sábado, 5 de septiembre de 2009

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo, XVII

HOMILÍA XXXII

Partido de ahí Jesús, lo seguían dos ciegos dando voces y diciendo: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Entrando en casa, se le acercaron los ciegos y les dijo Jesús: ¿Creéis que yo puedo hacer esto? Respondiéronle: ¡Sí, Señor! Entonces tocó sus ojos diciendo: ¡Hágase en vosotros según vuestra fe! Y se abrieron sus ojos (Mt 9,27-30).

¿POR QUÉ a ellos que clamaban los hace esperar? Es que de nuevo nos enseña aquí a huir de la vanagloria. Como la casa estaba cerca, los llevó allá para sanarlos aparte. Y esto se hace manifiesto por lo que luego les ordenó: que a nadie lo dijeran. Y no es pequeña culpa para los judíos que quienes no podían usar de sus ojos, abrazaran la fe por sólo lo que oían; mientras que los judíos usan de sus ojos y ven sus milagros y tienen como testigos sus propias miradas, pero proceden al revés de los ciegos.

Observa el fervor de los ciegos, tanto por los clamores como por la forma de su petición. No solamente se le acercan, sino que lanzan grandes clamores. Y no dicen otra cosa sino: ¡compadécete! Y lo llaman Hijo de David, por parecerles que es un apelativo honorífico; pues muchas veces los profetas, a los reyes a quienes querían honrar y publicar como grandes, los llamaban así. Y llegados a la casa, por segunda vez los interroga Jesús. Generalmente procuraba sanar a quienes se lo pedían, para que nadie pensara que por ostentación se lanzaba a hacer milagros. Pero también para manifestar que aquellos enfermos eran dignos de ser curados. Y para que nadie dijera que, si por sola su misericordia los sanaba, tenía que sanarlos a todos. La misericordia tiene cierta medida que se toma de la fe de los que ruegan.

A estos ciegos no les exige únicamente la fe; sino que, puesto que lo habían llamado Hijo de David, para elevarlos a más altas regiones y enseñarles lo que propiamente habían de creer acerca de él, les pregunta: ¿Creéis que tengo potestad para hacer esto? No les preguntó ¿Creéis que puedo rogar a mi Padre, o que se me pueda suplicar? Sino: ¿que yo tengo potestad para hacer esto? Y ¿qué le responden ellos? ¿Sí, Señor! Ya no lo llaman Hijo de David, sino que se levantan más alto y lo confiesan como Señor. Entonces finalmente les impone la mano y les dice: Hágase en vosotros según vuestra fe. Lo hace para confirmarlos en la fe y para manifestar que ellos en parte han cooperado a la obra, y para dar testimonio de que sus palabras no provenían de adulación.

Porque no dijo: Ábranse vuestros ojos. Sino: Hágase según vuestra fe. Cosa que decía aun estando presentes muchos, queriendo confirmar en sus almas la fe antes de las curaciones corporales; y también para dar más celebridad a unos y hacer a otros más empeñosos. Así procedió en el caso del paralítico. Antes de consolidar su cuerpo, levanta su alma que yacía, di-ciéndole: Confía, hijo: tus pecados te son perdonados. Y a la joven que resucitó, la tomó de la mano y con darle el alimento manifestó quién le había hecho el beneficio. Y lo mismo en el caso del centurión, lo atribuyó todo a la fe. Y cuando salvó a los discípulos de la tempestad en el mar, antes que nada los liberó de su falta de firmeza en la fe. Lo mismo hace ahora. Porque conocía los secretos de sus corazones antes de que los ciegos hablaran; y para encender en otros el mismo fervor, hizo resplandecer a éstos, publicando, tras de la curación, la que en ellos se ocultaba.

Hecha la curación, les ordena que a nadie cuenten el milagro; y no se lo manda como quiera, sino que con gran vehemencia se lo prohibe. Pues dice: Con tono severo les advirtió: Mirad que nadie lo sepa. Pero ellos, una vez fuera, divulgaron la cosa por toda aquella tierra. No pudieron contenerse y se convirtieron en pregoneros y evangelizadores; y habiéndoseles ordenado callar lo sucedido, no pudieron obedecer. Y si en otra parte dice Jesús: Anda y refiere la gloria de Dios, esto no contradice a lo dicho antes, sino que, al revés, admirablemente consuena con ello. Porque con lo de los ciegos nos enseñó a no predicarnos a nosotros mismos; más aún, a impedir a quienes quisieran celebrarnos, y aun a mandárselo.

Salidos aquéllos, le presentaron a un hombre mudo endemoniado. Su enfermedad no era cosa natural, sino perversidad del demonio. Por esto tuvo necesidad de que otros lo llevaran a Jesús. El no podía suplicarle, pues estaba mudo; ni suplicar a otros, pues el demonio le tenía atada la lengua, y juntamente con la lengua, el alma. Por esto Jesús no le exige testificar su fe, sino que al punto lo cura. Pues dice el evangelista: Y, arrojado el demonio, habló el mudo, y se admiraron las turbas diciendo: Jamás se vio tal cosa en Israel. Y era cosa que mucho dolía a los fariseos que las turbas antepusieran a Jesús a todos: no sólo a los vivos, sino aun a los antepasados. Y lo anteponían no únicamente porque curaba, sino porque curaba fácil y rápidamente, y enfermedades sin cuento e incurables.

Por su parte los fariseos no sólo falsean los hechos, sino que, contradiciéndose a sí mismos, no se avergüenzan de ello. Así es la maldad. ¿Qué es lo que dicen? Arroja los demonios en virtud del príncipe de los demonios. Pero ¿qué cosa hay más necia? Pues como más tarde dijo Jesús, no puede un demonio arrojar a otro demonio,! porque suele el demonio conservar y consolidar lo suyo y no destruirlo. Pero él no sólo arrojaba los demonios, sino que limpiaba a los leprosos, resucitaba a los muertos, reprimía el mar, perdonaba los pecados, predicaba el reino de los cielos, conducía hacia el Padre: cosas todas que el demonio jamás querrá hacer ni puede hacerlas. Los demonios llevan a los ídolos y apartan de Dios y quitan la fe en la vida futura. El demonio, cuando es injuriado, no paga con beneficios; y al contrario, a quien se le entrega y lo honra, ni aunque éste lo injurie, lo daña.

Jesús, en cambio, tras de infinitas injurias y querellas: recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino de Dios y curando toda enfermedad y toda dolencia. Y no sólo no los castiga por ingratos, pero ni siquiera los reprende. Manifestaba así su mansedumbre, y luego a los fariseos los refutaba con palabras. Recorría así las ciudades y aldeas y sinagogas, enseñándonos a rechazar las injurias, no con injurias, sino con beneficios mayores. Si tú haces los beneficios por Dios y no por los hombres, hagan lo que hagan tus consiervos, no dejarás de beneficiarlos, para que sea mavor tu recompensa. De modo que quien tras de recibir una injuria, cesa de hacer beneficios, manifiesta que andaba ejercitando la virtud no por Dios, sino por las humanas alabanzas.

Cristo, para enseñarnos que procedía por pura benignidad, no sólo no esperaba a que los enfermos fueran a él, sino que iba en busca de ellos y les hacía un doble beneficio: el del reino de los cielos y el de la curación de todo género de enfermedades. No desdeñaba ninguna ciudad, no pasaba de largo por ninguna aldea, iba por todos los sitios. Y no se contentaba con esto sino que tomó otra providencia además. Pues dice el evangelista: Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a los discípulos: La mies es mucha, pero pocos los obreros. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

Considera de nuevo cuan ajeno está a la vanagloria. Para no atraerlos todos personalmente hacia sí, manda a sus discípulos. Pero no únicamente por eso, sino además para adiestrarlos, a fin de que, ejercitándose en Palestina, como en una palestra, se preparen de este modo para las luchas en todo el orbe. Y les propone ejercicios de más fuertes combates, todo en cuanto lo puede sobrellevar la virtud de ellos, para que con mayor facilidad puedan soportar las batallas que luego vendrán: los ejercita en el vuelo como a tiernas avecillas. Por de pronto los gradúa como médicos de las enfermedades corporales y les reserva para más tarde la curación de las almas, que es la principal.

Advierte en qué forma les hace ver ser esto cosa fácil y necesaria. ¿Qué les dice? La mies es mucha y los obreros pocos. Como si les dijera: mirad que no os envío a la siembra, sino a la cosecha. Como lo dijo en el evangelio de Juan: Otros lo trabajaron y vosotros os aprovechasteis de su trabajo. Les decía esto para reprimirles sus altos sentires e instruyéndolos al mismo tiempo para que tuvieran-gran confianza y demostrándoles que ya había precedido el mayor trabajo. Advierte cómo empieza por la misericordia y con la esperanza de la recompensa. Pues dice: Se enterneció de compasión, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Lo cual es una acusación contra los jefes de los judíos que siendo pastores se mostraban lobos. Pues no sólo no corregían a la plebe, sino que aun le estorbaban que adelantara en la virtud.

Admirándose pues las turbas y exclamando: Jamás se vio tal en Israel, ellos, al contrario, exclamaban: Es por virtud del príncipe de los demonios como arroja los demonios. Pero ¿a quiénes llama aquí obreros? A los doce discípulos. ¿Acaso al decir los operarios son pocos, añadió algunos más? De ninguna manera, sino que envió a los doce. Entonces ¿por qué añade: Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su tnies y no añade a ellos ninguno otro? Porque, siendo ellos doce en número, los multiplicó no aumentando el número, sino dándoles virtud y poder. Y luego, para demostrarles cuan grandes los hacía, añade: Rogad, pues, al dueño de la mies, con lo que deja entender que El tiene potestad para enviar. Porque al decir: Rogad al dueño de la mies, al punto los ordena predicadores, ya haya acontecido que ellos nada le suplicaran o que inmediatamente se lo pidieran; y les recuerda las palabras del Bautista, o sea la era, el bieldo, la paja y el grano. Por donde se ve que es El el agrícola, el Señor de la mies y aun de los profetas. Si los envía a la siega, claro está que no los envía a lo ajeno, sino a lo que El mismo sembró por mano de los profetas. Y no por sólo este capítulo les infundió confianza, al llamar a su ministerio una siega, sino con darles potestad para que ejerzan el dicho ministerio.

Y Jesús, habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus impuros para arrojarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Pero si aún no se les había dado el Espíritu Santo: Pues aún no se había dado el Espíritu Santo, dice Juan, porque Jesús aún no había sido glorificado,3 entonces ¿cómo arrojaban los espíritus? Bajo el precepto y potestad de Jesús. Considera la oportunidad de este apostolado. Porque no los envió allá a los principios, sino cuando ya lo habían seguido por un tiempo suficiente; y habían visto a un muerto resucitado, al mar aplacado, a los demonios arrojados, al paralítico sanado, los pecados perdonados, al leproso limpiado y suficientes argumentos de la potestad de Jesús así en obras como en palabras, y la habían constatado. Entonces finalmente los envió y no a empresas peligrosas, pues aún no había peligro en Palestina. Solamente había que luchar contra las calumnias.

Sin embargo, les predice peligros y contratiempos y con tiempo los prepara con el objeto de que sepan soportarlos, y con frecuentes predicciones los va disponiendo a la batalla. Luego al evangelista, pues nos había nombrado a dos apóstoles, Pedro y Juan, y luego nos había explicado la vocación de Mateo, pero nada nos había dicho acerca del nombre y vocación de los otros apóstoles, le pareció necesario poner aquí el catálogo de ellos con su número y nombres. Y dijo: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero Simón, llamado Pedro. Porque había otro Simón llamado el Cananeo; y también dos Judas, el Iscariote y el de Santiago; y dos Santiagos, el de Alfeo y el del Zebedeo.

Marcos los puso siguiendo su dignidad; porque en seguida de los dos corifeos, pone a Andrés. Mateo, por su parte, procede con otro orden. Más aún: a Tomás, que le era muy inferior, aquí lo antepone a sí mismo. Pero vamos recorriendo el catálogo desde el principio. El primero Simón llamado Pedro y Andrés su hermano. No es ésta pequeña alabanza. Al uno lo alaba por su virtud; al otro, por sus bellas costumbres. Luego Santiago el del Zebedeo y su hermano Juan. ¿Ves cómo no los pone por orden de dignidad? Porque a mí me parece que Juan es superior no sólo a los otros, sino a su mismo hermano. Enseguida, tras de enumerar a Felipe y a Bartolomé, continuó: Tomás y Mateo el publicano. Lucas no sigue ese orden, sino el inverso, y pone a Mateo antes de Tomás. Y luego sigue Santiago el de Alfeo, pues como ya dije había otro, hijo del Zebedeo. Y después de nombrar a Lebeo, llamado también Ta-deo, y a Simón el Zelador, al que llama Cananeo, llega al traidor. Y lo llama así, no como enemigo o adversario, sino simplemente como historiador. No lo llama execrable, malvadísimo, sino que le pone de apellido el nombre de su patria: Judas Iscariote. Porque había el otro Judas, Lebeo, que se decía Tadeo, del que Lucas dice que era hijo de Santiago. Para distinguirlo de éste, Mateo dice: Judas Iscariote el que lo traicionó.

Y no se avergüenza de decir el que lo traicionó. Hasta este punto los evangelistas no omitieron lo que parecía vituperable. Advierte que el primero, corifeo y jefe, es un hombre ignorante y sin letras. Veamos, pues, a dónde y a quienes los envía Jesús. Porque dice: A éstos doce los envió Jesús. ¿A quiénes envía y de qué condición son? Pescadores, publícanos. Porque cuatro eran pescadores y dos publícanos, es a saber Mateo y Santiago; y uno de los doce era traidor. Y ¿qué les dice? Al punto les da sus mandatos con estas palabras: No vayáis a los gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos. Id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Como si les dijera: no penséis que porque me llaman endemoniado calumniosamente y me querellan, yo los odio y aborrezco. He procurado corregirlos, a ellos los primeros; y ahora a vosotros, apartándoos a un lado de todos los demás, os envío a ellos como médicos y maestros. Y no sólo os prohibo que a otros prediquéis antes que a ellos, pero incluso que toméis un camino que os desvíe a otra parte; de modo que ni debéis entrar en ciudades de los samaritanos.

Porque los samaritanos eran enemigos de los judíos; y sin embargo era allá más fácil la predicación, pues se presentaban mucho mejor dispuestos para recibirla; mientras que los judíos se mostraban más duros. Sin embargo, los envía a lo más difícil, manifestando así la providencia que tiene de ellos y cerrando la boca de los judíos y preparando el camino para la predicación apostólica; a fin de que no los acusaran de nuevo de haber entrado a los incircuncisos y tuvieran así un motivo justo para rehuirlos y aborrecerlos. Y llama a los judíos ovejas perdidas de la casa de Israel, y no ovejas que han emprendido la fuga, siempre pensando en escogerles un modo de que alcancen perdón. Y trata de atraerlos y dice: Y en vuestro camino predicad diciendo: El reino de Dios se acerca.

¿Ves la alteza del ministerio? ¿ves la dignidad de los apóstoles? No se les ordena predicar acerca de las cosas sensibles para nada, ni al modo de Moisés y los profetas anteriores, sino cosas nuevas e inesperadas. Porque aquéllos no predicaban esto sino bienes de la tierra y de acá abajo, mientras que éstos predican el reino de los cielos y todo lo que en él hay. Pero no únicamente por esto les son superiores, sino, además por la obediencia. Porque no rehusan el ministerio ni dudan, como los antiguos; sino que, aun cuando se les anuncian peligros y guerras y males intolerables, emprenden lo mandado con alta obediencia, como pregoneros del reino.

Dirás: ¿por qué son admirables en que al punto obedecieran, no habiendo de predicar nada duro ni áspero? ¿qué dices? ¿qué no se les mandó predicar nada duro? Pero ¿no oyes al Maestro que les decía cómo poco después les sobrevendrían cárceles, destierros, combate de sus congéneres, aborrecimiento de todos? Porque los envía como pregoneros para llevar a los demás infinitos bienes; pero a ellos les anuncia y predice que sufrirán males intolerables. Y luego para mediante la fe confirmarlos más aún, les dice: Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a Zot leprosos, arrojad los demonios: gratis lo recibisteis, dadlo gratis. Observa el cuidado que tiene de las costumbres lo mismo que de los milagros, demostrando que los milagros sin las buenas costumbres, nada son. Y para que no los invada la soberbia les dice: Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. Provee además que huyan del amor al dinero. Por otra parte, para que no creyeran que tan grandes obras nacían de su virtud, y no se ensoberbecieran por el poder de hacer milagros, les advierte: Gratis lo recibisteis, gratis dadlo. Nada vuestro dais a quienes os reciben, pues no lo habéis recibido como recompensa de vuestros trabajos, sino que es don mío. Dadlo, pues, vosotros de la misma manera, ya que es imposible a tales dones hallarles precio que digno sea.

Y al punto, atacando la raíz misma de los males, ailade: No llevéis oro ni plata ni bronce en vuestros cintos, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias ni bastón. No les dijo: No llevéis con vosotros, sino que, aun cuando por otros lados podáis recibir, huid de semejante enfermedad malvada. Con este mandato muchos bienes conseguía. Desde luego que no sospechen de los discípulos. En segundo lugar, a éstos les quita toda solicitud, de manera que puedan darse a la predicación totalmente. En tercer lugar les enseña cuánto sea el poder de El. Por esto último les dijo después: ¿Os faltó acaso algo cuando os envié desnudos y sin calzado? Y no les da este mandato al principio, sino después de haberles dicho: Limpiad a los leprosos, arrojad los demonios. Hasta entonces les pone el mandato: No llevéis con vosotros; y luego añadió: Gratis lo recibisteis, dadlo gratis. Les da, pues, lq que conviene para la empresa y lo que es para ellos decoroso y lo que sí es posible.

Dirá quizás alguno: todo lo demás parece acomodado y razonable, pero no lo de no llevar alforja para el camino ni dos túnicas ni bastón ni calzado. Entonces ¿por qué lo ordenó Jesús? Para ejercitarlos en una vida austera, pues ya antes no les había permitido ni siquiera la solicitud por el día de mañana. Tenía que enviarlos después como maestros del orbe todo. Por esto los hace, por así decirlo, de hombres ángeles; y los libra de todos los cuidados de la vida, para que todos su cuidado sea enseñar su doctrina. Más aún: aun de este cuidado los libera, diciéndoles: No os preocupéis de cómo o de qué hablaréis. De manera que lo que parece duro y trabajoso, se lo hace fácil y manual. Porque nada produce mayor tranquilidad que el estar libre de cuidados; en especial porque libres de semejante preocupación, de nada necesitan, estando presente Dios que les serviría en lugar de todas las cosas.

Y para que no digas: entonces ¿de dónde tendremos el necesario alimento? Cristo no les dice: Habéis ya oído lo que anteriormente os tengo dicho: Mirad las aves del cielo, porque no podían aún llevar a la práctica semejante precepto. Les puso en cambio otra razón menos perfecta, diciendo: El obrero es acreedor a su sustento. Con lo que declaró que debían ser sus tentados por sus discípulos. Y esto para que no se ensoberbe cieran ante los discípulos, como si a éstos ellos les dieran todo, mientras que nada recibían de los discípulos. Y también para que los discípulos no fueran simplemente despreciados por los maestros.

Y para que tampoco dijeran: entonces ¿nos ordenas que pidamos de limosna el alimento? cosa que les sería vergonzoso, les hace ver que es deber de los discípulos suministrárselo; por esto a ellos los llama operarios; y al alimento, recompensa. Como si dijera: no penséis que por consistir todo vuestro trabajo en palabras, hacéis un beneficio pequeño, puesto que se trata de una obra muy laboriosa, y lo que os den los que son enseñados no os lo dan gratis, sino que tiene el valor de una recompensa, y el obrero es acreedor a su sustento. Claro es que no dice esto porque los trabajos apostólicos se hayan de estimar en semejante precio ¡lejos tal cosa! sino que les ordena no buscar más de lo que les den y que persuadan a los donantes de que no lo dan por simple y sencilla liberalidad, sino como un deber y adeudo.

En cualquiera ciudad o aldea en donde entréis, informaos de quién hay ahí digno, y quedaos ahí hasta que partáis. Como si les dijera: No porque os dije: El obrero es acreedor a su sustento, ya por eso os he abierto las puertas de par en par y de todos, sino que también en esto espero de vosotros grande cuidado; porque esto mismo será para vosotros alabanza y honor y aun para el alimento os vendrá bien. Porque si el que os hospeda es persona digna, os dará plenamente vuestro alimento, en especial si no pedís sino lo necesario. Ni sólo ordena que se busquen personas dignas, sino que prohibe andar de casa en casa, tanto para no molestar al que los hospeda, como para no parecer ellos gente ligera y dada a la crápula. Esto fue lo que declaró con aquellas palabras: Permaneced ahí hasta que partáis. Así se ve también por los otros evangelistas.

¿Observas de qué manera hace a los discípulos más honorables y a los hospedadores más diligentes, demostrándoles cómo llevan máximas ganancias, tanto en gloria como en provecho?

Y sigue luego la misma materia: Entrando en la casa, saludad la. Si la casa fuere digna, venga sobre ella vuestra paz; si no lo fuere, vuelva vuestra paz a vosotros. ¿Observas cómo ordena esto minuciosamente? Y con razón. Está instruyendo a los atletas de la religión y preparando a los pregoneros de todo el orbe; y por estos caminos los hace más moderados y más amables.

Y añade: Si no os reciben y no escuchan vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que más tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella ciudad.

Como si les dijera: no porque easeñáis, esperéis que otros os saluden primero, sino adelantaos a hacerles este honor. Y luego para declarar que no se trata de un simple saludo, sino de una bendición, dice: si esa casa fuere digna, vendrá la bendición sobre ella; pero si es casa de querellas, el primer castigo será que no gozará de paz; y el segundo que será castigada como Sodoma. Y si dijeren: ¿qué tenemos que ver con esos castigos? les responde: tendréis casas más dignas.

Y ¿qué significa: sacudid el polvo de vuestros pies? Es para testificar que nada han recibido de ellos, o bien en testimonio del largo camino emprendido para ir a ayudarlos. Por lo demás considera cómo no les da todo de una vez. No les concede la preciencia para poder de antemano saber quiénes son dignos y quiénes indignos; sino que les ordena explorar e ir experimentando y examinando. Entonces ¿por qué El convivía con el pu-blicano? Porque el publicano se había hecho digno mediante la conversión. Advierte cómo, tras de despojarlos de todo, les da todo al mandarles que permanezcan en la casa de los discípulos y entren en ella sin llevar nada. Con esto quedan libres de toda solicitud y persuadirán a los discípulos de que no venían con alguna otra finalidad, sino su salvación; tanto por llegar sin nada como por sólo pedir lo necesario y finalmente por no hospedarse con todos sin previo examen.

No quiso que brillaran únicamente por los milagros, sino mucho más por la virtud que por los milagros; ya que nada caracteriza mejor una doctrina y virtud como el nada poseer superr fluo y que en cuanto sea posible de nada se necesite. Así lo sabían incluso los falsos apóstoles. Por lo que Pablo decía: Para cortar toda ocasión a los que buscan encontrar algo en que gloriarse igual que nosotros. Si cuando vamos de viaje a una región extraña y estamos entre gente desconocida no hay que buscar otra cosa que el diario alimento, mucho más debemos hacerlo cuando estamos hospedados en una casa.

Pero tales cosas no únicamente oigámoslas, sino imitémoslas. No se han dicho para sólo los apóstoles, sino para todos los futuros fieles. Seamos dignos de semejante herencia. La paz a veces va y a veces viene, conforme a la voluntad de los que la reciben. Esto depende no sólo de la virtud y potestad del que enseña, sino además de la dignidad de los que lo reciben. Y no pensemos ser poco daño que no disfrutemos de esa paz. Semejante paz profetizaba Nahum al decir: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la pazP Y luego, declarando cuan digna sea, añade: De los que anuncian los bienes. Y también Cristo predicó sus grandezas diciendo: La paz os dejo, mi paz os doy.% No omitamos medio alguno para gozarla, tanto en el hogar como en la iglesia.

En la iglesia dé la paz el que preside. Ésto es tipo y figura de Cristo; y conviene recibirlo con gran anhelo, antes con el corazón y el ánimo mismo, que en la mesa sagrada. Pues si es cosa que apena no hacerse participante de la mesa ¿cuánto más penoso será echarlo y rechazarlo cuando habla? Por ti se sienta aquí el presbítero, por ti está presente el maestro fatigado y trabajado. Pues ¿qué excusa tendrás si tú no tienes paciencia ni siquiera para escucharlo? Casa común es la iglesia y entramos en ella nosotros precedidos de vosotros, guardando la forma y ejemplo que los apóstoles nos dieron. Por esto, según la ley puesta por Cristo, apenas entrados, a todos vosotros y juntamente os damos la paz.

Así, pues, que nadie se muestre negligente y perezoso cuando los sacerdotes, tras de haber entrado, dan la paz; porque semejante negligencia acarrea no pequeño castigo. Yo preferiría ser mil veces despreciado al entrar en vuestra casa que no ser escuchado aquí cuando os hablo. Esto me sería más pesado que aquello, puesto que mucho más digna es esta casa: ¡aquí está el depósito de nuestros mayores tesoros y toda nuestra esperanza! ¿Qué hay aquí que no sea tremendo? ¿qué hay que no sea grande? Esta mesa sagrada es con mucho, más honorable y dulce que la de tu casa; esta lámpara, más que tu lámpara. Lo saben cuantos a tiempo han sido ungidos con este óleo y han recobrado la salud. También esta arca es mucho mejor que la que tú tienes y más necesaria: no encierra vestidos, sino limosnas, aunque sean aquí pocos los que tienen la virtud de hacer limosnas. También el lecho es más excelente; por la lectura de las Letras Sagradas es más suave que cualquier lecho. Si tuviéramos concordia, no tendríamos otra casa.

Que lo que aquí yo ahora aconsejo no sea laborioso lo testifican aquellos tres mil y aquellos cinco mil hombre que tenían juntos una misma casa, una misma mesa y una sola alma. Pues dice: La multitud de los que habían creído tenía un corazón y un alma solal Pero cómo estamos tan distantes de la virtud de aquéllos y nos encontramos separados en diversas casas, a lo menos cuando aquí nos reunimos procuremos esa concordia cuidadosamente. Si en otras partes somos mendigos y pobres, aquí todos somos ricos. En consecuencia, a lo menos cuando aquí entramos recibidnos con amor. Y cuando os digo: La paz sea con vosotros, contestad: Y con tu espíritu; pero no con la voz únicamente, sino con todo el ánimo. Mas si cuando aquí dices: Paz también a tu espíritu, luego allá fuera me combates, me escupes, me maldices, me acometes con infinitos insultos ¿qué clase de paz es ésa?

Por mi parte, aun cuando un sinnúmero de veces me maldigas, de corazón sincero té digo y doy la paz y con ánimo pleno; ni puedo desearte mal alguno porque llevo entrañas de padre. Y si algunas veces te reprendo lo hago movido de tu interés. Tú, en cambio, a escondidas me muerdes; y cuando no me recibes en la casa del Señor, temo que vas a aumentar mi tristeza, no porque me has injuriado, ni porque me has cerrado la puerta sino porque tú has rechazado la paz y has acarreado sobre ti un grave castigo. Aunque yo no sacuda el polvo de mi calzado, aunque no me aparte, sin embargo, permanece firme la amenaza del castigo.

Por mi parte, con frecuencia os repito y doy la paz, y no cesaré de darla; y si me recibís con injurias, ni aún así sacudiré el polvo; y no porque no obedezca al Señor, sino porque ardo en caridad vehemente para con vosotros.-l|/

Por lo demás, yo no he llevado a cabo por vosotros nada arduo; no he emprendido largas peregrinaciones; no me he llegado en hábito pobre y penitente; y es preciso que yo me acuse delante de todos. Yo no vine descalzo ni sin dps túnicas; y quizás en virtud de esto os habéis descuidado de vuestros intereses espirituales. Pero, a pesar de todo, nada de eso os sirve de disculpa, aunque nuestro pecado sí resulta mayor; pero esto no os alcanza a vosotros el perdón. En aquellos tiempos apostólicos ¡a casa común era la iglesia. Entonces en aquella casa no se tenían pláticas seglares. Ahora en cambio en la iglesia no se tiene conversación alguna espiritual, sino que venís acá incluso a tratar negocios propios de la plaza. Hablando acá Dios, ni siquiera lo oís en silencio, sino que, por el contrario, habláis de negocios del siglo; y ojalá hablarais únicamente de lo que os atañe, pero habláis y escucháis lo que nada tiene que ver con vosotros. Por esto lloro y no cesaré de llorar. Porque no puedo marcharme de esta casa, sino que es necesario que en ella permanezca, hasta que salgamos de la vida presente.

Recibidnos, pues, como lo ordena Pablo. Porque no hablaba él de la mesa, sino de la buena voluntad y disposición de ánimo. Y esto es lo que pedimos de vosotros: caridad, amor ardiente y sincero. Si tales disposiciones no traéis, a lo menos amaos los unos a los otros, haciendo a un lado toda la tibieza presente. Esto bastará para nuestro consuelo: ver que procedéis correctamente y que mejoráis en las costumbres. Por mi parte, os mostraré mayor caridad aún, aun cuando, amándoos más fervorosamente, sea menos amado de vosotros. Muchos lazos nos unen: tenemos delante una mesa común; tenemos un mismo Padre; todcs nacimos de un parto espiritual; se nos ha dado una misma bebida; ni solo la misma bebida, sino el tomar del mismo cáliz. Porque nuestro Padre y pastor, queriendo unirnos en mutua caridad, nos dio a que bebiéramos de un mismo cáliz, lo que es señal de suma caridad.

Diréis que no somos dignos de los apóstoles. Por mi parte lo confieso, y nunca lo negaré, pues no podemos compararnos ni con la sombra de ellos. Sin embargo, cumplid vosotros con vuesr tro deber. De esto jamás os avergonzaréis y os será de gran utilidad. Cuando aun para quienes somos indignos mostrareis tan grande caridad, tan grande obediencia, seréis sin duda en forma mayor recompensados. Y en esto no hablemos cosas nuestras ni tenemos maestro acá sobre la tierra; sino que os damos lo que recibimos y por lo que os damos no pedimos nada en recompensa, sino únicamente vuestra caridad en pago. Y si aun de vuestra caridad no somos dignos, creo que pronto lo seremos, a lo menos porque sinceramente os amamos. Tenemos el mandato de amar no sólo a quienes nos aman sino también a nuestros enemigos. Y ¿quién será tan brutal e inhumano que habiendo recibido este mandato aborrezca y odie a quienes lo aman, aun cuando lo supongamos llenos de vicios? Hemos participado de la misma mesa espiritual, seamos consortes de la misma caridad. Si los ladrones cuando comen juntos olvidan su fiereza ¿qué excusa tendremos nosotros que participamos del mismo cuerpo de Cristo, pero no imitamos ni siquiera esa mutua mansedumbre de los ladrones?

Para muchos no ya la mesa común, sino el solo ser de la misma ciudad bastó para la amistad. Pues nosotros que tenemos comunes la ciudad y la casa y la calle y la puerta y la raíz y la vida y la cabeza y el Pastor y el Rey y el maestro y el Juez y el Creador y el Padre y en fin todo común ¿de qué perdón seremos dignos si mutuamente andamos en discordias? ¿Buscáis quizá los mismos milagros que aquellos primitivos hacían cuando se presentaban limpiando a los leprosos, echando los demonios, resucitando a los muertos? Pero precisamente lo propio de nuestra nobleza y la gran señal de caridad es el que creáis en la palabra de Dios sin esas prendas. Dios ha cesado de hacer milagros para eso; pero además os presentaré otro motivo. Pues si habiendo cesado los milagros, se entregan a la predicación los que están dotados de otras cualidades, como la amplitud en la doctrina o la excelencia en la piedad, y soberbios con eso se apartan de los demás ¿qué cismas y divisiones no habría si se les añadiera el carisma de los milagros?

Y que esto no lo digo por meras conjeturas, lo testifican los corintios, quienes por ese motivo se dividieron en bandos. No busques milagros sino la salvación de tu alma; no anheles ver a un muerto resucitado; no anheles ver a un ciego sanado; sino advierte cómo ahora todos ven con una vista mejor y más útil y aprende de aquí a usar con más moderación tus miradas y a corregir tus ojos. Si la vida de todos nosotros fuera la que debe ser, los gentiles nos admirarían más que si hiciéramos milagros. Al fin y al cabo, los milagros con frecuencia no se reputan por tales milagros y están sujetos a-ffiuchas sospechas perversas; aunque a la verdad nuestros milagros evangélicos no son de semejante naturaleza. En cambio, la verdadera virtud cierra todas las bocas.

Apliquémosnos, pues, a la virtud, pues muchas riquezas contiene y es grandemente admirada. Ella engendra la verdadera libertad, de tal manera que aun en la esclavitud se hace notar.

Y esto, no porque saque de la esclavitud sino porque hace a los esclavos más excelentes que a los libres, cosa de mayor precio que la libertad material. No hace rico al pobre; pero aunque éste permanezca pobre, lo hace más opulento que al rico. Si quieres hacer milagros, líbrate del pecado y ya los habrás hecho. Por que, carísimo, gran demonio es el pecado y si lo echas fuera, habrás hecho una obra más eximia que quien expulsa a mil demonios.

Oye á Pablo que dice, anteponiendo la virtud a los milagros: Aspirad a los dones mejores; y todavía os demuestro un caminó mejor. Y al exponer este camino, no habla de muertos resucitados ni de leprosos limpiados ni de alguna otra cosa semejante, sitio que en lugar de todo eso, habla de la caridad. Oye también a Cristo que dice: no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, sino de que vuestros nombres están es-critos en los cielos! Y ya antes había dicho: Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre y en nombre tuyo atrojamos los demonios y en nombre tuyo hicimos muchos milagros? Y yo entonces les diré: Nunca os conocí.

Y cuando iba hacia la cruz, llamó a sus discípulos y les dijo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad los unos para con los otros; y no en si arrojáis demonios. Y también: En esto conocerán todos que tú me enviaste: no en si resucitan muertos, sino si son uno.

Con frecuencia los milagros han ayudado para esto y han ayudado a otros, pero han dañado al que los hace arrojándolo a la vanagloria y a la hinchazón, o en fin de algún otro modo. Pero en las buenas obras no cabe esta sospecha, pues ayudan a quien las ejercita y a otros muchos. Practiquémoslas con gran diligencia. Si de tu inhumanidad te conviertes a dar limosna, ya habrás extendido la mano seca. Si absteniéndote del teatro entras en la iglesia, ya habrás sanado a un cojo. Si apartas tus ojos de una meretriz y de la belleza ajena, los ojos que antes estaban ciegos los habrás abierto. Si en vez de las canciones diabólicas aprendes los salmos, habiendo sido antes mudo por fin hablas. Milagros grandísimos son éstos y potentes y eximios. Perseveremos en hacer estos milagros y ellos son los que nos harán grandes y admirables y atraeremos a la virtud a todos los perversos y gozaremos de la gloria futura. Ojalá que todos la consigamos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo a quien sea la gloria por infinitos siglos de los siglos. Amén.

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