viernes, 28 de agosto de 2009

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo, XII

HOMILÍA XXII

Mirad los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió coma uno de ellos (Mt 6,29).

UNA VEZ que Cristo hubo tratado acerca del alimento necesario y demostró que na debemos inquietamos por él, descendió a- cosas de menor importancia. Porque no es tan necesario el vestido como el alimento. Pero ¿por qué aquí no echa mano del ejemplo de las aves 7 no nos habla del pavo y del cisne o de la oveja? Porque ciertamente de estos animales podían tomarse abundantes ejempfos. Poes porque quería hacer ver la magnitud ctel negocio por ambos eaminos: así por la nulidad de esos vegetales que brillan con gran esplendor, como por la excelencia del ornato que a los lirios se ha concedido. Y así, tras de hacemos la descripción que precede, ya no los Mama lirios, sino hierba del campo. Ni se contentó con eso,, sino que añadió otra calidad despreciable de ellos al decir: que hoy es. Y no continuó diciendo: y mañana ya no existe, sino que añadió algo que mejor indica la bajeza de ellos. Porque dijo: y se echa al fuego. Tampoco dijo simplemente la viste, sino: así la viste.

Advierte cómo procede y los muchos pasos por donde avanza a cosas más aventajadas y mayores. Lo hace para impresionar a los oyentes y obligarlos; y por lo mismo continuó: ¿No hará mucho más con vosotros? que es expresión de mucho énfasis. Ese con vosotros no significa nada menos, sino que se ha dignado conceder al género humano honor grande y grande cuidado. Como si dijera: Vosotros a quienes dio el alma, para quienes formó el cuerpo, para cuyo uso creó todo lo visible, en cuyo bien envió a los profetas y dio la Ley y os colmó de bienes sin cuento y por

cuya redención entregó a su Hijo Unigénito y por medio de El ha dispensado dones infinitos.

Tras de haberles claramente manifestado y declarado esto, luego los increpa y dice: Hombres de poca fe. Así es este Señor que aconseja. Una vez que claramente ha expuesto las cosas, no sólo exhorta a la práctica, sino que además estimula para más excitar a la obediencia de sus preceptos. Con estas palabras nos enseña a no inquietarnos, pero además a no admirarnos si contemplamos magníficas vestiduras. Hierba es la belleza: ¡hermosura de hierba tierna! Más aún: más bello es el heno que ese vestido tuyo. Entonces ¿por qué te ensoberbeces de una cosa en que tanto te supera la hierba?

Considera, además, cómo ya desde el principio declara ser fácil y ligero este precepto, pues los va enseñando mediante los contrarios y por las cosas que más temen. Después de haber dicho: Considera los lirios del campo, añadió: no trabajan. De modo que su precepto tiende a liberarnos del trabajo. De modo que no hay trabajo en no preocuparse de esas cosas, sino al revés en cuidar de ellas y andar inquieto. Y así como al decir no siembran, no por eso quiso suprimir las siembras, sino únicamente la preocupación, así cuando dice: No trabajan ni hilan, no por eso prohibió esas obras sino la inquietud en ellas. Pues si Salomón fue superado por la belleza de los lirios; y esto no una ni dos veces sino durante todo su reinado (pues nadie puede afirmar que ahora se vestía de un modo, ahora de otro; ni tampoco que por sólo un día brilló con tan grande esplendor, pues eso indicó Cristo al decir: en toda su gloria y reino); ni fue inferior a sólo una de las flores, sino a cualquiera de ellas y no pudo imitar ni a una sola (pues por eso dijo Cristo como uno de éstos, y cuanto dista la verdad de la mentira tanto así distaban las flores en belleza respecto de aquellos vestidos); si pues aquel rey se confesó vencido, siendo el más espléndido de cuantos reyes han existido ¿cuándo podrás tú vencer a los lirios, ni siquiera acercarte un tanto a su hermosura?

Nos enseña, pues, aquí a nunca ambicionar semejante belleza en el vestido, al ver cómo termina la de la hierba, que tras de su esplendor es arrojada al fuego. Ahora bien: si para la hierba, tan vil y tan inútil para el uso, tiene Dios tan gran providencia, ¿cómo se descuidará de ti, viviente el más necesario de

todos? Preguntarás ¿por qué entonces hizo a la hierba tan hermosa? Para manifestar su sabiduría y su poder y para que todos conozcan su gloria. Porque no sólo los cielos proclaman la gloria de Dios?- sino también la tierra. Y significando esto dijo David: Alabad al Señor, árboles frutales y todos los cedros. Unas criaturas entonan las alabanzas del Creador con sus frutos, otras con su grandeza y otras con su hermosura.

Gran señal es de sabiduría y poder el que a seres en sí vilísimos (puesto que ¿qué hay más vil que lo que hoy es y mañana ya no existe?) los adorne el Creador con tan grande belleza. Si al heno, que para nada sirve, le concede vestirse así (puesto que ¿de qué sirve su hermosura sino para alimentar el fuego?) ¿cómo no te concederá las cosas de que tú necesitas? Si a las criaturas más bajas de todas así tan abundantemente las adornó, y esto no para alguna utilidad, sino para mostrar su magnificencia, con mucha mayor razón te honrará a ti, que eres de mucho más altísimo precio que todas ellas, y te dará todo lo necesario para tu uso.

Pues Cristo había demostrado a los oyentes la gran providencia de Dios, y además era necesario increparlos, usa en esto segundo de gran suavidad echándoles en cara no una plena incredulidad, sino solamente poca fe. Les dice: Pues si a la hierba del campo que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? Y todo eso lo hace El mismo; porque todas las cosas fueron hechas por El y sin El nada se hizop y sin embargo, no se nombra a sí mismo. Porque por el momento, para cimentar su autoridad bastaba con que en cada precepto antepusiera aquello de: Habéis oído que se dijo a los antiguos. No te admires, pues, de que en lo que sigue se oculte a sí mismo o diga de sí mismo algunas cosas más humildes. Por entonces sólo se preocupaba de que su palabra se hiciera creíble y fuera captada por sus oyentes y de demostrar que no era adversario de Dios, sino que estaba en todo de acuerdo con su Padre.

Eso mismo hace aquí. Porque en su largo discurso con frecuencia lo nombra, admira su sabiduría, su providencia en todas, las cosas, grandes- y pequeñas. Así, hablando de* Jerusalén, la llama ciudad- del grao, Rey; y al recordar el cielo, k> llamó solio de Dios; y ai extenderse acerca del gobierno del universo, todo lo, atribuye a. su Padre, diciendo: Que hace nacer su sol sobre buenos, y malos y llueve sobre justos y pecadores. Y al proponer el. modo de orar nos enseña a decir: Parque de El es el reino, el poder y la gloria. Y ert este pasaje, tratando de la providencia de su Padre y declamando ser El. excelente Opífice aun en las cosas pequeñas, dijo: Viste la hierba del campa. Y no lo Harija- Padre suyo, sino de tos oyentes, para impresionarlos con este honor, y para que después cuando El lo llamara su Padre, ellos no se indignaran. Si pues: no debemos inquietarnos por las cosas de poco precio ni por las necesarias ¿qué excusa valedera pueden tener quienes andan, preocupados por las grandes? Más aún: ¿qué excusa podrán tener los-que na duermen, por andar tras de los biene" ajenos?

No. os preocupéis, púes, diciendo ¿qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso. ¿Observas cómo de nuevo los increpa con. mayor viveza y les declara que El' na ha ordenado nada oneroso, ni duro? De modo que así como cuando decíai: Si amáis a. los que os- aman, nada grande hacéis, pues también las gentiles. hacen eso, con traer a. la memoria a los- gentiles- excitaba a sus oyentes a la perfección ;. así abara vuelve: a traerlos" para, excitar a los otros y, demostrarles que lo que nos, exige no es otra cosa sino el pago de una deuda. Si es. necesario superar a los- escribas y fariseos ¿de qué pena no seremos dignos nosotros, que no sólo no los superamos, sino que permanecemos en la bajeza de los paganos e imitamos su falta de confianza?

Ni se contentó con increparlos, sino que, habiéndolos aguijoneado, los excitó y los puso en vergüenza con vehemencia suma; y luego por. otro camino los- consoló diciendo: Porque vuestro Padre celestial' sabe que necesitáis de todo eso. No dijo: sabe Dios, sino: sabe el Padre, para levantarlos a mayor confianza y esperanza. Porque siendo El Padre, y tal Padre, no podrá descuidar a sus hijps- que en tan- graves- aprietos se encuentran, cosa que ni aun los hombres, cuando son padres, lo soportan.

Introduce luego otro raciocinio. ¿Cuál? Que necesitáis de todo esto. Quiere decir lo siguiente: ¿son acaso superfluas ta

les cosas para que El las pase por alte? Pues bien, ni aun las cosas superfhias las despreció, como se ve en la hierba del campo. Pero a ia verdad éstas no sea superflüas sino necesarias. De manera que lo que tú tienes como justa causa de inquietud, precisamente eso es lo más idóneo para apartar de ti la preocupación. Y si instas y dices: conviene que yú me preocupe, pues se trata de cosas necesarias, yo te diré lo contrario: precisamente porque san necesarias no le inquietes. Si fueran Superflüas, hí aun así habría que perder la confianza, sino confiar en que se pueden proveer. Ahora bien, como son necesarias, en forma alguna conviene desconfiar.

¿Qué padre hay que descuide el dar a su hijo lo necesario? De modo que sin duda Dios lo dará. El es el Creador de la na-turaieza y sabe perfectamente qué sea lo necesario. Nunca podrás tú decir que ciertamente El es Padre y que también tales cosas son necesarias, pero que El ignora cuándo las necesitamos. Quien conoce la naturaleza y es su Creador y la conformó así como es, conoce mejor que tú, que estás necesitado, de lo que ella exige, como es manifiesto. El tuvo a bien que tú sufrieras esta dificultad. No se contradirá en lo que ha querido, de tal manera que por una parte te ponga en la necesidad y por otra te prive de lo necesario.

No nos inquietemos, pues, ya que, al fin y al cabo, con eso nada ganamos si no es el destrozarnos a fuerza de cuidados. Puesto que el Padre celestial nos proporciona lo que necesitamos, estemos o no preocupados, andemos o no inquietos, y más bien no estándolo ¿qué nos queda de la ansiedad e inquietud sino el habernos atormentado con superfluos cuidados? Quien ha sido invitado a un banquete jamás se preocupará por los alimentos; ni quien se acerca a una fuente anda angustiado por el agua. No nos portemos, por consiguiente, como pobres desvalidos y abatidos, nosotros que tenemos a la mano una abundancia mucho mayor que en mil fuentes y banquetes; es decir, la providencia divina.

Añade luego otra razón para confiar en todas las cosas y en todas las circunstancias, diciendo: Buscad primero el reino de los cielos y todo lo demás se os dará por añadidura. Levantados ya los ánimos, les trae a la memoria el reino de los cielos. Porque vino para disolver las antiguas ataduras y para llamamos

a una patria mejor. Por eso pone todo su empeño en apartarnos de las cosas superfluas y librarnos del apego a las terrenales. Tal fue la razón de recordar a los gentiles cuando dijo que éstos andaban con, anhelo y preocupación de las cosas de la vida presente y en eso ponen todo su trabajo y empeño, pues para nada tienen en cuenta las futuras ni el cielo. Pero para vosotros, como si dijera, no son aquéllas sino éstas las principales. No hemos sido creados para comer, beber y vestirnos, sino para obedecer a Dios y alcanzar los bienes futuros.

De manera que, en consecuencia, así como estas cosas son pasajeras y de poco peso, así las hemos de pedir como de paso. Por esto decía: Buscad primero el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura. Y no dice simplemente se os dará, sino: por añadidura, para que entiendas que de las cosas que actualmente te da, ninguna hay de tal magnitud que pueda compararse con la grandeza de las venideras. Por lo cual no ordena pedir aquéllas sino estas otras y confiar en que a éstas se añadirán las otras. Busca las futuras y se te darán las presentes. No anheles las cosas visibles y ciertamente conseguirás las futuras. Es cosa indigna que vayas a Dios con tales peticiones de lo visible. Tú, que debes poner todo empeño y cuidado en aquellos bienes inefables, te deshonras al ponerlos así en el anhelo de cosas pasajeras.

Preguntarás: ¿cómo es entonces que nos ordenó pedir el pan? Atiende a que añadió enseguida cotidiano; y más aún, añadió de nuevo: hoy como también lo hace aquí. Porque no dijo únicamente no estéis inquietos, sino: por el mañana, dejándonos así en libertad de pedir y al mismo tiempo aplicando el alma a cosas más necesarias. Ordenó pedir el pan y lo demás, pero no porque Dios necesite de avisos, sino para que aprendiéramos que nosotros todo lo bueno lo ejercitamos con su auxilio; y para que con la asiduidad en pedir nos le hagamos familiares. ¿Ves cómo también por aquí los persuade y les enseña que juntamente recibirán los bienes presentes? Porque quien da los dones mayores con mucha mayor razón dará los menores.

Como si dijera: no os he ordenado que no estéis inquietos ni pidáis nada para que andéis miserables y desnudos, sino precisamente para que abundéis en tales bienes: cosa que a la verdad podía atraer mucho a los oyentes. Así como al vedar la ostentación ante los hombres cuando se hace limosna, puso como principal razón que luego con mayor abundancia la honra les será devuelta (pues dice: Y tu Padre que ve en lo oculto te premiará públicamente), así en este pasaje, al apartar a su auditorio de andar buscando las cosas presentes lo persuade sobre todo con que tales cosas se prometen con mayor abundancia a quienes no las buscan. Te prohibo, dice, que las busques, no para que no las recibas, sino para que más abundantemente las recibas y en un modo a ti conveniente y con la conveniente utilidad: no vaya a sucederte que, inquieto y destrozado con los cuidados de estas cosas temporales, te vuelvas indigno de ellas y también de las espirituales; y que te atormentes con inútiles cuidados y decaigas del propósito de lo eterno. No queráis, pues, estar inquietos por el día de mañana. Bástale a cada día su malicia, es decir, su propia miseria y tribulación. ¿No te basta con la de comer tu pan con el sudor de tu rostro? ¿Por qué añades otra miseria mediante la inquietud, tú que has de ser liberado de los trabajos anteriores?

Llama aquí malicia no a la maldad ¡lejos de eso! sino a la miseria y trabajo, a las molestias, como dice en otra parte: ¿Habrá en la ciudad malicia cuyo autor no sea Dios?, donde malicia no significa rapiña ni avaricia ni otra cosa semejante, sino las miserias y castigos enviados del cielo. Y también dice: Yo doy la paz, yo creo lo malo. Tampoco aquí se refiere a la perversidad, sino sólo al hambre y a la peste, que el vulgo estima malas, porque ha entrado en la costumbre de muchos decir que son malas. Así aquellos cinco adivinos y sacerdotes de los sátrapas, cuando soltaron para que anduvieran a su placer las vacas uncidas al arca y sin sus ternerillos, llamaron malicia o mal a las llagas y dolo y tristeza de ahí nacidos, que les envió el cielo. Pues lo mismo aquí significa cuando dice: Le basta al día su malicia.

Nada hay que así atormente el ánimo como los cuidados y las preocupaciones. Por lo mismo Pablo, al exhortar a la guarda de la virginidad, daba este consejo: Yo os querría libres de todo cuidado? Cuando Costo afiade que d mañana será solícito de sí misjno, "o quiere decir que el día sea solícito para sí; sino que, por hablar a una multitud aún imperita, como quisiera poner lénfas" en su sentencia, presenta al tiempo como si fuera una persona, habiéndoles conforme a una costumbre muy ¿generalizada. Aquí, por cierto, lo da como un consejo; pero más adelante lo pnopone como ley: No llevéis oro ni plata ni alforja para el camino. Hasta que practicó todo eso con el ejemplo, hasta entonces lo estableció como ley, con base más firme; pues su sentencia había sido ya aceptada y apoyada con las obras, ¿Cuándo demostró con las obras? Oye cómo lo dice: El Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza. Mas no contento con esto, muestra el ejemplo también en sus discípulos, al formarlos según esta norma y no permitir que algo les faltara. Medita en su providencia, que supera el afecto de cualquier padre. Ordeno esto, dice, para libraros de toda preocupación inútil, y rao por otro motivo. Si hoy andas intranquilo por el mañana, mañana lo andarás de nuevo. ¿Qué es aquí lo inútil? Que obligas al día a que se aflija con miserias mayores que las que ya le tocaron por suerte. Le añades a sus trabajos propios la carga de los del siguiente día; y no porque con este añadir disminuyas la carga del día siguiente, sino sólo añadiendo trabajos a trabajos. Presenta Cristo, para más impresionar a los oyentes, al tiempo como si fuera una persona, y como herido y gritando contra ellos a causa de la molestia inútil. Se te dio el día para que cuides de lo que a él atañe. ¿Para qué le acumulas los cuidados del día siguiente? ¿No es acaso para él suficiente carga su propio cuidado? ¿por qué le impones una carga mayor?

Siendo el Legislador quien habla así; y siendo él quien nos ha de juzgar, medita tú cuan buena esperanza nos propone al testificar que esta vida es laboriosa y miserable, a tal punto que basta la preocupación y cuidado de un solo día para afligirnos y destrozarnos. Y sin embargo, tras de tanto y tan excelente como se ha dicho, todavía nosotros andamos inquietos por esas cosas; y en cambio descuidamos el cielo e invertimos el orden de valores, luchando contra la sentencia de Cristo por ambos (1Co 7,32 Mt 10,9-10) caminos. Porque, obsérvalo bien. Dice El: No busquéis las cosas presentes en absoluto; y nosotros continuamos buscándolas. Buscad, dice, las cosas del cielo; y nosotros no les dedicamos ni siquiera el breve tiempo de una hora. Cuanta solicitud mostramos por las cosas de este siglo, tanta es la negligencia, y aun mucho mayor, para las cosas espirituales. Y esto a pesar de que en lo temporal no siempre vamos con la prosperidad, ni siempre tenemos buen suceso.

Despreciamos diez días, veinte, cien. ¿Acaso no es necesario que muramos y caigamos en las manos del Juez que nos ha de juzgar? Nos consolamos con la dilación. Pero ¿qué consuelo puede ser éste, cuando día por día nos amenaza el castigo y la venganza? Si quieres tener consuelo con la dilación, tenia en que procede como fruto de la penitencia, que es la enmienda. Porque si tú crees que la dilación del castigo puede producir algún consuelo, mucho mayor lucro tienes en no incurrir en el castigo. Usemos de esta dilación para en absoluto librarnos de las penas que nos amenazan.

Al fin y al cabo, nada de lo que se nos ha mandado es gravoso ni molesto; sino que todo es fácil y manual con la condición única de que tengamos buena voluntad, y así podremos cumplir todos los preceptos aun cuando nos encontremos reos de infinitos pecados. El rey Manases, tras de haberse atrevido a cometer execrables crímenes, de haber extendido su mano contra las cosas santas, de haber colmado el templo de abominaciones y la ciudad de asesinatos, y de haber llevado a cabo otras muchas maldades que no merecían perdón, sin embargo, tras de tan grande perversidad, lavó sus pecados. ¿Cómo? ¿por qué camino? Mediante la penitencia y el buen propósito de la enmienda.

Porque no, no hay pecado alguno que no ceda a la fuerza de la penitencia; o mejor dicho, a la gracia de Cristo. Si hoy mismo nos convertimos, hoy estará a nuestro lado como ayudador. Por otra parte, si quieres ser bueno, nadie te lo impide. O más bien: sí, hay quien se esfuerza por impedírtelo, el demonio. Pero cuando tú eliges la perfección y atraes de este modo a Dios como patrocinante, aquél nada puede. Mas si no quieres, si te rehusas ¿cómo podrá El patrocinarte? El quiere que consigas tu salvación libremente y no forzado ni necesitado. Si tuvieras tú un criado que te odiara y aborreciera y que con frecuencia se te apartara y huyera no querrías por cierto retenerlo por la fuerza, aun cuando necesitaras sus servicios. Pues mucho menos querría Dios retenerte por la fuerza: El, que por salvarte ha hecho todo lo que ha hecho y no por necesidad que de ti tenga. Mas por el contrario, si tú muestras siquiera tu buena voluntad, jamás te abandonará, aunque de mil maneras el dominio se esfuerce. De modo que en resumidas cuentas, somos nosotros mismos la causa de nuestra perdición; porque no nos acercamos a El, no nos llegamos suplicantes, no oramos como es debido; y si a El nos acercamos, lo hacemos ya como persuadidos de que nada vamos a alcanzar, ni vamos a El con la fe conveniente, ni como quien ahincadamente suplica, sino dudando y con pereza lo hacemos todo.

Quiere Dios que le roguemos casi como quien exige y te queda muy agradecido. Porque es El el único deudor que cuando le exigimos, nos da las gracias y nos devuelve aun lo que no habíamos puesto a rédito. Aunque vea demasiado insistente al que pide, nos paga y da aun lo que no recibió de nosotros. Y si el que pide lo hace sin empeño, El difiere el dar, no porque no quiera dar, sino porque le gusta que le exijamos. Por eso te puso el ejemplo de aquel amigo que se presentó de noche pidiendo panes y también el otro del juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres.

Y no se quedó en los ejemplos, sino que por las obras manifestó lo mismo, cuando a la mujer sirofenicia le despachó su petición, tras de honrarla grandemente. Y en este caso hizo ver que a quienes instantemente suplican, les concede aun las cosas que no parecen oportunas. Le dijo: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos. Y sin embargo, lo dio a ella porque instantemente lo pedía. En cambio, respecto de los judíos, dejó entender que no concede a los desidiosos ni aun lo que les pertenece. De modo que ellos no sólo nada recibieron, sino que aun lo suyo lo perdieron. Porque no pidieron, ni siquiera lo suyo recibieron; mientras que aquella mujer, por haber insistido con vehemencia, logró apropiarse de lo ajeno y como perrillo recibir lo que era propio de los hijos. Tan grande bien es la constancia.

De modo que aun cuando seas un perrillo, si con insistencia frecuentemente ruegas, serás antepuesto al hijo desidioso, puesto que lo que no logró la amistad, lo pudo la constancia en el pedir. No vayas a decir: Dios está enemistado conmigo: ¡no me oirá! Si con frecuencia le suplicas y le urges, acabará por responderte, si no por amistad, ciertamente por la constancia y no serán impedimento ni la enemistad ni la importunidad ni otra cosa alguna. Tampoco digas: ¡es que soy indigno, por eso no ruego! Porque tal era la mujer sirofenicia. Ni alegues: he pecado mucho y no puedo rogar al* Señor airado. Dios no mira a la dignidad, sino a la voluntad. Si al juez que ni temía a Dios ni le importaban los hombres, lo doblegó aquella viuda, con mucha mayor razón la constancia en las súplicas doblegará al Señor, que es bueno.

De modo que aunque no seas amigo, aunque pidas cosas que no se te deben, aunque hayas dilapidado los bienes paternos y por mucho tiempo hayas estado fuera del hogar, aunque seas un degradado y el último de los pecadores, aunque te acerques a Dios airado e indignado, con tal que te resuelvas a orar, a suplicar, a volver a él, recibirás todos los bienes, y al punto apagarás su ira y te librarás de la condenación. Insistirás diciendo: es que ruego pero no me aprovecha. Es que no ruegas como aquéllos, como la sirofenicia y el amigo que llegó de noche y la viuda que con frecuencia urgía al juez y el hijo que había dilapidado los bienes paternos. Si así oraras, muy pronto alcanzarías lo que pides. Pues aun cuando haya sido injuriado, es Padre; aunque se haya airado, ama a sus hijos, y no busca sino una sola cosa: no castigar por las injurias, sino verte suplicante y convertido.

Ojalá ardiéramos en tal caridad como se inflaman en amor nuestro sus entrañas. Y ese fuego sólo pide hallar ocasión. Con que le presentes una centellita, al punto enciende grandes llamaradas de beneficios. No se aira por las injurias recibidas, sino de que tú seas el injuriador y andes furioso como un ebrio. Si siendo nosotros tan malos nos dolemos cuando los hijos resultan rijosos ¿cuánto más Dios, que no puede ser dañado por las injurias, no se dolerá de verte rijoso? Si nosotros, que amamos con amor natural nos dolemos, mucho más El que ama con un amor sobrenatural. Porque dice: Aunque la mujer olvidara al hijo de sus entrañas, pero yo no me olvidaré de ti, dice el Señor.(tm)

Acerquémosnos, pues, a El y digámosle: Sí Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Acerquémosnos oportuna e inoportunamente. Lo inoportuno es no acercarse asiduamente. Pues siempre es oportuno pedir a quien está anhelando dar. Así como nunca es inoportuno el respirar, así nunca lo es el pedir: lo inoportuno es no pedir. Pues así como tenemos necesidad de la respiración, así la tenemos del auxilio de Dios; y si queremos, con toda facilidad lo atraeremos. Indicando y declarando esto el profeta, exclamaba: Como aurora está preparada su aparición. Cuantas veces a El nos acerquemos, lo encontraremos esperándonos. Si nada sacamos de su poder y virtud, que salta como una fuente, nosotros tenemos la culpa. Acusándolos de esto, decía a los judíos: Mi misericordia es como nube matutina y a la manera de rocío matutino pasajero.

Como si dijera: todo lo que estaba de mi parte lo puse; pero vosotros, a la manera de un sol urente que llega y disipa la nube y acaba con el rocío, así acabáis con mi liberalidad, a causa de vuestra indescriptible y enorme maldad. Pero también esto entra en su providencia. Pues cuando nos ve que somos indignos de que se nos hagan beneficios, retiénelos para que no nos tornemos desidiosos. Pero si siquiera un poco nos volvemos a El, siquiera lo suficiente para conocer que hemos pecado, brota más que una fuente y se extiende más que un piélago en sus beneficios; y cuanto más recibimos, más El se alegra y se dispone para hacernos dones mayores. Porque El estima que nuestra salvación son sus riquezas y el dar abundantemente a los necesitados.

Pablo lo declara diciendo: Rico para todos los que lo invocan Cuando no le pedimos es cuando se irrita; cuando no le pedimos es cuando se muestra airado. Se hizo pobre para que nosotros fuéramos ricos. Sufrió cuanto sufrió para atraernos a pedir. En resumen: no desesperemos, sino que, teniendo tan buenas ocasiones y esperanza, aun cuando cada día caigamos, acer-quémosnos a El suplicantes, rogando y pidiendo perdón de nuestros pecados. De este modo seremos más tardos en pecar, echaremos de nosotros al demonio y excitaremos la misericordia divina. Además, conseguiremos los bienes futuros por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos" Amén.


HOMILÍA XXIII

No juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1).

ENTONCES ¿no conviene acusar a quienes pecan? Porque Pablo dice lo mismo con estas palabras: Y tú ¿cómo juzgas a tu hermano? o ¿por qué desprecias a tu hermano?! Y ahí mismo: ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Además dice: No juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor? Pero entonces ¿cómo es que en otra parte dice: Arguye, enseña, exhor-ía; y en otra parte: A los que falten corrígelos delante de todos A Y Cristo dijo a Pedro: Si pecare tu hermano contra ti, ve y repréndelo a solas. Si no te escucha, toma contigo a uno o dos. Pero si aun así desoye, comunícalo a la Iglesia. ¿Por qué constituyó tantos reprensores y no sólo reprensores, sino incluso castigadores? Pues aun a quien cerrara sus oídos a todos ellos, ordenó que se le tuviera como gentil y publicano. ¿Por qué les puso en las manos las llaves? Porque si no han de juzgar, ninguna autoridad tendrán, y en vano han recibido la potestad de atar y desatar. Pero, además, si esto ha de ser así, todo se hundirá en las reuniones, en las ciudades y en las casas. Porque el señor al siervo, la señora a la sierva, el padre al hijo, el amigo al amigo, si no los juzgan, la perversidad irá adelante. Pero ¿qué digo el amigo al amigo? Al enemigo mismo, si no lo juzgamos, nunca podremos deshacer las enemistades y todo caerá en el desorden.

Atendamos, pues, con toda diligencia a lo que aquí se dice: no vaya a suceder que alguno piense que las leyes establecidas para la paz y los remedios aprontados para la salud, son más bien para desorden y confusión. Para quienes saben comprender, declara en las palabras subsiguientes la fuerza propia de la ley diciendo: ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? Pero si a otros más tardos de inteligencia le's parece todavía un tanto oscura la sentencia, voy a intentar esclarecerla tomando el asunto desde el principio.

Creo que aquí no ordena no juzgar a toda clase de personas, ni prohibe en absoluto que se haga, sino que trata de los que, cargados de infinitos vicios, insultan a otros por leves faltas. De modo que parece dejar entender que se refiere a los judíos que por cosas mínimas y de nada reprendían amargamente a sus prójimos; y en cambio, dejaban pasar sin el menor reproche los grandes crímenes. Cosa que luego les echa en cara cuando dice: Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los otros, pero ellos ni con un dedo hacen por moverlas. Y un poco más adelante: Diezmáis la menta, el anís y el comino y no os cuidáis de lo más grave de la Ley: la justicia, la misericordia y la lealtad. De manera que parece referirse a los judíos, a quienes, de antemano, reprende por las cosas de que luego ellos acusarían a los discípulos. Pues, aunque los discípulos no pecaban, sin embargo, hacían algunas cosas que a los fariseos les parecían pecado, como por ejemplo no observar el sábado, comer sin lavarse las manos, estar a la mesa con los publícanos. Por lo que en otro pasaje les dijo: Coláis un mosquito y os tragáis un camello. Tal fue pues el sentido en que estableció la ley.

Escribiendo a los de Corinto, Pablo no prohibe tampoco simplemente el juzgar, sino que prohibe juzgar a los que les han sido puestos por superiores, y esto sólo cuando el motivo no está claro: en resolución, que no prohibe juzgar a quienes pecan. Aparte de que ahí no reprendía a todos en general, sino a quienes acusaban a sus maestros, y también a los que siendo reos de infinitos pecados recriminaban a los otros que eran inocentes: eran esos a quienes Cristo aludía. Y no solamente aludió, sino que grandemente aterrorizó con el inevitable suplicio. Pues dice: Porque con el juicio con que juzgareis seréis juzgados.

Como si dijera: no condenas tú al otro, sino a ti mismo te condena y te preparas un riguroso y temible tribunal y una cuenta mucho más estricta que tienes que dar. Asi cerno en el perdón de los pecados, los principios se toman de nosotros mismos/del mismo modo en este juicio las medidas se toman de nosotros mismos para el castigo. No conviene reprender ni insultar, sino exhortar; no maldecir, sino aconsejar; no levantarse contra el pecador coa arrogancia, sino corregirlo con amor. Porque no a él sino at tí mismo te entregas al extremo castigo al no perdonarlo cuando fue necesario juzgar de su pecado.

¿Ves cómo estos dos precepto son leyes y causan grandes bienes- a los que obedecen y graves males a los que los desprecian? Quien perdena a su prójimo, sin trabajo alguno se libra a sí mismo del reato dé pecado, más bien que al otro. Quien con indulgencia examina tos pecados ajenos, se prepara, por esa sentencia que ha dada, grande abundancia dé perdón. Dirás: pero ¿qué- si ha fornicad? ¿tendré q"e decir que la fornicación no es pecado y no corregiré la lascivia? ¡Corrígela! Pero no lo bagas como enenrigo-, ni exigiendo venganza como adversario-, sino- a la manera de an médico que dispone los remedios. Poique- no dijo Crista: No corrijas al que peca, sino: no 1o juzgues. Es decir, no seas juez acerbo. Por lo demás, como ya dije, no había Cristo de preceptos que prohiban graves pecados, sino dé aquellas menudencias que no parece que sean pecados.

Por esto decía: ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano? Porque actualmente hay muchos que así proceden. Si ven a un monje con superfluidades en el vestido, enseguida le echan en cara la ley del Señor, aun cuando ellos anden cargados de mil robos y día por día amontonen riquezas. Y si lo ven que usa del alimento con alguna amplitud, se tornan en asiduos amargos acusadores,, aun cuando ellos diariamente se entreguen a la crápula y a la embriaguez, sin darse cuenta de que van cargados de culpas propias; y se están preparando un mayor fuego en la gehenna y se están privando de toda excusa. Cuando así juzgabas de tu prójimo, tú mismo de antemano pusiste la ley para que tus pecados sean más estrictamente examinados. No te parezca pues cosa excesiva el que tú seas castigado con una pena mayor.



Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo. Quiere Cristo mei diante esta expresión significar la grave ira que concibe contra los que en esa forma proceden. Pues cuantas veces desea significar que algún pecado es grave, y que le está preparado un gran castigo, comienza con una reprensión. Como lo hizo con aquel siervo que exigía de su consiervo los cien denarios, exclamando con indignación: ¡Mal siervo! Yo te condoné toda tu deuda? Pues igualmente aquí dice: ¡Hipócrita! Porque la sentencia no atiende a cujdar de la equidad, sino a demostrar la inhumanidad. Aparentemente parece humanidad, pero en el fon-4o ejercita la más refinada maldad, al colmar al prójimo de inútiles injurias y recriminaciones y tomarse el papel de maestro quien no es digno siquiera de ser discípulo: por esto lo llama hipócrita.

¿Cómo es que tú, tan acerbo para juzgar los actos ajenos, que te fijas aun en las menudencias, has sjdp en tus propias cosas tan negligente que aun pasas por sobre las grandes? Quita primero la viga de tu ojo. ¿Ves cómo no prohibe juzgar, sino que ordena que primero quites la viga de tu ojo y después corrijas los yerros de tu prójimo? Al fin y al cabo, cada cual conoce mejor sus propias cosas que las ajenas, y ve mejor las grandes que las pequeñas, se tiene más cariño a sí mismo que al prójimo. De modo que si lo haces por el cuidado que tienes de tu prójimo, cuida primero de ti mismo, en quien el pecado es más grave y manifiesto.

Si te descuidas a ti mismo, esto será argumento claro de que no juzgabas a tu hermano por cuidado que de él tuvieras, sino porque lo odias y quieres difamarlo. Si fuera necesario juzgarlo, debería hacerlo quien no hubiera cometido la misma falta, pero no tú. Y como establecía Cristo sublimes principios de virtud, para que no fuera alguno a decir que en semejantes materias es cosa fácil el discurrir, para demostrar que en la dicha materia él no tenía pecado alguno, sino que todo lo hacía con perfecr ción, puso la dicha semejanza. Más tarde diría: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! 8 Es que él no era culpable de semejante género de culpas a que aludía, pues ni había sacado paja alguna del ojo del vecino ni en sus ojos tenía viga

ninguna. Como limpio y puro de todo, corregía los pecados de todos. Pues no debe juzgar acerca de los demás quien es culpable de las mismas culpas que corrige.

Mas ¿por qué te admiras de que tal ley haya dado, cuando aquel ladrón puesto en la cruz la reconoció cuando dijo al otro ladrón: Ni tú temes a Dios estando nosotros en el mismo suplicio? expresándose así en consonancia con Cristo? Pero tú no sólo no quitas la viga de tu ojo, pero ni aun la ves; mientras que la paja del ojo de tu hermano no solamente la ves, sino que la juzgas y tratas de sacarla. Es como si un hidrópico o alguno que estuviera muy enfermo de alguna otra enfermedad incurable, no se cuidara de ella; y en cambio reprendiera a otro de no cuidar un pequeño tumor. Pero si malo es no ver los propios pecados, doble y triple mal es que juzguen de otros los que, sin sentir el menor dolor, llevan vigas en sus ojos: el pecado es peor que una viga en el ojo.

En resumen: lo que ordena Cristo en las palabras dichas es que quien es reo de infinitos vicios, no sea severo juez de las culpas ajenas, sobre todo si los pecados ajenos son faltas leves. No veda corregir ni enmendar, sino que prohibe descuidar los pecados propios y triunfar en los ajenos. Esto sería un terrible acrecentamiento de perversidad y llevaría consigo una doble malicia. Porque quien olvidado de sus pecados, aunque graves, se empeñara en acusar y juzgar las faltas ajenas, pequeñas y leves, incurriría en una doble mancha: el desprecio y olvido de los pecados propios y excitar contra sí la enemistad y odio, y diariamente avanzaría por el camino de la inhumanidad y fiereza.

Removidos, pues, todos estos impedimentos mediante esta ley bella, añadió luego Cristo otro precepto: No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los cerdos. Objetarás que más adelante ordena y dice: Y lo que al oído oís predicadlo sobre los techos. Pues bien: esto no contradice a lo anterior. Porque en ese pasaje no ordena a todos que prediquen, sino que quienes han de predicar lo hagan confiadamente. Llama aquí perros a los que viven en una impiedad incurable y no hay esperanza de que se mejoren. Y llama cerdos a los que llevan una

vida destrozada por la continua lujuria. A todos esos los declaró indignos de escuchar su doctrina. Cosa que también Pablo significó con estas palabras: Pues el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; para él son locura. También en otras partes repite que la vida corrompida es causa de que no se acepten los principios y fundamentos de la vida de perfección. Y por esto ordena que no se les abran las puertas a tales hombres porque se vuelven más feroces. En cambio, revelados esos principios a los cuerdos y probos, les parecen venerandos; y para los mismos principios es de mayor veneración que los ignoren los hombres perversos.

Como si dijera: ocúltense a estos que naturalmente no pueden conocerlos, a fin de que, al menos porque los ignoran, les tengan respeto. El cerdo no sabe lo que es una margarita; y pues no lo sabe, mejor es que ni la vea para que no la pisotee no conociéndola. A semejantes hombres, si oyen esta doctrina, lo único que les viene es un daño mayor. Porque empuercan las cosas santas, como quienes no las conocen; y luego más ferozmente se arman en contra nuestra. Esto es lo que significa: No sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen. Esas sentencias santas de tal manera debieran incrustarse tan fuertemente en las almas, una vez que se las oye, que permanecieran imborrables y no dieron ocasión a los perversos de volverse contra nosotros.

Pero, en fin, la realidad es que no son ellas las que dan ocasión, sino el que tales hombres sean como cerdos; lo mismo que la margarita pisoteada, no es pisoteada porque sea despreciable, sino porque fue a dar entre cerdos. Y bellamente añadió Cristo: revolviéndose os destrocen. Pues si acaso simulan modestia, como queriendo aprender, una vez que han aprendido, cambiados del todo se burlan de nosotros y se ríen y hacen broma y nos llaman engañados. Por lo cual Pablo decía a Timoteo: Tú guárdate de él, porque ha mostrado gran resistencia a nuestras palabras.- Y luego: Guárdate de esos. Y también: Al sectario, después de una y otra amonestación, evítalo. Y no es que nuestros dogmas les den armas, sino que con ocasión de ellos se tornan necios y se llenan de mayor arrogancia.

No es pues pequeña utilidad el que permanezcan en su ignorancia, pues de ese modo no despreciarán nuestros dogmas. En cambio, si los conocen, se les sigue un daño doble. Porque ellos ningún fruto sacan de conocerlos, sino que, al revés, se hieren a sí mismos, y a ti te suscitan infinitas dificultades. Oigan esto los que sin respeto ninguno se mezclan con todos y así hacen despreciables las cosas venerandas. Nosotros celebramos los misterios a puerta cerrada y no admitimos a los no iniciados, no porque los encontremos menos firmes, sino porque muchos son aún un tanto imperfectos, como para poder asistir. También Jesús muchas cosas las decía a los judíos en parábolas, porque viendo no veían. Por tal motivo ordenó Pablo que se supiera cómo se ha de responder a cada cual.

Dice Cristo: Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Pues había ordenado altas y admirables leyes, mandó a todos ser superiores a sus afectos y pasiones, y los condujo hasta el cielo y mandó que seamos semejantes, en cuanto es posible, a los ángeles y arcángeles y al mismo Señor de todos. Y dio órdenes a los discípulos no sólo de poner en práctica lo dicho, sino de enmendar a los demás y discernir entre los buenos y los malos, entre perros y no perros (ya que tantos misterios oculta el hombre), para que no se dijera que tales cosas son mandatos duros e intolerables. Más adelante el mismo Pedro pregunta: ¿Quién podrá salvarse?; y también: Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse.

Pues para que ahora no pusieran la misma objeción, una vez que en lo que precede demostró que sus mandatos son fáciles mediante abundantes razones que así lo probaban, finalmente corona la demostración de la dicha facilidad, buscando un no pequeño ni vulgar consuelo en los trabajos, mediante el auxilio de las continuas oraciones. Pues no dice que baste con procurar cumplir sus mandatos, sino que además debemos implorar el auxilio de lo alto, que sin duda vendrá y estará presente y nos ayudará en el combate y todo lo facilitará. Por esto mandó que se pidiera y prometió que lo daría.

Ordenó pedir, no como quiera, sino con grande asiduidad y esfuerzo. Porque esto significa buscad. El que busca, echadas de su pensamiento todas las demás cosas, no se ocupa sino en lo que busca y para nada se preocupa de lo presente. Lo saben bien los que, habiendo perdido oro o esclavos, se dan a buscarlos. Esto es pues lo que significa con la palabra buscad. Llamad quiere decir que nos hemos de acercar a Dios con ansias y fervor de ánimo. No decaigas de ánimo, oh hombre. No muestres menos cuidado acerca de la virtud que de los dineros. Al fin y al cabo cuando a ésos los buscaste, con frecuencia no los hallaste; y sin embargo, aun sabiendo bien que puede suceder que no los encuentres, empleas todos los modos de investigar. Y si no alcanzas inmediatamente lo que pides, no desesperes. Pues por eso dijo: Llamad para declarar que debes esperar, aun cuando no se te abra al punto.

Y parece decir: si no crees a mi promesa, al menos persuádete por el ejemplo siguiente. (Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra? Entre los hombres, si pides con frecuencia, resultarás gravoso y pesado; pero ante Dios, " no lo haces, lo mueves a ira. Pero si persistes en pedir, recibirás, aun cuando no recibas al punto. Por eso está cerrada la puerta, para inducirte a llamar. Por eso no concede ni accede al punto, para que llames. Permanece, pues, llamando y sin duda recibirás. Ni vayas a decir: ¡Bueno! ¿y si pido y no recibo? Porque por medio de una parábola confirma él tu fe. Usa de un nuevo argumento y ejemplo humano, para empujarte a tener confianza en lo que pides; al mismo tiempo que por la parábola nos da a entender no sólo que tenemos que pedir, sino también qué es lo que hemos de pedir.

Porque ¿quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan le da una piedra? Pues si pides y no recibes es porque pides una piedra. Aunque seas hijo, no basta eso para que la alcances; o mejor aún, eso es lo que impide que recibas: que siendo hijo, pides lo que no te conviene. No pidas pues cosas mundanas sino espirituales y cierto las recibirás. Salomón, porque pidió lo que convenía, mira cómo al punto lo obtuvo. Conviene pues que quien ora, guarde dos cosas: que pida con fervor y que pida lo que conviene, pues dice Cristo: vosotros, aunque seáis padres, dejáis que vuestros hijos os pidan; pero si lo que piden les es dañoso, se lo negáis; si es útil, accedéis y lo concedéis.

Pensando estas cosas, no desistas hasta haber recibido; no te apartes hasta haber encontrado; no pierdas el ánimo y empeño hasta que te abran la puerta. Si con estas disposiciones te acercas y te dices: si no recibo, no me apartaré, entonces recibirás si es que pides lo que a Aquel a quien pides le conviene dar y también te conviene a ti. ¿Qué cosas serán esas convenientes? Desde luego, si pides todo lo referente a la vida espiritual; si, tras de haber perdonado, te acercas a pedir perdón; si levantamos en oración las manos puras y sin ira ni querellas. Si así pedimos, recibiremos.

Ahora, en cambio, nuestra forma de pedir es una burla y es más propia de ebrios que de sobrios. Instarás: ¿Y qué si pido cosas espirituales y nada recibo? Sin duda que no pediste con fervor o te hiciste indigno de recibir o dejaste de pedir antes de lo que convenía. Preguntarás: ¿por qué no dijo en concreto qué es lo que se ha de pedir? En verdad que ya anteriormente lo había dicho y había declarado para qué cosas debíamos acercarnos a Dios. No digas, pues: me acerqué y no recibí. No quedó por parte de Dios que no recibieras, pues nos ama tanto que en esto vence a nuestros propios padres tanto cuanto supera la bondad a la perversidad. Pues si vosotros con ser malos sabéis dar cosas, buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos! Y no lo dijo para vituperar a la humana naturaleza, ni afirmando ser malo nuestro linaje -¡lejos de él tal cosa!- sino llamando maldad al paterno cariño si con el cariño y bondad de Dios se lo compara: ¡tan inmensa es la bondad que por naturaleza tiene!

¿Has captado la fuerza de este argumento? Es capaz de volver a la buena esperanza aun al más desesperado. Demuestra aquí Cristo la bondad de Dios mediante la comparación y ejemplo de los padres, como antes la había demostrado por sus dones más excelentes, como son el alma y el cuerpo. Sin embargo, no acude a lo que es el principal de todos los bienes, ni hace referencia a su venida. Pues quien entregó a su Hijo a la muerte ¿cómo no nos concederá cuanto le pidamos? El que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos ¿cómo no nos dará con él todas las cosas? I4 Pero Cristo todavía argumenta con ellos, acudiendo a las cosas humanas.

Enseguida, declarando cómo ni en la oración debemos confiar, si descuidamos nuestros procederes; y que aun cuando los cuidemos no debemos apoyarnos en nuestro cuidado y diligencia únicamente, sino que hemos de pedir el auxilio de arriba y poner luego de nuestra parte algo, con frecuencia menciona ambas cosas. Así, tras de haber hecho muchas exhortaciones enseñó el modo de orar; y habiéndolo enseñado, de nuevo exhortó a las obras. Nos advirtió que debíamos orar con frecuencia cuando dijo: Pedid, buscad, llamad; y a continuación nos exhortó a empeñarnos en el ejercicio de la virtud. Porque añadió: Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, ha-cedlo vosotros con ellos.

En breves palabras lo resumió todo, y declaró que la virtud es para todos sencilla, fácil, clara. Y no dijo únicamente cuanto queréis, sino: así pues todo lo que quisiereis. No sin motivo puso la expresión: así pues, sino indicando: si queréis ser escuchados, además de lo que os he dicho, practicad también esto otro. ¿Qué? Cuantas cosas queréis que os hagan los hombres. ¿Ves cómo declara aquí sernos necesario, además de la oración, un cierto modo de vivir honesto? Y no dijo: cuantas cosas quieres que Dios te haga, hazlas tú con tu prójimo. Para que no fueras a decir: ¿cómo puedo yo hacer eso? El es Dios y yo soy hombre. Sino que dijo: cuantas cosas quieres que tu consiervo haga contigo, hazlas tú con él. ¿Qué cosa puede haber más suave, cuál más justa? Y luego, antes del gran premio, pone una gran alabanza: Porque esta es la Ley y los Profetas. Por donde queda claro que la virtud nos es connatural y que podemos saber por nosotros mismos que se debe practicar; y que nunca podremos excusarnos con la ignorancia.

Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos los que por ella entran. Estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida y cuan pocos son los que dan con ella. Y sin embargo, más adelante dijo: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Y aun en lo que antes dijo, ya lo dio a entender. Entonces ¿cómo es que aquí llama estrecha y angosta a la senda? Si pones atención, verás que también aquí declara ser fácil y suave en gran manera. Preguntarás: ¿cómo siendo estrecha y angosta

puede sef fácil? Porque es camino y es puerta; así como la otra senda, aun siendo amplia y espaciosa, es también camino. En semejantes caminos, nada permanece, sino que todo pasa: todo lo que a esta vida pertenece, ya sean cosas tristes, ya alegres y prósperas.

Ni sólo por esto es fácil la virtud, sino que se hace aún más fácil por el fin. Pues no únicamente porque los trabajos y sudores son pasajeros, sino por el buen fin y acabamiento que tienen, que es la vida eterna, han de producir consolación en los que combaten. t)e modo que la brevedad de los trabajos y la eternidad de la corona y el que aquéllos precedan a ésta, todo trae gran consuelo en los sufrimientos. Por eso Pablo llamó leve a la tribulación; no atendiendo a la naturaleza de lo que nos acontece, sino a la pronta voluntad de los combatientes y a la esperanza de los bienes futuros. Dice: Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable; y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles Si por la esperanza de los premios vanos y perecederos parecen leveá y más soportables las olas y los mares a los navegantes, las muertes y heridas a los soldados, el calor y el frío a los agricultores, y a los púgiles las frecuentes contusiones, mucho más necesario es que cuando se nos propone el cielo, los bienes inefables y los inmortales premios, nadie sienta la pena de las presentes aflicciones.

Y si alguno, a pesar de todo, todavía tiene la senda por estrecha y laboriosa, eso nace de la desidia únicamente. Pero advierte cómo también por otro camino la aligera, cuando ordena no juntarse ni mezclarse con los canes y los cerdos, y cuidarse de los seudoprofetas y por todos los medios nos hace solícitos. Aun eso mismo de que la llame estrecha, ayuda mucho para facilitarla; puesto que así nos amonesta a vivir vigilando. Al modo como cuando Pablo dice: No es nuestra lucha contra la carne y sangre,1'! lo dice no para abatir los ánimos de los combatientes, sino para mucho levantarlos, así el Señor, para despertar del sueño a los caminantes, les dice que el camino es áspero. Ni solamente así nos excita a vigilar, sino también cuande añade que hay muchos que tratan de vencernos; y que lo más grave es que no acometen abiertamente, sino a ocultas: porque así son los seudoprofetas.

Pero no te aflijas por eso, dice, de que la senda sea áspera y empinada, sino atiende en dónde termina. Y todo esto lo dice para levantar el ánimo, como lo hizo cuando decía: Y los que se hacen violencia lo arrebatan. Cuando el atleta entra al concurso, al darse cuenta claramente de que el jefe del certamen está mirando la lucha, se torna más diligente. No decaigamos, pues, de ánimo cuando acá nos acontezcan contrariedades y aflicciones. Pues la senda es estrecha y la puerta angosta, pero ella no es la ciudad. Por lo mismo no hemos de esperar aquí el descanso, ni tampoco hemos de temer que en aquella ciudad haya tristezas.

Al decir: Pocos son los que la encuentran, de nuevo advierte la desidia de muchos y enseña a los oyentes a que no Se fijen en la prosperidad de esos muchos, sino en tos trabajos y empeños de los pocos. Como si dijera: muchos no sólo no entran por ese camino, pero ni siquiera lo eligen, que es el extremo de lá necedad. Mas no se debe atender a la multitud ni turbarse por ellos, sino imitar a los pocos y caminar por la dicha senda, reuniéndose de todas partes en apretado haz y mutuamente aplaudiéndonos. Pues aparté de que es estrecha, hay muchos que tratan de armarnos zancadilla para que no entremos. Por lo cual añadió: Guardaos de los falsos profetas. Porque vendrán a vosotros con vestidura de oveja, mas por dentro son lobos rapaces.

He aquí, además de los canes y los cerdos, otro género de ase-chadores mucho más peligrosos. Porque aquéllos están a la vista y acometen a la descubierta, mientras que estos otros andan ocultos. Por tal motivo ordenó apartarse de aquéllos y en cambio de estos otros mandó cuidarse con suma diligencia, por ser cosa difícil reconocerlos al primer encuentro. Por eso dijo: guardaos, para hacernos más diligentes en descubrirlos. Luego, para que no, al oír que la senda es estrecha y angosta y que es necesario caminar por un camino que a muchos contraría; y que se necesita cuidarse de los canes y de los cerdos y también del otro

género de seres más malignos, como son los lobos; pues para no con oír tan grande cantidad de enemigos, teniendo que ir por sendas que a muchos contrarían y con mucho cuidado de todas esas cosas, decayeran de ánimo ante la cantidad de enemigos que afligen, trajo a la memoria a los oyentes algunas de las cosas que sucedieron en tiempo de sus padres y se refirió a los seudoprofetas; porque eran cosas ya antiguamente acontecidas.

Dice, pues: No os aterréis, pues nada nuevo acontece, nada inaudito. El demonio siempre ha sustituido a la verdad con el engaño. Y cuando Cristo habla aquí de los seudoprofetas, me parece que no se refiere a los herejes, sino a quienes con una vida y costumbres corrompidas, llevan apariencias de virtud, a los cuales muchos suelen llamar seductores y engañadores. Por lo cual añadió: Por sus frutos los conoceréis. Entre los herejes con frecuencia los hay de vida intachable; pero entre estos otros, jamás los hay.

Dirás: ¡Bueno! Pero, si fingen costumbres inocentes ¿qué? Digo que fácilmente se los conocerá. Porque tal es la naturaleza de este camino por donde se nos manda entrar: dura y trabajosa. Y el hipócrita no querrá soportar el trabajo, sino únicamente fingirlo; y por lo mismo con facilidad se le descubre. Y al decir: Pocos son los que la encuentran, distingue a éstos de los otros que no la han encontrado, pero lo simulan; y ordena no fijarse en esos que llevan por todas partes las apariencias, sino en los otros que de verdad y sinceramente la acometen. Preguntarás tal vez ¿por qué no nos los descubrió él mismo, sino que nos dejó ese trabajo y nos impuso el cuidado de descubrirlos? Pues para que vigilemos y estemos continuamente solícitos, porque tememos no sea que nos acometan no únicamente los enemigos descubiertos, sino además los que se ocultan. Indicando a éstos, decía Pablo: Y con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos No nos turbemos, pues, por ver actualmente a muchos de esta clase, pues ya anteriormente Cristo lo predijo.

Advierte ahora su mansedumbre. Porque no dijo: castigad-los, sino guardaos, para que no os hagan daño; para que no como incautos caigáis en sus redes. Y para que no alegues que de todos modos semejante género de hombres es irreconocible, de nuevo emplea una razón tomada de lo que sucede entre los hombres, diciendo: ¿Por ventura se cogen racimos de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da buenos frutos y todo árbol malo da malos frutos. No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo frutos buenos. Lo que quiere decir que aquellos hombres nada tienen de manso y dulce. Sólo la piel llevan de oveja. Por lo mismo, con facilidad se los conoce.

Y para que no te quede la menor duda, compara las cosas que no pueden ser de otro modo con la naturaleza y sus leyes necesarias. Lo mismo decía Pablo: Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del espíritu es vida y paz. Porque el apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios. Y el que añada Cristo lo segundo, no es superflua repetición de palabras. Pues a fin de que nadie dijera: que el árbol malo da frutos malos pero también los da buenos; y que dándolos así dobles es difícil discriminarlo, dice que no van las cosas por ese camino. El árbol malo sólo da frutos malos; buenos, jamás. Lo mismo que al contrario.

Pero entonces ¿no hay hombres buenos que se hagan malos? Sí; y a la vez puede decirse lo contrario. El género humano está repleto de tales ejemplos. Pero no es eso lo que dice Cristo; no dice que un perverso no pueda cambiar, ni un bueno no caer. Sino que mientras el perverso persevere en su maldad, no dará frutos buenos. Instarás: ¿Cómo fue entonces que David, siendo hombre bueno, dio frutos malos? No los dio siendo bueno, sino ya cambiado. Si hubiera permanecido perpetuamente tal como era, jamás habría dado aquellos frutos. Si se hubiera mantenido en el ámbito de la virtud, nunca se habría atrevido a cometer tales pecados. Decía Cristo esto para refrenar la boca de los que hablan impudentemente y acusan. Y como muchos estiman buenos a algunos de los malvados, dijo eso para quitarles toda excusa.

De modo que no puedes alegar que fuiste sorprendido y engañado; pues por las obras te dio exacta noticia, enseñándote a guiarte por las acciones y a no revolverlo todo. Y luego, pues había ordenado que no se vengaran de ellos, sino que sólo se

apartaran, para consolar a quienes por tales perversos fueron dañados, y al mismo tiempo aterrorizar a los causantes del daño y volverlos al buen camino, decretó y estableció la pena que les impondría, diciendo: El árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Y atemperando un poco su lenguaje, concluye: De manera que por sus frutos los conoceréis. Y para que no pareciera que sobre todo trataba de reducir al buen camino por medio de amenazas, parece querer conmover sus ánimos mediante la exhortación y el consejo.

Y aquí me parece que se refiere a los judíos, pues tales eran los frutos que producían. Y por esto trajo a la memoria lo que decía el Bautista y les describió el castigo con las mismas palabras de Juan. El Bautista les había dicho esas cosas, recordándoles la segur y el árbol que sería arrancado y arrojado al fuego inextinguible. Pareciera que sólo un castigo les impusiera, es decir el del fuego. Pero si cuidadosamente se considera, se trata de un doble castigo. Pues quien es cortado, en absoluto ha perdido el reino, y esta segunda pena es mucho mayor. Yo sé que muchos, al solo nombre de la gehenna, se llenan de terror; pero tengo por mucho mayor castigo que la gehenna el perder el reino de la gloria. Ni es cosa de admirarse que no pueda el discurso demostrarlo. Puesto que no conocemos la felicidad de aquellos bienes, para poder estimar la miseria de perderlos. Pablo, que bien la conocía, sabía que lo más grave de todo era perder la gracia; nosotros lo conoceremos allá cuando lo experimentemos.

Pero... ¡haced, oh Unigénito Hijo de Dios, que no padezcamos semejante miseria, ni tengamos jamás experiencia de tan intolerable suplicio! No se puede conocer acá claramente cuan grande mal sea perder aquellos bienes. Pero me esforzaré, según mi capacidad, en mostraros un poquito de eso, mediante un ejemplo. Finjamos un joven admirable, floreciente en la virtud, poseedor del reino de toda la tierra; dotado de tan excelentes perfecciones que es capaz de mover y atraer hacia sí los afectos de todos los hombres, hasta el punto de que todos lo amen con afecto de hijos a su padre. ¿Qué pensáis que no sufrirá su padre, para que no se le prive de la conversación y compañía de

tal hijo? ¿Qué mal grande o pequeño no soportará con tal de verlo y disfrutar de su compañía? Pues imaginemos así de la gloria. Por más que amontonemos prendas en el hijo, jamás será tan amable y deseado de su padre, como al recibir nosotros aquella suerte bienaventurada de bienes y estar ya desatados y vivir con Cristo.

Intolerable es por cierto la gehenna y son intolerables sus penas. Pero aun cuando alguien ponga delante la gehenna, nada habrá dicho en comparación de lo que es perder aquella gloria bienaventurada y ser aborrecido de Cristo y oír de su boca: / No os conozco! y ser acusado de que habiéndolo visto con hambre, le negamos el alimento. Mejor es ser consumido por mi! rayos, que contemplar aquel mansísimo rostro, apartarse de nosotros y aquel ojo apacible que no puede mirarnos. Si él en tal forma me amó a mí, siendo yo su enemigo odiado y contrario, que no perdonó a sí mismo, sino que se entregó a la muerte ¿ con qué ojos podré yo mirarlo, después de todo eso, si ni siquiera me hubiera dignado darle un pedazo de pan?

Considera en este punto su mansedumbre. Porque no se pone a hacer recuento de sus beneficios, ni se queja de que tú, tras de haber él colmádote de bienes y dones, lo desprecies. No dice: ¿me desprecias a mí, que te crié de la nada, que te di un alma, que te puse al frente de cuanto existe sobre la tierra, que por ti hice el cielo, la tierra, el mar y el aire y cuanto existe, que he sido por ti deshonrado y estimado como más vil que el demonio, que ni aun así me detuve, sino que inventé para ti mil favores tras de todo eso, que quise ser siervo, abofeteado, escupido y muerto con muerte tan torpísima, que aún acá en el cielo ruego por ti, que te he dado el Espíritu Santo, que te he concedido el reino, que te he hecho tan grandes promesas, que he querido ser tu cabeza, tu esposo, tu vestido, tu casa, tu raíz, tu alimento, tu bebida, tu pastor, tu rey, tu hermano, y te he constituido heredero y coheredero, y del poder de las tinieblas te he sacado al reino de la luz?

Pudiendo él alegar estas y otras muchas cosas, nada de eso dijo. Sino ¿qué? Únicamente recordó aquel pecado. Pero aquí, en cambio, manifestó el cariño y amor con que te ama. Pues no

dijo: Id al fuego preparado para vosotros, sino: Preparado para el diablo. Y de antemano les dice en qué pecaron, pero no se anima a decirles todos sus pecados, sino sólo unos pocos. Y antes que a éstos, llama a los que bien obraron, para demostrar por aquí que con justicia acusa a los otros. ¿Cómo semejantes palabras no serán más terribles que cualquier suplicio? Si alguien. viendo hambriento a un hombre que le ha hecho un beneficio, nunca lo desprecia; y si lo despreciara, cuando por ello fuera reprendido ¿cómo no preferiría más bien que se lo tragara la tierra a escuchar la reprensión, aun cuando fuera de amigos y sólo delante de dos o tres testigos? Pues ¿qué no sufriremos nosotros cuando oigamos que somos acusados delante de todo eí universo; y que se nos acusa de cosas que el mismo Juez nc diría si no es porque quiere justificarse en sus procederes? Pues que no las diga con ánimo de echarlas en cara y reprender, sino para su justificación, y para demostrar los motivos de aquel Apartaos de mí, se deduce claro de sus inmensos beneficios. Pues si hubiera querido hacerlo querellándose, hubiera traído al medio los beneficios que enumeramos poco antes. Pero no, sino que solamente expone lo que padeció.

Temamos, pues, amadísimos, ir a escuchar semejantes palabras. ¡Vamos! ¡que lo de esta vida es un juego de niños, pero lo futuro no es un juego de niños! Y aun quizá esta vida no es un juego de niños, sino algo peor aún. Porque no termina en risas, sino que trae consigo un grave daño a quienes no quieren ordenar diligentemente sus costumbres. Porque yo pregunto: ¿ en qué nos diferenciamos de los niños que juegan? Ellos hacen casitas y nosotros construimos magníficas mansiones. ¿Qué diferencia hay entre ellos que hacen comiditas y nosotros que opulentamente banqueteamos? ¡Ninguna, sino que nosotros, por hacer tales cosas seremos castigados!

Y si aún no percibimos la vileza de tales cosas, no hay que admirarse, pues no hemos llegado todavía a la edad de hombres: cuando lleguemos, entenderemos que todo eso es juego de niños. Cuando llegamos a hombres nos burlamos de las cosas que cuando niños creíamos que tenían algún valor: acumulando conchas y muñecos de barro, quedábamos no menos hinchados que quienes construyen grandes muros y tapias. Por cierto que tales niñerías al punto caen y desaparecen, pero ni aun cuando duraran nos traerían alguna utilidad, como tampoco nos la

traen las espléndidas moradas. Porque es imposible que puedan encerrar a quien es habitante del cielo; ni se dignaría habitar en ellas quien tiene el palacio de la patria inmortal: así como nosotros destruimos aquellos juegos de niños con los pies, del mismo modo el ciudadano del cielo destruye en su ánimo semejantes mansiones. Y así como nosotros, mientras los niños lloran sus ruinas, nos reímos, así los habitantes del cielo, mientras nosotros nos entristecemos de nuestras ruinas, no sólo se ríen, sino que lloran, porque sus entrañas están llenas de conmiseración y ven que de todo eso se sigue grandísimo daño para nosotros.

¡Seamos, pues, varones! ¿ Hasta cuándo nos arrastraremos por tierra, ensoberbecidos con piedras y maderos? ¿Hasta cuándo andaremos en juegos de niños? Y ¡ojalá solamente jugáramos! Ahora, en cambio, estamos traicionando nuestra salvación. A la manera de los niños que abandonan sus lecciones y gastan todo su tiempo en juegos semejantes, quedan sujetos a muy duros castigos, así nosotros, al.consumir en tales cosas todos nuestros anhelos, cuando se nos exigían por medio de las obras las pruebas de nuestro aprendizaje, por no poder darlas sufriremos el más tremendo de los castigos; y no habrá quien nos libre, así sea nuestro padre o hermano u otro cualquiera.

Todas estas cosas presentes desaparecerán; pero el castigo que por ellas nos sobrevenga es eterno y permanecerá para siempre. Que es lo mismo que les acontece a los niños a quienes sus padres les quitan, por ser negligentes, sus juegos pueriles y los obligan así a continuar en sus lloriqueos. Y para que veas ser esto verdad, traigamos al medio las riquezas, que son las que sobre todo ocupan los empeños de los hombres, y pongámosles delante cualquiera de las virtudes: entonces conocerán sobre todo su vileza. Supongamos dos hombres -y no hablo aún de la avaricia, sino de las riquezas justamente alcanzadas-. De ellos, uno que reúna dineros, cruce los mares con sus naves, cultive la tierra y encuentre mil otras maneras de negociaciones (aunque yo no sé si haciendo él todo eso lucre de verdad justamente); pero supongamos que todo va legítimamente; y que compre campos, siervos y otras muchas cosas semejantes; y que. en todo ello no se encuentre injusticia; y que el otro, igualmente rico, venda sus casas, sus utensilios de oro y plata y todo lo dé a los pobres y

ayude a los necesitados y cuide de los enfermos y pague por los insolventes y libre encarcelados y salve los condenados al trabajo de las minas y quite del lazo corredizo a los desesperados y saque de sus sufrimientos a los cautivos: pues bien ¿cuál de los dos preferís ser?

Y sólo venimos hablando de la vida presente y nada de las cosas futuras. Conque ¿en qué parte queréis colocaros? ¿en la del que congrega riquezas o en la del que alivia las ajenas desgracias? ¿en la del que compra campos o en la del que se constituye puerto de salud para el género humano? ¿en la del que se rodea de oro abundante o en la del que por todos es coronado de alabanzas? ¿Acaso éste no es un verdadero ángel que ha bajado del cielo para ejemplo y enmienda de los demás; mientras que aquel otro se parece no a un hombre, sino a un niño que en vano reúne cuantas vanidades encuentra? Pues si el reunir riquezas, aun justamente adquiridas, es cosa tan ridicula y propia de locos, cuando alguno las amontona contra justicia ¿cómo no ha de ser el más miserable de los hombres? Pero si aparte de ser eso cosa ridicula lleva consigo la gehenna y la pérdida del reino eterno ¿con qué lágrimas podremos llorar a ese infeliz, ya viva o ya muera?

Mas, si te parece, examinemos otra de las virtudes. De nuevo consideremos a un hombre elevado al poder, que manda sobre todos, rodeado de gran dignidad, que tiene un magnífico heraldo y talabarte y lictores y abundancia de infinitos servidores. ¿No te parece que éste tal es grande y redunda en felicidad? Pongamos delante de él a otro paciente, manso, humilde, magnánimo, acometido de injurias, azotado, pero que todo lo lleva con paciencia y bendice a los que lo maltratan. ¿Cuál de ambos te parece admirable: el primero hinchado y soberbio o el segundo tan humillado? ¿No es acaso este otro semejante a las Virtudes del cielo que no sufren perturbaciones en su ánimo; mientras que el otro se asemeja a una vejiga inflada o a un hidrópico excesivamente hinchado?

¿ No se parece el segundo a un médico espiritual y el primero no se parece 3 un ridículo chiquillo que infla sus cachetes? ¡Oh hombre! ¿por qué te ensoberbeces? ¿de que te llevan en alta carroza? ¿de que te arrastra un tiro de muías? pero esto ¿qué vale? Lo mismo se puede ver que hacen con los leños y con las

piedras. ¿Acaso porque brillas con espléndido vestido? Pues observa al otro cubierto, en vez de atavíos, con la veste de sus virtudes, y observarás que tú eres como heno podrido y él como un árbol que produce bellos frutos y alegra grandemente a quienes lo contemplan. Vas tú por todas partes luciendo lo que es alimento de gusanos y de polilla, que si te acometieran te dejarían al punto desnudo de ornato semejante. Al fin y al cabo, el vestido, el oro y la plata no son sino aquél un conjunto de hilos tejidos por gusanos y estos otros un poco de tierra y polvo y más tierra, y fuera de eso nada, en absoluto nada.

En cambio, el que se adorna de virtudes, tiene un vestido tal que ni la polilla ni aun la muerte misma pueden destruir. Y con razón. Porque las virtudes del alma no traen de la tierra su origen, sino que son fruto del espíritu, por lo que no están a punto para la boca de los gusanos; y es porque semejante vestidura se teje en el cielo, en donde no hay polilla ni gusanos ni nada semejante. Pregunto, en consecuencia, ¿qué es mejor? ¿ser rico o ser pobre? ¿poderoso o sin honores? ¿gozar de espléndida mesa o experimentar el hambre? ¡Sin duda vivir en honores y placeres y riquezas! ¿no? Pues bien, si quieres fijarte no en solos los nombres, sino en las realidades de las cosas, echa a un lado las cosas terrenas y pon tus riquezas en el cielo, porque las cosas presentes no son sino sombra, mientras que las celestiales son permanentes, firmes y que no pueden ser arrebatadas.

¡Prefirámoslas empeñosamente! Quedaremos así libres de las presentes perturbaciones y aportaremos al puerto tranquilo cargados con grandes cargamentos y con inefables riquezas, producto de nuestras limosnas. ¡Ojalá que llenos de ellas cuando seamos llevados al temible tribunal, podamos conseguir el reino de los cielos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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