la corrupción y los gusanos. Piensa, en conclusión, qué clase de belleza es la que amas y qué hermosura la que pierdes.

Si los cuerpos no se corrompieran, todo eso otro no podría bien conocerse; sino que, así como los demonios andan discurriendo por los sepulcros, así muchos de los amantes, sentado? junto a las tumbas, acabarían por dar entrada al demonio en sus almas, y llevados de semejante locura, morirían. En cambio ahora, muchas otras cosas, pero también ésta, nos sirven de consuelo: que con no aparecer ya aquella imagen hermosa, el dolor se va diluyendo y acabando mediante el olvido. Por el contrario, si las cosas no fueran como van, no habría sepulcros, sino que encontrarías ciudades que en vez de estatuas tendrían cadáveres, pues querría cada cual estar contemplando a los suyos. De donde se seguiría una gran confusión: es a saber, que nadie tendría cuidado de las almas ni pensaría jamás en su inmortalidad. Y otros muchos absurdos se seguirían de ahí, tales que ni es lícito referirlos.

De modo que el cuerpo rápidamente se corrompe, para que veas la hermosura del alma en su plenitud. Puesto que si tal belleza y tal vida presta al cuerpo ¿cuánto más bella será ella misma? Si es capaz de sustentar cosa tan deforme como es el cuerpo ¿cuánta mayor virtud tendrá en sí misma? El cuerpo por sí mismo no es bello, sino su conformación y la flor de frescura con que el alma pinta la materia. Ama, pues, al alma, que tal hermosura al cuerpo comunica.

Pero ¿a qué hablar de la muerte? Puedo demostrarte que aun en vida, todas las bellezas del cuerpo proceden del alma. Si se alegra, pinta de rosicler las mejillas; si se entristece, perdido el rosicler de las mejillas, todo el resto lo viste de negro color. Si vive alegre, el cuerpo anda vigoroso y sin enfermedad. Si se aflige, se torna el cuerpo más débil y macilento que una tela de araña. Si se aira, el cuerpo se descompone y se vuelve repugnante. Si ve con ojos alegres, el cuerpo todo parece lleno de frescura. Si envidia, esparce la palidez y el amarillo color por todo el organismo en gran manera. Si ama, todo lo hermosea.

Por esto ha sucedido que muchas mujeres que no eran de forma bella, por la hermosura de su alma se veían llenas de gracia; mientras que otras, bellas por la forma en extremo, por tener el alma fea y repugnante, echaron a perder su hermosura. Piensa cómo el rostro blanco se jaspea y con la variedad de sus colores produce no pequeño agrado, con tal de que no falte el pudor. Porque si el tal rostro no muestra pudor, será más desagradable y repugnante que el de cualquier bestia feroz. Mas, si es pudibundo, entonces aparece bello y suave: porque nada hay más hermoso ni más dulce que una alma bella. En los cuerpos el amor no carece de dolor, pero en las almas produce un placer puro y sin turbación.

Entonces ¿por qué haciendo a un lado al Rey te fijas en el pregonero y lo admiras? ¿Por qué abandonado el maestro de la filosofía y virtud, clavas tus ojos en el intérprete? ¿Viste un ojo bello? Observa el interior del alma; y si éste no es bello, desprecia al otro. Es un hecho que si ves a una mujer deforme, aunque sea encubierta con un bello disfraz, en ninguna manera te impresiona; así como, al revés, no permites que una mujer hermosa se oculte por medio de un disfraz, sino que se lo arrancas y anhelas ver claramente su cara. Pues procede lo mismo en el asunto del alma. Antes que nada, conócela. En vez del disfraz, la circunda el cuerpo; el cuerpo que según se le atavíe así permanece. Mientras que el alma, aunque sea deforme, puede rápidamente embellecerse. Si tiene ojos deformes, torvos, torpes, pueden hacerse hermosos, suaves, serenos, encantadores.

Busquemos esta belleza, esta cara bellamente hermoseada, a fin de que enaxnorado Dios de nuestra hermosura, nos conceda los bienes eternos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.


HOMILÍA XXXV

No penséis que he venido a poner paz en la tierra. No vine a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre y ala hija de su madre y ala nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa (Mt 10,34-36).

OTRA VEZ anuncia cosas laboriosas y con grande autoridad; y de antemano predice lo que después habían de objetar. A fin de que, tras de oír semejantes cosas, no le dijeran: ¿Para esto has venido, para darnos muerte lo mismo que a quienes nos han hecho caso y para llenar de guerras el orbe? El se adelanta y dice: No penséis que he venido a poner paz en la tierra. Entonces ¿por qué mandó a los apóstoles que entrando en una casa dieran la paz? ¿Por qué los ángeles decían: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz? 1 ¿Por qué los profetas todos predijeron la paz? Pues porque precisamente eso es sobre todo la paz: el cortar lo enfermo, el separar lo que disiente. Y así puede juntarse el cielo con la tierra.

El médico conserva sano el cuerpo cuando corta de él lo insanable; y el jefe hace lo mismo cuando empuja a separarse a quienes han iniciado juntas perniciosas. Así sucedió en la famosa torre de Babel: la concordia para el mal no se curó sino con una buena discordia, y así volvió la paz. Igualmente Pablo apartó a los que en su contra habían hecho juntas y concordia. Y en el caso de Nabot la junta y concordia fue más desastrosa que cualquier guerra. De manera que no siempre es laudable la concordia, pues también los ladrones forman entre si concordia. En conclusión, la guerra no brota de parte de Cristo, sino de la mala voluntad de los otros. El, por su parte, quería que todos estuvieran concordes en la piedad y religión; mas como ellos disentían, de ahí nacía la guerra.

Pero no es ese el sentido de lo que dijo Cristo. ¿Qué fue lo que dijo? Para cosolar a los discípulos les dijo: No vine a poner paz. Como si dijera: no penséis que sois vosotros la causa de esas guerras; soy yo quien las determina a causa de la disposición de ánimo que el mundo tiene. No os turbéis pues como de cosas inesperadas. Para esto vine Yo: para provocar la guerra, y esta es mi voluntad. No os turbéis al ver que la tierra, como si le pusieran asechanzas, se llena de guerras. En cuanto fuere separado lo que es de mala calidad, entonces lo que es de mejor calidad se adherirá al cielo. Se lo dice para fortalecerlos contra la mala opinión de muchos.

Y no dijo guerra, sino espada, que es mucho peor. Ni te admires de que tales sentencias encierren trabajo y suenen ingratas al oído. Queriendo ejercitarlos mediante la aspereza de tales palabras para que no volvieran atrás al ihallarse en medio de las dificultades, dispuso tales expresiones. Y para que nadie dijera que hablaba por divertir y ocultando lo difícil de la empresa, explicó de un modo más terrible y acerbo las cosas que podían decirse de otra manera. Al fin y al cabo, es mejor la suavidad en las obras que en las palabras.

Por lo cual, no se contentó con eso, sino que, declarando el modo de las guerras, dejó ver que eran más terribles con mucho que cualquier guerra civil. Les dice: He venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra. Como quien dice: se levantarán no sólo los amigos y conciudadanos, sino los parientes unos contra otros; y la naturaleza misma se rasgará con la guerra. De modo que la guerra estallará no únicamente entre los domésticos sino aun entre los que son amiguísimos y están unidos con el más estrecho parentesco. Pero esto sobre todo manifiesta su poder: que los discípulos, oyendo tales cesas, las aceptaran y las persuadieran a los demás.

En realidad tales guerras no las hará El mismo, sino la perversidad del hombre; sin embargo dice que El las hará. Porque es costumbre de las Sagradas Escrituras hablar así. En otra parte dicen: Les dio Dios ojos para que no vieran? Pues del mismo modo aquí habla, para que ellos, recordando las palabras que cité más arriba, no se turbaran al ser acometidos con oprobios e injurias. Y si algunos tienen estas cosas por pesadas, recuerden la historia antigua. Pues allá en los primeros tiempos sucedió lo mismo; cosa que, por otra parte, demuestra la afinidad de ia Ley Antigua con la Nueva, y que es uno mismo el Legislador de ambas.

Entre los judíos, al tiempo que cada uno daba muerte a su prójimo, él quedaba aplacado para con ellos; y cuando los israelitas fundieron el becerro y cuando se iniciaron en los misterios de Beel-Fegor, sucedió lo mismo. ¿Dónde están los que dicen que aquel Dios del Antiguo Testamento era malo y Este dei Nuevo es bueno? Porque Aquel llenó el orbe de sangre de parientes. Nosotros, por el contrario, afirmamos ser esto grande benignidad. Y para demostrar que Este aprueba aquellas cosas, recuerda una profecía que no atañe al hecho, pero sin embargo lo explica. ¿Cuál es? Y los enemigos del hombre serán sus domésticos. Entre los judíos ¿sucedió algo semejante. Hubo profetas y seudoprofetas, y había división en el pueblo y en los hogares; de manera que unos daban crédito a éste y otros a aquél. Por lo cual ios amonestaba el profeta diciendo: No os fiéis del amigo; no creáis al compañero; guarda las confidencias de iu boca de la que duerme en tu seno. . . porque los enemigos son sus mismos domésticos. Tales cosas decía Jesús para hacer superior a todos los eventos a quien recibiera sus palabras. Porque no es malo morir, sino morir mal. Por lo mismo, dijo: Fuego he venido a traer a la tierra. Significando así el fervor en el amor y la vehemencia que en él exigía.

Amándonos El con tan grande vehemencia, quiere ser de nosotros amado con la misma. Semejantes discursos levantaban el ánimo de los apóstoles y lo hacían más elevado. Porque se decían: si el vulgo ha de menospreciar a los parientes, hijos y padres ¿cuáles conviene que seamos nosotros que somos los maestros? Puesto que todas esas duras dificultades no se limitarán a vosotros, sino que pasarán a otros. Y pues vraje acá tan grandes bienes, exijo gran obediencia y cariño. El que ama al padre o a la madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.

¿Has observado la autoridad del Maestro? ¿Ves cómo se muestra genuino Hijo del Padre, al ordenar que todo quede bajo sus pies y que a todo se anteponga su caridad? Pero ¿qué digo? Es como si dijera: si amigos y parientes y tu misma alma los antepones a mi amor, estás muy lejos de ser mi discípulo. Pero ¿acaso estas cosas no son contrarias a la Ley Antigua? ¡De ningún modo! Al revés: concuerdan muy bien con ella. Porque en ésta no solamente se odiaba a los idólatras, sino que se ordenaba lapidar al idólatra. Y en el Deuteronomio, admirándose de los que cultivan la verdad, se dice: El que dijo o. su padre: no te conozco y a sus hermanos no consideró; y desconoció a su hijo por haber guardado tu palabra. Y si Pablo da muchos preceptos acerca de los padres y man da que en todo se les obedezca, no te admires. Porque en todo eso, solamente manda que se les obedezca en lo que no se opone a la piedad para con Dios; y en todo lo demás es cosa santa procurarles todo honor. Pero cuando exigen más de lo que conviene, no se ha de obedecer. Por esto dice Lucas: Si alguno viene a Mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo. No manda simplemente aborrecer, cosa que sería el colmo de la iniquidad; sino que si ellos quieren que los ames más que a Mí, por este motivo aborrécelos. Lo contrario perdería al que ama y al amado.

Decía esto Cristo para hacer a los hijos más fuertes y a los padres que quieran servir de impedimento, más mansos. Así los padres, viendo que él tiene tanta fuerza y potestad que puede separarles y arrancarles a sus hijos, no intentarán lo que no debe ser, y desistirán. Y habla solamente con los hijos, dejando a un lado a los padres, a quienes aparta de sus inútiles pretensiones. Pero luego, para que éstos no se indignaran ni lo llevaran a mal, mira a dónde endereza su discurso. Una vez que dijo: El que no aborrece a su padre y a su madre, añadió: más aún: a su propia alma.

Como si dijera: ¿para qué me alegas que son tus padres, hermanos, hermanas o esposa? Nada hay más unido contigo que tu alma; y sin embargo, si no la aborreces, todo se volverá contra lo que tú amas. Y no ordenó simplemente aborrecerla, sino en tal forma que se la entregue a los combates, a las batallas, a la muerte y sangre. Pues dice: El que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. No dice tan sólo que ha de estar preparado a la muerte, sino a una muerte violenta, y no sólo violenta, sino ignominiosa.

Nada les declara aún de su Pasión, para que adoctrinados por mientras, después más fácilmente y con mayor suavidad lo oyeran cuando de ella les hablara. ¿Acaso no es de maravillar que al oírlo hablar así, el alma de los oyentes no saliera y volara del cuerpo, viendo que sólo se trataba de cosas tristes, mientras que de los bienes no se daban sino lejanas esperanzas? ¿Qué fue lo que intervino para que no saliera del cuerpo? Grande era el poder del que hablaba y grande el amor que le tenían los oyentes; por lo cual éstos, aun escuchando cosas más duras y laboriosas que aquellos varones, Moisés y Jeremías, sin embargo, obedecían y con gusto estaban con él.

El que halla su vida, la perderá; y el que la perdiere por amor de Mí, la hallará. ¿Observas cuan grave pérdida sufren los que aman su alma y cuan grande ganancia recogen los que la aborrecen? Y como esos preceptos de pelear contra los propios padres, hijos, leyes naturales, parentesco, tierra y aun la misma alma eran gravosos, declaró al punto la utilidad, que, cierto, es la más grande. Esto, dice, no os dañará, sino al revés, mucho os ayudará; mientras que lo contrario os dañará. En todas partes procede lo mismo, y los va instruyendo y llevando adelante, co menzando por las Cosas que ellos mismos desean.

¿Qué es lo que te mueve a no querer despreciar tu alma? ¿Que la amas? Entonces por eso mismo desprecíala, y entonces será cuando más la habrás ayudado y te habrás mostrado de verdad amante de ella. Observa la inefable prudencia. Porque no se detiene en los padres ni en los hijos, sino que va hasta el alma, que es lo más amado de todo, a fin de que no caiga duda acerca de ella, y además entiendan los oyentes que de esto lograrán muchas ventajas y utilidades, ya que la lucha toca precisamente a lo más precioso de todo, que es el alma.

La práctica de tales preceptos tendría fuerza para mover a los hombres a abrirles sus puertas. Pues ¿quién habría que no recibiese de bonísima gana a varones tan esforzados y activos, que como leones recorrían la tierra, y que para salvar a otros menospreciaban todo lo propio? Pero además pone otra recompensa, demostrando que en este aspecto él cuida más del que hospeda que del hospedado. Y el primer premio que pone es: El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Pues ¿qué cosa habrá igual a recibir al Padre y al Hijo?

Una segunda recompensa prometió al decir: El que recibe al profeta como profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe al justo como justo, tendrá recompensa de justo. Anteriormente amenazó la pena con que serán castigados los que no reciban a los apóstoles; ahora en cambio pone los beneficios para quien los reciba. Y para que veas que de ellos cuida especialmente, no dijo sólo: El que recibe al profeta o el que recibe al justo, sino que añadió: como profeta y como justo; es decir si no lo recibe por simple seglar patrocinio o por motivos banales y caducos, sino porque es profeta, porqué es justo, recibirá recompensa de profeta o de justo; o sea la que conviene que reciba quien hospeda a un profeta o a un justo o también semejante a la del profeta o del justo. Así se expresaba Pablo: Vuestra abundancia alivie la escasez de aquéllos, para que asimismo su abundancia alivie vuestra penuria Y para que nadie se excusara con su pobreza, dice Cristo: El que diere de beber a uno de estos pequeños sólo un vaso de agua fresca en. razón de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa. Aunque sólo le des un vaso de agua fresca, cosa que no te causa gasto ninguno, tienes señalada tu recompensa. Porque yo hago cualquier cosa en beneficio del hospedador.

¿Has visto de qué medios echa mano con el objeto de abrirles las puertas de todo el orbe? Por mil maneras demuestra que todos les son deudores. Primero, cuando dijo: El obrero es acreedor a su alimento. En segundo lugar enviándolos a guerras y batallas en bien de quienes los reciben. En tercero, en enviarlos sin poseer nada y con las manos vacías. En cuarto lugar, dándoles el poder de hacer milagros. En quinto lugar; llevando la paz por boca de ellos a las casas de quienes los reciban, paz que es origen de todos los bienes. En sexto lugar, amenazando a los que no los reciban con castigos peores que a los sodomitas. En séptimo lugar, manifestándoles que quienes los reciban reciben juntamente a él y al Padre. En octavo lugar, prometiéndoles la recompensa de profeta y de justo. En noveno lugar, señalando un gran premio aun por un vaso de agua fresca. Cada una de estas cosas poderosa es para atraer a los hos-pedadores.

Porque ¿quién hay que viendo al capitán transpasado de heridas y chorreando sangre y que regresa de la guerra tras de haber obtenido infinitas victorias, no lo reciba abriendo ampliamente las puertas de su casa? Preguntarás: ¿quién es ese tal? Por esto añadió: como profeta o como discípulo o justo, para que comprendas que no mide él la recompensa de quien recibe en hospedaje por la dignidad del hospedado, sino por la voluntad del hospedador. Porque aquí trata de profetas, de discípulos, de justos; pero en otra parte ordena hospedar aun a los más abyectos y castiga a quienes no los reciben. Porque dice: Cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo ; y también dice al contrario acerca de ellos para el premio.

Quienquiera que sea él, aun cuando nada notable haya hecho, sin embargo hombre es, habita en el mismo mundo que tú, mira el mismo sol, tiene como tú la misma alma y el mismo Señor, es participante de los mismos sagrados misterios, está llamado al mismo cielo y tiene para contigo un gran derecho, que es la pobreza y falta del necesario alimento. En cambio, por lo que a ti toca, los que con flautas y siringas vienen a despertarte en tiempo de invierno, aun cuando imprudentemente y a deshora te despierten, se marchan cargados de tus regalos; y los que pintados de ollín llevan por doquier las golondrinas y arrojan burlas y maldiciones sobre cuantos topan, reciben la recompensa de esa costumbre estrafalaria. Mientras que si se te acerca un pobre, lo cargas de infinitas injurias, oprobios, acusaciones, y le echas en cara que anda de ocioso; y no consideras que también tú eres un ocioso y sin embargo Dios te colma de dones.

Ni me vayas a decir que algo haces. Dime: ¿cuál de las cosas necesarias haces y en qué te ocupas? Y si me alegas que ejercitas el oficio de banquero o de tabernero y que estás empeñado en aumentar y cuidar de tu hacienda, te responderé que tal cosa no es verdadera ocupación. La verdadera ocupación consiste en dar limosna, hacer oración, patrocinar a los que han sufrido injusticias y en otras cosas semejantes: ¡y de esto durante toda la vida vivimos desocupados! Y sin embargo, nunca nos ha dicho Dios: Pues vives ocioso, no encenderé para ti el sol; pues nada de lo necesario llevas a cabo, apagaré para ti la luna, te haré estéril el seno de la tierra, secaré los lagos y las fuentes y los ríos, y suprimiré los vientos y detendré las lluvias anuas: al revés, todo nos lo da con abundancia.

Más aún: a algunos, que no sólo viven en el ocio, sino que obran la maldad, les concede todo eso también para que lo gocen. Si pues, ves a un pobre y exclamas: ¡Me sofoco de repugnancia cuando veo a este joven! Tiene fuerzas, pero nada posee. Y quiere que así, ocioso, se le suministren los alimentos; y aun quizá sea un esclavo fugitivo que huyó de su amo. Entonces te dirás a ti mismo las cosas que acabo de referir. O mejor aún: concédele la libertad de que él te las diga, y con mayor justicia te dirá a ti: ¡Me sofoco de repugnancia al verte sano, viviendo en el ocio y que nada haces de cuanto Dios te ha mandado, sino que andas vagando en perversidad, como fugitivo que se escapa de las órdenes de su amo, y vives como en tierra ajena, ebrio, dado a la crápula, ladrón, mentiroso, destructor de las ajenas haciendas! ¿Me acusas tú a mí de ocioso? Pues yo te acuso a ti de tus malas obras, ya que te entregas a matar, jurar, mentir, robar y otras mil maldades semejantes.

No digo esto para confirmar, como con una ley, a los ociosos en su conducta ¡lejos, lejos eso de mí! Yo deseo que todos trabajen, pues la pereza es madre de todos los vicios. Lo que os pido es que no seáis duros e inhumanos. Pablo, tras de quejarse de varias cosas, dijo: Quien no quiera trabajar que no cornal Pero no se detuvo aquí, sino que añadió: Pero vosotros no os canséis de hacer el bien. Esto parecería contradecir a lo anterior. Si los exhortas a no comer de ociosos ¿por qué nos exhortas a dar limosna? Sí, nos responde. También ordené que no se mezclaran con ellos, sino que se apartaran; pero dije al mismo tiempo: No los juzguéis enemigos, sino amonestadlos; de modo que no ordené nada contradictorio, sino muy congruente.

Si tú estás preparado para dar limosna, pronto ese pobre dejará el ocio y "tú la inhumanidad. Alegarás que es muy mentiroso y que inventa muchas historias. Pero por esto mismo más bien es digno de misericordia, pues ha llegado a tanta penuria que se ve obligado a proceder aun impudentemente. Pero nosotros no solamente no nos movemos a misericordia, sino que incluso les lanzamos palabras crueles y les decimos: ¿Acaso no has recibido ya una y otra vez? Pero ¿qué digo? ¿Acaso no necesita él de nuevo alimentarse después de haber comido una vez? ¿Por qué tú a tu estómago no le pones esa misma ley, ni le dices: te basta con lo de ayer y anteayer: ¡no me exijas más!? Tú repletas tu estómago hasta reventarlo, y al pobre que te pide una poquísima cosa, le echas de ti cuando convenía, aun por eso mismo de tener que acudir a ti día por día, compadecerlo. Si otra razón no te conmueve, a lo menos por ésta conviene que lo compadezcas, puesto que es la fuerza de la pobreza la que hasta a hacer eso lo obliga.

Dirás que no te compadeces de él porque aun oyendo lo que le dices no se avergüenza. Es que prevalece la necesidad. Y tú, en lugar de compadecerlo, lo burlas en público. Habiendo Dios ordenado dar en secreto, te plantas tú y acometes con improperios en público al pobre que se te acerca, cuando lo conveniente es compadecerlo. Si no quieres darle algo ¿por qué, encima de todo, acusas y destrozas a esa alma mísera y abrumada? Como a un puerto se acoge a tus manos. ¿Por qué tú levantas las olas y haces aún más grave la tempestad? ¿por qué condenas con tu conducta tu falta de liberalidad? ¿Se te habría acercado si hubiera esperado oír de ti tales cosas? Y si previéndolas, a pesar de todo se te acerca, por esto mismo debías compadecerlo y tener horror de ser inhumano, ya que aun viendo lo urgente de la necesidad no demuestras mayor mansedumbre.

No piensas que a él le basta para excusar su impudencia el hambre; sino que se la echas en cara, tú que quizá con frecuencia en cosas más graves obraste con impudencia. Al pobre su impudencia misma le alcanza el perdón; mientras que nosotros con frecuencia obramos de manera digna de castigo y lo hacemos con toda impudencia. Y cuando convenía considerar esto y ser humildes, nos enardecemos contra los pobres, y pidiendo ellos el remedio les añadimos nuevas llagas. Si no quieres dar ¿por qué lo hieres? Si no quieres dar ¿por qué lo injurias?

Dirás que el mendigo no se apartará de ti de otro modo. Procede entonces tú como el sabio aquel que ordenó: Respóndele con mansedumbre y pacíficamentefl-Q Al fin y al cabo, no procede así el pobre por gana. Porque no hay, no, no hay un hombre que quiera sin algún motivo obrar torpemente. Por mi parte, aunque millares de veces me contradigan, nunca me convencerán tanto que llegue a creer que un hombre que abunda en bienes, se dedique a mendigar.

Nadie, pues, con falsas razones nos engañe. Pues aun cuando diga Pablo: El que no quiera trabajar que no coma, ciertamente Pablo habla con los tesalonicenses y no con nosotros. Con nosotros afirma lo contrario: No os canséis de hacer el bien. Por lo demás así procedemos en nuestras cosas. Si vemos a dos que se pelean, los tomamos aparte a cada uno y los exhortamos y les aconsejamos lo contrario, o sea la paz. Lo mismo hizo Dios, lo mismo procedió Moisés. Porque éste decía: Perdónales su pecado o bórrame de tu libroA En cambio a los israelitas ordenó darse mutuamente la muerte, a todos los parientes. Contrarios eran semejantes procederes; y sin embargo, ambos se encaminan al mismo fin.

Por su parte Dios decía a Moisés, oyéndolo los judíos: Déjame y destruiré este pueblo. Pues aun cuando en ese momento, cuando Dios hablaba, no estaban presentes, pero enseguida lo iban a oír. En diversas ocasiones, manda cosas contrarias. Esto mismo dijo luego Moisés obligado: ¿Los he concebido yo acaso ni los he parido, para que me digas: Llévalos en tu regazo como lleva la nodriza a un niño tierno a quien da de mamar? Igualmente suele suceder en las familias. Con frecuencia el padre de familia toma aparte al pedagogo que ha corregido al hijo y lo reprende con estas palabras: No seas duro y áspero. En cambio al niño le dice lo contrario: Aunque te corrija injustamente, sopórtalo. Pero con ambas cosas entre sí contrarias, el padre de familia busca la misma útil finalidad.

Pues bien: lo mismo hizo Pablo. A los mendigos vigorosos les decía: Si alguno no quiere trabajar que no coma; con el objeto de incitarlos a trabajar. Y a los que podían hacer limosna les dice: No os canséis de hacer el bien, para empujarlos a dar limosna. Así en su carta a los romanos exhorta a los gentiles que se habían convertido, a que no se ensoberbezcan contra los judíos, y les pone el ejemplo del olivo silvestre; y parece decir unas cosas a unos y las contrarias a otros. No caigamos, pues, en la crueldad, sino escuchemos a Pablo que dice: No os canséis de hacer el bien. Escuchemos a nuestro Salvador que dice: A todo el que pide, dale'> y también: Sed misericordiosos, como vuestro Padreé Aunque muchas sentencias propuso, nunca ordenó esto sino cuando trató de los misericordiosos; pues nada nos iguala tanto a Dios como el hacer beneficios.

Objetarás que nadie hay más impudente que el pobre. Pregunto yo: ¿por qué? ¿Porque se acerca clamando? Pues bien: ¿quieres que te demuestre que nosotros somos más impudentes que él? Recuerda cuántas veces en día de ayuno, por la tarde, puesta ya la mesa y habiendo llamado al sirviente, si se ha tardado un poco en venir, todo lo tiraste al suelo, pateando ruidosamente y profiriendo injurias y oprobios a causa del pequeño retardo; y esto a sabiendas de que si no al punto, a lo menos muy enseguida, comerás a todo tu sabor. Y sin embargo, a ti mismo que tan feroz te muestras, nunca te llamas impudente. En cambio, al pobre que va lleno de temor y temblor por más graves causas -puesto que no teme el retardo sino el hambre- lo llamas impudente y petulante y amontonas sobre él todo lo más oprobioso. ¿No es esto el extremo de la impudencia?

Lo que sucede es que no consideramos estas cosas y por eso decimos que los pobres son molestos; pero si examináramos nuestra propia conducta y la comparáramos con lo que aquéllos hacen, no los tendríamos por molestos. En consecuencia, no seas juez duro y acerbo. Aunque estuvieras libre de todo pecado, la ley de Dios no te ha permitido convertirte en estricto investigador de los hechos ajenos. Si el fariseo aquel por este motivo no salió justificado ¿qué excusa tendremos nosotros? Si a quienes van coronados de buenas obras no les permite Dios examinar con amargura los hechos ajenos, mucho menos nos lo permitirá a nosotros que somos pecadores.

En resumen: no seas cruelísimo ni imites a los que son inexorables, duros, peores que las fieras. A muchos he conocido que han llegado a tan grande ferocidad que desprecian a los hambrientos, por pequeñísimas cosas, y les arrojan expresiones como éstas: ¡no tengo ahora criado! o bien: ¡estamos lejos de casa! O también: ¡no tengo ningún mesero conocido! ¡Oh crueldad! ¿Hiciste lo que era más y no haces lo que es menos? ¿Para que tú no camines un poco ese pobre se morirá de hambre? ¡Oh insolencia! ¡Oh soberbia! Aun cuando hubiera que caminar diez estadios ¿convenía por eso ser desidioso? ¿No piensas que con eso se te prepara una mayor corona? Cuanto des de limosna, tanto recibirás de recompensa; y si para ello tienes que caminar, eso mismo tiene preparado su premio.

Admiramos al patriarca Abraham que teniendo trescientos dieciocho sirvientes, personalmente corrió a la vacada y tomó el ternero. Ahora, en cambio, hay algunos tan llenos de hinchazón que no se avergüenzan de hacer las obras de caridad mediante los criados, y no personalmente. Dirás: pero ¿acaso tú me ordenas que haga la limosna yo personalmente? ¿No pareceré andar buscando una gloria vana? Pero en el caso propuesto, procedes de ese modo por otra vanagloria, pues te da vergüenza que te vean hablando con un pobre. Pero no voy a examinar esto con más diligencia. Da limosna personalmente o mediante otro, pero no acuses al pobre, no lo hieras, no lo injuries.

Necesidad tiene de que lo remedien, no de que lo hieran. Misericordia necesita ese que se te acerca y no espada. Yo te pregunto: si acaso alguno, golpeado con una piedra y con una herida en la cabeza, haciendo caso omiso de todos los demás acudiera a ti, bañado en sangre ¿acaso lo acometerías con otra piedra y le añadirías otra llaga? Yo pienso que no, sino que más bien le procurarías el remedio. Entonces ¿por qué con los pobres procedes al contrario? ¿Ignoras cuánto puede la palabra para ensalzar y para humillar?

Dice el Eclesiástico: La buena palabra es mejor que el don. ¿No consideras que contra ti mismo mueves la espada y que más grave herida recibes tú cuando el pobre se aparta injuriado, cuando llora en silencio y derrama abundantes lágrimas? Dios es quien te lo envía. Considera, pues, a quién traspasas la ofensa cuando al pobre ofendes; al pobre que Dios te envía

y te ordena que le ayudes. Y tú no sólo nada le das, sino que lo colmas de injurias cuando se te acerca. Si no caes en la cuenta de lo absurdo que esto es, considéralo en otros hombres y verás la gravedad de la falta. Si tú envías un criado a otro criado para cobrarle un dinero tuyo y vuelve tu criado no sólo con las manos vacías, sino además injuriado ¿qué no harás contra el criado injuriante? ¿qué castigo no le impondrás, siendo tú mismo el ofendido?

Pues piensa de Dios del mismo modo. Es El quien nos envía a los pobrrs; y si a éstos les damos, de Dios es lo que les damos. Pero, si sin darles nada los despedimos con injurias, piensa ¡qué obra habremos hecho y digna de qué rayos! Considerando todo esto, refrenemos la lengua, aquietemos la crueldad, extendamos las manos para hacer limosnas, consolemos nn sólo con el dinero, sino además con las palabras a los necesitados, a fin de que escapemos de las penas debidas a los que injurian; y con la bendición de la limosna, gocemos del reino, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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