lunes, 24 de agosto de 2009

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo, IX

HOMILÍA XVI

No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas. (Mt 5,17).

¿•QUIÉN SERÍA el que tal sospechó? ¿quién le puso esta objeción, para que así procure deshacerla? Porque sospecha tal no podía nacer de sus palabras. Que mandara ser humildes, modestos, compasivos, limpios de corazón, anhelantes de la justicia, no tenía oposición alguna a la ley. Más aún: era todo lo contrario de lo que decían los que proponían la objeción. Entonces ¿por qué dijo esto Jesús? Por cierto, no fue a la ventura ni en vano. Sino que, como había de promulgar decretos de mayor envergadura, como por ejemplo: Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; pero yo os digo que ni os irritéis, abriendo de este modo un nuevo y celestial camino a la perfección, con el objeto de que la novedad no perturbara a los creyentes y los empujara a la duda de sus sentencias, echa mano Jesús de esta precaución.

Los judíos, aun no cumpliendo la ley la estimaban grandemente; y aun violándola día por día, querían sin embargo que no se le tocara ni una letra ni se le añadiera nada. Más aún: defendían incluso ciertas adiciones hechas por sus príncipes, que en realidad no eran mejores sino peores. Así acabaron con el honor debido a los padres y echaron abajo muhcas otras cosas buenas con inoportunas añadiduras. No siendo Cristo de la tribu sacerdotal; y siendo lo que iba a decir una añadidura que no disminuía la fuerza de los preceptos legales sino que la aumentaba, previendo Jesús que ambas cosas perturbarían a los oyentes, antes de que se pusieran por escrito sus leyes, cuidó de refutar lo que sin duda les vendría al pensamiento a las turbas. ¿ Qué era eso que se les podría ocurrir y que ellas podrían objetar? Pensarían que lo que Cristo decía era para abrogar los antiguos preceptos legales. Tal es el motivo de que refute semejante opinión.

Ni lo hizo en sólo este pasaje, sino también en otro. Como los judíos lo tenían por enemigo de Dios, puesto que no guardaba el sábado, para quitarles semejante prejuicio adujo sus pruebas, tales como a él convenían. Como cuando dijo: Mi Padre sigue obrando todavía y por eso yo obro también.- Otras veces, las da pero en forma más modesta, como cuando habla de la oveja arruinada en sábado y declara que para salvarla se abrogó la ley y trae a la memoria también el hecho de circuncidar en sábado. De manera que muchas veces usó una forma más modesta de hablar, siempre para combatir la opinión que decía ser él enemigo de Dios. Así también, el que había vuelto a la vida a muchos muertos con sola una palabra, cuando llamó a Lázaro del sepulcro y añadió aquella súplica, enseguida, para que no pareciera por esto ser menor que el Padre y para enmendar y quitar semejante sospecha, añadió: Por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que tú me enviaste.

De manera que ni lo hace todo como por propia autoridad, para acomodarse a la debilidad de los oyentes; ni tampoco lo hace todo lanzando primero súplicas a su Padre, con el objeto de no dejar a los pósteres un argumento para que sospechen de él como impotente y débil; sino que va mezclando lo uno con lo otro. Y no lo hace sin regla ninguna, sino con la prudencia a él conveniente. En los casos más importantes procede como quien tiene autoridad; en los otros, mira al cielo. Cuando perdona los pecados, cuando revela las cosas ocultas, cuando abre el paraíso, arroja los demonios, limpia la lepra, enfrena a la muerte y resucita incontables difuntos, lo hace dando órdenes. En cambio, cuando multiplica los panes y de pocos los hace muchos, entonces se dirige al cielo, demostrando con todo esto que no procedía así por debilidad. Pues si en los casos más graves procedía por propia autoridad ¿cómo iba a necesitar de suplicar al Padre en lo de menor importancia? ¡No! Sino que, como ya dije, lo hace para refrenar la impudencia de los judíos.

Y tú piensa lo mismo cuando lo veas proferir modestas palabras: para tales palabras y tales obras hay muchos motivos. Por ejemplo, que no se le crea contrario a Dios; y para enseñar y sanar a todos; y para adoctrinarnos en la humildad; y para que mortifiquemos la carne; y para que los judíos no sean capaces de captar todo a la vez; y para instruirnos en que nadie hable de sí grandes cosas. Por todos estos motivos, con frecuencia habla de sí mismo muchas cosas modestas y deja que otros ensalcen las grandes.

Cuando hablaba con los judíos les decía: Antes que Abraham naciese era yop mientras que con sus discípulos no procedía así, sino que dijo: Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios A Tampoco dijo nunca claramente que El había hecho el cielo, la tierra, el mar y todo lo visible y lo invisible. En cambio, el discípulo, con gran libertad y sin suprimir nada, una, dos y muchas veces, dice: Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho. Y también: Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por El. Pero ¿ cómo te admiras de que otros hayan dicho de El cosas grandes y mayores que las que El decía de sí mismo, siendo así que no decía claramente con las palabras muchas cosas que por medio de las obras significaba?

Que El creó al hombre, lo manifestó claramente en el caso del ciego. Y cuando se ofreció hablar de la creación allá a los principios, no dijo: Yo los hice, sino: El que los hizo, los hizo varón y hembra. Además, que haya creado el mundo y lo que en él hay, lo demostró por los peces, los panes, el vino, el apaciguamiento del mar, los rayos solares que oscureció estando en la cruz y por otros muchos medios, aun cuando nunca lo dijo claramente con sus palabras. En cambio, sus discípulos, Pedro, Juan, Pablo, muchas veces lo afirman. Si éstos que día y noche lo oían cuando hablaba y lo veían hacer milagros y a quienes explicaba aparte muchas cosas, y tan grande poder les había conferido que aun resucitaban los muertos y los había elevado a tan gran perfección que lo habían abandonado todo por seguirlo, a pesar de todo y tras de haber alcanzado tan alta doctrina y virtud, no pudieron entender y aceptar todas las cosas antes de haber recibido al Espíritu Santo ¿ cómo el pueblo judío sin esa inteligencia y sin haber subido a tan gran perfección y que sólo de casualidad y de paso había estado presente a sus palabras y a sus obras, cómo, repito, no habrá creído que en realidad era contrario al Dios de todos, si él no hubiera usado de tanta modestia e indulgencia en todos sus hechos y dichos?

Por eso, cuando hubo de deshacer la ley del sábado, no puso de antemano su propia ley sino que fue echando por delante muchas y variadas defensas. Ahora bien: si habiendo de deshacer uno solo de los preceptos, usó de tan grande precaución en las palabras para no perturbar a los oyentes, mucho más necesitaba de grandes precauciones y cuidados para no conturbarlos cuando iba a añadir a toda la ley una legislación enteramente nueva. Tal es el motivo de que no siempre hable y enseñe abiertamente acerca de su divinidad. Si una pequeña adición que hizo a la ley tanto perturbó a los judíos, mucho más los habría perturbado si de plano se hubiera declarado Dios.

Tiene por esto muchas expresiones que significan cualidades muy inferiores a las debidas por su divinidad. Y en este pasaje, puesto que va añadiendo algo a la ley, usa de mucha precaución. De manera que no una sola vez afirma que no ha venido a quitar la ley, sino que por segunda vez lo repite y aun añade algo notable. Porque habiendo dicho: No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas, continuó: No he venido a abrogarla sino a consumarla. Con lo cual no solamente refrenó la impudencia judaica, sino que cerró la boca a los herejes que más tarde afirmarían provenir la Ley Antigua del demonio. Pues si Cristo vino para destruir la tiranía del demonio ¿cómo puede ser que no sólo no la destruya, sino que la consume? Porque no se contentó con decir: No la destruyo, cosa que hubiera bastado, sino que añadió: La consumo: palabras propias no de un adversario de la Ley, sino de un defensor de la Ley.

Preguntarás ¿cómo es que no la abroga? ¿cómo cumple y consuma la ley y los profetas? Consuma los profetas, porque todo cuanto ellos dijeron de El, El con sus obras lo confirmó. Y por esto el evangelista, tras de cada uno de sus hechos, añade : Para que se cumpliera lo dicho por el profeta. Lo cumplió al nacer y cuando los niños en el templo le entonaron aquel himno admirable y cuando montó en el asno y en muchas otras ocasiones. Y no se habría cumplido todo, si El no hubiera venido.

Yen cuanto a la Ley, la cumplió no de un modo ni de dos, sino hasta de tres. Lo primero, no traspasando los preceptos legales.

Así lo testifica delante de Juan el Bautista que ha cumplido toda la ley cuando le dice: Conviene que cumplamos toda justicia.

Ya los judíos les decía: ¿Quién de vosotros me argüirá de peca do? 7

Y lo mismo ante los discípulos: Viene el príncipe de este mundo que en mí no tiene nada.% Y uno de los profetas había dicho que no habría pecado en él.$ Este fue, pues, el primer modo de cumplir con la Ley. En segundo lugar la consumó en cuanto que todo lo que hizo lo hizo por nosotros. Porque ¡cosa admirable! no sólo cumplió con la ley, sino que nos dio el poder nosotros cumplirla. Así lo declara Pablo con estas palabras : Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que creeJ Y también dice que condenó en sí el pecado, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la carnet-1 Y todavía: ¿Anulamos pues la ley con.la fe? No ciertamente, antes la confirmarnos. La ley procuraba hacer justo al hombre, pero no tenía fuerzas. Por esto Cristo al venir introdujo un modo de justicia que es por la fe, y así confirmó la voluntad de la ley. Lo que ésta no pudo con la letra, él lo llevó a cabo mediante la fe. Y por esto dice: No he venido a abrogar la ley.

Si alguno cuidadosamente examina, encontrará un tercer modo con que Cristo consumó la ley. ¿Cuál? Mediante los preceptos que iba a dar. Porque no eran abrogación de los anteriores, sino una ampliación y cumplimiento de ellos. Así el precepto de no matar, no queda abrogado por el de no irritarse, sino que éste es cumplimiento y precaución mayor respecto de aquél. Habiendo pues sembrado de antemano y sin causar sospechas las semillas de los nuevos preceptos, cuando ya los judíos habían de entrar en sospechas a causa de una más clara comparación entre éstos y los antiguos, como éstos fueran contrarios a la ley, usó Cristo de semejante precaución. Al fin y al cabo, ya había puesto los fundamentos, aunque en forma algo oscura y enigmática, para los preceptos nuevos, mediante lo que antes había dicho.

Así aquello de: Bienaventurados los pobres de espíritu es el equivalente del: No os irritéis. Aquello de: Bienaventurados los limpios de corazón, corresponde al precepto de no ver a una mujer para desearla. Y lo de no amontonar tesoros en la tierra, concuerda con lo otro de: Bienaventurados los misericordiosos. También lo de llorar, lo de ser perseguidos con injurias y oprobios, es exactamente como el entrar por la puerta angosta. Y lo de tener hambre y sed de justicia, no es otra cosa sino lo que después dijo: Cuanto quisiereis que os hagan los hombres, ha-cedlo vosotros a ellos. Y cuando al hombre pacífico lo llamó bienaventurado, dijo, más o menos, lo mismo que cuando ordenó dejar el don sobre el altar y correr a reconciliarse con el hermano ofendido y mostrarse benévolo con los enemigos. Sólo que allá señaló los premios para quienes rectamente proceden, mientras que acá señaló los castigos para quienes no procedan correctamente.

Allá decía que los mansos poseerán la tierra, mientras que acá dice que quien a su hermano lo llamare fatuo será reo del fuego de la gehenna. Allá dijo que los limpios de corazón verán a Dios; acá, en cambio, que quien lanza miradas impúdicas ya es fornicario. Allá a los pacíficos los llamó hijos de Dios. Acá amenaza por otro camino cuando dice: No sea que tu adversario te entregue al juez. Anteriormente llamó bienaventurados a los que lloran y padecen persecución; después, tratando el mismo asunto, amenaza con la ruina a quienes vayan por otro camino, pues dice que quienes van por la senda espaciosa, perecerán.

Aún aquello de que no podéis servir a Dios y a las riquezas me parece que viene siendo semejante a lo de: Bienaventurados los misericordiosos y los que han hambre y sed de justicia. Pero como ya dije anteriormente, habiendo Cristo de decir lo mismo con mayor claridad, y no sólo con mayor claridad, sino añadiendo muchas otras cosas (puesto que no busca ya tan sólo que seas misericordioso, sino que te ordena entregar la túnica; ni quiere que solamente seas manso, sino incluso que presentes la otra mejilla a quien quiere golpearte), de antemano deshace y explica esa aparente contradicción y repugnancia que parecía haber. Por tal motivo, como ya dije, no dijo la cosa una sola vez, sino dos.

Habiendo, pues, dicho: No penséis que he venido a abrogar la ley, añadió: No he venido a abrogarla. Y después continuó: En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que falte una iota o una tilde de la ley, hasta que todo se cumpla. Lo que significa: es imposible que la ley no se cumpla, sino que se •cumplirá aun lo mínimo de ella. Así lo hizo El, que cuidadosamente la cumplió. Pero con esas palabras nos está indicando que el mundo cambiará de imagen. Ni lo dijo sin motivo, sino para dar a entender que con todo derecho induciría otro modo de vivir; y además, para levantar el ánimo de los oyentes: había que preparar otro camino más perfecto, si todo lo que el mundo practicaba tenía que cambiarse y el género humano había de ser llamado a otra patria.

Si pues alguno descuidase uno de esos preceptos menores y enseñase así a los hombres, será el menor en el reino de los cielos. Una vez que se justificó contra aquella mala sospecha y cerró la boca de quienes quisieran contradecir, finalmente infunde pavor y lanza amenazas acerca de la ley futura. Y para que veas que tales palabras no las dijo acerca de la ley antigua, sino de las leyes que El iba a promulgar, oye lo que sigue: Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Si esto lo amenazara respecto de la Ley Antigua ¿por qué había de decir: si no supera? Pues al fin y al cabo, quienes hicieran ahora lo mismo que aquellos antiguos hacían, no podían serles superiores en la razón de justicia. Entonces ¿en qué era en lo que habían de abundar y superar? En no irritarse, en no mirar impúdicamente a una mujer.

Mas ¿por qué a las leyes nuevas, siendo ellas tan grandes y sublimes, las llamó mínimas? Por ser él mismo quien iba a dictarlas. Así como se humilla y habla de sí mismo con modestia frecuentemente, así procede tratándose de su ley; para enseñarnos, también por este camino, a proceder en todo modestamente.

Y como había aún cierta sospecha de innovación, usa por el momento de este modo modesto de expresarse. Y tú, cuando oyes eso de ser el menor en el reino de los cielos, no pienses en otra cosa que en el suplicio de la gehenna. Porque suele llamar reino no únicamente al goce en el cielo, sino también a la resurrección y a su terrible venida. Pues ¿cómo podría ser que quien llama estulto a su hermano o quebranta un solo mandato vaya a la gehenna y en cambio el que los quebranta todos e induce a otros a lo mismo, entre en el reino de los cielos? No es pues aquel el sentido, sino este otro: que ese tal, en aquel tiempo será el mínimo, es decir, el rechazado, el último. Y ese último caerá en la gehenna.

El, como Dios que era, preveía las negligencias de muchos; y que no faltarían quienes pensaran que semejantes cosas las decía por hipérbole ;y que raciocinando acerca de estas leyes, se preguntaran: ¿Será verdad que quien llama fatuo a su hermano es castigado? ¿Será verdad que si alguno tan sólo mira a una mujer ya es adúltero? Pues para curar esta mala inteligencia, lanza grandes amenazas contra ambos: el que quebranta un mandamiento y el que induce a otros a quebrantarlo. Por nuestra parte, al escuchar semejantes amenazas, ni quebrantaremos esos mandatos ni apartaremos de su observancia a quienes anhelan cumplirlos.

Pero el que practicare y enseñare, éste será grande en el reino de los cielos. De manera que debemos ser útiles no sólo para nosotros mismos, sino también para los demás. Porque no hay el mismo premio para quien procura proceder rectamente y para quien hace que otros lo imiten. Así como el enseñar y no hacer condena al que enseña (pues dice Pablo: Tú que enseñas a otros ¿no te adoctrinas a ti mismo?) ; así el hacer pero no inducir a otros a lo mismo, disminuye el premio. Conviene, pues, ser excelente en ambas cosas; y que una vez que tú te hayas decidido a bien obrar, procures inducir a otros a bien proceder. Por esto puso Cristo las obras antes que la enseñanza, manifestando con esto que la mejor preparación que puede tener cualquiera para enseñar es obrar, y jamás de otro modo. De lo contrario, tendría que escuchar lo que dice Lucas: Médico, cúrate a ti mismoJS

Quien no ha podido enseñarse a sí mismo y se empeña en enmendar a otro, será burlado de muchos. Más aún, ni siquiera podrá adoctrinarlos, ya que sus obras dan testimonio en su contra. Pero si es perfecto en hacer y enseñar, será llamado grande en el reino de los cielos. Pues dice: Yo os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Llama justicia a toda virtud, lo mismo que en Job: Era varón justo e irreprensible. En ese sentido llama Pablo justo a aquel para quien no se estableció la ley: La ley no es para los justos. Y en general con frecuencia en otros sitios se encuentra la palabra justicia abarcando toda virtud.

Considera el aumento de gracia que da a sus discípulos, pues quiere que sean mejores que los doctores del Antiguo Testamento, siendo aún gente ruda. Naturalmente, este pasaje no se refiere a los escribas y fariseos perversos, sino a los virtuosos; pues si no lo fueran, jamás Cristo diría que poseían la justicia; y no haría comparación entre una justicia y otra: una que sí existía y otra que no existía. Considera además aquí en qué forma recomienda la Ley Antigua, pues la compra con la nueva, con lo que declara que le es pariente y afín, pues más o menos son del mismo género. De manera que de ningún modo reprende ni rechaza la Ley Antigua, sino únicamente pretende ampliarla. Si ella naciera de mala raíz no la habría Cristo perfeccionado con la Nueva, sino que la habría destruido.

Preguntarás que si era buena ¿cómo es que ya no conduce al reino? Ciertamente no conduce a quienes establecen su modo de vida después de la venida de Cristo; porque éstos, puesto que gozan de mayores virtudes y gracias, han de acometer mayores certámenes: certámenes que la Ley Nueva lleva consigo : Os digo que del Oriente y del Occidente vendrán muchos y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob.m Desde luego el pobre Lázaro que tan grandes coronas obtuvo, se nos muestra reclinado a su mesa. Y todos los que tanto brillaron en la Ley Antigua, lo lograron también mediante ella. Además, si esta Ley Antigua fuera mala y ajena a la virtud, Cristo no la hubiera cumplido toda. Y si lo hubiera hecho sólo por ganarse a los judíos y no para mostrar que ella era pariente y afín de la Nueva ¿por qué no se había de entregar a cumplir también las leyes de los gentiles y a sus costumbres para también a éstos atraerlos?

Queda, pues, manifiesto que Cristo no la impone, no porque ella sea mala, sino porque ya es tiempo de más perfectas ordenanzas. Pero, aun cuando sea más imperfecta que la nueva, esto no prueba que sea mala. Pues si lo fuera, también la nueva tendría la misma condición. Al fin y al cabo, si se compara la ciencia de la Antigua Ley respecto de la vida futura, en realidad es exigua e imperfecta y queda sin fuerza en viniendo la Nueva. Dice Pablo: Cuando llegue lo que es perfecto, desaparecerá lo que es imperfecto que fue lo que le sucedió a la Ley Antigua en llegando la Nueva. Sin embargo, no la acusamos por eso, aun cuando ella desaparezca y nosotros gocemos del reino. Porque entonces, dice, desaparecerá lo que es imperfecto. Mas a pesar de eso, la tenemos por grande. Siendo, pues, los premios mayores y más abundante la gracia del Espíritu Santo, mayores han de ser los combates y mayores los premios. No se nos promete ya una tierra que mana leche y miel, ni una longevidad, ni multitud de hijos, ni trigo, ni vino, ni greyes y manadas; sino el cielo, los bienes celestiales, la adopción de hijos, la fraternidad con el Unigénito, ser coherederos, compañeros suyos de gloria y reino, y otros infinitos premios.

Que tengamos ahora mayores auxilios, oye cómo lo dice Pablo: No hay pues ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús, porque no andan según la carne, sino según el espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida me libró de la ley del pecado y de la muerte? De manera que habiendo amenazado a los transgresores y habiendo prometido grandes premios a los cumplidores, para demostrarnos que con todo derecho se nos exigen cosas mayores que las que pedía la Ley Antigua, y antigua medida, finalmente comienza a legislar; y no simplemente, sino después de haber hecho comparación con las antiguas prescripciones legales. Quería con esto declarar dos cosas: que no impugnaba los antiguos preceptos, sino que del todo, conforme a ellos y siguiendo su espíritu estatuía las nuevas leyes, y que los nuevos preceptos con todo derecho y oportunidad se añadían a la Ley Antigua.

Para que esto quede más claro, oigamos las palabras mismas del Legislador. ¿Qué dice? Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás? Quien dio ese precepto es el mismo que dio el nuevo; sino que entonces usó de una forma impersonal. SI hubiera dicho: Habéis oído que yo dije a los antiguos, los oyentes no habrían aprobado ni aceptado semejante modo de hablar. Si hubiera dicho: Habéis oído que mi Padre dijo a los antiguos y luego hubiera enunciado el precepto diciendo: Pero yo os digo, habría parecido un exceso de arrogancia. Por eso puso aquel enunciado sencillo, mirando únicamente a declarar que ya era tiempo oportuno para ordenarlo. Pues al decir: qué se dijo a los antiguos, significaba que ya había transcurrido mucho tiempo de que aquéllos recibieron el precepto.

Además, procedió así para que se avergonzaran los oyentes que tal vez dudaran de acometer aquella mayor perfección. Así acostumbran los maestros decir a un niño perezoso: ¿Acaso ignoras, el mucho tiempo que ya has gastado en aprender las sílabas? Pues lo mismo Cristo, al traer a la memoria a los antiguos, llama a los oyentes a cumplir más altos preceptos. Como si les dijera: Hace ya mucho tiempo que estáis en el aprendizaje de estas cosas; es necesario pasar adelante y subir a mayor perfección. Y bien se procede, para no confundir el orden de los preceptos, sino principiar por el primero que pone la Ley, con lo cual, además, manifiesta claramente la concordancia de ambas leyes.

Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio. ¿Observas su plena potestad? ¿observas el modo de expresarse tan apropiado para un legislador? ¿Cuál de los profetas habló así jamás? ¿cuál de los justos? ¿cuál de los patriarcas? ¡Ninguno! Decían: Esto dice el Señor. No habla así el Hijo Unigénito. Porque aquéllos transmiten las palabras de su Señor. Pero Cristo, las de su Padre. Y cuando digo de su Padre, digo las propias suyas. Porque dice él: Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Aquéllos llevaban la Ley a sus consiervos; Cristo, a sus siervos.

Preguntemos, pues, a quienes rechazan la Ley Antigua: ¿Son acaso contrarios los preceptos de no irritarse y no matar? ¿Acaso no más bien esto se perfecciona y complementa con aquello otro? Es manifiestamente un complemento y por lo mismo superior. Quien no se aira, mucho más se abstendrá de matar. Quien refrene la ira, mejor aún refrenará sus manos. Porque la raíz del asesinato es la ira. Y quien arranca la raíz, acaba con las ramas. Más aún: ni siquiera las deja que broten. De manera que en resumen Cristo ponía tales leyes no para abrogar la Antigua, sino para una más perfecta y mejor guarda de ella. ¿Qué intentaba la Ley al ordenar eso? ¿Acaso no era que nadie dañara a su prójimo? Ahora bien, a quien impugnara la Ley le convenía ordenar los asesinatos, puesto que lo contrario de no matar es matar. Pero si la Nueva Ley ni siquiera, permite irritarse, establece lo mismo que la Antigua, pero en grado más perfecto. No se abstendrá del homicidio igualmente quien sólo procura no matar que quien ha dominado la ira: éste se encuentra mucho más lejos de semejante crimen.

Mas, para redargüirlos por otro camino, traigamos al media lo que dicen: ¿Qué es lo que dicen? Dicen que ese Dios que creó el mundo y que .hace nacer el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos y pecadores, es malo. Otros más moderados, rechazan semejante proposición; pero al mismo tiempo que afirman ser Dios justo, le niegan la bondad; y señalan coma Padre de Cristo otro ser que en realidad es nadie y nada ha creado. Y añaden que el Dios malo se contiene y mantiene en sus propias cosas que le pertenecen y las conserva; pero él cambio el Dios bueno se inmiscuye en lo ajeno y quiere de pronto ser conservador de lo que no ha creado.

¿Has visto lo que son estos hijos del demonio? ¿Has adver-. tido cómo lo que hablan lo sacan del tesoro de su padre, al negar que Dios es creador, siendo así que dice Juan: Vino a los suyos y el mundo fue hecho por él? Y luego, examinanda la Ley Antigua, en la que se ordena sacar ojor por ojo y diente por diente, al punto saltan y dicen: ¿Cómo puede ser buena quien tal cosa ordena? ¿Qué responderemos? Que precisamen te esta es una forma excelentísima de bondad. Porque no puso semejante ley para que mutuamente nos arranquemos los ojos; sino para que por el temor del castigo que se nos dará, nos. abstengamos de semejante crimen respecto de otros. Así ame-S

nazó a los ninivitas con la destrucción, no para perderlos (pues si eso hubiera querido, mejor era callar), sino para que viendo que por el temor mejoraban, se. aplacara su ira. Pues igualmente a quienes se lanzan sobre los ojos de sus hermanos les impuso el mismo castigo, a fin de que, si no desistían como buenos de semejante maldad, a lo menos por el temor quedaran refrenados para no dañar los ojos de sus prójimos. Y si esto es crueldad, lo será también reprimir al homicida y apartar al adúltero.

Pero tales palabras propias son de necios, de locos furiosos en grado sumo. Por mi parte, estoy tan lejos de afirmar que aquellos procederes nacieran de crueldad, que al revés digo ser inicuo y falto de razón lo contrario. Dices tú que fue cruel por haber ordenado sacar ojo por ojo; pero yo digo que si no lo hubiera ordenado así, todavía a muchos les habría parecido cruel, como tú lo afirmas. Supongamos que toda la Ley hubiera sido abrogada y que nadie tuviera que temer suplicio alguno de los que ella impone; sino que pudieran los criminales entregarse a sus malas pasiones con amplia libertad, y lo mismo los adúlteros, los homicidas, los rateros, los perjuros y los parricidas. ¿Acaso no se seguiría el pleno desorden y no se llenarían de crímenes incontables y de muertes las ciudades, las plazas, las mansiones, el mar y la tierra y el orbe todo? Esto nadie hay que lo ignore.

Si permaneciendo firmes y valederas las leyes, el temor y las amenazas, apenas si se enfrenan las malas voluntades, ¿qué habría impedido el reinado de la maldad si se hubieran quitado semejantes precauciones? ¿qué males no habrían invadido a la humanidad? Tal cosa no sólo habría sido cruel -digo lo de dejar que los facinerosos hicieran cuanto en gana les viniera- sino que habría sobrevenido otro efecto no menos dañoso que el apuntado. Es a saber que quien ningún daño hubiera hecho y sin culpa hubiera sido dañado, quedara abandonado y sin quien lo auxiliara. Dime: si alguno reuniera de todas partes a todos los criminales y los armara de espadas y les ordenara rodear por toda la ciudad y matar a cuantos encontraran ¿podría pensarse algo más inhumano? Y por el contrario, si alguno a todos esos criminales así armados, los atara y encadenara y por la fuerza los encarcelara y así librara de las manos de los perversos a cuantos iban a ser asesinados ¿podría haber cosa más humana? Pues pasa la comparación a la Ley. Quien ordenó sacar ojo por ojo, echó sobre el ánimo de los criminales algo así como una recia cadena; y es semejante al otro que refrenó a los perversos armados de espadas; mientras que quien no impusiera pena alguna, con semejante proceder haría como si los armara e imitara al que echara por toda la ciudad a los dichos perversos armados de espadas.

¿Observas cómo los preceptos están llenos no de crueldad sino de benignidad? Y si por esos motivos al Legislador lo llamas cruel y molesto ¿qué será más molesto y duro, lo de no matar o lo de no irritarse? ¿Quién más duro y cruel: el que castiga el homicidio o el que castiga ya el solo irritarse? ¿El que al adúltero lo castiga después de su crimen, o el que por la sola concupiscencia impone penas y penas eternas? Mirad cómo el argumento se ha vuelto contra ellos. Porque el Dios del Antiguo Testamento, al que ellos llaman cruel, resulta ser manso y suave; mientras que el Dios de la Nueva Ley, a quien ellos confiesan bueno, resulta molesto y pesado, según el necio argumento de ellos.

Nosotros afirmamos que es uno y el mismo el Legislador en ambos Testamentos; y que todo lo dispuso convenientemente y lo adaptó a las diferencias de ambas leyes y a la diferencia de los tiempos. De manera que ni aquellos preceptos son crueles ni estos otros son pesados y molestos; sino que unos y otros provienen de una única y misma providencia. Y que sea el mismo el que dio la Ley Antigua, oye cómo lo dice el profeta, mejor dicho, cómo lo dicen él y el profeta: Yo haré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de Judá, no corno la alianza que hice con vuestros padres.

Si alguno, tocado de maniqueísmo rehusa ese testimonio, escuche a Pablo que dice lo mismo: Pues Abraham tuvo dos hijos: uno de la sierva y uno de la libre. Estos son los dos Testamentos. Pues bien, así como ahí eran dos mujeres y un solo varón, así acá son dos los Testamentos, pero uno solo el Legislador. Y para que veas que en ambos fue una misma la mansedumbre y la suavidad, allá dijo: Ojo por ojo; y acá dice: Si alguno te hiere en la mejilla derecha, ofrécele la otra. Así

como allá refrena al ofensor con el temor del castigo, así hace lo mismo acá. Preguntarás: ¿cómo puede ser eso, siendo así que ordena presentar la otra mejilla? ¿En qué quedamos? En que esto lo ordena no para suprimir el temor, sino que ordena dar al que hiere oportunidad de saciarse. Pero no por esto quiso decir que el ofensor quedara impune; sino que tú no lo hieras, cosa con la que más aterroriza al que hiere y más consuela al herido. Quede, pues, dicho esto, hablando así de los preceptos en general. Ahora es necesario volver a nuestro propósito y continuar explicando la serie de sentencias.

Todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio. No condenó en absoluto la ira. En primer lugar porque no puede el hombre despojarse completamente de los afectos. Pero sí podemos refrenarlos, aun cuando no podamos vivir sin ellos. En segundo lugar, porque ese afecto del alma es útil si sabemos usarlo con oportunidad. Considera cuántos bienes se siguieron de la ira de Pablo para con los de Corinto, pues libró a éstos de una grave enfermedad. También por la ira, volvió al camino a los gálatas, caídos; y a otros muchos.

Y ¿cuál es el tiempo oportuno para la ira? Cuando no la usamos para vengarnos, sino para reprimir a los petulantes o para convertir y ayudar a los desidiosos. ¿Cuál es el tiempo no oportuno? Cuando la usamos para vengarnos. Pablo lo prohibió cuando dijo: No os toméis la justicia por vosotros mismos, antes dad lugar a la ira. También cuando litigamos por dineros. Esto Pablo lo prohibió cuando dijo: ¿Por qué no preferís sufrir la injusticia? ¿por qué no el ser despojado? Pues así como semejante ira es inútil, así aquella otra es útil y aun necesaria. Sólo que muchos proceden de modo contrario: se vuelven fieras cuando se les hace injusticia, y son muelles y cobardes cuando ven a otro ser ofendido. Ambas cosas son contrarias a las leyes del evangelio. De manera que no es pecado irritarse, sino irritarse inoportunamente.

Por esto decía el profeta: Airaos y no pequéis. Y Cristo dice: Quienquiera que diga a su hermano roca, es reo de consejo. Llama aquí consejo al juicio y tribunal de los hebreos. Puso esto aquí para no parecer que siempre y en todo decía novedades y cosas inauditas. Esa palabra rae a no significa una injuria sobremanera grande, sino más bien es una voz de desprecio y desdén. Así nosotros, cuando damos órdenes a un criado o a otras personas de baja categoría, les decimos: ¡Ve tú! ¡dile tú a ése! Los que usan el idioma siríaco suelen echar mano de ese roca para significar el tú. Nuestro Dios benigno desarraiga aun las menores faltas y nos ordena tratarnos con reverencia y con el honor conveniente, para por este medio hacer que desaparezcan las faltas mayores.

Y quien dijere loco es reo de la gehenna de fuego. A muchos ha parecido pesado y gravoso este precepto: ¡que por una sola palabra hayamos de ir a sufrir tan grande tormento! Otros opinan que se dijo hiperbólicamente. Por mi parte, temo no sea que nos engañemos con palabras y en realidad suframos el tremendo castigo. Pregunto yo: ¿por qué nos parece gravoso este precepto? ¿No sabes que la mayor parte de los pecados y castigos tienen su origen en las palabras? Por la palabra se blasfema y se reniega de Dios. Por las palabras se viene a la querella, a las injurias, a los perjurios, a los falsos testimonios y aun a los homicidios. No te fijes, pues, en que se trata de una sola palabra. Examina más bien cuan grave peligro lleva consigo. ¿Ignoras acaso que en las enemistades, cuando el ánimo se enciende en ira y se quema, cualquier pequenez se agranda y aun la menor injuria causa molestia? Con frecuencia esas pequeneces arruinan las ciudades y son causa de homicidios Pues así como entre amigos aun las cosas de suyo molestas parecen leves, así en cuanto brota la enemistad, aun las cosas pequeñas parecen intolerables. Y aun cuando se digan con sencillez, se juzga que provienen del odio.

Así como tratándose del fuego, si la chispa es pequeña, por más leños que se le pongan no fácilmente se encienden, pero si las llamas suben ya a lo alto, no sólo con facilidad inflaman los leños sino aun las piedras y cualquier otro elemento, y con las mismas cosas con que suelen apagarse más se encienden -pues hay quienes afirman que no sólo los maderos y la estopa y las otras materias propicias para alimentar el fuego, sino aun el agua misma que se arroje excita más aún la fuerza del incendio-, pues lo mismo pasa con la ira: cualquier palabra

que se diga, al punto se convierte en alimento del incendio maligno.

Pues bien: reprimiendo de antemano todo esto, a quien temerariamente se aira lo hizo Cristo reo de juicio -pues dijo: Quien se irrita reo es de juicio-, y a quien diga a su hermano taca lo hace reo ante el Sanedrín. Pero estas palabras aún no son cosa grave, puesto que se castigan en esta vida. Por lo cual añadió: Quien lo llame fatuo es reo de la gehenna. Por primera vez Cristo profirió esa palabra gehenna. Porque primero se extendió hablando del reino y hasta después la nombró. Demostró así que lo del reino es cosa de su benignidad y voluntad; mientras que la gehenna lo es de nuestra desidia.

Observa cómo va gradualmente añadiendo en lo de los castigos. Parece como si quisiera justificarse delante de ti, mostrando que de parte suya no quisiera tales amenazas, pero que nosotros somos quienes al hacerlas lo obligamos. Porque considera que es como si fuera diciendo: Te dije que no te irritaras temerariamente, pues serías reo de juicio. Despreciaste esto. Y ve lo que dio a luz tu ira, pues al punto te llevó hasta las injurias. Entonces a tu hermano le dijiste raca; y yo te impuse otro castigo, el del Sanedrín. Si también este lo desprecias, y te atreves a cosas más graves, ya no te aplicaré aquellas penas más moderadas, sino la gehenna eterna, no sea que finalmente te arrojes al homicidio. Porque nada, nada hay más intolerable que la injuria, ni que tenga más poder para herir los ánimos humanos. Y si lo que dices lleva consigo más acritud y oprobio, entonces el incendio se duplica.

No pienses pues que sea cosa leve llamar loco a alguno. Cuando así despojas a tu hermano de aquello en que nos diferenciamos de los brutos y por lo que sobre todo somos hombres, como es la razón y la prudencia, lo privas de toda nobleza. No atendamos, pues, a las palabras únicamente, sino consideremos su contenido y la realidad de las cosas y el afecto con que se dicen; y ponderemos cuan grave herida causan y a qué males tan grandes pueden llegar. Por tal motivo Pablo excluyó del reino no únicamente a los adúlteros y a los afeminados, sino también a los que dicen mal de otros. Y con razón. Porque el injuriante hunde a fondo el bien de la caridad y envuelve a su prójimo en males sin cuento: fomenta las enemistades, destroza los miembros de Cristo, ahuyenta cada día la paz tan deseada de Dios, abre al demonio con las injurias un amplio camino y lo hace cada vez más fuerte.

Cristo, para hacer añicos los nervios de semejante poder y fuerza, puso la dicha ley. Porque grandemente cuida de la caridad. En efecto: es la caridad madre de grandes bienes; es nota distintiva de los discípulos de Cristo; y todos nuestros bienes ella en sí los contiene y encierra. Justamente, por tanto, Cristo corta y arranca las fuentes y raíces de las enemistades; y lo hace con gran vehemencia, pues la echan a pique. No pensemos, pues, que habló con hipérbole. Al revés: admírate de la suavidad de semejantes leyes, pensando en los grandes bienes que pueden originar. De nada cuida tanto Dios como de que nos unamos con mutuos vínculos de caridad. Por tal motivo, ya por sí mismo, ya por medio de sus discípulos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, largamente recomienda este precepto; y se convierte en severo vengador de quienes lo quebrantan. Nada hay que tanto fundamento presente a toda perversidad, como la falta de caridad. Tal fue el motivo de que dijera el Señor: Por el exceso de la maldad se enfriará la ca-ridad de muchos. Por este camino Caín llegó hasta el fra* tricidio; y lo mismo Esaú y también los hermanos de José. Por él han nacido males sin cuento, una vez quitada la caridad. Motivo por el cual Cristo, con grande cuidado, aparta todo lo que la puede hacer naufragar.

Ni se detiene en lo dicho, sino que usa de otros muchos medios, con lo que manifiesta en cuan alto grado la caridad lo preocupa. Una vez que amenazó con el juicio, con el sanedrín, con la gehenna del fuego, añadió otras cosas tocantes a lo mismo y concordantes con éstas. Así dijo: Si vas a presentar una ofrenda al altar, y ahí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda ante el altar y ve primero a re conciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofren' da. ¡Oh benignidad, oh bondad que excede todo discurso! Hace a un lado su propio honor para atender a la caridad para con el prójimo, manifestando con esto que sus anteriores amenazas nacieron no de odio que nos tuviera o de ansias de castigar, sino del fervor de su caridad. Porque ¿qué puede imaginarse más manso que estas palabras? Como si dijera: ¡interrúmpase mi

culto, con tal de que permanezca tu caridad! ¡Verdaderamente la reconciliación con el hermano es sacrificio!

Y por esto no dijo: una vez que hayas ofrecido; sino antes de que lo ofrezcas. Cuando está ya presente el don; cuando está a punto de comenzar el sacrificio, lo envía a reconciliarse con su hermano. No apresurando el sacrificio ni antes de haber traído su don, sino estando ya ahí en medio, le ordena partir. Mas ¿por qué motivo ordena que así se proceda? ¿por qué causa? Según creo, para dar a entender dos cosas: una, como ya lo dije, para demostrar el gran aprecio que tiene de la caridad y que la juzga ser el mayor de los sacrificios y que sin ella no admite los sacrificios; otra, para presentar la necesidad ineludible de la reconciliación. Porque ese a quien se ordena no ofrecer el sacrificio antes de reconciliarse, correrá a ver a su hermano ofendido para quitar la ofensa; si no por amor a su prójimo, a lo menos para no dejar imperfecto el sacrificio. Todo, pues, lo expresó Cristo, al poner énfasis en las palabras al mismo tiempo que atemorizaba y alentaba.

Una vez que hubo dicho deja tu don, no se detuvo ahí, sino que añadió: delante del altar. Y tras de nombrar el sitio, puso al oferente un cierto temor con decirle: ¡ve! No sólo le dijo ¡ve!, sino que añadió: Ve primero y luego viniendo, ofrece tu don. Declaró con todo esto que esta mesa sagrada no admite a quienes viven mutuamente enemistades. Óiganlo los iniciados que se acercan teniendo enemistades. Óiganlo también los no iniciados, pues también a ellos en cierto modo les atañe. También ellos ofrecen dones y sacrificios: me refiero a la oración y a la limosna. Oye cómo dice el profeta que esas cosas son dones y sacrificios: El que me ofrece sacrificios de alabanza, ese me honrad Y luego: Ofrece a Dios sacrificios de alabanza. Y en otro lugar: Séate mi oración como incienso ante ti y el alzar a ti mis manos como oblación vespertina. De manera que si con enemistades oras, mejor es que dejes la oración y corras a reconciliarte con tu hermano, y después ofrecerás tu oración.

Todo esto no tuvo sino esta finalidad. Para eso se hizo Dios hombre y obró todo lo dicho: para unirnos en caridad. En este

pasaje remite Jesús el ofensor al ofendido; pero en la oración es al revés, pues lleva el ofendido al ofensor y lo reconcilia con éste. En la oración dice: perdona a los hombres sus ofensas; aquí en cambio dice: Si tiene algo en tu contra, ve a él. Más aún: me parece que aquí es el ofendido a quien envía y por eso no dice: Reconcilíate con tu hermano, sino solamente: Reconcilíate. Parece como si esto lo hablara con el ofensor, pero no, pues todo conviene al ofendido.

Como si dijera: si tú te reconcilias con él mediante tu caridad, me encontrarás también a mí propicio; y así podrás ya confiadamente ofrecer tu sacrificio. Pero si conservas tu indignación todavía, considera que yo de buena gana ordeno que lo mío se desprecie con tal de que vosotros hagáis las amistades. Que en tu ira esto te sirva de consuelo. Y no digo cuando te hayan ofendido gravemente, anda y reconcilíate; sino aunque sólo sea cosa leve la que tenga tu hermano contra ti. Tampoco hizo distinción, si justa o injustamente, sino que dijo simplemente: si tiene algo contra ti. Pues aun cuando esté la justicia de tu parte, ni aun así conviene que mantengas por mucho tiempo la enemistad. También Cristo, justamente irritado contra nosotros, sin embargo, se entregó a la muerte, sin tener en cuenta nuestros pecados.

Pablo, desde otro punto de vista, nos empuja a reconciliarnos y dice: No se ponga el sol sobre vuestra ira.- Como aquí Cristo con el sacrificio, allá Pablo con el tiempo diurno, pero ambos nos exhortan a lo mismo. Pablo teme la noche, no sea que ésta, encontrando solo al herido, le acreciente la herida. Porque durante el día muchas cosas hay que apartan los pensamientos y los distraen; pero durante la noche, cuando estás solo y revuelves las ofensas recibidas, se hinchan las olas y crece la tempestad. Previniendo esto Pablo, quiere que la noche te encuentre reconciliado, para que no tenga ocasión el demonio, a causa del descanso, de encender el horno de la ira o hacerlo más ardiente.

Tampoco Cristo permite que ni por breve tiempo difieras la reconciliación, no sea que terminado ya el sacrificio, el ofendido se torne más negligente y la vaya difiriendo de un día para otro. Sabía Cristo que semejante enfermedad del alma requiere una rápida curación; y por lo mismo, a la manera de sabio médico, no sólo procura usar los remedios preventivos de las enfermedades, sino que además señala los que pueden curarlas. Así cuando prohibe llamar fatuo al hermano, se trata de un remedio que previene para evitar enemistades; y cuando ordena la reconciliación, corta de antemano las enfermedades que suelen nacer de las enemistades.

Pero observa con qué fuerza aplica ambos remedios. Porque en lo primero amenazó con la gehenna; en lo segundo, se niega a recibir el don antes de que te reconcilies. Demostró con esto cuan vehemente suele ser la pasión de la ira y arrancó de raíz por este camino el árbol y sus frutos. Y primero dice no te aires, y luego no te querelles. Porque estas dos enfermedades mutuamente se ayudan y crecen: de la enemistad nace la querella y de la querella nace la enemistad. Por eso Cristo a veces aplica el remedio a la raíz, a veces al fruto, con el objeto de impedir que brote el mal. Pero si germina y se presenta el pésimo fruto, entonces a éste aplica en torno el fuego.

Así, tras de haber hablado del juicio, del consejo y de la gehenna y de su sacrificio, añadió algo más y dijo: Muéstrate conciliador con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino. Para que no fueras a decir: ¡Bueno! ¿y si soy yo el injuriado? ¿si se me despoja de mis bienes? ¿si se me arrastra a los tribunales? Pues bien, Cristo aparta también esta ocasión de excusarte; porque ordena que ni aun así jamás te entregues a las enemistades. Y luego, por ser éste perfectísimo precepto, añade un consejo tomado de las cosas de acá abajo que suelen los que son un tanto rudos mejor mantener en la memoria.

¿Para qué objetas, dice Cristo, que el otro es más poderoso y que te causa males? Más podrá dañarte si no lo aplacas y si te obliga a entrar en la cárcel. Porque en el primer caso, aplacado él, aunque sea perdiendo tú tus riquezas, al fin y al cabo, te escapas de ser encarcelado. En cambio, si te llevan a los tribunales, te atarán con cadenas y sufrirás los más duros padecimientos. Por el contrario, si evitas ese pleito, sacarás dos bienes: no sufrir cosas desagradables, y otro, que tu buena obra sea fruto no de la violencia de tus adversarios sino de tu buena voluntad.

Si no quieres acceder a este consejo, el resultado más será en tu daño que en el suyo. Y considera aquí en qué forma exhorta Cristo. Una vez que hubo dicho: Muéstrate conciliador con tu adversario, añadió: pronto; y no contento con esto procuró otra manifestación de rapidez diciendo: mientras vas con él por el camino, empujándolo así a reconciliarse y urgiéndolo con gran vehemencia. Porque nada destruye tanto nuestra vida como el andar dudando y dejando para otro día las buenas obras. Esto muchas veces fue causa de la ruina total, como dice Pablo: deja la ira antes de que el sol se ponga. Previamente a este pasaje, también dijo Cristo: Antes de que ofrezcas tu sacrificio, reconcíliate. Igualmente aquí dice: pronto, mientras vas con él por el camino, antes de que llegues a las puertas del tribunal, antes de que te sientes en el banquillo de los acusados y quedes, finalmente a disposición del juez. Antes de que entres ahí, todo, está en tus manos; pero una vez entrado, por más que te vuelvas a una parte y a otra, no podrás disponer de lo tuyo con libertad, pues estarás bajo la potestad de otro.

¿Qué significa: muéstrate conciliador? Una de dos cosas: a bien que estés preparado a sufrir algún detrimento; o bien que juzgues poniéndote en lugar de tu adversario, para que no, por amor de ti mismo, violes su derecho; sino que juzgues de su ne-. gocio como si fuera tuyo y así sentencies. Y si esto te parece difícil y cosa de gran empeño, no te extrañes. Por esto declaró todas aquellas bienaventuranzas; para que preparado ya el ánimo de los oyentes, estuvieran más aptos para captar y aceptar todos los preceptos.

Hay quienes quieren entender al diablo bajo el nombre de adversario; y juzgan que la sentencia es que no se ha de tener-nada común con él acá, puesto que, una vez salidos de esta vida, ya no podríamos separarnos de él, sino que nos conduciría al inevitable suplicio. Pero a mí me parece que se trata aquí de los jueces terrenos y del camino que lleva a los tribunales y a la cárcel. Pues Cristo, tras de haber exhortado con razones, más altas y con los resultados para lo futuro, amenaza ahora mediante la comparación con los negocios terrenos. Es lo mismo que hace Pablo, exhortando al oyente ya por medio de lo futuro, ya por medio de las cosas presentes. Así, por ejemplo, para apartar de la perversidad, presenta al que obra el mal ante el príncipe terreno bien armado, con estas palabras: Pero si, haces el mal, teme; porque no en vano porta la espada, pues es ministro de Dios? Y cuando ordena estar sujetos a Dios, pone delante no únicamente la reverencia debida a Dios, sino también sus amenazas y su providencia y dice: Es preciso someterse no sólo por temor del castigo, sino por conciencia. Y esto porque la gente un tanto ruda, como ya dije, suele moverse más a enmienda por las cosas que se ven y tienen delante.

Por tal motivo, Cristo no trajo a la memoria únicamente la gehenna, sino además el juicio y el tribunal y el arrastrar a la cárcel y a la muerte, con todas sus miserias, cortando por todos estos medios las raíces de los homicidios. Quien no acomete con injurias, ciertamente no será arrastrado a juicio, ni prolongará las enemistades: mucho menos llegará jamás a cometer homicidio. Por aquí además se ve claro que en la ganancia del adversario se halla nuestra propia ganancia. Quien se muestra conciliador con su adversario, quedando libre de tribunales y de las miserias de las cárceles, puede ser mucho más útil a sí mismo. Obedezcamos, pues, al precepto y no entremos en querellas ni en pleitos; y esto con tanta mayor razón cuanto que tales preceptos, independientemente de los premios, llevan en sí mismos satisfacción y placer.

Si a alguno le parece que más bien son trabajosos y en gran manera pesados, piense que al obedecerlos obra así por amor a Cristo; y entonces aun lo molesto se le hará suave. Si tal pensamiento tenemos perpetuamente delante, no experimentaremos ninguna molestia, sino que, al revés, por todos lados recibiremos grande placer. El trabajo no nos parecerá trabajo, puesto que cuanto más intenso sea, tanto más se nos hará dulce y suave. De modo que cuando se te eche encima la costumbre que te empuja al mal; cuando te acometa la codicia de las riquezas, oponle el raciocinio que a la mano tienes. Recibiremos gran premio si despreciamos los bienes temporales y sus goces. Di pues a tu alma: Mucho te contristas porque te privo del placer; pero alégrate pues te preparo el cielo. No trabajas por los hombres, sino por Dios. Espera un poco y verás cuan grande ganancia obtienes. Persevera durante el curso de la vida presente y alcanzarás inefable confianza. Si así le hablamos y tenemos presente no sólo el peso y la molestia en el ejercicio de la virtud, sino también la corona que por ella conseguimos, rápidamente apartaremos el alma de su desidia.

Si el demonio, cuando presenta un placer temporal, a pesar del eterno dolor, todavía prevalece, y nos vence; cuando al revés atendamos nosotros al cambio y a que el trabajo es temporal, mientras que el gozo y la utilidad son inmortales, ¿cómo podremos excusarnos, si tras de tan grande consuelo no amamos la virtud? Bástanos como causa y razón del trabajo que tenemos el estar persuadidos de que todo lo sufrimos por Dios. Si alguno tiene por deudor al emperador, piensa que tiene en eso un seguro resguardo para toda la vida. Pues piensa tú ¿cuan seguro estará aquel que al eterno y bondadoso Dios lo ha hecho deudor de todos sus bienes grandes y pequeños? No me alegues, pues, el trabajo ni los sudores. Porque no sólo con la esperanza de los bienes futuros sino también por otros caminos nos facilitará Dios el ejercicio de la virtud. Por ejemplo, ayudándonos con su auxilio y patrocinio. Si quieres poner un poco de empeño todo lo demás se te facilitará.

Quiere el Señor que de tu parte pongas un poco de trabajo. para que así la victoria también sea tuya. Como un rey quiere que su hijo se presente en las filas, lance dardos y brille, para poder adscribirle el trofeo, aun cuando sea él mismo quien lleva todo el peso de la batalla. Igualmente procede Dios en la lucha contra el demonio. Una sola cosa exige de ti: que demuestres una sincera enemistad contra el demonio; si esto le das, todo el peso de la batalla lo llevará él. Cuando te inflamen la ira o la avaricia o cualquiera otra de las tiránicas enfermedades del alma, al punto él estará presente; y si ve que tú, aun estando solo, estás preparado y pronto contra el enemigo, todo lo facilitará y te hará superior al incendio, como lo hizo con los tres jóvenes del horno de Babilonia; pues tampoco ellos pusieron de su parte otra cosa que su buena voluntad.

Con el fin, pues, de que nosotros, huyendo aquí del horno del placer ilícito, escapemos también de la gehenna, día por día meditemos estas cosas; procuremos llevarlas a la práctica ya por medio de nuestros propósitos de bien obrar, ya con frecuentes oraciones, alcanzando así la benevolencia de Dios. De este modo, lo que ahora no nos parece llevadero, se tornará ligero y fácil y amable. Mientras andamos enredados en malas afecciones, creemos que la virtud es áspera, difícil, inaccesible y a la perversidad la tenemos por amable y dulcísima; pero si un poco nos apartamos de los vicios, entonces la perversidad nos parecerá abominable y deforme y la virtud fácil y amable. Podemos conocer esto atendiendo a los que fueron varones esclarecidos por la pureza de su vida. Oye a Pablo que dice ser los vicios, aun después de la conversión, vergonzosos: ¿Y qué fruto obtuvisteis entonces en aquellas cosas de las que ahora os avergonzáis?

En cambio, cuando habla de la virtud, la llama cosa fácil y ligera y que por su misma ligereza es momentánea tribulación y trabajo leve; y se goza en sus padecimientos y exulta en sus tribulaciones y en las llagas recibidas por Cristo; y se muestra poseedor de una alta sabiduría. Pues para que nosotros alcancemos ese estado y en él permanezcamos; y día por día nos adornemos con las dichas virtudes; y olvidando los triunfos pasados acometamos las luchas presentes, sin fallas y siempre, busquemos el premio de nuestra vocación a los cielos. Ojalá que todo lo consigamos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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