lunes, 31 de agosto de 2009

Calendario septiembre 2009

Comienza mañana un nuevo mes, septiembre, dedicado a los Dolores de María Santísima y marcado por las dos grandes fiestas que celebra la Iglesia los días 8 Y 14.
Pongo aquí el calendario de este mes, según ambos misales (Forma Ordinaria y Forma Extraordinaria).

Según la Forma Ordinaria

Puede verse aquí.

Según la Forma Extraordinaria

1
San Gil, abad

2
San Esteban, rey de Hungría, confesor

3
San Pío X, Papa

4
Feria

5
San Lorenzo Justiniano, Obispo y confesor

6 14 domingo después de Pentecostés


7
Feria

8
La Natividad de la Santísima Vírgen

9
San Gorgonio, mártir

10
San Nicolás Tolentino, confesor

11
Santos Proto y Jacinto, mártires

12
El Santísimo Nombre de María

13
15 domingo después de Pentecostés

14 La exaltación de la Santa Cruz

15
Los Siete Dolores de la Santísima Vírgen María

16
Miércoles de temporas de septiembre

17
Impresión de las llagas de San Francisco

18
Viernes de temporas de septiembre

19
Sábado de temporas de septiembre

20
16 domingo después de Pentecostés

21 San Mateo, apóstol y evangelista

22
Santo Tomás de Villanueva, Obispo

23
San Lino, Papa y mártir

24
Nuestra Señora de la Merced

25
Feria

26
Santos Cirpiano y Justina, mártires

27
17 domingo después de Pentecostés

28 San Wenceslao, duque y mártir

29
San Miguel, arcángel

30
San Jerónimo, presbítero, confesor y doctor

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo XV

HOMILÍA XXVIII

Cuando hubo subido a la nave, lo siguieron sus discípulos. De pronto se alborotó bravamente el mar, tanto que las olas cubrían la embarcación. El, con todo eso, dormía (Mt 8,23-24).

LUCAS, PARA EVITAR que alguien le exigiera la cronología exacta, dice: Sucedió cierto día que subió en la navecilla con sus discípulos. Lo mismo hace Marcos. Mateo, en cambio, va siguiendo cierto orden del tiempo. Porque no todos lo cuentan todo de una misma manera, como ya anteriormente lo advertí, a fin de que nadie, por ciertas omisiones, piense que hay oposición o disonancia. Despachadas, pues, las turbas por delante, luego él tomó consigo a sus discípulos, pues así lo afirman los evangelistas. Y los tomó consigo, no a la ventura y en vano, sino para que fueran testigos del futuro milagro. A la manera de un excelente ejercitador en la palestra, los ejercitaba para ambas cosas. Para que en las adversidades permanecieran impertérritos y en los honores procedieran con moderación.

A fin de que no se ensoberbecieran al ver que, despachadas las turbas, a ellos solos los retenía a su lado, permitió la tempestad: tanto para ese efecto, como para ejercitarlos en sobrellevar las aflicciones con fortaleza. Grandes habían sido los milagros anteriores; pero este otro les proporcionaba una especial ejercitación no despreciable, e iba a ser semejante a cierto milagro antiguo. Por tales motivos Jesús toma consigo a solos los discípulos. Antes, al hacer los milagros, permitió que el pueblo estuviera presente. Pero ahora, que iba a haber peligros y terrores, toma consigo a solos los discípulos, es decir, a los atletas de todo el orbe, con el fin de amaestrarlos.

Mateo dice solamente que El se durmió. Lucas añade que Jo hizo en el cabezal, demostrando con esto cuan lejos estaba del fausto, y para enseñarnos gran sabiduría. Levantada, pues, la tempestad y enfurecido el mar, los discípulos lo despiertan diciéndole: ¡Señor! ¡sálvanos que perecemos! Y El increpó primero a ellos y luego al mar. Pues como ya dije, todo aquello lo permitió para ejercitarlos y era figura de las tentaciones que los habían de acometer. Porque más tarde permitió que cayeran en más terribles tempestades prácticas, pero entonces tardó en socorrerlos. Por lo cual Pablo decía: No queremos, hermanos, que ignoréis la tribulación grande que nos sobrevino, pues fue muy sobre nuestras fuerzas, tanto que ya desesperábamos de salir con vida? Y poco después: que nos sacó (Dios) de tan mortal peligro.

Comienza por increpar a los discípulos, para demostrar que conviene tener confianza aun cuando se levanten grandes oleadas; y que El todo lo dispone para nuestra utilidad. A ellos les fue útil padecer turbación, a fin de que el milagro pareciera mayor y quedara en perpetua memoria. Cuando va a suceder algo que no se espera, se preparan muchas cosas necesarias para conservar su recuerdo, a fin de que el inesperado y maravilloso suceso no caiga en el olvido. Así, en el caso de Moisés, éste primero tuvo miedo de la serpiente; y no sólo le tuvo miedo sino grande terror; pero enseguida contempló el estupendo milagro.

Lo mismo sucedió con los discípulos: cuando ya desesperaban de salir con vida, fueron liberados; para que, confesando el peligro en que estuvieron, advirtieran la magnitud del prodigio. Por lo mismo El duerme. Si esto hubiera sucedido estando El despierto, o ellos no habrían temido o les habría venido al pensamiento que Cristo no podía hacer el milagro. Duerme, pues, para darles ocasión de temer y para despertar en ellos una más poderosa sensación del peligro presente. Nadie estima lo mismo lo que ve suceder en cuerpo ajeno que lo que en el propio experimenta. Viendo todos el beneficio que todos habían recibido, pero estando cada cual como si no hubiera recibido el beneficio él en particular, andaban embobados. No estaban ellos antes cojos, ni sufrían alguna otra enfermedad semejante; pero convenía que cayeran bien en la cuenta del actual beneficio. Por esto permitió Cristo que se levantara la tempestad, para que, librados ellos de ella, tuvieran una más clara percepción del beneficio.

Y por tal motivo no hace el milagro delante de las turbas, para que no los fueran a condenar como hombres de poca fe, sino que allá aparte los corrige; y luego, increpándolos, antes aplaca la tempestad de sus pensamientos que la de las aguas, diciéndoles: ¿Por qué teméis, hombres de poca je? Juntamente les enseña cómo el temor no nace de la tentación misma, sino de la poca firmeza del alma. Y si alguno dijera que los discípulos habían despertado al Señor no por temor, sino por falta de fe, responderé que esto sobre todo es señal de que no tenían de Cristo la debida idea. Sabían que El, una vez despierto, podía increpar a los vientos; pero aún no les venía al pensamiento que pudiese hacerlo también estando dormido. Pero ¿por qué te admiras de que ahora teman, siendo así que después de muchos milagros todavía eran débiles? Por esto con frecuencia Cristo los increpa, como cuando les dijo: ¿Tampoco vosotros entendéis?

No te admires, pues, de que siendo los discípulos tan débiles en la fe, las turbas no pensaran nada grande acerca de Cristo. Ciertamente se admiraban y decían: ¿Quién es éste a quien hasta los vientos y el mar obedecen? Pero Cristo no les corrigió que pensaran de El ser sólo hombre, sino que esperó; y mientras, les iba enseñando mediante los milagros que era falsa la opinión que de él tenían. Mas ¿de dónde colegían ser El simplemente hombre? Por su aspecto, su sueño, el uso de la nave para cruzar el lago. Por esto caían en estupor y decían: ¿Quién es éste? El sueño y todas las apariencias demostraban ser El un hombre; pero el mar y la tranquilidad que en él se hizo, lo comprobaban como Dios.

Aun cuando en otro tiempo Moisés había hecho algo semejante, sin embargo, en este paso se demostraba la excelencia de Cristo. Aquél, como siervo, Cristo como Señor hacían los milagros. Cristo no tendió su vara, como Moisés, ni levantó sus manos al cielo, ni necesitó suplicar; pues así como es propio del Señor mandar a los esclavos y del Creador a su criatura, así Cristo con sola su palabra y precepto apaciguó y enfrenó el mar.

Yen tal forma y tan repentinamente se disolvió la tempestad, que no quedó ni rastro de ella. Así lo declaró el evangelista cuando dijo: Y sobrevino una gran calma. Lo que el evange lista dijo acerca del Padre como una obra excelente, eso Cristo lo llevó a cabo ahora. Pero ¿qué se dijo del Padre?: Habló y se contuvo el viento de tempestad. Lo mismo en este pasaje: Ysobrevino una gran calma. Por tales motivos, las turbas su mamente lo admiraban, pero no lo habrían admirado en tan sumo grado si hubiera procedido como Moisés.

Una vez que Cristo se apartó del mar, sucedió un milagro pavoroso. Porque los endemoniados, a la manera de perversos fugitivos que ven a su Señor, gritaban: ¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? Puesto que las turbas lo confesaban como hombre, vinieron los demonios a predicar su divinidad. Y los que no habían oído eso del mar en tempestad y calmado de repente, lo vinieron a oír de los demonios: eso mismo que el mar apaciguado estaba clamando. Y para que esa voz de los demonios no pareciera simple adulación, por su propia experiencia gritaban y decían: ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos?

De manera que echan por delante su enemistad para que su súplica no pareciera sospechosa de nada. Invisiblemente eran atormentados y más que el mar padecían oleajes, traspasados, quemados y padeciendo intolerables tormentos con la sola presencia de Cristo. Y como nadie se atrevía a presentarle a aquellos endemoniados, El se les hace presente. Mateo escribe que ellos decían: ¿Has venido acá a destiempo para atormentarnos? Otros evangelistas añadieron que lo conjuraban y rogaban que no los arrojara al abismo: pensaban que su castigo era inminente y temían como si ya estuvieran sumergidos en sus tormentos.

Y aunque Lucas habla de un solo endemoniado y Mateo de dos, pero no hay contradicción. Si Lucas dijera que fue uno único el endemoniado y que en absoluto no había otro, parecería diferir de Mateo. Pero al recordar Lucas a uno y Mateo a dos, sólo hay diferencia de narración. Yo pienso que aquí Lucas se acordó del más terrible de los dos y por esto describe su desgracia, que era la más trágica: es a saber, que rompía las cadenas y ataduras y andaba por los sitios desiertos. Marcos añade que se hería contra las piedras. Por lo demás las palabras de ambos declaran bien la ferocidad y desvergüenza suya: ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? dicen.

No podían decir que no habían pecado y sólo piden no ser castigados antes de tiempo. Pues los había encontrado Jesús haciendo obras inicuas e intolerables y que destrozaban y atormentaban a criaturas suyas de mil maneras, creían los demonios que por la atrocidad de sus crímenes Cristo no esperaría a que llegara el tiempo del suplicio; y por esto le rogaban y suplicaban; y ellos, que ni con cadenas de hierro podían ser detenidos, se llegan ahora atados; ellos, que andaban por los montes, bajan ahora a los valles; ellos, que impedían a otros su camino, al ver que Jesús se les atravesaba en la senda, se detuvieron.

Mas ¿por qué gustan de morar en los sepulcros? Para instigar en la mente de muchos una creencia perniciosa; es a saber, que las almas de los difuntos se convierten en demonios, cosa que en absoluto nadie vaya a pensarfi Preguntan algunos: pero ¿qué me dices de muchos prestidigitadores que degüellan a los niños que capturan, con el objeto de tener luego su alma como sierva? Respondo: ¿cómo se demuestra? Que los degüellen es cosa que muchos afirman. Pero que las almas de esos muertos estén al servicio de sus asesinos ¿cómo lo sabes? Responden: Es que lo afirman los mismos endemoniados y dicen: yo soy el alma de fulano. Pues bien: eso es engaño y fraude diabólico. No es el alma del degollado la que habla, sino el demonio que simula para engañar a los oyentes. Si el alma pudiera meterse en la substancia del demonio, más fácilmente se metería en su propio cuerpo. Además: ¿quién que no esté loco puede creer que el alma ofendida vaya a ser compañera y criada de su ofensor? ¿o que pueda el hombre cambiar en otra substancia a un espíritu incorpóreo? Si esto no es posible en los cuerpos, ni puede nadie cambiar un cuerpo de hombre en el de un asno, con mayor razón esto no se puede hacer con un alma invisible ni podrá nadie cambiarla en substancia de demonio.

Son por consiguiente semejantes consejas palabras de vieje-cillas ebrias y espantajos de niños. No le es lícito al alma, una vez que se ha separado del cuerpo, andar vagando por este mundo. Las ánimas de los justos, dice la Escritura, están en las manos de DiosJ Si las de los justos, también las de los niños, pues no son malvadas. En cambio, las almas de los pecadores al punto serán arrebatadas de acá. Esto se ve claro en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Y en otra parte Cristo dijo: Esta misma noche te pedirán el alma?. Aparte de que no puede ser que el alma, una vez salida del cuerpo, ande vagando por acá. Y con razón. Pues si cuando emprendemos un viaje a un país conocido y ya acostumbrado, añora que andamos vestidos del cuerpo, si nos encontramos con un camino extraño ignoramos por dónde habremos de seguir, si no tenemos un guía ¿cómo el alma arrancada del cuerpo, yendo a lo que le es desconocido y no le es habitual, sabrá, sin un guía, a dónde debe dirigirse?

Por muchos otros argumentos se deduce que el alma, una vez salida del cuerpo, no puede ya permanecer aquí. Esteban decía: Recibe mi espíritu. Y Pablo: Ser desatado y estar con Cristo es mejorll Y del patriarca Abraham dice la Escritura: Anciano y lleno de días, murió en senectud buena y fue a unirse con su pueblo. Pero que tampoco las almas de los pecadores puedan andar por acá, oye al rico Epulón que mucho lo pedía y no lo consiguió; y eso que de haber podido habría venido él personalmente y habría comunicado a sus hermanos lo que por allá sucedía. Es, pues, manifiesto que tras de partir de esta vida, las almas son llevadas a cierto sitio y no pueden regresar acá, sino que allá esperan el terrible juicio.

Y si alguno pregunta: ¿por qué Cristo hizo lo que le pedían los demonios, al permitirles entrar en la manada de cerdos? respondería yo que no lo hizo por favorecerlos, sino con una múltiple providencia. En primer lugar, para enseñar a quienes hubieran sido así liberados de semejantes malignos tiranos, cuan grave ruina causan estos enemigos. En segundo lugar, para que todos aprendieran que los demonios no pueden ni aun entrar en los cerdos sin el permiso de Cristo. En tercer lugar, que si los demonios quedaban en aquellos hombres, habían de llevar a cabo cosas más terribles que en los cerdos, de no ser liberados de su desgracia por medio de aquella gran providencia de Dios. Porque nadie hay que no sepa con toda claridad que los demonios aborrecen al hombre más que a los brutos animales. De manera que quienes no perdonaron a los. cerdos sino que al punto los despeñaron, mucho más habrían hecho con los hombres, si no los hubiera enfrenado, en esa misma poderosa tiranía que ejercían, el cuidado de Dios, para que no perpetraran cosas más dañinas aún. Queda por aquí manifiesto que la providencia de Dios se extiende a todos; y si no se extiende del mismo modo a todos, también esto es un género de excelente providencia, pues se acomoda a como ha de ser útil para cada uno.

Todavía, además de lo dicho, aprendemos otra cosa: es a saber, que no sólo tiene Dios providencia de todos en general, sino en particular de cada uno, cosa que Cristo indicó a los discípulos al decirles: Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. Y puede verse esto en los dos endemoniados, puesto que mucho antes habrían sido estrangulados si no los hubiera guardado Dios con especial providencia. Permitió a los demonios entrar en los cerdos, para que los habitantes de aquella región conocieran su poder. En donde ya su nombre era conocido no se mostraba mucho en público; en donde no lo era, ahí sí se manifestaba plenamente; y en donde nadie lo conocía y el pueblo era insensible, brillaba con sus milagros para llevarlos a todos al conocimiento de su divinidad.

Y que fueran insensibles e imprudentes los que en aquella ciudad habitaban, aparece claro por lo que sucedió al fin. Habiendo sido necesario que lo adoraran y admiraran su poder, lo rechazaron y le rogaron que se alejara de sus confines. Preguntarás: ¿por qué los demonios mataron a los cerdos? Porque los demonios lo que siempre procuran es entristecer al hombre y siempre se gozan en su daño. Así lo hizo el demonio con Job, porque también este casó lo permitió Dios. Y no porque obedeciera al demonio, sino porque quería hacer a su siervo Job más resplandeciente, y aun quitar al diablo toda ocasión de impudencia, y hacer caer sobre su cabeza los crímenes que contra aquel justo cometía.

Y también ahora sucedió todo lo contrario de lo que el demonio pretendía. Porque el poder de Cristo se publicaba más claramente y la perversidad de los demonios, de la que él libró a cuantos aquéllos tenían prisioneros, se mostró más abiertamente aún, y se hizo ver que los demonios ni aun sobre los cerdos tenían potestad, si no se la daba aquel que es el Señor Dios de todos.

Si alguno quisiera tomar metafóricamente estas cosas, nada lo impide. La historia sería ésta: Conviene saber que los hombres que viven a la manera de los cerdos, son fácil presa del demonio. Y aquellos de quienes se apodera el demonio, siendo hombres, con frecuencia pueden superar a los demonios; pero si del todo se vuelven enteramente marranos, entonces no sólo son agitados por el diablo sin incluso éste los despeña en los precipicios. Y para que nadie fuera a pensar que se trataba de una simple ficción, sino que los demonios verdaderamente salieron de aquellos hombres, se comprobó el hecho con la muerte de los cerdos.

Considera aquí en Cristo la mansedumbre unida al poder. Porque como los habitantes de aquella región, tras de recibir de El tantos beneficios, lo obligaron a partirse de ahí, no se resistió, sino que partió y abandonó a los que se habían declarado indignos de recibir su predicación. Pero les dejó como maestros a los endemoniados que liberó y además a los porquerizos de quienes podían ellos investigar y conocer todo lo sucedido. Sin embargo, al irse los dejó con graves temores. La magnitud del daño en los cerdos publicaba la fama del milagro y el suceso tan notable impresionó los ánimos. De todas partes llegaban rumores que esparcían la noticia del suceso inaudito: de los que fueron curados, de los cerdos despeñados, de los dueños de la piara, de los porquerizos.

Por lo demás, también en la actualidad hay muchos endemoniados que habitan en sepulcros y cuya locura no hay quien pueda sujetarla: ni el hierro, ni las cadenas, ni la muchedumbre de hombres, ni las amenazas, ni los avisos, ni el terror, ni nada semejante. Porque cuando un lascivo se deja enredar por la belleza de los cuerpos, en nada se diferencia de un endemoniado. Igual que éste, discurre desnudo por todas partes: es decir, vestido pero despojado de las verdaderas vestiduras y de la gloria que se le debe; y no golpeándose con piedras, pero sí con sus pecados, mucho más duros que las piedras. ¿Quién habrá que pueda atar y apaciguar a un hombre que así tan desvergonzadamente procede, petulante y nunca en su pleno juicio sino siempre buscando los sepulcros? Porque sepulcro son las casas de asignación, llenas de hediondez y corrupción.

Y ¿qué diremos del avaro? ¿Acaso no es también él como ese otro? ¿Quién podrá atarlo? Ni los terrores, ni las amenazas, ni los avisos, ni los consejos. Todas esas ataduras las rompe y si alguien se le acerca para quitarle las cadenas, lo conjura a que no se las quite, pues tiene por su mayor tormento no estar en el tormento. Pero ¿qué cosa más miserable hay que pueda acontecer? El demonio aquel, aunque despreciaba a los hombres, pero al mandato de Cristo al punto salió del cuerpo. Este, en cambio, no cede ni a tal mandato. Porque aun oyendo a Cristo que cada día le dice: No podéis servir a Dios y a las riquezas aun amenazándolo con la gehenna y los suplicios intolerables, no obedece; y no porque sea más fuerte que Cristo, sino porque Cristo no nos lleva forzados al arrepentimiento. Viven tales hombres como en un desierto, aun cuando habiten en las ciudades.

¿Quien no esté loco puede alternar con semejantes hombres? Con más gusto preferiría yo habitar con infinitos endemoniados que con un solo individuo enfermo de avaricia. Y que no me equivoco al decir esto, se demuestra por lo que a ambos sucede. Los avaros anhelan dañar a quien ningún daño les ha hecho y lo tienen por enemigo; y que quien es libre, sea su esclavo para envolverlo en un sinnúmero de males. El endemoniado nada de eso hace, sino que contiene en sí mismo su propia enfermedad. Los avaros destruyen muchas familias, y hacen asi que el nombre de Dios sea blasfemado y son ruina de la ciudad y del orbe. Los endemoniados más bien son dignos de conmiseración y de lágrimas; y en muchos casos proceden sin darse cuenta. Los avaros tropiezan en pleno juicio y por en medio de las ciudades enloquecen al modo de las bacantes, arrebatados de una extraña locura.

Porque ¿cuál de todos los endemoniados se atreve a lo que hizo Judas cuando acometió la suprema iniquidad? Todos los que lo imitan son por cierto como bestias feroces escapadas de su cárcel, que perturban las ciudades, sin que pueda nadie reprimirlas. Cierto que por todas partes los rodean ataduras, como son el terror por los jueces, las amenazas de la ley, las maldiciones del vulgo y muchos otros lazos; pero ellos los rompen todos y todo lo revuelven. Si alguien rompiera semejantes ataduras, al punto se vería que están endemoniados con un demonio mucho más cruel y feroz que el que ahora narra Mateo haber salido de aquel cuerpo.

Mas ya que en la realidad no se puede, rompámosle con la ficción sus cadenas al avaro y experimentaremos su pleno furor. Pero no temáis a esa fiera así puesta al desnudo por nosotros : ¡al fin y al cabo, no se trata sino de palabras, y no la vemos aquí hecha realidad! Imaginemos, pues, a un hombre que echa fuego por los ojos, negro, con dragones que le cuelgan de los hombros, en vez de brazos. Y que en vez de dientes, tenga puñales erizados; y en lugar de lengua, un regato de veneno y ponzoña. Y cuyo vientre sea más voraz que un horno cualquiera de modo que deglute cuanto se le arroja. Y sus pies dotados de alas y más ligeros que cualquier llama; y cuya cara sea semejante a la del perro y del lobo. Y que no lance voces humanas, sino un sonido áspero, desagradable y temible; y que tenga teas encendidas en sus manos. Tal vez semejante pintura os parezca horrible, pero aún no le hemos puesto todos los colores que le convienen, pues habría que añadirle otros muchos. Por ejemplo, que degüella y devora a todos y les desgarra las carnes.

Pues bien: un avaro es peor que semejante monstruo, pues como un abismo a todos devora, a todos consume y gira por todas partes como enemigo común del género humano. No quiere que quede vivo nadie, para poseerlo él todo. Y ni aquí se detiene, sino que tras de haberlos arruinado a todos por su codicia, ansia ver deshecha toda la tierra y su substancia convertida en oro; ni sólo la tierra, sino además los montes, las quebradas, las fuentes y todo lo visible. Y para que veáis que aun así no hemos descrito todo su furor, añadamos que nadie hay que lo acuse ni le cause terror. Quitadle el miedo a las leyes y veréis cómo toma una espada y mata a todos sin perdonar a nadie, ya sea amigo, pariente, hermano o padre.

Mas ¡no, no es necesaria semejante hipotiposis! Preguntémosle a él mismo si no son estos sus pensamientos; y que con el ánimo a todos acomete y da muerte a sus amigos y parientes y progenitores. Pero ni siquiera es necesario preguntarle; pues nadie hay que ignore cómo los poseídos de semejante enfermedad llevan pesadamente la ancianidad de sus padres y estiman insoportable lo que para otros es dulce y deseable, como es tener prole. Muchos por tal motivo se esterilizaron y mutilaron la naturaleza, no sólo dando muerte a los hijos, pero aun no dejándolos nacer.

No os admiréis, pues, de que en tal forma hayamos pintado al avaro; pues al fin y al cabo es peor aún de lo que dijimos. Pero veamos cómo será posible librarlo de semejante demonio. ¿Cómo se librará? Si logra comprender claramente que la avaricia es enemiga aun para quien anhela adquirir riquezas. Quienes quieren lucrar cosas de ningún precio, sufren daños enormes, como ya se ha convertido en proverbio. Muchos, por prestar a crecidos réditos, por no haber examinado bien las posibilidades del cliente, perdieron réditos y capital. Otros, por no querer gastar un poco, perdieron en varios peligros dineros y vida. Otros, pudien-do adquirir con sus dineros altas dignidades o cosas parecidas, por usar de excesiva parsimonia todo lo perdieron. No saben sembrar y sólo se empeñan en cosechar, y con frecuencia pierden la cosecha.

Es que nadie puede perpetuamente cosechar, como tampoco lucrar. No quieren gastar y no saben lucrar. Y si necesitan desposarse, caen en el mismo daño. Pues se precipitan a mayores pérdidas, si la esposa les resulta pobre en vez de rica, o si es rica y anda cargada de innumerables defectos. Porque no es la opulencia lo que engendra riquezas, sino la virtud. ¿Ni qué utilidad acarrean las riquezas si la esposa es pródiga, gastadora y disipa todo lo que tiene como el viento? ¿O si es lasciva y se atrae a infinitos amantes? Y ¿si es ebria? ¿No reducirá a su esposo en breve tiempo a la miseria?

Ni sólo se engañan los ricos en escoger esposa, sino también en comprar esclavos, cuando adquieren no los que son probos y diligentes, sino los más baratos. Pensando, pues, todo esto (ya que aún no habéis podido escuchar explicaciones acerca de la gehenna y del reino de los cielos); y trayendo a la memoria los daños que con frecuencia os ha causado la avaricia en los réditos, en las compras, en los desposorios, en los patrocinios y en todos los demás géneros de negocios, apartaos del amor a los dineros. Podréis así pasar tranquilos esta vida; y luego escuchar, ya más cultivados, los discursos acerca de la virtud; y con la vista ya más ejercitada, contemplar el Sol de justicia y alcanzar sus promesas. De las cuales ojalá todos participemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILÍA XXIX

Subieron a una barca, hizo la travesía y vino a su ciudad. Le presentaron a un paralítico acostado en su lecho; y viendo Jesús la fe de aquellos hombres dijo al paralítico: Confía, hijo; tus pecados te son perdonados (Mt 9,1-2).

LLAMA AQUÍ el evangelista a Cafarnaúm: su ciudad. Pero en donde nació fue en Belén y en donde se educó fue en Nazaret. Sin embargo, fue en Cafarnaúm donde residió por mucho tiempo. Y se trata aquí de un paralítico diferente del que refiere Juan. El de Juan yacía en la piscina; éste, en Cafarnaúm. Aquél tenía treinta y ocho años de parálisis; de este otro nada se dice. Aquél no tenía quien se encargara de él; éste, al contrario, tuvo quienes lo llevaran a Jesús. A éste, Jesús le dijo: confía: se te perdonan los pecados; al otro: ¿ quieres sanar? 1 A aquél lo curó en sábado; a éste, no en sábado, pues de otro modo lo habrían acusado los judíos: ellos que aquí callan y en Juan acusan e insisten en perseguirlo.

No sin motivo he dicho lo que precede, sino para que nadie sospeche que se trata de un mismo paralítico y crea que hay aquí contradicción. Considera cuan manso y modesto se presenta Jesús. Ya antes había despachado a las turbas; y ahora, rechazado por los gerazenos, no se resistió, sino que se apartó, aunque no lejos. Y luego, subiendo en la barca hizo la travesía que podía haber hecho a pie, andando sobre las aguas. Pero no quería estar haciendo milagros para todo y continuamente, sino mantener sus disposiciones providenciales.

Dice, pues, Mateo: Le trajeron al enfermo. Los otros evangelistas dicen que fue bajado hasta Cristo, tras de haber los cargadores roto el techo; y lo pusieron delante de Cristo, sin pronunciar palabra los que lo llevaban, sino dejándolo todo al arbitrio de Cristo. A los principios Jesús recorría los pueblos y no exigía de quienes se le acercaban una fe tan profunda; pero en este caso ellos fueron quienes se acercaron y El les exigió el acto de fe. Porque dice Mateo: Viendo la fe de ellos; es decir de los que habían descolgado al paralítico. Pues no siempre requiere Cristo la fe de los enfermos; por ejemplo cuando deliran o de algún modo están fuera de sí a causa de la enfermedad. Pero aquí además era grande la fe del enfermo; pues de otra manera no habría tolerado que lo bajaran en esa forma. Y pues ellos demostraron tan grande fe, Cristo demostró su poder, al perdonar por propia potestad los pecados y mostrarse en todo igual al Padre.

Atiende ahora. Anteriormente demostró esto mismo al enseñar como quien tiene potestad. Luego, cuando el leproso, al decirle: Quiero, sé limpio. Y cuando el centurión que le decía: Di sola una palabra y mi siervo será curado; de manera que Jesús se admiró y lo colmó de alabanzas más que a todos los otros. Y cuando con sola su palabra refrenó el mar. Y cuando los demonios lo confesaban por Juez y con gran poder los arrojó. Pero aquí, en un modo superior obliga a sus enemigos a confesarlo igual a su Padre y lo esclarece por las palabras mismas de ellos. El, por su parte, mostrándose ajeno a toda ambición (porque había una gran cantidad de espectadores que impedían la entrada y fue el motivo de que los cargadores descolgaran por el techo al paralítico), no se avalanzó al punto a curar aquel cuerpo enfermo, sino que tomó ocasión de los que lo llevaban; y antes que nada curó la enfermedad que no se veía, o sea la del alma, perdonándole sus pecados: cosa que al paralítico le daba la salud, pero a El no le daba mucha gloria delante de los escribas y fariseos.

Porque éstos, excitados por su perversidad, mientras buscaban ocasión de injuriarlo, contra su voluntad hicieron que aquella igualdad apareciera más claramente. Hábil como era, se valió de la envidia de ellos para obrar un milagro. Pues como se turbaran y dijeran en su corazón: Este blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?p- veamos qué les respondió. ¿Acaso contradijo aquella opinión? Pero si no era igual a Dios, debió responderles: ¿Por qué pensáis de mí lo que no es conforme a la verdad? ¡Lejos estoy de potestad tan grande! Pero nada de esto les dice, antes bien afirmó y confirmó la opinión con palabras y con milagros.

Pareciéndole inoportuno decir a sus oyentes ciertas cosas de sí mismo, confirma eso que le atañe por medio de otros. Y, lo que es más admirable aún, no únicamente por medio de sus amigos, sino también por medio de sus enemigos, cosa que nacía de su ciencia excelente. Por medio de los amigos, cuando dice al leproso: Quiero, sé limpio; y cuando dice: No he encontrado tanta fe en Israel. Por medio de sus enemigos, en el caso presente. Pues como ellos dijeran. Nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios, El continuó: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa.

Tampoco allá cuando en otra ocasión le dijeron: Por ninguna obra buena te apedreamos sino por la blasfemia; porque siendo tú hombre te haces Dios,3 no refutó esa opinión, sino que al revés, la confirmó diciendo: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed a las obras. Y aquí da otra señal no pequeña de su divinidad y de la igualdad con su Padre. Porque ellos decían: perdonar los pecados sólo es propio de Dios. Este en cambio no sólo perdona los pecados, sino que de antemano demuestra otra cosa, que también sólo es de Dios, como es revelar los secretos de los corazones. Porque ellos no habían descubierto lo que pensaban. Dice el evangelista: Algunos escribas dijeron dentro de sí: éste blasfema. Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Y que sólo sea de Dios conocer los secretos de los corazones, oye cómo lo dice el profeta: Sólo tú conoces los corazones. Y también: Dios que escruta los corazones y los ríñones. Y Jeremías: Tortuoso es el corazón del hombre, impenetrable para el hombre. ¿Quién puede conocerlo? 6 Y además: El hombre ve la figura, pero Dios ve el corazón.'1 Y en muchos otros lugares de la Escritura puede verse que sólo Dios es quien penetra los pensamientos. De manera que para demostrarles su divinidad y su igualdad con el Padre, les descubre y revela lo que ellos dentro de sí pensaban, pero a causa de la multitud no se atrevían a declarar. Y en eso mismo manifestó gran mansedumbre de alma.

Mas ¿por qué les dijo: por qué pensáis mal en vuestros corazones? A la verdad, si había lugar para indignarse, le tocaba al enfermo, como engañado, que podía decirle: Viniste a curar una enfermedad ¿y te dedicas a curar otra distinta? ¿Cómo puedo saber que mis pecados me son perdonados? Pero nada le dice, sino que confía en el poder del médico; mientras que los escribas perversos y comidos de envidia, se oponen a los beneficios que a otros se hacen. Por lo cual Cristo, aunque con suma blandura, los corrige. Como si les dijera: si no creéis a mis primeras palabras y las juzgáis jactanciosas, daré un paso más y revelaré vuestros secretos pensamientos; y aun añadiré una tercera prueba. ¿Cuál? Que voy a dar la salud al paralítico.

Por cierto que cuando habló con el paralítico no declaró tan manifiestamente su poder como aquí, ni dijo: Yo te perdono, sino: Tus pecados te son perdonados. Pero como ellos lo obligan, más claramente deja ver su poder diciéndoles: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados. ¿Ves cuan lejos está de querer que no se le tenga por igual a su Padre? Porque no dijo que el Hijo del hombre necesitara de otro, ni que el Padre le había dado poder, sino: el Hijo del hombre tiene poder.

Y no lo dijo por fausto, sino: para persuadiros de que yo no blasfemo al hacerme igual a Dios. Es que en todas partes quiere dar pruebas claras y firmes de esa igualdad, como cuando dice: Anda y muéstrate al sacerdote, y cuando presenta a la suegra de Pedro sirviéndoles a la mesa; y cuando permite que los cerdos se despeñen al mar. Del mismo modo, ahora presenta la salud corporal como signo de la remisión del pecado; y como señal de la salud corporal el que el enfermo cargue con su lecho, para que nadie piense que lo ocurrido eran simples apariencias.

Pero no hizo el milagro antes de preguntarles: ¿Qué es más fácil: decir tus pecados te son perdonados o decir levántate y anda? Como si les dijera: ¿Qué os parece cosa más fácil: sanar un cuerpo enfermo o perdonar al alma sus pecados? Manifiestamente el sanar el cuerpo. Cuanto el alma es más excelente que el cuerpo, tanto más es perdonar los pecados que curar el cuerpo. Pero como aquello primero es oculto y secreto y lo segundo es más manifiesto, añadió lo que era menos difícil pero más claro para que por esto se mostrara lo que es mayor pero más oculto. Y así también reveló lo que ya el Bautista había dicho: El que quita el pecado del mundo? Una vez que por su mandato se puso el enfermo en pie, Jesús lo despachó a su casa, demostrando nuevamente cuan lejos estaba de todo fausto y que la curación no había sido imaginaria: y pone a los mismos escribas como testigos de ella.

Como si dijera al paralítico: Por cierto que yo hubiera querido mediante tu enfermedad sanar a estos otros que parecen sanos pero que están enfermos del alma. Mas, pues no lo quieren ellos, tú vete a tu casa. Vete a tu casa para que allá corrijas a los que allá viven. ¿Adviertes cómo se muestra creador del cuerpo y del alma? Porque sana la parálisis de ambos elementos; y por medio de lo que es manifiesto hace conocer lo que es oculto. Pero los escribas todavía se arrastraban por tierra. Pues dice el evangelista: Y glorificaban a Dios de haber dado tal poder a los hombres. Se les resistía la carne. Jesús no los increpó; pero de todos modos cuidó de serles útil, incitándolos con las obras a creer y levantando al cielo sus ánimos. Por de pronto, no era poco que pensaran que El venía de Dios y que era el más grande de los hombres. Si esto hubieran conservado firmemente en su pensamiento, con avanzar un poco lo habrían reconocido como Hijo de Dios.

Pero no lo retuvieron firmemente, y por lo mismo no pudieron acercarse al pensamiento de su divinidad. Aunque todavía más adelante decían: Este hombre no puede venir de Dios2 Y también: ¿Cómo puede éste venir de Dios? Y con frecuencia trataban de esto, poniendo delante estos velos que ocultaran sus vicios. Es lo mismo que al presente hacen muchos, que mientras parecen fructificar y vengar a Dios, se entregan a sus pasiones, siendo así que lo conveniente es practicar toda mansedumbre. El Dios de todos, en cuyas manos está el vibrar el rayo contra los que blasfeman, cuida de hacer salir el sol, enviar sus lluvias y proveernos de todo generosamente. Conviene que lo imitemos rogando, amonestando, instruyendo con dulzura, pero no irritarnos con fiereza.

De la blasfemia ningún daño recibe Dios, para que tú te enciendas en ira: el que blasfema es quien recibe la herida. Gime, pues, vierte lágrimas; porque digno es de lágrimas semejante vicio; y para curarlo no hay remedio mejor que la mansedumbre. Esta es más poderosa que cualquier violencia. Advierte en qué forma se expresa en el Antiguo y en el Nuevo Testamento el Señor que recibe la injuria. En el Antiguo dice: ¡Pueblo mío! ¿qué te he hecho? M- En el Nuevo dice: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? Y Pablo ordena a los suyos corregir con dulzura. Y el mismo Cristo cuando se le acercaron los discípulos que le rogaban hacer descender fuego del cielo, con vehemencia los increpó y les dijo: ¡No sabéis de qué espíritu sois!

En este pasaje Cristo no dice a los escribas: ¡Oh execrables! ¡oh embaucadores! ¡oh envidiosos y enemigos de la salud de los hombres! Sino simplemente: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Es pues necesario curar la enfermedad con dulzura. Quien se vuelve mejor por humanos temores, pronto volverá a la maldad. Por tal motivo ordenó Cristo que no se tocara la cizaña, dando tiempo a la penitencia. Pues muchos de ellos hicieron penitencia, y fueron buenos, habiendo antes sido malos: así Pablo y el publicano y el buen ladrón. Después de haber sido cizaña se cambiaron en trigo maduro. Cierto que en las plantas esto no puede hacerse; pero en los propósitos de la voluntad se hace fácilmente, porque ésta no está sujeta a esas leyes de la naturaleza, sino que fue honrada con el don del libre albedrío.

Si ves pues a un enemigo de la verdad, hazle algún servicio, cuida de él, vuélvelo al camino de la virtud siendo para él un excelente ejemplo de vida; habíale correctamente, empéñate en ayudarlo y auxiliarlo, toma todos los medios para que se enmiende; imita a los médicos excelentes que usan de diversas clases de medicinas, y cuando ven que la úlcera no cede con la primera usan de otra y luego enseguida de otra, de manera que unas veces cortan, otras aplican vendajes. Tú, pues, hecho médico de las almas, usa de todos los modos de curar, conforme a las leyes de Cristo, para que recibas la recompensa de tus buenas obras y de la salud alcanzada por otros, haciéndolo todo a gloria de Dios y alcanzando por ahí la gloria para ti mismo. Porque dice: Yo honro a los que me honran y desprecio a los que me desprecian.

Hagámoslo todo para su gloria y para alcanzar aquella divina herencia. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

domingo, 30 de agosto de 2009

Domingo XXII del Tiempo Ordinario


DOMINGO 30 DE AGOSTO

22º DOMINGO ORDINARIO

-Día del Señor-

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 85, 3.5)

Dios mío, ten piedad de mí, pues sin cesar te invoco. Tú eres bueno y clemente y no niegas tu amor al que te invoca.

Se dice Gloria

ORACIÓN COLECTA

Dios misericordioso, de quien procede todo lo bueno, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti a fin de que podamos crecer en tu gracia y perseveremos en ella. Por nuestro Señor Jesucristo...

Lectura del libro del Deuteronomio: 4, 1-2.6-8

En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: "Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir y entrar a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de tus padres, te va a dar. No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando: Cumplan los mandamientos del Señor que yo les enseño, como me ordena el Señor, mi Dios. Guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos. Cuando tengan noticias de todos estos preceptos, los pueblos se dirán: 'En verdad esta gran nación es un pueblo sabio y prudente'. Porque, ¿cuál otra nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos como lo está nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Cuál es la gran nación cuyos mandatos y preceptos sean tan justos como toda esta ley que ahora les doy?". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Del salmo 14
R/. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

El hombre que procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. R/.

Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. R/.

Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes, ése será agradable a los ojos de Dios eternamente. R/.

Lectura de la carta del apóstol Santiago: 1, 17-18.21-22.27

Hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de lo alto, del creador de la luz, en quien no hay ni cambios ni sombras. Por su propia voluntad nos engendró por medio del Evangelio para que fuéramos, en cierto modo, primicias de sus criaturas. Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN (Stgo 1, 18)
R/. Aleluya, aleluya.

Por su propia voluntad, el Padre nos engendró por medio del Evangelio, para que fuéramos, en cierto modo, primicias de sus criaturas. R/.

Lectura (Proclamación) del santo Evangelio según san Marcos: 7, 1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?" (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas). Jesús les contestó: "¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres". Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Se dice Credo

ORACIÓN DE LOS FIELES

Pidamos, hermanos, al Señor dé oídos a las súplicas de su pueblo. (Respondemos a cada petición: R/. Te rogamos, Señor, óyenos).

Tengamos presente, hermanos, en nuestra oraciones a la Iglesia santa, católica y apostólica, para que el Señor la haga crecer en la fe, la esperanza y la caridad, roguemos al Señor. R/.

Oremos también por los pecadores, por los encarcelados, por los enfermos y por los que están lejos de sus hogares, para que el Señor los proteja, los libere, les devuelva la salud y los consuele, roguemos al Señor. R/.

Oremos también por las almas de todos los difuntos, para que Dios, en su bondad, quiera admitirlos en el coro de los santos y de los elegidos, roguemos al Señor. R/.

Pidamos también por los que nos disponemos a celebrar la Eucaristía, para que el Señor perdone las culpas de los que vamos a participar de sus sacramentos, otorgue sus premios a los que ejercerán los diversos ministerios y dé la salvación a todos aquellos por los que ofrecemos nuestro sacrificio, roguemos al Señor. R/.

Mira, Señor, a tu familia, reunida en el domingo para celebrar la resurrección de tu Hijo, y escucha con benevolencia sus súplicas; no permitas que te honremos solo con los labios mientras nuestro corazón está lejos de ti, ni que, dejando a un lado el mandamiento de Dios, nos aferremos a las tradiciones humanas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acepta, Señor, los dones que te presentamos y realiza en nosotros con el poder de tu Espíritu, la obra redentora que se actualiza en esta Eucaristía. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO DOMINICAL IX

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque de tal manera gobiernas a tu Iglesia, que en todo lugar y en cada momento, le proporcionas lo que más conviene. No cesas, en efecto, de asistirla con la fuerza del Espíritu Santo, para que, confiada siempre a ti en el amor, ni abandone la plegaria en la tribulación, ni deje de darte gracias en el gozo, por Cristo nuestro Señor. Por eso, unidos a los coros angélicos, te aclamamos, llenos de alegría: Santo, Santo, Santo...

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Sal 30, 20)

Qué grande es la delicadeza del amor que tienes reservada, Señor, para tus hijos.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Te rogamos, Señor, que este sacramento con que nos has alimentado, nos haga crecer en tu amor y nos impulse a servirte en nuestros prójimos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo, XIV

HOMILÍA XXVI

Habiendo entrado en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le suplicaba y decía: Señor, mi siervo yace en casa paralitico, gravemente atormentado (Mt 8,5).

EL LEPROSO se acercó a Cristo cuando éste bajaba del monte; y por el contrario el centurión se le acerca al ir a entrar en la ciudad de Cafarnaúm. ¿Por qué ni aquél ni éste se le acercaron cuando estaba allá en el monte? No fue por desidia, pues ambos tenían una fe ardiente, sino para no interrumpirlo mientras enseñaba. Y acercándosele le dijo: mi siervo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Afirman algunos que el centurión, como excusándose, alegó el motivo de traer consigo al siervo. Porque no podía, dice, ser llevado estando paralítico y gravemente atormentado y exhalando el 'último aliento. Porque Lucas refiere que se encontraba en tal extremo que estaba para morir.

Por mi parte, yo pienso que lo hizo dando señales de su gran fe, mucho mayor que la de aquellos que por el techo descolgaron al otro paralítico. Como sabía bien que el solo mandato del Señor podía levantar del lecho al enfermo, le pareció inútil llevarlo. ¿Y qué hace Jesús? Hizo ahora lo que nunca antes había hecho. Como en todas partes se acomodaba a la voluntad de los suplicantes, aquí, sin embargo, se adelanta y no sólo promete curar al enfermo, sino ir personalmente a la casa. Y lo hace para que conozcamos la fe del centurión. Si no hubiera prometido esto, sino que le hubiera dicho: Vete, que tu siervo está sano, no conoceríamos la virtud del centurión. Lo mismo hizo en el caso de la sirofenicia, pero por modos contrarios.

En el caso presente, sin ser invitado, espontáneamente promete ir a la casa, para que veas la fe y la gran humildad del centurión. En cambio a la sirofenicia le niega el don que pide y la orilla a la duda, a ella que persevera en pedir. Siendo él médico sagaz y perito, sabe sacar de las cosas contrarias efectos opuestos. Aquí descubre la fe del centurión prometiéndole espontáneamente ir a su casa; allá, mediante una larga tardanza y aun repulsa, nos descubre la fe de aquella mujer. Lo mismo hizo con Abraham cuando le dijo: No lo ocultaré a mi siervo Abraham,1 para descubrirte y enseñarte cuánto lo amaba y cuan grande providencia tenía de Sodoma. También los ángeles enviados a Lot no querían entrar en su casa, para darte así noticia de la hospitalidad de aquel justo.

¿Qué dice, pues, el centurión? Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Oigámoslo todos cuantos queremos recibir a Cristo, porque también ahora es posible recibirlo. Oigámoslo e imitémoslo, y recibamos a Cristo con el mismo fervor. Di una sola palabra y mi siervo será curado. Observa cómo el centurión, lo mismo que el leproso, tienen una opinión verdadera respecto de Cristo. Pues tampoco éste dice: ruega, ni suplica, sino únicamente manda. Y luego, temeroso por modestia, de que Cristo se negara, añadió: Porque también yo soy un subordinado; pero bajo mi mando tengo soldados y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace.

Preguntarás: pero ¿qué se concluye de aquí, si es que el centurión solamente sospechaba el poder de Cristo? Porque lo que se quiere saber es si Cristo lo proclamó y confirmó. ¡Bella y prudentemente lo preguntas! Investiguémoslo, pues. Desde luego encontramos que aquí sucedió lo mismo que en el caso del leproso. En éste, dijo el leproso: Si quieres. Y se confirma el poder de Cristo no sólo por lo que dice el leproso, sino también por las palabras de Cristo; puesto que no sólo no refutó la opinión del leproso, sino que la confirmó añadiendo algo que parecía superfluo, cuando dijo: Quiero, sé limpio, para dar firmeza a la dicha opinión. En el caso del centurión es necesario igualmente examinar si acaso Cristo también lo confirma en su opinión: encontraremos que sucedió lo mismo.

Porque apenas terminó de hablar el centurión y dio testimonio de la gran potestad de Cristo, éste no sólo no lo reprendió, sino que lo aprobó y aun hizo algo más. Porque el evangelista no dice solamente que Cristo alabó sus palabras, sino que, dando a entender lo altísimo de su alabanza, dice que Cristo se admiró; y que estando presente todo el pueblo, se lo propuso como ejemplo para que lo imitaran. ¿Observas cómo todos los que testificaban el poder de Cristo lo hacían con admiración?

Y las turbas se espantaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad. Y El no sólo no los reprende, sino que baja con ellos del monte, y con la curación del leproso los confirma en su opinión. El leproso decía: Si quieres, puedes limpiarme. Y Cristo no lo corrigió, sino que procedió como el leproso le decía, y así lo curó. También acá el centurión decía: Di sólo una palabra y mi siervo será curado. Y Cristo con admiración le dijo: No he encontrado fe tan grande en Israel. Puedes conocer lo mismo en un ejemplo contrario. Nada igual a eso dijo Marta, sino todo al revés: Yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará? Pero Cristo no la alabó, a pesar de que era su conocida y que ella mucho lo amaba y era una de las que diligentemente le servían. Al revés, la corrigió porque no se expresaba bien. Y así le dijo: ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?, con lo que la corregía por no haber creído aún. Y como ella decía: Yo sé que cuanto pides a Dios, Dios todo te lo otorga, la aparta de semejante opinión, y le enseña que El no necesita suplicar a otro, sino que es la fuente de todo bien. Y le dice: Yo soy la resurrección y la vida.

Como si dijera: Yo no tengo que esperar de otro la fuerza para proceder, sino que todo lo hago por mi propia virtud. Tal es pues el motivo de admirarse del centurión; y así lo ensalza sobre todo el pueblo y le da el honor del reino y excita a los demás a imitarlo. Y para que veas que Cristo lo dijo para enseñar a los demás la misma fe, advierte la diligencia del evangelista y cómo lo deja entender cuando dice: Volviéndose Jesús, dijo a los que lo seguían: no he encontrado tan grande je en Israel. De manera que pensar excelentemente de Cristo es lo

más propio de la fe, y es lo que nos acarrea el reino de los cielos y todos los otros bienes.

La alabanza de Cristo no consistió en solas palabras, sino que por su fe le restituyó sano al enfermo y a él lo ciñó con una brillante corona, y le prometió grandes dones con estas palabras: Muchos vendrán, del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán arrojados juera. Como ya había hecho muchos milagros, en adelante habla a las turbas con mayor confianza y libertad. Y luego, para que nadie creyera que tales cosas decía por adulación, y además para que todos vieran que el ánimo del centurión era sincero, le dijo: Ve, hágase contigo según has creído. Y al punto se siguió el milagro, como testimonio de la sinceridad de ánimo y voluntad del centurión. Y en aquella hora quedó curado el siervo. Lo mismo que sucedió con la sirofenicia. Pues a ésta le dijo: Mujer, grande es tu fe, hágase como tú quieres. Y sanó su hija?

Mas como Lucas, refiriendo este milagro, pone otras muchas circunstancias que ofrecen cierta dificultad, tenemos que examinarlas y resolver la dificultad. ¿Qué dice Lucas? Que el centurión echó por delante a los ancianos de los judíos que rogaran a Jesús ir a su casa. Mateo, en cambio, dice que él personalmente se acercó y le dijo: Yo no soy digno. Hay quienes afirman tratarse de dos centuriones, aunque hay muchos rasgos semejantes. De uno se dice: Nos ha edificado una sinagoga y ama a nuestro pueblo; del otro dice Jesús: No he encontrado fe tan grande en Israel. Del primero se dice: Vendrán muchos del Oriente, por lo que es verosímil que fuera judío.

¿Qué diremos nosotros? Que esa solución es fácil. Pero preguntamos si acaso es también verdadera. Por mi parte, creo que es un solo centurión. Dirás: ¿cómo es entonces que Mateo lo pone diciendo: Yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mientras que Lucas afirma que envió emisarios a Jesús, para que lo llamaran a su casa? Creo yo que Lucas da a entender la adulación de los judíos y la inestabilidad de los hombres que se encuentran en adversidades y cómo cambian pronto de pareceres. Es natural que cuando el centurión quería partirse, lo detuvieran los judíos adulándolo y diciéndole: Nosotros iremos y lo

traeremos. Observa sus palabras llenas de adulación, pues le decían a Jesús: Ama a nuestro pueblo y aun nos ha construido una sinagoga. No saben cuál es el capítulo de alabanzas para el centurión. Cuando debían decir a Jesús: Quería él venir personalmente a suplicarte, pero nosotros se lo impedimos considerando su aflicción y viendo en el lecho al enfermo. Y de este modo manifestar la fe del centurión. Pero nada de eso dicen a Cristo. No querían, movidos de envidia, hacer resaltar la fe del centurión; y por esto prefieren ocultar la virtud de aquel por quien se acercaban a suplicar, para que no apareciera ser persona de valer el que rogaba ni llevara a cabo el negocio a que iban, exaltando su fe. Porque suele la envidia oscurecer el entendimiento.

Jesús, en cambio, que conoce los secretos de los corazones, exaltó, contra la voluntad de los judíos, la fe del centurión. Y que esto sea la verdad, oye cómo lo interpreta Lucas cuando dice que como Jesús estuviera lejos, le envió unos mensajeros que le dijeran: Señor, no te molestes, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techoA Una vez que el centurión se vio libre de la molestia de los judíos, entonces envió a Jesús a algunos que le dijeran que él no se juzgaba digno de recibirlo en su casa. Y aunque Mateo afirme que esto lo dijo no por medio de amigos, sino personalmente, esto no importa. Lo que importa y se investiga es solamente si ambos varones declararon su fervoro' sa voluntad y tuvieron la debida opinión respecto de Cristo.

Por otra parte, es verosímil que el centurión, tras de haber enviado a sus amigos, viniera personalmente y repitiera lo mismo: cosa que si no la dijo Lucas, tampoco la afirmó Mateo. No se contradicen, pues, en la narración, sino que uno refiere lo que el otro omitió. Observa además cómo Lucas por otro camino enaltece la fe del centurión diciendo: Estaba a punto de morir el siervo, lo cual no hizo que el centurión desesperara ni le quitó la confianza, pues aun así confió en que el criado recobraría la salud. Y si Mateo afirma que Cristo dijo de él que no había encontrado en Israel fe tan grande, con lo que declara que el centurión no era israelita, Lucas asegura que había construido una sinagoga para los judíos: no se opone lo uno a lo otro. Pudo, sin ser judío, construirla y amar a la nación judía.

Por tu parte, no pases de ligero sus palabras, sino ten en cuenta su dignidad de centurión, y así apreciarás mejor su virtud. Generalmente la soberbia de quienes obtienen prefecturas es tal que ni aun en las desgracias se humillan. Así, el otro que menciona Juan, llama a Jesús a su casa y le dice: Baja antes de que muera? No así éste, sino que se muestra más excelente que aquél y que los que por el techo descolgaron al enfermo. Porque no exige la presencia corporal de Cristo ni lleva al enfermo hasta el médico (cosa que ya indica estima grande de su poder), sino que, apoyado en la opinión suya, consentánea con lo que a Dios conviene, le dice: Di sólo una palabra. Y aun antes, al principio, no dijo: Di una palabra, sino que solamente declaró lo de la enfermedad; pues por su mucha humildad pensaba que Cristo no accedería a su petición al punto, sino que iría a su casa. Y así, cuando le oyó decir: Yo iré y lo curaré, entonces le dijo: Di sólo una palabra.

No lo perturbó tanto su aflicción que no discurriera en medio de su tristeza; y no miraba tanto a la salud de su siervo como a no hacer él nada que fuera menos conveniente. Y eso que él no lo pedía, sino que fue Cristo quien se ofreció. Aun así, temió recibir más de lo que su dignidad merecía e ir a propasarse. ¿Adviertes su prudencia? Considera la necedad de los judíos que dicen: Merece que le hagas esto. Cuando lo conveniente era acudir a la misericordia de Jesús, ellos echan por delante la dignidad del centurión, y ni siquiera saben en qué forma ponérsela delante. No procedía lo mismo el centurión, sino que en absoluto se confesaba indigno no sólo del beneficio, sino aun simplemente de recibir a Cristo en su casa .

Por tal motivo, cuando dijo: Mi siervo está en cama, no añadió: ¡Di! pues temía no ser digno de aquel favor. Lo único que hizo fue declarar su desgracia. Y cuando vio que Cristo se disponía a ir a su casa, ni aun entonces se avorazó a lo que se le ofrecía, sino que se contuvo en los límites de lo conveniente. Si alguno dijere: ¿Por qué Cristo no lo honró igualmente? yo respondería que en realidad le confirió un grande honor a su vez. En primer lugar, declarando su buena inclinación y voluntad, la cual quedó manifiesta, sobre todo en no ir a su casa. En segundo lugar, porque lo introdujo en el reino y lo exaltó

sobre todo el pueblo judío. Como el centurión se había juzgado indigno de recibir a Cristo en su casa, se hizo digno aun del reino y alcanzó las mismas bendiciones y bienes que Abraham.

Preguntarás por qué motivo el leproso, que dio mayores testimonios que el centurión, no fue alabado. Porque él no dijo: Di una palabra, sino lo que es mucho más: basta con que quieras, que es lo que el profeta dice acerca del Padre: Hizo todo lo que deseó. La realidad es que también el leproso fue alabado. Pues cuando Cristo le dijo: lleva la ofrenda que mandó Moisés para testimonio de ellos, no fue otra cosa sino decirle: tú serás su acusador, pues has creído. Por lo demás, no era lo mismo que un judío creyera y que creyera un gentil. Y que el centurión no era judío, queda ya claro, pues era centurión; y también por lo que dijo Cristo: Ni en Israel he encontrado fe tan grande.

Y era en verdad cosa eximia que un hombre no contado entre los judíos pensase tan altamente de Cristo. Porque esto supone, creo yo, que ya había concebido en su mente los ejércitos del cielo; y que la muerte y las enfermedades y todas las demás cosas estaban sujetas a Cristo, como a él lo estaban los soldados. Y por esto decía: Porque también yo soy subdito; es decir: tú eres Dios, yo soy hombre. Yo soy subdito, tú no lo eres. Pues si yo, hombre y subdito, tan grande poder tengo, mucho mayor lo tendrás tú que eres Dios y de nadie eres subdito. Porque quiere, alegando la suma preeminencia de Cristo, persuadirlo de que no ha querido poner ejemplo de igual a igual, sino de una cosa altísima en exceso. Si yo, dice, que soy como otro cualquiera de los que son subditos y vivo sujeto a la potestad de otro, por esta pequeña autoridad que me confiere la prefectura, tengo tanto poder que no se me resiste, sino que cuanto impero, por vario que sea, al punto se pone por obra; y digo a uno ve, y va; y a otro ven, y viene, sin duda tú puedes cosas mucho mayores.

Hay quienes entienden este pasaje de este modo: Leen: Si yo siendo hombre. Y puntúan aquí, y luego continúan: Tengo soldados bajo mi potestad. Pero yo quiero que te fijes en cómo el centurión declara que Cristo manda aun sobre la muerte y como a un esclavo le da órdenes de Señor. Pues cuando dice: Ven, y viene; ve, y va, eso significa. Si tú ordenaras que la

muerte no venga sobre mi siervo, no vendrá. ¿Ves cuan lleno estaba de fe? Lo que hasta más tarde sería claro para todos y a todos manifiesto, eso aquí lo hace público el centurión: es a saber, que Cristo tiene potestad sobre la muerte y sobre la vida y que puede llevar hasta las puertas de la muerte y devolver desde ahí. Y no habló sólo de los soldados, sino también de los siervos cuya obediencia es mayor.

Y sin embargo, teniendo fe tan grande, se juzgaba indigno. Pero Cristo, demostrando que sí era digno de que él entrara en su casa, le hace dones mayores, pues lo admira y lo ensalza y le concede más de lo que pedía. Porque vino en busca de la salud corporal para su siervo, pero regresó tras de recibir el reino. ¿Ves cómo ya se va cumpliendo aquello de: Buscad el reina de los cielos y las demás cosas se os darán por añadidura? Por haber demostrado fe grande y humildad, le da el cielo y le añade la salud corporal de su siervo; y no sólo lo honró tan: grandemente de esta manera, sino además manifestándole cómo entraba en el reino tras de ser expulsados otros más importantes.

Por todas estas cosas, declaró Cristo que la salvación proviene, por la fe y no por las obras según la Ley. Y por esto el don de la fe se propone no sólo a los judíos sino también a los gentiles; más aún, a éstos antes que a los otros. Como si dijera: no penséis que esto sólo ha sucedido con el centurión, sino que en todo el orbe sucederá lo mismo. Y lo dijo hablando en profecía acerca de los gentiles y ofreciéndoles la buena esperanza. Porque los que lo seguían eran de Galilea de los gentiles. Decía pues estas cosas para no dejar que los gentiles perdieran ánimo, y para abatir la soberbia de los judíos.

Mas para no herir con estas palabras a los oyentes, ni dar ocasión alguna de eso, no habló de los gentiles antes; sino que ahora toma ocasión del centurión y ni siquiera usa la palabra gentiles. Pues no dijo: Muchos de los gentiles, sino: Muchos del Oriente y del Occidente, con lo que, cierto, significaba a los gentiles, mas no ofendía a los oyentes, pues la sentencia quedaba suboscura. Ni es este el único modo con que suaviza esta nueva e inaudita doctrina; sino que, además, poniendo en vez del reino el seno de Abraham. No les era conocido este nombre; en cambio mucho más los conmovía el nombre de Abraham pronunciado. Así lo hizo el Bautista, quien al principio nada dijo.

de la gehenna, sino que trajo al medio lo que más los impresionaba: No queráis alegar: tenemos por padre a Abrahamfi

Y para no parecer contrario a las antiguas instituciones, toma además otra providencia. Puesto que quien admira a los patriarcas, y a estar en su seno llama suerte de todos los buenos, quita en absoluto y de raíz semejante sospecha. Y nadie piense que en eso se encierra una sola conminación: tienen ahí los malos un doble suplicio y una doble alegría los buenos. Para los primeros y judíos, no únicamente haber perdido el sitio tan eximio, sino haber perdido lo que por derecho les correspondía; para los segundos y los gentiles, no sólo haber recibido esa porción y suerte, sino haberla recibido cuando no la esperaban. Y aun se les añade una tercera alegría, que es recibir lo que a los otros pertenecía por herencia.

A éstos, para quienes estaba preparado el reino, los llamó hijos del reino, cosa que a los otros les causaba gran dolor. Pues habiendo declarado que los judíos, según la promesa, estaban en el seno de Abraham, al punto los echa fuera. Y luego, como sus palabras eran una verdadera sentencia, la confirma con el milagro, del mismo modo que los milagros se confirman con la predicción de las cosas que después han sucedido. De manera que quien no creyera que el siervo en aquella ocasión quedó curado, que se mueva a creerlo por la dicha profecía que ya se ha cumplido. Porque la profecía, antes de que se cumpliera, fue de todos conocida por el milagro subsiguiente. Primero predijo esto Jesús y luego curó al siervo paralítico para confirmar lo futuro mediante lo presente, y mediante lo que era más se afianzara lo que era menos. Que los dotados de virtudes gocen bienes y que los viciosos sufran castigos, era algo verosímil para la razón; más aún, es lógico y conforme a las leyes de la justicia. En cambio, sanar y curar a un paralítico, era cosa que estaba sobre las leyes naturales.

Mas para esta tan grande y admirable cosa, no poco aportó el centurión, como el mismo Cristo declaró cuando dijo: Ve y hágase según has creído. ¿Ves cómo la salud restituida al siervo predica el poder de Cristo y la fe del centurión, y confirma Ja profecía de lo que había de suceder? Pero más aún: todo

ahí predicaba el poder de Cristo. Pues no sólo sanó el cuerpo del siervo, sino que también arrastró poderosamente a la fe al alma del centurión, mediante el milagro. Y no consideres únicamente que el uno haya creído y el otro haya sanado; sino admira la rapidez del negocio. La declaró el evangelista diciendo: Y sanó el siervo en aquella hora. Lo mismo que dijo acerca del leproso: y al punto quedó limpio. Mostró Cristo su poder no sólo sanándolos, sino haciéndolo de un modo inesperado y en un instante.

Ni sólo de este modo se muestra útil y ayuda, sino además porque con frecuencia, al tiempo en que obra el milagro, habla del reino de los cielos y a todos los atrae a él. Cuando amenazaba con que los judíos serían echados del reino, no los amenazaba para que en realidad fueran expulsados, sino para que mediante el temor, con sus palabras los atrajera al reino. Si ellos de esto no se aprovecharon, crimen fue suyo y de cuantos padecieron la misma enfermedad. Porque esto no aconteció a sólo los judíos, sino aun a muchos de los que creyeron. Judas era hijo del mismo reino y junto con los discípulos oyó aquellas palabras: Os sentaréis sobre doce tronos? y sin embargo, se hizo hijo de la gehenna. En cambio, el bárbaro aquel, el etíope, como fuera del número de los que vinieron de Oriente y de Occidente, recibirá la corona juntamente con Abraham, Isaac y Jacob.

Lo mismo sucede ahora. Pues dice: Muchos primeros serán postreros; y los postreros, primeros. Díjolo a fin de que ni los unos se descuiden pensando que ya no pueden volver atrás, ni los otros se confíen como si ya estuvieran firmes. Lo mismo predijo Juan desde el principio: Poderoso es Dios para de estas piedras suscitar hijos de Abraham.s Como esto tenía que suceder, se predice con mucha antelación a fin de que nadie se turbe con la novedad del negocio. Sólo que Juan, como hombre que era, lo dijo como posible; pero Cristo lo dijo como que en absoluto iba a suceder y dio la demostración mediante los milagros.

En consecuencia, no nos fiemos aun cuando estemos en pie, sino digámosnos a nosotros mismos: El que cree estar en pie, mire que no caiga? Tampoco los que yacemos por tierra desesperemos, sino digamos: ¿Por ventura el que cae no se levantará? Muchos que se habían levantado hasta la cumbre de los cielos, que habían demostrado grande paciencia y se habían retirado al desierto, y nunca, ni en sueños, habían visto a una mujer, vencidos a causa de pequeñas negligencias, fueron arrojados al abismo de la perversidad. Otros, por el contrario, desde ese abismo han subido hasta el cielo, y del teatro y las representaciones se han convertido a una vida angélica y han alcanzado tan grande virtud que aun echaban los demonios y hacían otros muchos milagros. De semejantes ejemplos están llenas las historias, llenas también las Sagradas Escrituras.

Incluso hombres fornicarios y dados a la molicie, ya cierran la boca a los maniqueos que afirman estar la perversidad connaturalizada con el hombre, con lo que hacen la obra del demonio y ponen desaliento a quienes desearían dedicarse a la virtud, y destrozan del todo la vida. Porque quienes se esfuerzan en persuadir tales cosas, no sólo destruyen en absoluto lo futuro, sino que, en cuanto está de su parte, destrozan y revuelven también la vida presente. Pues ¿cómo quien vive en la maldad se empeñará en la virtud, si está persuadido de que no puede volver a este género de vida virtuoso, si no cree que pueda hacerse mejor? Si ahora, estando establecidas las leyes, promulgados los suplicios, puesta delante la gloria que podría alentar a muchos; ahora, digo, con el temor de la gehenna y la promesa del reino; ahora, cuando se reprende a los malos y se ensalza a los buenos, apenas hay quien quiera entregarse al trabajo de la virtud; si todo eso quitamos de delante ¿qué impedirá que todo se hunda?

Observando, pues, el engaño y perversidad diabólica; y que semejantes hombres, lo mismo contra quienes quieren afirmar las leyes del hado que contra los legisladores civiles plantan sus opiniones, y contra los oráculos divinos y contra el natural raciocinio y contra la común opinión de todos los hombres, aun de los bárbaros, los escitas, los tracios y en contra de toda la

humanidad, vigilemos, carísimos, y apartémosnos de todos aquellos y caminemos por el sendero estrecho con temblor y confianza: con temblor, a causa de los precipicios que a un lado y otro se abren; con suma confianza, por el guía que tenemos, Cristo Jesús.

Caminemos como sabios y vigilantes. Si alguien dormitara un poco, se perdería. No tenemos la perfección de David, y éste, por un pequeño descuido, se arrojó al precipicio del pecado, aunque al punto se levantó. No veas, pues, en él únicamente al que peca, sino también al que lava su pecado. Semejante historia no fue escrita únicamente para que veas la caída, sino para que aprendas cómo has de levantarte después de la caída. Así como los médico? describen en sus libros las más graves enfermedades y así enseñan a otros el método de curación, para que, ejercitados en las dolencias mayores, más fácilmente dominen las menores, del mismo modo Dios nos puso delante esos gravísimos pecados, para que quienes han caído en faltas pequeñas encuentren en el ejemplo de aquéllos un modo más fácil de enmienda. Si las grandes caídas tuvieron remedio, mucho más lo tendrán las menores.

Veamos cómo enfermó y cómo recobró la salud aquel bienaventurado varón. ¿Cuál fue su enfermedad? Fornicó y asesinó. Porque no me avergüenzo de publicarlo en alta voz. Si el Espíritu Santo no creyó ser torpe publicar toda esa historia, mucho menos debemos nosotros referirla de un modo oscuro. De modo que no solamente la predicaré, sino que añadiré algo más. Quienes tales cosas ocultan oscurecen las virtudes de aquel varón; y así como callando sus batallas contra Goliat se le privaría de no pequeña corona, así lo mismo harían quienes pasaran por alto esta historia.

¿No estoy diciendo algo inesperado? Mas esperad un poco y veréis que con todo derecho sacamos a luz la dicha historia. Para eso explico claramente ese pecado y por tan desusados caminos del discurso, para preparar así remedios más abundantes- ¿Qué es pues lo que propongo? La virtud de este varón, cosa que hace aún más grave su pecado. Porque el juicio que se haga en aquel día no es uno mismo para todos los hombres, pues dice la Escritura: Los poderosos serán poderosamente atormentados.- Y también: El siervo que conociendo la voluntad de su amo no se preparó ni hizo conforme a ella, recibirá muchos azotesX De modo que el mayor conocimiento es causa de mayor castigo. Así el sacerdote que cae en pecados iguales a los de sus inferiores, sufrirá penas no iguales, sino mayores.

Quizá vosotros, al ver cómo amplifico el pecado de David, teméis y os aterrorizáis y os admiráis de verme caminar como por el borde de un precipicio. Pero yo confío de tal manera en la virtud de este justo y en sus méritos, que aun voy a pasar más adelante, pues cuanto más exagere su crimen, tanto mayores alabanzas podré dedicarle. Preguntarás: pero ¿es que puedes decir algo mayor todavía? Y mucho mayor por cierto. Así como el pecado de Caín no fue sólo de asesinato, sino mucho peor que muchos asesinatos, pues dio muerte no a un extraño, sino a un hermano suyo; y a un hermano que ningún mal le había hecho, sino al revés, había sido dañado por él; y no tras de haberse cometido muchos asesinatos, sino siendo él el primero que inventó aquel execrable crimen, así en este otro ejemplo de que venimos tratando, el crimen no fue solamente un asesinato. Porque el homicida no fue un hombre vulgar, sino un profeta; y mató no a quien le infería daño, sino a quien él mismo había dañado, puesto que la víctima ya había sido dañada a causa del adulterio del profeta con la esposa de aquél: de modo que añadió este pecado.

¿Veis cómo no perdono a este varón aunque justo? ¿cómo sin ambages ni disimulos refiero y cuento sus crímenes? Pues bien: confío en tal manera en su defensa, que tras de tal montaña de crímenes, quisiera tener presentes a los maniqueos, que traen y llevan sobre todo este hecho, y a los marcionistas, para egregiamente refutarlos. Afirman ellos que David fue adúltero y fue asesino. Pues yo afirmo que no sólo fue eso, sino que, como ya demostré, fue dos veces asesino: tanto porque la víctima ya había sido dañada por él, como por la alta dignidad del matador. Puesto que no es lo mismo que cometa semejante crimen un hombre que ha recibido el Espíritu Santo, ha sido colmado de tan grandes beneficios y ha llegado a tal potestad

y a edad tal, y que lo cometa otro hombre que nada de eso posee.

Pero precisamente por aquí aparece más admirable David y más esforzado varón, pues caído en el abismo de la maldad, no perdió el ánimo, no desesperó, no se dejó caer totalmente aunque herido con herida mortal por el demonio; sino que pronto, más aún, al punto y con gran vehemencia, causó al diablo una herida mayor que la por él recibida. Es como si en una batalla, un bárbaro cualquiera hubiera clavado una pica en el corazón o en las entrañas de un esforzado milite y aun le hubiera añadido una segunda mortal herida; pero al punto el herido, salpicado todo de sangre de las heridas, se levantara y blandiendo su pica, pasara de parte a parte a su enemigo y lo dejara instantáneamente caído en tierra y muerto.

Lo mismo es el caso presente. Cuanto más exageréis la herida causada a David, tanto más pondréis de manifiesto el admirable ánimo del herido, puesto que tras de tan grave herida pudo levantarse y presentarse en el frente mismo de la barricada y derribar al enemigo. De cuan grande esfuerzo esto necesite, lo saben quienes han caído en graves pecados. No es de un ánimo tan esforzado y ardoroso el llevar a cabo la empresa caminando derechamente y así recorrer el estadio completo, puesto que lleva como compañera la buena esperanza que lo espolea y excita sus nervios y le comunica presteza, como lo es el de quien es-forzadísimamente, tras de mil coronas, trofeos y victorias, ha caído peligrosamente, pero vuelve a continuar su carrera.

Para mayor claridad de lo que digo, procuraré poneros delante otro ejemplo no inferior al que precede. Piensa en un patrón de nave que ha recorrido mares infinitos, el cual tras de tan largas navegaciones y muchas tempestades, escollos y oleajes, con abundante cargamento de mercancías, acaba por naufragar en el puerto mismo. ¿Con qué ánimo quedará para futuras navegaciones y nuevos peligros de mar? ¿Querrá en adelante, si no es de valerosísimo ánimo, si siquiera ver jamás un litoral, un puerto, una nave? Yo pienso que no, sino al revés, sino que yacerá oculto, convirtiendo los días en noches a causa de la tristeza, falto de toda esperanza, y preferirá llevar una vida de mendigo a de nuevo afrontar los anteriores trabajos.

No procedió así este varón bienaventurado. Sino que, tras de tan horroroso naufragio, tras de trabajos y sudores tan graves, no permaneció oculto, sino que de nuevo sacó al mar su nave y desplegó las velas, y tomó el timón y soportó nuevos trabajos y consiguió más abundantes riquezas que anteriormente. Pero, si es cosa admirable ponerse en pie y no quedarse tendido por tierra y el entusiasmarse de nuevo y llevar a cabo tales esfuerzos ¿de cuántas coronas será digno? Y había muchos motivos que lo empujaban a la desesperación. Desde luego, la grandeza de su pecado. Además, el haberle sucedido no en la edad juvenil, cuando la esperanza de la conversión es mayor, sino cuando ya su edad declinaba. Un comerciante que naufraga al salir del puerto, no se duele tanto como el que tras de largas navegaciones, al fin se estrella contra un escollo. En tercer lugar, el que esto le sucediera tras de haber reunido tantas riquezas espirituales. Porque para entonces tenía ya no pequeño cargamento de virtudes, como eran las de las empresas de su adolescencia, la lucha contra Goliat cuando reportó tan espléndida victoria, la mansedumbre que ejercitó con Saúl. Porque manifestó una magnanimidad ya evangélica, al tener infinitas veces en sus manos a su enemigo y perdonarlo siempre; y al preferir perder su patria, su libertad y aun su vida, antes que dar muerte al que injustamente le ponía asechanzas.

Y una vez que alcanzó el reino, llevó a cabo muchas buenas obras no pequeñas. Añádase la general estima en que se le tenía, pues podía causarle no poca perturbación el haber caído de gloria tan alta. No lo rodeaba de tan grande esplendor la púrpura, cuanto lo cubría de vergüenza la mancha de pecado tan feo. Sabéis vosotros cuan amargo es que nuestros pecados se divulguen y cuánta magnanimidad se requiere para que un hombre acusado de tantos delitos y que tiene como testigos de sus crímenes un número tan grande de hombres, no decaiga de ánimo. Pues bien: el fervoroso David arrancó de su alma todos esos dardos; y en adelante brilló de tal manera, de tal modo lavó las manchas, tan limpio se presentó, que aun logró el perdón de sus pósteros, después de muerto; hasta el punto de que Dios dijo de él lo mismo que había dicho de Abraham, y aun mucho más. Del patriarca dijo: He recordado mi alianza con

Abraham. En cambio acerca de David no habla de alianza. ¿Qué es lo que dice?: Yo protegeré a esta ciudad por mi siervo David. Ni permitió Dios que Salomón, que tantos crímenes había cometido, perdiera el reino, por su benevolencia para con David. Y llegó a tanto la estima, que después de muchos años, Pedro en su discurso a los judíos, vino a decir: Séame permitido deciros con franqueza del patriarca David que murió y fue sepultado. Y Cristo, hablando a los judíos, declara que David, aun después de su pecado, mereció tan grande gracia de! Espíritu Santo que se le concedió profetizar su divinidad. Y cerrándoles por aquí la boca, decía: Pues ¿cómo David en espíritu lo llama Señor diciendo: Dijo el Señor a mi señor: siéntate a mi diestra?

Sucedió además con David lo mismo que había sucedido con Moisés. Pues así como Dios a pesar de Moisés castigóle a su hermana María, por haber ésta injuriado a su hermano, y lo hizo porque en gran manera amaba al hombre santo; del mismo modo, a pesar de David, lo vengó de su hijo rebelde. Todo lo precedente, aparte de otras muchas cosas, declara suficientemente la virtud de David. Pues cuando Dios da su sentencia, nada queda por examinar. Ahora, si queréis conocer más en particular sus virtudes, pueden ver quienes lean la historia de las hazañas que llevó a cabo después de su pecado, su gran confianza en Dios y cómo Dios benevolente lo favoreció y cómo adelantó en las virtudes y cuan correctamente vivió hasta el fin de su vida.

Enseñados con estos ejemplos, vigilemos y cuidemos de no caer. Pero si alguna vez sucede que caigamos, no permanezcamos caídos. Porque no he expuesto el pecado de David para haceros desidiosos, sino para poneros temor. Si este justo por haberse descuidado un poco, tantas heridas recibió ¿qué no sufriremos nosotros que cada día nos damos a la pereza? No pienses que él cayó para que tú seas negligente. Más bien considera cuántas y cuan grandes obras hizo después. Cuántas lágrimas derramó. Cuan grande penitencia hizo días y noches, y lavó

con el llanto su lecho y anduvo vestido de cilicio. Pues si él tan sincera y profundamente se convirtió ¿cómo podremos nosotros alcanzar la salvación, nosotros que tras de tantos pecados, no nos compungimos ni dolemos? Quien está armado de muchas buenas obras, puede por ellas lograr el perdón de sus pecados; pero el que va desarmado, sea cual fuere el dardo con que el demonio lo acometa, recibirá una herida mortal.

Pues para que esto no suceda, armémosnos de buenas obras; y si acaso cometimos algún pecado, purifiquémosnos al punto. Todo con el objeto de que, una vez pasada la vida presente, en actos de glorificación a Dios, disfrutemos de la futura. Ojalá todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILÍA XXVII

Habiendo entrado Jesús en la casa de Pedro, halló a la suegra de éste que yacía en el lecho con fiebre. La tomó de la mano y la fiebre la dejó y ella se levantó y se puso a servirles (Mt 8,14-15).

MARCOS, PARA significar el tiempo, usó la expresión: al punto. Pero Mateo solamente notó el milagro, pero no el tiempo. Hay quienes dicen que la enferma le suplicó la salud, pero Mateo también esto lo calló. Sin embargo, no hay discrepancia alguna; sino que lo uno es propio de quien abrevia, lo otro de quien amplifica. Mas ¿por qué Cristo entró en la casa de Pedro? Yo pienso que fue para comer. Parece significarlo el evangelista al anotar que: ella se levantó y les servía. Porque Cristo solía ir a la casa de sus discípulos como se ve en Mateo, cuando éste lo invitó. Los honraba de esta manera, para tornarlos más empeñosos. Considera en este paso la reverencia de Pedro para con Cristo. Teniendo él a su suegra en el lecho, en casa, con alta fiebre, no llevó a Jesús a su morada, sino que esperó a que se terminara la explicación doctrinal y a que fuera sanando a todos los demás; y finalmente cuando Jesús entró en su casa entonces le rogó. De este modo Cristo le iba enseñando a posponer los negocios de los demás a los propios.

De manera que no fue Pedro quien introdujo a Jesús en la casa, sino fue Jesús quien espontáneamente penetró en ella. Y esto después de que el centurión le había dicho: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Declaró con eso cuan grato le era el discípulo. Considera qué clase de viviendas eran las de los pescadores; pero Cristo no tuvo a menos entrar en ellas, para enseñarnos a pisotear todo fausto humano. Advierte cómo

a veces sana con sólo una palabra, a veces alarga la mano, a veces hace ambas cosas, llevando la medicina hasta a los ojos. No quería hacer siempre los milagros de un modo espectacular. Por de pronto convenía ocultarse, sobre todo si estaban presentes los discípulos, quienes por el gozo extremo que les causaban los prodigios, todo lo habrían divulgado. Una cosa es manifiesta: que desde que bajó del monte ordenó a sus discípulos que nada publicaran.

Tocó pues el cuerpo de la enferma, y no sólo apagó la fiebre, sino que le devolvió la completa salud. Como la enfermedad no era grave, mostró su poder en el modo de curarla. Lo hizo de tal manera como no lo habría podido hacer la medicina. Porque ya sabéis que cuando la fiebre desaparece, se necesita largo tiempo para que los enfermos vuelvan a su primer vigor. Este modo especial no lo usó Jesús solamente aquí. También lo usó en el mar, cuando no únicamente aplacó los vientos y la tempestad, sino que al punto reprimió la hinchazón de las olas, cosa también insólita; pues aun cuando cese la tempestad, por largo tiempo continúa el fluctuar de las olas. Ese modo lo declaró el evangelista diciendo: Se levantó y les servía. Era esto al mismo tiempo señal del poder de Cristo y del agradecimiento y cariño de la mujer para con Cristo.

Otra cosa notamos aquí: que Cristo concede la salud a unos por la fe de los otros. En este caso otros eran los que rogaban y no el enfermo, como también en el caso del centurión. Concedía este género de gracias por ruegos de otros, con tal de que quien era curado también creyera, cuando el enfermo no podía ir personalmente a Cristo, o cuando por ignorancia el enfermo aún no tenía una alta idea de Cristo, o bien cuando el enfermo no tenía aún edad suficiente.

Ya atardeciendo, le presentaron muchos endemoniados y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el projeta Isaías, que dice: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. ¿Ves cómo ha crecido en seguida la fe de las multitudes? Pues ni aun haciéndoseles tarde querían apartarse; ni les parecía tiempo inoportuno la tarde para llevar a sus enfermos. Considera cuan grande cantidad de los que fueron curados pasan en silencio los evangelistas, sin contarlos uno a uno; sino que refieren con sola una palabra el piélago inmenso de milagros.

Y para que no engendrara incredulidad la grandeza del prodigio, como fue el que curara y dejara sanos a tantos y de tan varias enfermedades y en brevísimo tiempo, el evangelista aduce el testimonio del profeta, declarando con esto que tenemos en la Escritura la demostración grande de todas las cosas, demostración de no menos valor que el de los milagros. Dice, pues, cómo Isaías ya lo había profetizado cuando aseveró: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. No dijo Isaías que las destruyó, sino tomó, cargó. Me parece que esto lo dice el profeta más bien de los pecados que no de las enfermedades. Y consuena con el profeta la sentencia del Bautista: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Entonces ¿por qué aquí lo pone el evangelista, tratando de las enfermedades? O bien por seguir la costumbre de los historiadores, o bien para indicar que la mayor parte de las enfermedades provienen de las culpas del alma. Si la muerte, que es como la cabeza de todas ellas, trajo su origen del pecado original, mucho más las enfermedades que de ahí nacieron, puesto que de ese pecado proviene el que seamos pasibles.

Viendo Jesús grandes turbas en torno suyo, dispuso partir a la otra ribera. ¿Ves cuan ajeno se halla de la ostentación? Los otros evangelistas refieren que increpaba a los demonios para que no dijeran quién era; pero aquí Mateo dice que él mismo apartó a la turba. Lo hizo para enseñarnos a ser modestos y también para aplacar la ira de los judíos y adoctrinarnos que nada hiciéramos por vanagloria. Porque no sólo curaba los cuerpos, sino que corregía las almas y las adoctrinaba para la virtud. Se manifestaba así con ambos poderes: curando los cuerpos y en nada procediendo por fausto. Muchos lo seguían atraídos por el amor y la admiración, y anhelando contemplarlo sin interrupción. Porque ¿quién se iba a separar cuando tantos milagros hacía? ¿quién no iba a querer contemplar el rostro de quien tales maravillas obraba?

Porque no era solamente admirable por los prodigios, sino que su sola presencia expandía gracia. Lo indicó el profeta diciendo: El más hermoso de los hijos de los hombres. Y aunque Isaías dice: No hay en él parecer, no hay hermosura que pueda verseé pero lo entiende o bien de la gloria indecible de la divinidad, o bien narrando lo que llevó a cabo en la Pasión y la ignominia al tiempo de la crucifixión; o bien la austeridad que por todo el tiempo de su vida en todo demostró.

Pero no dio orden de pasar a la ribera opuesta, hasta que hubo curado a todos los enfermos. Otra cosa, sin duda que ellos no la habrían tolerado. Así como en el monte estaban presentes no sólo cuando hablaba, sino que luego, cuando callaba, lo seguían, así ahora no se apegaban a él solamente mientras hacía milagros, sino que aun después de los milagros continuaban sacando grande utilidad espiritual aun de sólo contemplar su rostro. Si Moisés tuvo un rostro resplandeciente de gloria; si Esteban tuvo un rostro como de ángel, piensa cuan verosímil es lo grandemente hermoso que aparecería el común Señor de todos. Quizá ahora mismo, muchos de vosotros estáis inflamados con los anhelos de contemplar y ver aquella su figura; pero si queremos podremos verla muy más resplandeciente. Si vivimos practicando la virtud y llenos de confianza, lo recibiremos en las nubes cuando salgamos al encuentro suyo en cuerpo inmortal e incorruptible.

Considera, por otra parte, con cuánta suavidad los aparta, sin espantarlos. No les ordenó: ¡Retiraos!, sino que simplemente dispone que pasen a la otra orilla, dejando la esperanza de que él mismo irá allá al otro lado. Así las turbas le manifestaban mucho amor y lo muy aficionadas a El, y lo seguían. Pero hubo un cierto escriba, individuo esclavo de las riquezas y lleno de arrogancia, que se le acercó y le dijo: ¡Maestro1, ¡te seguiré a dondequiera que vayas! ¿Observas cuan grande es su arrogancia? Parece no querer contarse entre los de la turba; y así, presentándose como si no se le hubiera de tener por uno de tantos, con semejantes disposiciones se acerca. Tales son las costumbres de los judíos: llenas de una intempestiva familiaridad y confianza. Del mismo modo, otro, en cierta ocasión, cuando todos callaban, salió al medio y le dijo: ¿Cuál es el mandamiento primero? 4 El Señor no le corrigió aquella importunidad para enseñarnos a llevar con paciencia a semejantes hombres. Por igual motivo, tampoco reprende en público a quienes pensaban mal, sino que responde a lo que piensan, dejando que ellos a solas comprendan su refutación, y ofreciéndoles una doble utilidad: que caigan en la cuenta de que El conoce los secretos de la conciencia y de que aun dándoles indicios de esto, sus pensamientos queden ocultos, para que tengan oportunidad, si quieren, de arrepentirse: que es lo que aún ahora hace.

Porque este escriba, al ver los milagros y la turba que concurría, esperaba enriquecer mediante los prodigios; y por este motivo anhelaba seguir a Cristo. ¿Cómo queda esto claro? Por las palabras de Cristo, quien no responde a las expresiones materiales del que le habla, sino a su pensamiento. Como si le dijera: ¿qué, pues? ¿esperas tú poder amontonar riquezas si vienes conmigo? ¿No ves que yo no tengo ni siquiera donde hospedarme como lo tienen las aves? Porque le dice: Las raposas tienen sus cuevas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza. Tales palabras no eran de quien rechaza, sino de quien corrige la torcida intención y de quien le da opción de seguirlo, si quiere, pero con ese panorama.

Y para que veas la perversidad del escriba, en cuanto esto oyó y quedó así corregido, no contestó: Estoy dispuesto a seguirte. Con frecuencia Cristo en otras ocasiones hace lo mismo: no corrige abiertamente, pero por la respuesta deja ver lo que pensaban sus interlocutores. Al que le dijo: Maestro buenop y esperaba que con esa adulación lo atraería a su parecer, le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Y cuando le dijeron: Tu madre y tus hermanas están ahí juera y desean hablarte porque los que lo buscaban procedían demasiado humanamente y no querían escucharle las cosas útiles, sino mostrarse como parientes suyos y lograr así una vanagloria, oye lo que les dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y a sus hermanos que le decían: Muéstrate al mun-do? pues querían de esto sacar alguna gloria vana, les dijo: Mi tiempo no ha llegado aún, pero el vuestro siempre está pronto.

Y también procede al contrario, como cuando le dice a Natanael: He aquí a un verdadero israelita en el cual no hay engaño.% Y también: Id y anunciad a Juan lo que oísteis y vis

teis. Porque aquí no responde a las palabras del que le envió

los mensajeros, sino al pensamiento de Juan. También al pueblo

le habla según éste pensaba. Pensaban de Juan como si fuera

un hombre ligero y versátil y así les corrige ese pensamiento y

les dice: ¿Qué habéis salido a ver en el desierto? ¿Una caña

agitada por el viento? ¿o a un hombre vestido con molicie?, significándoles con esto que Juan no era un veleidoso, ni tal que

con alguna cosa muelle se le pudiera ablandar.

Pues bien: en el caso actual responde igualmente al pensamiento del interlocutor. Considera cuan grande moderación usa. Porque no dice: Tengo habitación, pero la desprecio. Sino que dice sencillamente: No tengo. ¿Observas cuánta exactitud manifiesta juntamente con la suavidad indulgente? Procede lo mismo que cuando comía y bebía y llevaba un tenor de vida al parecer contrario al del Bautista. Porque lo hacía para la salvación de los judíos; o mejor dicho, de todo el orbe; y para cerrar la boca a los herejes y con el anhelo de atraerse a los que estaban presentes.

Otro le decía: Señor, permíteme primero que vaya a enterrar a mi padre. Observa la diferencia. El otro impudente decía: Te seguiré a dondequiera que vayas. Este, en cambio, aun pidiendo una cosa santa y de piedad, le dice: Permíteme. Cristo no se lo permitió. ¿Qué fue lo que le respondió? Deja a los muertos que entierren a sus muertos: tú ven y sigúeme. En todas partes Cristo mira a la voluntad. Preguntarás: ¿por qué no se lo permitió? Porque había quienes cumplieran con esa obra de caridad y el muerto no quedaría sin sepultura; por lo cual no era indispensable apartar al interlocutor de cosas más necesarias.

Y cuando dice: sus muertos, declara que aquel de que trata

ba no era muerto suyo. Según creo, el muerto era uno de lo¡>

que no creían. Y si te admiras de que el joven fuera a pedir per

miso para una cosa tan necesaria y no la abandonara espontáneamente, admírate mucho más de que, aunque la prohibió Jesús, el joven se quedó con El. Preguntarás: pero ¿acaso no era propio de un hijo ingratísimo eso de no estar presente a las exequias de su padre? Si lo hubiera hecho por desidia, sí era propio de un hijo ingratísimo; pero si urgía una cosa más necesaria, habría sido por el contrario suma perversidad el acudir a las exequias.

Se lo prohibió Jesús, no porque ordenara despreciar el debido honor a los padres, sino para demostrar que nada nos es tan necesario como atender a las cosas del cielo y que en ellas hay que ocuparse con extremada diligencia, y que ni un poco se han de retardar aun cuando las cosas que atraen a otro asunto parezcan en exceso urgentes. ¿Qué cosa más urgente que sepultar a su padre? ¿qué cosa más fácil? Porque no se iba a llevar mucho tiempo. Pues si no es lícito consumir tanto tiempo cuanto se necesita para sepultar a su padre; si no es cosa segura el abandonar las cosas espirituales ni por brevísimo tiempo, piensa ¿de qué penas seremos dignos los que olvidamos y abandonamos casi por tiempo completo los intereses de Cristo y anteponemos vilísimas ocupaciones y aun sin que nada nos surja somos desidiosos?

Conviene admirar la sabiduría de semejante doctrina; doctrina que a este joven tan fuertemente lo enclavó y adhirió a la palabra de Cristo; pero además lo libró de muchos males y llantos y luto y las demás consecuencias. Puesto que tras de lar sepultura era necesario examinar el testamento, distribuir las partes de la herencia y hacer todo aquello que esto llevaba consigo; de manera que el joven, llevado de unos oleajes en otros, habría sido empujado lejos del puerto de la verdad. Por esto Cristo lo atrae y lo une consigo.

Pero si aún te admiras y te parece mal que se le prohibiera estar presente a las exequias de su padre, quisiera yo que pensaras cómo hay quienes, sabiendo que los interesados han de sufrir molestias con los funerales del padre o de la madre, el hijo u otro cualquiera, no permiten que se les notifique ni que acudan a la sepultura. Y no por esto los acusamos de inhumanos o crueles. Y con razón. Lo contrario, es decir, llevar al duelo a quienes tanto lo sienten, sería lo inhumano.

Y si es cosa reprobable que los parientes en semejante estado de ánimo se pongan a llorar y se contristen, mucho peor es que

con palabras se les retraiga de las cosas espirituales. Por esto dice en otra parte: Nadie que después de haber puesto la mano al arado mire atrás, es apto para el reino de los cielos'. Porque con mucho es mejor predicar el reino de Dios y apartar a otros de la muerte espiritual, que el ir a sepultar a un muerto que ya nada nos ayuda: sobre todo cuando sobran otros que pueden cumplir con ese oficio. De modo que de aquí desprendemos otra lección: que no conviene perder ni una brizna de tiempo. Aun cuando infinitas otras cosas nos urjan, siempre se han de anteponer las cosas espirituales a las demás, aun muy necesarias; y es necesario caer en la cuenta de lo que es la vida y de lo que es la muerte.

Porque muchos de los que parecen vivir, en nada se diferencian de los muertos, si viven en la perversidad. Más aún: son peores que los muertos. Pues dice Pablo: El que muere queda absuelto de su pecado;- mientras que el perverso que vive, vive en la maldad. Ni me digas que no lo roen los gusanos, que no yace en el túmulo, ni ha cerrado los ojos ni está ligado con cintas. Porque sufre cosas peores que un muerto; no porque lo devoren los gusanos, sino porque lo desgarran bestias feroces, que son sus pasiones. Y el que tenga los ojos abiertos resulta peor con mucho que si los tuviera cerrados. Porque los ojos de un cadáver nada ven de malo, mientras que este otro se atrae con los ojos abiertos infinitas enfermedades. Aquél yace inmóvil en el túmulo y no puede ya moverse en absoluto; éste yace enterrado en el sepulcro de sus enfermedades sin cuento.

Me dirás: pero ¿es que tú no ves ya su cadáver corrompido? Y esto ¿qué? Pues antes de que su cuerpo se pudra, éste tiene corrompida el alma y destrozada con mil hedores. Aquél huele mal durante unos diez días; este otro, en cambio, lanza su hediondez durante toda la vida y lleva una boca más inmunda que todas las cloacas. En una palabra: difieren aquél y éste en una sola cosa. En que aquél sufre una corrupción impuesta por la naturaleza; éste, aparte de esa corrupción, se echa encima la otra que nace de sus corrompidas costumbres, y cada día se busca nuevos infinitos géneros de corrupción.

Dirás: ¡pero éste va caballero en un corcel! ¿ Qué significa eso? Puesto que el otro va también en su féretro. Pero hay más

aún: mientras al muerto nadie lo ve corromperse y mal oliente, porque va en su ataúd cubierto con un velo, el vivo y hediondo anda por todas partes paseando su alma muerta en su cuerpo vivo, como en un sepulcro. Si se pudiera ver el alma del hombre que vive entre deleites y perversidades, verías que fuera mejor que estuviera atado con fúnebres cintas y puesto en el sepulcro, que no encadenado con los lazos del pecado; y que fuera mejor tener encima una loza sepulcral que no esa tapa de la insensibilidad.

Conviene, pues, que los parientes cercanos de semejantes muertos, ya que éstos permanecen insensibles, se acerquen a Jesús en favor de ellos, como antiguamente lo hizo María en favor de Lázaro. Y aun cuando huela mal, aun cuando lleve ya cuatro días en el sepulcro, no desesperes. Acércate, remueve de antemano la lápida. Verás entonces al infeliz tendido, como en el sepulcro, y atado con las fúnebres cintas. Y si os parece, traigamos al medio a algún varón eximio. Pero no temáis. Propondré el ejemplo callando el nombre. Más aún: aun cuando yo pronunciara el nombre, ni aun así habría que temer. Porque ¿quién jamás temió algo de un muerto? Pues si algo hiciera, de todos modos, muerto permanece. Y un muerto no puede causar daño en forma alguna a uno que aún vive.

Veamos, pues, su cabeza atada. Porque cuando se embriagan, así como los muertos están atados con aquellas cintas y velos, así en éstos los sentidos se cierran todos y quedan ligados. Y si os place ver las manos, las verás atadas al vientre, como las de los difuntos, y encadenadas no con cintas, sino con las cadenas de la avaricia, que son mucho peores. Porque la avaricia no les permite extenderse para hacer limosnas ni otra buena obra. Las torna más inútiles que las de un cadáver. ¿Quieres que también observemos los pies? ¡Están igualmente ligados! Mira cómo anda el perverso con los peales de los cuidados, con lo que no pueden moverse para venir a la iglesia.

¿Has observado al muerto? Observa ahora al enterrador. ¿Quién es el enterrador? El demonio. ¿Quién es el sepulturero? El demonio, que lo estrecha y deja que el hombre aparezca no como verdadero hombre, sino como leño seco. Porque donde no hay ojos, ni manos, ni pies, ni nada parecido ¿cómo podrá parecer que es hombre? Del mismo modo su alma en tal forma

puede verse encadenada con cintajos y bandas, que más parece figurilla que alma. Y pues tales hombres yacen muertos y sin sensibilidad, acerquémosnos a Jesús en favor de ellos. Rogué-mosle que los resucite. Removamos la piedra, es decir, la insensibilidad y privación del sentido de lo malo y pronto los sacarás del sepulcro. Y una vez que los hayas sacado, más fácilmente los desatarás de sus ataduras.

Y a ti ¡oh muerto! una vez que hayas vuelto a la vida, una vez que estés libre de tus ataduras, Cristo te llama a su cena. En consecuencia, todos los que sois amigos de Cristo, los que sois sus discípulos, los que tenéis caridad con los muertos, acercaos suplicantes a Jesús. Pues aun cuando el cadáver sea en extremo mal oliente, en forma alguna deben abandonarlo sus parientes; sino tanto más acercársele cuanto mayor sea su corrupción, como lo hicieron las hermanas de Lázaro. Y nos hemos de apartar, rogando, suplicando, orando, hasta que lo recibamos vivo. Si en esta forma cuidamos de nuestros intereses espirituales y de los que tocan a los prójimos, rápidamente alcanzaremos la vida futura. Ojalá nos acontezca a todos disfrutarla, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.