lunes, 31 de agosto de 2009

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo XV

HOMILÍA XXVIII

Cuando hubo subido a la nave, lo siguieron sus discípulos. De pronto se alborotó bravamente el mar, tanto que las olas cubrían la embarcación. El, con todo eso, dormía (Mt 8,23-24).

LUCAS, PARA EVITAR que alguien le exigiera la cronología exacta, dice: Sucedió cierto día que subió en la navecilla con sus discípulos. Lo mismo hace Marcos. Mateo, en cambio, va siguiendo cierto orden del tiempo. Porque no todos lo cuentan todo de una misma manera, como ya anteriormente lo advertí, a fin de que nadie, por ciertas omisiones, piense que hay oposición o disonancia. Despachadas, pues, las turbas por delante, luego él tomó consigo a sus discípulos, pues así lo afirman los evangelistas. Y los tomó consigo, no a la ventura y en vano, sino para que fueran testigos del futuro milagro. A la manera de un excelente ejercitador en la palestra, los ejercitaba para ambas cosas. Para que en las adversidades permanecieran impertérritos y en los honores procedieran con moderación.

A fin de que no se ensoberbecieran al ver que, despachadas las turbas, a ellos solos los retenía a su lado, permitió la tempestad: tanto para ese efecto, como para ejercitarlos en sobrellevar las aflicciones con fortaleza. Grandes habían sido los milagros anteriores; pero este otro les proporcionaba una especial ejercitación no despreciable, e iba a ser semejante a cierto milagro antiguo. Por tales motivos Jesús toma consigo a solos los discípulos. Antes, al hacer los milagros, permitió que el pueblo estuviera presente. Pero ahora, que iba a haber peligros y terrores, toma consigo a solos los discípulos, es decir, a los atletas de todo el orbe, con el fin de amaestrarlos.

Mateo dice solamente que El se durmió. Lucas añade que Jo hizo en el cabezal, demostrando con esto cuan lejos estaba del fausto, y para enseñarnos gran sabiduría. Levantada, pues, la tempestad y enfurecido el mar, los discípulos lo despiertan diciéndole: ¡Señor! ¡sálvanos que perecemos! Y El increpó primero a ellos y luego al mar. Pues como ya dije, todo aquello lo permitió para ejercitarlos y era figura de las tentaciones que los habían de acometer. Porque más tarde permitió que cayeran en más terribles tempestades prácticas, pero entonces tardó en socorrerlos. Por lo cual Pablo decía: No queremos, hermanos, que ignoréis la tribulación grande que nos sobrevino, pues fue muy sobre nuestras fuerzas, tanto que ya desesperábamos de salir con vida? Y poco después: que nos sacó (Dios) de tan mortal peligro.

Comienza por increpar a los discípulos, para demostrar que conviene tener confianza aun cuando se levanten grandes oleadas; y que El todo lo dispone para nuestra utilidad. A ellos les fue útil padecer turbación, a fin de que el milagro pareciera mayor y quedara en perpetua memoria. Cuando va a suceder algo que no se espera, se preparan muchas cosas necesarias para conservar su recuerdo, a fin de que el inesperado y maravilloso suceso no caiga en el olvido. Así, en el caso de Moisés, éste primero tuvo miedo de la serpiente; y no sólo le tuvo miedo sino grande terror; pero enseguida contempló el estupendo milagro.

Lo mismo sucedió con los discípulos: cuando ya desesperaban de salir con vida, fueron liberados; para que, confesando el peligro en que estuvieron, advirtieran la magnitud del prodigio. Por lo mismo El duerme. Si esto hubiera sucedido estando El despierto, o ellos no habrían temido o les habría venido al pensamiento que Cristo no podía hacer el milagro. Duerme, pues, para darles ocasión de temer y para despertar en ellos una más poderosa sensación del peligro presente. Nadie estima lo mismo lo que ve suceder en cuerpo ajeno que lo que en el propio experimenta. Viendo todos el beneficio que todos habían recibido, pero estando cada cual como si no hubiera recibido el beneficio él en particular, andaban embobados. No estaban ellos antes cojos, ni sufrían alguna otra enfermedad semejante; pero convenía que cayeran bien en la cuenta del actual beneficio. Por esto permitió Cristo que se levantara la tempestad, para que, librados ellos de ella, tuvieran una más clara percepción del beneficio.

Y por tal motivo no hace el milagro delante de las turbas, para que no los fueran a condenar como hombres de poca fe, sino que allá aparte los corrige; y luego, increpándolos, antes aplaca la tempestad de sus pensamientos que la de las aguas, diciéndoles: ¿Por qué teméis, hombres de poca je? Juntamente les enseña cómo el temor no nace de la tentación misma, sino de la poca firmeza del alma. Y si alguno dijera que los discípulos habían despertado al Señor no por temor, sino por falta de fe, responderé que esto sobre todo es señal de que no tenían de Cristo la debida idea. Sabían que El, una vez despierto, podía increpar a los vientos; pero aún no les venía al pensamiento que pudiese hacerlo también estando dormido. Pero ¿por qué te admiras de que ahora teman, siendo así que después de muchos milagros todavía eran débiles? Por esto con frecuencia Cristo los increpa, como cuando les dijo: ¿Tampoco vosotros entendéis?

No te admires, pues, de que siendo los discípulos tan débiles en la fe, las turbas no pensaran nada grande acerca de Cristo. Ciertamente se admiraban y decían: ¿Quién es éste a quien hasta los vientos y el mar obedecen? Pero Cristo no les corrigió que pensaran de El ser sólo hombre, sino que esperó; y mientras, les iba enseñando mediante los milagros que era falsa la opinión que de él tenían. Mas ¿de dónde colegían ser El simplemente hombre? Por su aspecto, su sueño, el uso de la nave para cruzar el lago. Por esto caían en estupor y decían: ¿Quién es éste? El sueño y todas las apariencias demostraban ser El un hombre; pero el mar y la tranquilidad que en él se hizo, lo comprobaban como Dios.

Aun cuando en otro tiempo Moisés había hecho algo semejante, sin embargo, en este paso se demostraba la excelencia de Cristo. Aquél, como siervo, Cristo como Señor hacían los milagros. Cristo no tendió su vara, como Moisés, ni levantó sus manos al cielo, ni necesitó suplicar; pues así como es propio del Señor mandar a los esclavos y del Creador a su criatura, así Cristo con sola su palabra y precepto apaciguó y enfrenó el mar.

Yen tal forma y tan repentinamente se disolvió la tempestad, que no quedó ni rastro de ella. Así lo declaró el evangelista cuando dijo: Y sobrevino una gran calma. Lo que el evange lista dijo acerca del Padre como una obra excelente, eso Cristo lo llevó a cabo ahora. Pero ¿qué se dijo del Padre?: Habló y se contuvo el viento de tempestad. Lo mismo en este pasaje: Ysobrevino una gran calma. Por tales motivos, las turbas su mamente lo admiraban, pero no lo habrían admirado en tan sumo grado si hubiera procedido como Moisés.

Una vez que Cristo se apartó del mar, sucedió un milagro pavoroso. Porque los endemoniados, a la manera de perversos fugitivos que ven a su Señor, gritaban: ¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? Puesto que las turbas lo confesaban como hombre, vinieron los demonios a predicar su divinidad. Y los que no habían oído eso del mar en tempestad y calmado de repente, lo vinieron a oír de los demonios: eso mismo que el mar apaciguado estaba clamando. Y para que esa voz de los demonios no pareciera simple adulación, por su propia experiencia gritaban y decían: ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos?

De manera que echan por delante su enemistad para que su súplica no pareciera sospechosa de nada. Invisiblemente eran atormentados y más que el mar padecían oleajes, traspasados, quemados y padeciendo intolerables tormentos con la sola presencia de Cristo. Y como nadie se atrevía a presentarle a aquellos endemoniados, El se les hace presente. Mateo escribe que ellos decían: ¿Has venido acá a destiempo para atormentarnos? Otros evangelistas añadieron que lo conjuraban y rogaban que no los arrojara al abismo: pensaban que su castigo era inminente y temían como si ya estuvieran sumergidos en sus tormentos.

Y aunque Lucas habla de un solo endemoniado y Mateo de dos, pero no hay contradicción. Si Lucas dijera que fue uno único el endemoniado y que en absoluto no había otro, parecería diferir de Mateo. Pero al recordar Lucas a uno y Mateo a dos, sólo hay diferencia de narración. Yo pienso que aquí Lucas se acordó del más terrible de los dos y por esto describe su desgracia, que era la más trágica: es a saber, que rompía las cadenas y ataduras y andaba por los sitios desiertos. Marcos añade que se hería contra las piedras. Por lo demás las palabras de ambos declaran bien la ferocidad y desvergüenza suya: ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? dicen.

No podían decir que no habían pecado y sólo piden no ser castigados antes de tiempo. Pues los había encontrado Jesús haciendo obras inicuas e intolerables y que destrozaban y atormentaban a criaturas suyas de mil maneras, creían los demonios que por la atrocidad de sus crímenes Cristo no esperaría a que llegara el tiempo del suplicio; y por esto le rogaban y suplicaban; y ellos, que ni con cadenas de hierro podían ser detenidos, se llegan ahora atados; ellos, que andaban por los montes, bajan ahora a los valles; ellos, que impedían a otros su camino, al ver que Jesús se les atravesaba en la senda, se detuvieron.

Mas ¿por qué gustan de morar en los sepulcros? Para instigar en la mente de muchos una creencia perniciosa; es a saber, que las almas de los difuntos se convierten en demonios, cosa que en absoluto nadie vaya a pensarfi Preguntan algunos: pero ¿qué me dices de muchos prestidigitadores que degüellan a los niños que capturan, con el objeto de tener luego su alma como sierva? Respondo: ¿cómo se demuestra? Que los degüellen es cosa que muchos afirman. Pero que las almas de esos muertos estén al servicio de sus asesinos ¿cómo lo sabes? Responden: Es que lo afirman los mismos endemoniados y dicen: yo soy el alma de fulano. Pues bien: eso es engaño y fraude diabólico. No es el alma del degollado la que habla, sino el demonio que simula para engañar a los oyentes. Si el alma pudiera meterse en la substancia del demonio, más fácilmente se metería en su propio cuerpo. Además: ¿quién que no esté loco puede creer que el alma ofendida vaya a ser compañera y criada de su ofensor? ¿o que pueda el hombre cambiar en otra substancia a un espíritu incorpóreo? Si esto no es posible en los cuerpos, ni puede nadie cambiar un cuerpo de hombre en el de un asno, con mayor razón esto no se puede hacer con un alma invisible ni podrá nadie cambiarla en substancia de demonio.

Son por consiguiente semejantes consejas palabras de vieje-cillas ebrias y espantajos de niños. No le es lícito al alma, una vez que se ha separado del cuerpo, andar vagando por este mundo. Las ánimas de los justos, dice la Escritura, están en las manos de DiosJ Si las de los justos, también las de los niños, pues no son malvadas. En cambio, las almas de los pecadores al punto serán arrebatadas de acá. Esto se ve claro en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Y en otra parte Cristo dijo: Esta misma noche te pedirán el alma?. Aparte de que no puede ser que el alma, una vez salida del cuerpo, ande vagando por acá. Y con razón. Pues si cuando emprendemos un viaje a un país conocido y ya acostumbrado, añora que andamos vestidos del cuerpo, si nos encontramos con un camino extraño ignoramos por dónde habremos de seguir, si no tenemos un guía ¿cómo el alma arrancada del cuerpo, yendo a lo que le es desconocido y no le es habitual, sabrá, sin un guía, a dónde debe dirigirse?

Por muchos otros argumentos se deduce que el alma, una vez salida del cuerpo, no puede ya permanecer aquí. Esteban decía: Recibe mi espíritu. Y Pablo: Ser desatado y estar con Cristo es mejorll Y del patriarca Abraham dice la Escritura: Anciano y lleno de días, murió en senectud buena y fue a unirse con su pueblo. Pero que tampoco las almas de los pecadores puedan andar por acá, oye al rico Epulón que mucho lo pedía y no lo consiguió; y eso que de haber podido habría venido él personalmente y habría comunicado a sus hermanos lo que por allá sucedía. Es, pues, manifiesto que tras de partir de esta vida, las almas son llevadas a cierto sitio y no pueden regresar acá, sino que allá esperan el terrible juicio.

Y si alguno pregunta: ¿por qué Cristo hizo lo que le pedían los demonios, al permitirles entrar en la manada de cerdos? respondería yo que no lo hizo por favorecerlos, sino con una múltiple providencia. En primer lugar, para enseñar a quienes hubieran sido así liberados de semejantes malignos tiranos, cuan grave ruina causan estos enemigos. En segundo lugar, para que todos aprendieran que los demonios no pueden ni aun entrar en los cerdos sin el permiso de Cristo. En tercer lugar, que si los demonios quedaban en aquellos hombres, habían de llevar a cabo cosas más terribles que en los cerdos, de no ser liberados de su desgracia por medio de aquella gran providencia de Dios. Porque nadie hay que no sepa con toda claridad que los demonios aborrecen al hombre más que a los brutos animales. De manera que quienes no perdonaron a los. cerdos sino que al punto los despeñaron, mucho más habrían hecho con los hombres, si no los hubiera enfrenado, en esa misma poderosa tiranía que ejercían, el cuidado de Dios, para que no perpetraran cosas más dañinas aún. Queda por aquí manifiesto que la providencia de Dios se extiende a todos; y si no se extiende del mismo modo a todos, también esto es un género de excelente providencia, pues se acomoda a como ha de ser útil para cada uno.

Todavía, además de lo dicho, aprendemos otra cosa: es a saber, que no sólo tiene Dios providencia de todos en general, sino en particular de cada uno, cosa que Cristo indicó a los discípulos al decirles: Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. Y puede verse esto en los dos endemoniados, puesto que mucho antes habrían sido estrangulados si no los hubiera guardado Dios con especial providencia. Permitió a los demonios entrar en los cerdos, para que los habitantes de aquella región conocieran su poder. En donde ya su nombre era conocido no se mostraba mucho en público; en donde no lo era, ahí sí se manifestaba plenamente; y en donde nadie lo conocía y el pueblo era insensible, brillaba con sus milagros para llevarlos a todos al conocimiento de su divinidad.

Y que fueran insensibles e imprudentes los que en aquella ciudad habitaban, aparece claro por lo que sucedió al fin. Habiendo sido necesario que lo adoraran y admiraran su poder, lo rechazaron y le rogaron que se alejara de sus confines. Preguntarás: ¿por qué los demonios mataron a los cerdos? Porque los demonios lo que siempre procuran es entristecer al hombre y siempre se gozan en su daño. Así lo hizo el demonio con Job, porque también este casó lo permitió Dios. Y no porque obedeciera al demonio, sino porque quería hacer a su siervo Job más resplandeciente, y aun quitar al diablo toda ocasión de impudencia, y hacer caer sobre su cabeza los crímenes que contra aquel justo cometía.

Y también ahora sucedió todo lo contrario de lo que el demonio pretendía. Porque el poder de Cristo se publicaba más claramente y la perversidad de los demonios, de la que él libró a cuantos aquéllos tenían prisioneros, se mostró más abiertamente aún, y se hizo ver que los demonios ni aun sobre los cerdos tenían potestad, si no se la daba aquel que es el Señor Dios de todos.

Si alguno quisiera tomar metafóricamente estas cosas, nada lo impide. La historia sería ésta: Conviene saber que los hombres que viven a la manera de los cerdos, son fácil presa del demonio. Y aquellos de quienes se apodera el demonio, siendo hombres, con frecuencia pueden superar a los demonios; pero si del todo se vuelven enteramente marranos, entonces no sólo son agitados por el diablo sin incluso éste los despeña en los precipicios. Y para que nadie fuera a pensar que se trataba de una simple ficción, sino que los demonios verdaderamente salieron de aquellos hombres, se comprobó el hecho con la muerte de los cerdos.

Considera aquí en Cristo la mansedumbre unida al poder. Porque como los habitantes de aquella región, tras de recibir de El tantos beneficios, lo obligaron a partirse de ahí, no se resistió, sino que partió y abandonó a los que se habían declarado indignos de recibir su predicación. Pero les dejó como maestros a los endemoniados que liberó y además a los porquerizos de quienes podían ellos investigar y conocer todo lo sucedido. Sin embargo, al irse los dejó con graves temores. La magnitud del daño en los cerdos publicaba la fama del milagro y el suceso tan notable impresionó los ánimos. De todas partes llegaban rumores que esparcían la noticia del suceso inaudito: de los que fueron curados, de los cerdos despeñados, de los dueños de la piara, de los porquerizos.

Por lo demás, también en la actualidad hay muchos endemoniados que habitan en sepulcros y cuya locura no hay quien pueda sujetarla: ni el hierro, ni las cadenas, ni la muchedumbre de hombres, ni las amenazas, ni los avisos, ni el terror, ni nada semejante. Porque cuando un lascivo se deja enredar por la belleza de los cuerpos, en nada se diferencia de un endemoniado. Igual que éste, discurre desnudo por todas partes: es decir, vestido pero despojado de las verdaderas vestiduras y de la gloria que se le debe; y no golpeándose con piedras, pero sí con sus pecados, mucho más duros que las piedras. ¿Quién habrá que pueda atar y apaciguar a un hombre que así tan desvergonzadamente procede, petulante y nunca en su pleno juicio sino siempre buscando los sepulcros? Porque sepulcro son las casas de asignación, llenas de hediondez y corrupción.

Y ¿qué diremos del avaro? ¿Acaso no es también él como ese otro? ¿Quién podrá atarlo? Ni los terrores, ni las amenazas, ni los avisos, ni los consejos. Todas esas ataduras las rompe y si alguien se le acerca para quitarle las cadenas, lo conjura a que no se las quite, pues tiene por su mayor tormento no estar en el tormento. Pero ¿qué cosa más miserable hay que pueda acontecer? El demonio aquel, aunque despreciaba a los hombres, pero al mandato de Cristo al punto salió del cuerpo. Este, en cambio, no cede ni a tal mandato. Porque aun oyendo a Cristo que cada día le dice: No podéis servir a Dios y a las riquezas aun amenazándolo con la gehenna y los suplicios intolerables, no obedece; y no porque sea más fuerte que Cristo, sino porque Cristo no nos lleva forzados al arrepentimiento. Viven tales hombres como en un desierto, aun cuando habiten en las ciudades.

¿Quien no esté loco puede alternar con semejantes hombres? Con más gusto preferiría yo habitar con infinitos endemoniados que con un solo individuo enfermo de avaricia. Y que no me equivoco al decir esto, se demuestra por lo que a ambos sucede. Los avaros anhelan dañar a quien ningún daño les ha hecho y lo tienen por enemigo; y que quien es libre, sea su esclavo para envolverlo en un sinnúmero de males. El endemoniado nada de eso hace, sino que contiene en sí mismo su propia enfermedad. Los avaros destruyen muchas familias, y hacen asi que el nombre de Dios sea blasfemado y son ruina de la ciudad y del orbe. Los endemoniados más bien son dignos de conmiseración y de lágrimas; y en muchos casos proceden sin darse cuenta. Los avaros tropiezan en pleno juicio y por en medio de las ciudades enloquecen al modo de las bacantes, arrebatados de una extraña locura.

Porque ¿cuál de todos los endemoniados se atreve a lo que hizo Judas cuando acometió la suprema iniquidad? Todos los que lo imitan son por cierto como bestias feroces escapadas de su cárcel, que perturban las ciudades, sin que pueda nadie reprimirlas. Cierto que por todas partes los rodean ataduras, como son el terror por los jueces, las amenazas de la ley, las maldiciones del vulgo y muchos otros lazos; pero ellos los rompen todos y todo lo revuelven. Si alguien rompiera semejantes ataduras, al punto se vería que están endemoniados con un demonio mucho más cruel y feroz que el que ahora narra Mateo haber salido de aquel cuerpo.

Mas ya que en la realidad no se puede, rompámosle con la ficción sus cadenas al avaro y experimentaremos su pleno furor. Pero no temáis a esa fiera así puesta al desnudo por nosotros : ¡al fin y al cabo, no se trata sino de palabras, y no la vemos aquí hecha realidad! Imaginemos, pues, a un hombre que echa fuego por los ojos, negro, con dragones que le cuelgan de los hombros, en vez de brazos. Y que en vez de dientes, tenga puñales erizados; y en lugar de lengua, un regato de veneno y ponzoña. Y cuyo vientre sea más voraz que un horno cualquiera de modo que deglute cuanto se le arroja. Y sus pies dotados de alas y más ligeros que cualquier llama; y cuya cara sea semejante a la del perro y del lobo. Y que no lance voces humanas, sino un sonido áspero, desagradable y temible; y que tenga teas encendidas en sus manos. Tal vez semejante pintura os parezca horrible, pero aún no le hemos puesto todos los colores que le convienen, pues habría que añadirle otros muchos. Por ejemplo, que degüella y devora a todos y les desgarra las carnes.

Pues bien: un avaro es peor que semejante monstruo, pues como un abismo a todos devora, a todos consume y gira por todas partes como enemigo común del género humano. No quiere que quede vivo nadie, para poseerlo él todo. Y ni aquí se detiene, sino que tras de haberlos arruinado a todos por su codicia, ansia ver deshecha toda la tierra y su substancia convertida en oro; ni sólo la tierra, sino además los montes, las quebradas, las fuentes y todo lo visible. Y para que veáis que aun así no hemos descrito todo su furor, añadamos que nadie hay que lo acuse ni le cause terror. Quitadle el miedo a las leyes y veréis cómo toma una espada y mata a todos sin perdonar a nadie, ya sea amigo, pariente, hermano o padre.

Mas ¡no, no es necesaria semejante hipotiposis! Preguntémosle a él mismo si no son estos sus pensamientos; y que con el ánimo a todos acomete y da muerte a sus amigos y parientes y progenitores. Pero ni siquiera es necesario preguntarle; pues nadie hay que ignore cómo los poseídos de semejante enfermedad llevan pesadamente la ancianidad de sus padres y estiman insoportable lo que para otros es dulce y deseable, como es tener prole. Muchos por tal motivo se esterilizaron y mutilaron la naturaleza, no sólo dando muerte a los hijos, pero aun no dejándolos nacer.

No os admiréis, pues, de que en tal forma hayamos pintado al avaro; pues al fin y al cabo es peor aún de lo que dijimos. Pero veamos cómo será posible librarlo de semejante demonio. ¿Cómo se librará? Si logra comprender claramente que la avaricia es enemiga aun para quien anhela adquirir riquezas. Quienes quieren lucrar cosas de ningún precio, sufren daños enormes, como ya se ha convertido en proverbio. Muchos, por prestar a crecidos réditos, por no haber examinado bien las posibilidades del cliente, perdieron réditos y capital. Otros, por no querer gastar un poco, perdieron en varios peligros dineros y vida. Otros, pudien-do adquirir con sus dineros altas dignidades o cosas parecidas, por usar de excesiva parsimonia todo lo perdieron. No saben sembrar y sólo se empeñan en cosechar, y con frecuencia pierden la cosecha.

Es que nadie puede perpetuamente cosechar, como tampoco lucrar. No quieren gastar y no saben lucrar. Y si necesitan desposarse, caen en el mismo daño. Pues se precipitan a mayores pérdidas, si la esposa les resulta pobre en vez de rica, o si es rica y anda cargada de innumerables defectos. Porque no es la opulencia lo que engendra riquezas, sino la virtud. ¿Ni qué utilidad acarrean las riquezas si la esposa es pródiga, gastadora y disipa todo lo que tiene como el viento? ¿O si es lasciva y se atrae a infinitos amantes? Y ¿si es ebria? ¿No reducirá a su esposo en breve tiempo a la miseria?

Ni sólo se engañan los ricos en escoger esposa, sino también en comprar esclavos, cuando adquieren no los que son probos y diligentes, sino los más baratos. Pensando, pues, todo esto (ya que aún no habéis podido escuchar explicaciones acerca de la gehenna y del reino de los cielos); y trayendo a la memoria los daños que con frecuencia os ha causado la avaricia en los réditos, en las compras, en los desposorios, en los patrocinios y en todos los demás géneros de negocios, apartaos del amor a los dineros. Podréis así pasar tranquilos esta vida; y luego escuchar, ya más cultivados, los discursos acerca de la virtud; y con la vista ya más ejercitada, contemplar el Sol de justicia y alcanzar sus promesas. De las cuales ojalá todos participemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILÍA XXIX

Subieron a una barca, hizo la travesía y vino a su ciudad. Le presentaron a un paralítico acostado en su lecho; y viendo Jesús la fe de aquellos hombres dijo al paralítico: Confía, hijo; tus pecados te son perdonados (Mt 9,1-2).

LLAMA AQUÍ el evangelista a Cafarnaúm: su ciudad. Pero en donde nació fue en Belén y en donde se educó fue en Nazaret. Sin embargo, fue en Cafarnaúm donde residió por mucho tiempo. Y se trata aquí de un paralítico diferente del que refiere Juan. El de Juan yacía en la piscina; éste, en Cafarnaúm. Aquél tenía treinta y ocho años de parálisis; de este otro nada se dice. Aquél no tenía quien se encargara de él; éste, al contrario, tuvo quienes lo llevaran a Jesús. A éste, Jesús le dijo: confía: se te perdonan los pecados; al otro: ¿ quieres sanar? 1 A aquél lo curó en sábado; a éste, no en sábado, pues de otro modo lo habrían acusado los judíos: ellos que aquí callan y en Juan acusan e insisten en perseguirlo.

No sin motivo he dicho lo que precede, sino para que nadie sospeche que se trata de un mismo paralítico y crea que hay aquí contradicción. Considera cuan manso y modesto se presenta Jesús. Ya antes había despachado a las turbas; y ahora, rechazado por los gerazenos, no se resistió, sino que se apartó, aunque no lejos. Y luego, subiendo en la barca hizo la travesía que podía haber hecho a pie, andando sobre las aguas. Pero no quería estar haciendo milagros para todo y continuamente, sino mantener sus disposiciones providenciales.

Dice, pues, Mateo: Le trajeron al enfermo. Los otros evangelistas dicen que fue bajado hasta Cristo, tras de haber los cargadores roto el techo; y lo pusieron delante de Cristo, sin pronunciar palabra los que lo llevaban, sino dejándolo todo al arbitrio de Cristo. A los principios Jesús recorría los pueblos y no exigía de quienes se le acercaban una fe tan profunda; pero en este caso ellos fueron quienes se acercaron y El les exigió el acto de fe. Porque dice Mateo: Viendo la fe de ellos; es decir de los que habían descolgado al paralítico. Pues no siempre requiere Cristo la fe de los enfermos; por ejemplo cuando deliran o de algún modo están fuera de sí a causa de la enfermedad. Pero aquí además era grande la fe del enfermo; pues de otra manera no habría tolerado que lo bajaran en esa forma. Y pues ellos demostraron tan grande fe, Cristo demostró su poder, al perdonar por propia potestad los pecados y mostrarse en todo igual al Padre.

Atiende ahora. Anteriormente demostró esto mismo al enseñar como quien tiene potestad. Luego, cuando el leproso, al decirle: Quiero, sé limpio. Y cuando el centurión que le decía: Di sola una palabra y mi siervo será curado; de manera que Jesús se admiró y lo colmó de alabanzas más que a todos los otros. Y cuando con sola su palabra refrenó el mar. Y cuando los demonios lo confesaban por Juez y con gran poder los arrojó. Pero aquí, en un modo superior obliga a sus enemigos a confesarlo igual a su Padre y lo esclarece por las palabras mismas de ellos. El, por su parte, mostrándose ajeno a toda ambición (porque había una gran cantidad de espectadores que impedían la entrada y fue el motivo de que los cargadores descolgaran por el techo al paralítico), no se avalanzó al punto a curar aquel cuerpo enfermo, sino que tomó ocasión de los que lo llevaban; y antes que nada curó la enfermedad que no se veía, o sea la del alma, perdonándole sus pecados: cosa que al paralítico le daba la salud, pero a El no le daba mucha gloria delante de los escribas y fariseos.

Porque éstos, excitados por su perversidad, mientras buscaban ocasión de injuriarlo, contra su voluntad hicieron que aquella igualdad apareciera más claramente. Hábil como era, se valió de la envidia de ellos para obrar un milagro. Pues como se turbaran y dijeran en su corazón: Este blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?p- veamos qué les respondió. ¿Acaso contradijo aquella opinión? Pero si no era igual a Dios, debió responderles: ¿Por qué pensáis de mí lo que no es conforme a la verdad? ¡Lejos estoy de potestad tan grande! Pero nada de esto les dice, antes bien afirmó y confirmó la opinión con palabras y con milagros.

Pareciéndole inoportuno decir a sus oyentes ciertas cosas de sí mismo, confirma eso que le atañe por medio de otros. Y, lo que es más admirable aún, no únicamente por medio de sus amigos, sino también por medio de sus enemigos, cosa que nacía de su ciencia excelente. Por medio de los amigos, cuando dice al leproso: Quiero, sé limpio; y cuando dice: No he encontrado tanta fe en Israel. Por medio de sus enemigos, en el caso presente. Pues como ellos dijeran. Nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios, El continuó: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa.

Tampoco allá cuando en otra ocasión le dijeron: Por ninguna obra buena te apedreamos sino por la blasfemia; porque siendo tú hombre te haces Dios,3 no refutó esa opinión, sino que al revés, la confirmó diciendo: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed a las obras. Y aquí da otra señal no pequeña de su divinidad y de la igualdad con su Padre. Porque ellos decían: perdonar los pecados sólo es propio de Dios. Este en cambio no sólo perdona los pecados, sino que de antemano demuestra otra cosa, que también sólo es de Dios, como es revelar los secretos de los corazones. Porque ellos no habían descubierto lo que pensaban. Dice el evangelista: Algunos escribas dijeron dentro de sí: éste blasfema. Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Y que sólo sea de Dios conocer los secretos de los corazones, oye cómo lo dice el profeta: Sólo tú conoces los corazones. Y también: Dios que escruta los corazones y los ríñones. Y Jeremías: Tortuoso es el corazón del hombre, impenetrable para el hombre. ¿Quién puede conocerlo? 6 Y además: El hombre ve la figura, pero Dios ve el corazón.'1 Y en muchos otros lugares de la Escritura puede verse que sólo Dios es quien penetra los pensamientos. De manera que para demostrarles su divinidad y su igualdad con el Padre, les descubre y revela lo que ellos dentro de sí pensaban, pero a causa de la multitud no se atrevían a declarar. Y en eso mismo manifestó gran mansedumbre de alma.

Mas ¿por qué les dijo: por qué pensáis mal en vuestros corazones? A la verdad, si había lugar para indignarse, le tocaba al enfermo, como engañado, que podía decirle: Viniste a curar una enfermedad ¿y te dedicas a curar otra distinta? ¿Cómo puedo saber que mis pecados me son perdonados? Pero nada le dice, sino que confía en el poder del médico; mientras que los escribas perversos y comidos de envidia, se oponen a los beneficios que a otros se hacen. Por lo cual Cristo, aunque con suma blandura, los corrige. Como si les dijera: si no creéis a mis primeras palabras y las juzgáis jactanciosas, daré un paso más y revelaré vuestros secretos pensamientos; y aun añadiré una tercera prueba. ¿Cuál? Que voy a dar la salud al paralítico.

Por cierto que cuando habló con el paralítico no declaró tan manifiestamente su poder como aquí, ni dijo: Yo te perdono, sino: Tus pecados te son perdonados. Pero como ellos lo obligan, más claramente deja ver su poder diciéndoles: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados. ¿Ves cuan lejos está de querer que no se le tenga por igual a su Padre? Porque no dijo que el Hijo del hombre necesitara de otro, ni que el Padre le había dado poder, sino: el Hijo del hombre tiene poder.

Y no lo dijo por fausto, sino: para persuadiros de que yo no blasfemo al hacerme igual a Dios. Es que en todas partes quiere dar pruebas claras y firmes de esa igualdad, como cuando dice: Anda y muéstrate al sacerdote, y cuando presenta a la suegra de Pedro sirviéndoles a la mesa; y cuando permite que los cerdos se despeñen al mar. Del mismo modo, ahora presenta la salud corporal como signo de la remisión del pecado; y como señal de la salud corporal el que el enfermo cargue con su lecho, para que nadie piense que lo ocurrido eran simples apariencias.

Pero no hizo el milagro antes de preguntarles: ¿Qué es más fácil: decir tus pecados te son perdonados o decir levántate y anda? Como si les dijera: ¿Qué os parece cosa más fácil: sanar un cuerpo enfermo o perdonar al alma sus pecados? Manifiestamente el sanar el cuerpo. Cuanto el alma es más excelente que el cuerpo, tanto más es perdonar los pecados que curar el cuerpo. Pero como aquello primero es oculto y secreto y lo segundo es más manifiesto, añadió lo que era menos difícil pero más claro para que por esto se mostrara lo que es mayor pero más oculto. Y así también reveló lo que ya el Bautista había dicho: El que quita el pecado del mundo? Una vez que por su mandato se puso el enfermo en pie, Jesús lo despachó a su casa, demostrando nuevamente cuan lejos estaba de todo fausto y que la curación no había sido imaginaria: y pone a los mismos escribas como testigos de ella.

Como si dijera al paralítico: Por cierto que yo hubiera querido mediante tu enfermedad sanar a estos otros que parecen sanos pero que están enfermos del alma. Mas, pues no lo quieren ellos, tú vete a tu casa. Vete a tu casa para que allá corrijas a los que allá viven. ¿Adviertes cómo se muestra creador del cuerpo y del alma? Porque sana la parálisis de ambos elementos; y por medio de lo que es manifiesto hace conocer lo que es oculto. Pero los escribas todavía se arrastraban por tierra. Pues dice el evangelista: Y glorificaban a Dios de haber dado tal poder a los hombres. Se les resistía la carne. Jesús no los increpó; pero de todos modos cuidó de serles útil, incitándolos con las obras a creer y levantando al cielo sus ánimos. Por de pronto, no era poco que pensaran que El venía de Dios y que era el más grande de los hombres. Si esto hubieran conservado firmemente en su pensamiento, con avanzar un poco lo habrían reconocido como Hijo de Dios.

Pero no lo retuvieron firmemente, y por lo mismo no pudieron acercarse al pensamiento de su divinidad. Aunque todavía más adelante decían: Este hombre no puede venir de Dios2 Y también: ¿Cómo puede éste venir de Dios? Y con frecuencia trataban de esto, poniendo delante estos velos que ocultaran sus vicios. Es lo mismo que al presente hacen muchos, que mientras parecen fructificar y vengar a Dios, se entregan a sus pasiones, siendo así que lo conveniente es practicar toda mansedumbre. El Dios de todos, en cuyas manos está el vibrar el rayo contra los que blasfeman, cuida de hacer salir el sol, enviar sus lluvias y proveernos de todo generosamente. Conviene que lo imitemos rogando, amonestando, instruyendo con dulzura, pero no irritarnos con fiereza.

De la blasfemia ningún daño recibe Dios, para que tú te enciendas en ira: el que blasfema es quien recibe la herida. Gime, pues, vierte lágrimas; porque digno es de lágrimas semejante vicio; y para curarlo no hay remedio mejor que la mansedumbre. Esta es más poderosa que cualquier violencia. Advierte en qué forma se expresa en el Antiguo y en el Nuevo Testamento el Señor que recibe la injuria. En el Antiguo dice: ¡Pueblo mío! ¿qué te he hecho? M- En el Nuevo dice: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? Y Pablo ordena a los suyos corregir con dulzura. Y el mismo Cristo cuando se le acercaron los discípulos que le rogaban hacer descender fuego del cielo, con vehemencia los increpó y les dijo: ¡No sabéis de qué espíritu sois!

En este pasaje Cristo no dice a los escribas: ¡Oh execrables! ¡oh embaucadores! ¡oh envidiosos y enemigos de la salud de los hombres! Sino simplemente: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Es pues necesario curar la enfermedad con dulzura. Quien se vuelve mejor por humanos temores, pronto volverá a la maldad. Por tal motivo ordenó Cristo que no se tocara la cizaña, dando tiempo a la penitencia. Pues muchos de ellos hicieron penitencia, y fueron buenos, habiendo antes sido malos: así Pablo y el publicano y el buen ladrón. Después de haber sido cizaña se cambiaron en trigo maduro. Cierto que en las plantas esto no puede hacerse; pero en los propósitos de la voluntad se hace fácilmente, porque ésta no está sujeta a esas leyes de la naturaleza, sino que fue honrada con el don del libre albedrío.

Si ves pues a un enemigo de la verdad, hazle algún servicio, cuida de él, vuélvelo al camino de la virtud siendo para él un excelente ejemplo de vida; habíale correctamente, empéñate en ayudarlo y auxiliarlo, toma todos los medios para que se enmiende; imita a los médicos excelentes que usan de diversas clases de medicinas, y cuando ven que la úlcera no cede con la primera usan de otra y luego enseguida de otra, de manera que unas veces cortan, otras aplican vendajes. Tú, pues, hecho médico de las almas, usa de todos los modos de curar, conforme a las leyes de Cristo, para que recibas la recompensa de tus buenas obras y de la salud alcanzada por otros, haciéndolo todo a gloria de Dios y alcanzando por ahí la gloria para ti mismo. Porque dice: Yo honro a los que me honran y desprecio a los que me desprecian.

Hagámoslo todo para su gloria y para alcanzar aquella divina herencia. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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