domingo, 23 de agosto de 2009

Homilías acerca del Evangelio según San Mateo, VIII

HOMILÍA XIV

Habiendo oído Jesús que Juan había sido preso, se retiró a Galilea (Mt 4,12).

¿POR QUÉ voluntariamente se retiró? Para enseñarnos que no nos pongamos voluntariamente en la tentación, sino más bien la evitemos y pasemos de largo. No es cosa culpable el no arrojarse al peligro, sino el no proceder con fortaleza cuando somos puestos en la tentación. Queriendo, pues, enseñarnos esto, cedió un poco a la envidia de los judíos y se retiró a Cafarnaúm. Cumplía al mismo tiempo con una profecía; y parecía apresurarse a coger en la pesca a los futuros doctores del universo, pues allá vivían y allá ejercitaban su oficio de pescadores. Observa cómo, puesto que ha de ir a los gentiles, toma siempre ocasión de los mismos judíos. En este caso, con andar poniendo asechanzas al Precursor y con haberlo aherrojado en la cárcel, lo obligan a retirarse a Galilea de los gentiles. No hace mención de Judá ni nombra todas las tribus, sino que designa el sitio con estas palabras: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar del otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habita en las tinieblas vio una gran luz. No se refiere aquí a las tinieblas sensibles sino al error y a la impiedad. Por esto añadió: Y para los que habitan en la región de sombras mortales, una luz se levantó.Para que entendieras que no hablaba ni de la luz ni de las sombras que perciben los sentidos, al hablar de la luz no la llamó simplemente luz, sino luz grande: esa luz que en otro sitio es llamada luz verdadera. Y al referirse a las tinieblas, las llamó sombra de muerte. Luego, para declarar que los encontró cuando no lo buscaban, sino que Dios desde las alturas se les apareció, dijo: Para ellos una luz se levantó. Quiere decir que la luz de por sí se levantó y brilló y que no tomaron ellos la delantera para ir a la luz. Antes de la venida de Cristo, la situación de los hombres se encontraba en extremo perdida; pues no caminaban entre tinieblas, sino que estaban sentados en las tinieblas, lo que era señal de que ni siquiera esperaban que serían liberados. Estaban sentados en las tinieblas, a la manera de quienes ni siquiera saben a dónde se han de dirigir; más aún, que ni siquiera podían ponerse en pie.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: Arrepentios, porque se acerca el reino de Dios. Desde entonces: ¿pero ¿cuándo? Desde que Juan fue echado a la cárcel. ¿Por qué no les predicó desde los comienzos? ¿Ni para qué era necesario Juan, siendo así que las obras mismas daban testimonio de Jesús? Para que también por aquí conozcas la dignidad de Jesús, quien a la manera del Padre, tiene también profetas; como lo decía Zacarías: Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo. Y también para quitar toda ocasión a los impudentes judíos como él mismo lo dijo: Porque vino Juan que no comía ni bebía y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen: Es un comilón y un bebedor de vino, amigo de los publícanos y pecadores. Y la Sabiduría se justifica por sus obras A

Por otra parte, era necesario que lo tocante a El lo predicara otro antes que El. Pues si tras de tantos y tan grandes argumentos, todavía decían: Tú das testimonio de ti mismo y tu testimonio no es verdadero ¿qué no habrían dicho si no hubiera hablado primero Juan, sino que el mismo Jesús, saliendo al público hubiera El el primero dado testimonio de sí mismo? Por tal motivo, ni predicó antes de que lo hiciera Juan, ni hizo milagros hasta que Juan fue encarcelado. Además con el objeto de que la multitud no se dividiera en bandos.

Tampoco Juan hizo ningún milagro para no acercar la multitud a si, sino a Jesús, cuando los milagros de éste atrajeran a las multitudes. Si tras de todo lo sucedido, tanto antes como después de que Juan fuera echado en la cárcel, los discípulos1 de Juan parecían moverse de alguna envidia respecto de Jesús; si muchos pensaban que no Jesús, sino Juan era el Cristo ¿qué no hubiera sucedido, si nada de eso hubiera precedido? Tal es pues el motivo de lo que dice Mateo, que Jesús comenzó a predicar al tiempo del encarcelamiento de Juan. Y al principio enseñaba lo mismo que Juan había enseñado, sin hablar de sí mismo en su predicación. Era conveniente que entretanto, las turbas admitieran lo que predicaba, ya que aún no tenían formada la debida opinión sobre la persona de Jesús.

Cuidó al principio de no decir cosa que les fuera pesada o molesta, como lo hizo Juan; de manera que no les recordó el hacha, ni el árbol cortado, ni el bieldo, ni la era o el fuego inextinguible; sino que comenzó por los bienes, habiéndoles de los cielos y del reino de allá preparado para los oyentes. Y caminando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón que se llamaba Pedro y Andrés su hermano, los cuales echaban la red al mar, pues eran pescadores; y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron. Juan, dice que fueron llamados de otro modo; de donde se sigue que esta fue una segunda vocación. Y en otros muchos pasajes puede verse esto. Porque en Juan se dice que se unieron a Jesús antes de que el Bautista fuera encarcelado; y aquí, que después de que fue encarcelado. En Juan, Andrés buscó a Pedro; aquí, a ambos los llama Jesús. Juan dice: Viendo Jesús a Simón que se acercaba, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cejas, que quiere decir Pedrofi En cambio Mateo afirma que ya se le había puesto este nombre, pues dice: Viendo a Simón, al que se llamaba Pedro.

También hay diferencia en cuanto al sitio en donde fueron llamados, cosa que se advierte también en otros pasajes. Mas, por lo dicho queda en claro y se explica que al punto los dos hermanos fácilmente obedezcan y todo lo abandonen, pues ya estaban anteriormente instruidos. En Juan se presentan como si Andrés fuera a la casa de Jesús y oyera ahí una larga instrucción; acá, en cambio, apenas oída una palabra, al punto siguen al Señor. Es verosímil que al principio lo siguieran pero que luego Jesús mismo los despidiera. Y que, cuando vieron que el Bautista era encarcelado, ellos mismos se apartaran y volvieran al lugar de su domicilio y a su oficio. Así aconteció que ahora Jesús los encontrara mientras pescaban. Por su parte, El ni cuando quisieron al principio separarse se lo prohibió, ni tampoco, una vez que se separaron, del todo los abandonó; sino que, habiéndoles permitido separarse, volvió El mismo a buscarlos; que es el mejor modo de pesca apostólica.

Pondera su obediencia y su fe. Desde luego, en pleno ejercicio de la pesca -y ya sabéis cuánto apasiona semejante ejercicio- lo oyen que los llama; y no lo dejan para después ni dudan, ni le dijeron: Regresaremos a la casa y lo consultaremos con los parientes, sino que al punto lo siguen, como lo había hecho Eliseo con Elias. Esta obediencia es la que Cristo nos pide y la busca en nosotros, de manera que no la difiramos ni por un momento, ni aun cuando alguno de nuestros más allegados quisiera obligarnos. Por esto, al que se le acercó diciendo que le permitiera ir a enterrar a su padre, ni siquiera eso le permitió, declarando de esta manera que la obligación de seguir a Cristo debe anteponerse a todo lo demás.

Si objetares que al fin y al cabo la promesa que les hizo era grande, te diré que precisamente eso es lo que más admira: que sin haber visto ningún milagro hayan creído en la promesa y hayan abandonado todo para seguir a Cristo. Creyeron que podrían ellos pescar a otros por la sola palabra que a Jesús habían oído y con que a ellos mismos los había pescado. Esto les prometió a ellos. Pero a Santiago y a Juan ninguna promesa les hizo. Es que con la obediencia de los otros preparó la de éstos. Por lo demás, ya habían oído muchas cosas acerca de él.

Observa además cuan exactamente nos indica su pobreza el evangelista. Dice que los encontró remendando sus redes. Tan grande necesidad padecían que remendaban las redes viejas por no poder comprarlas nuevas. Ni es escasa prueba de virtud el soportar la pobreza con tanta facilidad y lograr mediante el justo trabajo el alimento, siempre unidos en caridad y atendiendo a sus padres. Una vez que Jesús los hubo pescado, entonces comenzó a hacer milagros delante de ellos, y por medio de los milagros confirmaba lo que Juan había dicho de él. Frecuentaba las sinagogas, demostrando así a los judíos que no era enemigo de Dios ni seductor, sino que había venido al mundo de acuerdo con su Padre. Y mientras estuvo en aquellos sitios, juntamente predicaba y obraba milagros.

Suele Dios obrar milagros cuando se trata de algo insólito y de un modo nuevo de vivir, dando así con su poder pruebas en favor de quienes han de recibir la nueva legislación. Procedió así cuando iba a crear al hombre. Hizo todo lo que hay en el mundo y luego dio al hombre aquella ley del paraíso. Y cuando iba a dar a Noé sus leyes, obró grandes maravillas, con que restauró todas las criaturas y por un año íntegro llevó a cabo aquel horrendo abismo de aguas, a través del cual guardó incólume al justo Noé en tan tremenda tempestad. También a Abraham le concedió muchas señales milagrosas, como la victoria en la guerra, el castigo enviado al Faraón, el salvarlo de los peligros. Cuando iba a imponer a los judíos la Ley Antigua obró prodigios grandes y milagros, y luego les dio la Ley. Pues del mismo modo ahora, debiendo instituir un excelso modo de vida y anunciar a las turbas cosas jamás oídas, confirma su predicación mediante los milagros. Puesto que el reino que se anunciaba no se veía, por medio de señales que caían bajo los sentidos se les hizo manifiesto lo que estaba oculto.

Observa cuántos pormenores inútiles evita el evangelista, ni se pone a enumerar uno por uno a todos los que fueron curados; sino que con breves palabras pasa por todos los innumerables prodigios: Le traían a todos los que padecían algún mal, a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los endemoniados, lunáticos, paralíticos, y los curaba. Pero aquí se pregunta: ¿por qué a ninguno de los que curaba les exigía la fe? Porque no les dijo lo que cuenta el evangelio que más tarde les decía: ¿creéis que tengo poder para hacerlo? Pues fue porque aún no había demostrado en las obras su poder. Por lo demás, por el hecho mismo de que se le acercaban y le llevaban a otros, ya daban señales no pequeñas de su fe. Desde lejos le llevaban los enfermos; y no se los habrían llevado si no hubieran ya tenido grande estima de él.

Sigámoslo también nosotros, pues estamos trabajados por muchas enfermedades del alma y son éstas las que sobre todo anhela él curar. Cura las enfermedades corporales para echar de nuestras almas esas otras. Lleguémosnos a él y no le pidamos nada de los bienes seculares, sino el perdón de los pecados; pues también ahora lo concede si con diligencia procedemos. Su fama había volado hasta Siria entonces; ahora vuela por todo el orbe. Aquéllos concurrían a él porque habían oído que arrojaba los demonios; y tú, tras de experimentar en mayor grado su poder ¿no te levantas, no corres a su encuentro? Aquéllos dejaron su patria, sus amigos y parientes ¿y tú no quieres siquiera salir de tu casa para acercarte a él y recibir dones mucho mayores?

Mas ni siquiera eso te pedimos. Solamente abandona tu mala costumbre y permaneciendo en tu casa y con los tuyos, fácilmente conseguirás tu salvación. Si padecemos una enfermedad corporal, todo lo hacemos, todo lo removemos para quedar libres de semejante molestia; y en cambio tenemos enferma el alma y andamos con desidia y rehusamos aplicar los medios. De aquí proviene que nunca nos libramos, porque despreciamos lo que es necesario y creemos necesario lo que es de menor importancia: dejamos intacta la fuente de nuestros males y andamos queriendo secar los arroyos que de ella dimanan. Y que la perversidad del alma sea la causa de las enfermedades corporales lo han demostrado el paralítico de treinta y ocho años y el otro que fue descolgado por el techo; y antes que ellos, Caín. Y en muchos otros casos puede cualquier constatarlo.

Suprimamos la fuente de los males y al punto se secarán los ríos de las enfermedades. Enfermedad es no la parálisis solamente, sino también el pecado: más aún, éste es peor que aquélla, tanto más cuanto el alma es mejor que el cuerpo. ; Ea, pues! Acerquémosnos también ahora nosotros a Jesús; rogué-mosle que frene nuestra alma, que descuidadamente procede; y haciendo a un lado todos los intereses del siglo, cuidemos únicamente de lo espiritual. Si esto consigues, luego podrás atender a aquéllos. No te desentiendas por el hecho de que no te dueles cuando pecas, sino más bien duélete de eso mismo sobre todo: de que no tienes dolor de tus pecados. Eso te sucede, no porque el pecado no muerda, sino porque acostumbrada el alma al pecado, ha perdido la sensibilidad del mal. Piensa cómo aquellos que sí sienten sus pecados, lloran más amargamente que si se les destrozara o quemara; y cómo gimen y sufren y soHozan, con el objeto de deponer su mada conciencia: nada de esto harían si no se dolieran grandemente de sus pecados.

Cierto que sería mejor nunca pecar; pero tras el pecado sólo queda dolerse y enmendarse. Pero si no tenemos ese dolor y deseo de la enmienda ¿cómo pediremos a Dios perdón de pecados a los que no damos ninguna importancia? Si tú que pecaste no quieres ni siquiera saber que pecaste ¿suplicarás a Dios el perdón de faltas de que no te das cuenta que cometiste? ¿Cómo apreciarás entonces la grandeza del don? Confiesa abiertamente tus pecados para que caigas en la cuenta de qué es lo que se te perdona y para que puedas así agradecer el beneficio. Cuando ofendes a un hombre, echas de por medio amigos, vecinos, porteros, gastas dineros y empleas días y días buscándolo, visitándolo, suplicándole; y aunque una y dos e infinitas veces te rechace el ofendido, no te desanimas sino que más bien se acrece tu solicitud y añades más ruegos. Y en cambio, cuando está ofendido el Dios de todo el universo ¿dudamos, descuidamos, nos damos a deliberar y a embriagarnos y procedemos en todo como si nada pasara? Pero por semejante camino ¿cuándo lo aplacaremos? ¿Acaso no lo irritamos más aún?

Porque el no dolemos de nuestros pecados es cosa que más lo provoca a ira que el mismo pecado. Convendría que nos ocultáramos bajo tierra y no viéramos el sol ni respiráramos, pues teniendo un Dios tan fácil para aplacarse, lo irritamos y tras de irritarlo no hacemos penitencia. Aunque es verdad que él, aun irritado, no nos aborrece ni se aleja de nosotros; sino que únicamente se aira, con el objeto de ver si así nos atrae. Si tras de haberlo ofendido tú él continuara sin más en hacerte beneficios, lo despreciarías más aún. Y para que esto no suceda, aparta su rostro por algún tiempo, con el objeto de tenerte siempre consigo. Confiemos, pues, en su bondad; y cuidemos solícitamente de hacer penitencia, antes de que llegue el día en que ya la penitencia de nada nos aproveche.

Porque ahora todo está en nuestras manos; pero en aquel día sólo él será Señor así del juicio como de la sentencia. Lleguémosnos a él con alabanzas, aclamémoslo con cánticosJ Lloremos, gimamos. Si lográremos aplacar al Juez antes del día aquel

preestablecido y que nos perdone nuestros pecados, ya no necesitaremos de quien nos introduzca a su presencia. Pero si por el contrario no lo logramos, nos juzgará delante de todo el universo y no nos quedará esperanza de perdón. Ninguno de los que acá no borran sus pecados podrá huir del merecido castigo cuando el Juez se presente; sino que a la manera de los que acá sacan de la cárcel cargados de cadenas para presentarlos ante nuestros tribunales, del mismo modo las almas todas, al salir de aquí, ceñidas con las cadenas de sus pecados, serán llevadas ante el tremendo tribunal.

En realidad esta vida en nada es mejor que una cárcel. Así como cuando entramos en una cárcel a todos los vemos ceñidos de cadenas, así acá, si quitamos esas apariencia exteriores y penetramos en la vida de cada cual, veremos sus almas ceñidas con ataduras más resistentes que el hierro; en especial si entramos en las de los ricos. Cuanto de mayores riquezas los vieres rodeados, sabe que con tanto mayores cadenas se encuentran atados. Pues bien: así como cuando ves a un hombre atado por las manos y los lomos y aun con férreos grilletes en los pies y gruesas cadenas, te compadeces de él sobremanera, así cuando veas a un rico rodeado de miles de cosas, no lo creas rico, sino tenlo por eso mismo como miserable. Atado con tales cadenas, tiene además un guarda y carcelero, que es la perversa codicia de las riquezas. Esta no le permite salir de la cárcel, sino que le pone infinitos grilletes, custodios, puertas y traviesas; y aherrojándolo en el fondo de la prisión, lo persuade que se deleite con semejantes cadenas, de manera que ni siquiera queda la esperanza de poder salir de los males que lo amenazan.

Si con el pensamiento penetraras a lo íntimo de su alma, no sólo la encontrarías atada con cadenas, sino además escuálida, hedionda, cargada de grillos. Pues en nada son mejores que los grillos esos deleites voluptuosos, sino al revés son más horribles y destruyen juntamente con el alma, también el cuerpo; y a ambos les infligen infinitas heridas y les causan mil enfermedades. Por todo esto, roguemos al Redentor de nuestras almas que rompa nuestras cadenas y aparte de nosotros ese cruel carcelero; de manera que libres del peso de las férreas cadenas, ponga en nosotros pensamientos elevados y más ligeros que si estuvieran dotados de alas. Pero al mismo tiempo que le suplicamos, pongamos de nuestra parte lo que nos toca, como es la solicitud, el aliento, la presteza. Podremos así en breve tiempo quedar libres de los males que se han apoderado de nosotros y conocer nuestro prístino estado y adquirir la conveniente libertad. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILÍA XV

Viendo Jesús la muchedumbre, subió a un monte; y cuando se hubo sentado, se acercaron los discípulos; y abriendo él su boca, los enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,1-3).

OBSERVA cuan ajeno está Jesús del fausto y de la ambición. No llevaba las turbas consigo a donde iba; sino que cuando habia de curar las enfermedades, iba él por todas partes visitando los sitios y las ciudades. Y una vez que se juntaron las turbas, él tomó asiento en el campo; y no en la ciudad ni en la mitad de las plazas, sino en un sitio solitario, en un monte. Nos enseña así que nada debe hacerse por vana ostentación, y que es conveniente apartarse de los tumultos, sobre todo cuando se necesita meditar y se ha de discurrir sobre las cosas que más nos importan.

Y una vez que subió al monte y se asentó, se le acercaron los discípulos. ¿Observas cómo han adelantado en la virtud y se han mejorado tan de repente? Muchos habían presenciado los milagros, pero ellos querían oír enseñanzas más altas y profundas. Esto mismo acució al Maestro para hablar, e hizo que diera principio a estos discursos. Porque no únicamente curaba los cuerpos, sino que enmendaba las almas y de nuevo del cuidado de éstas tornaba a ocuparse de aquéllos. Variaba así las ocupaciones útiles y mezclaba las pruebas por los hechos con las palabras de su enseñanza. Cerraba además la boca de los herejes impudentes, al cuidar de ambas sustancias, corpórea y espiritual. Así demostraba ser el Creador del viviente íntegro. Por esto cuidaba de ambas sustancias, ya de una ya de otra, sanándolas.

En este pasaje del evangelio, hacía ambas cosas a la vez, pues dice el evangelista que abriendo él su boca los enseñaba. ¿Por qué motivo añadió eso de: abriendo él su boca? Para que sepas que aun callando enseñaba, y no solamente cuando hablaba; sino que unas veces abría su boca, otras emitía su voz mediante Jas obras. Y cuando oyes decir: los enseñaba, no pienses que se dirigía a solo los discípulos, sino, a través de ellos, a todo el universo. Y por ser la turba del pueblo, más aún de los que son más bajos y humildes,2 reúne delante de sí al grupo de los discípulos y a ellos dirige las palabras; pero de tal manera temperándolas, que no molestaran con la doctrina a todos los demás, pues entre ellos los había en absoluto rudos.

Así lo da a entender Lucas al decir que a ellos dirigía el discurso. Y lo mismo se ve por Mateo cuando afirma: se le acercaron los discípulos y los enseñaba. De este modo los demás estarían más atentos, que no si se dirigiera a todos. Y ¿por dónde comienza y qué fundamentos pone de la nueva forma de vivir? Escuchemos con diligencia lo que se dice; porque se dijo para ellos, pero se escribió para todos los que habían de venir. Al pronunciar su discurso hablaba a sus discípulos; pero no restringe a sólo ellos su enseñanza, sino que dicta todas las bienaventuranzas sin determinación de tiempos ni personas. No dijo: Bienaventurados sois vosotros si fuereis pobres. Sino: Bienaventurados los pobres. Sin embargo, aunque lo hubiera dicho en particular para ellos, su consejo es común a todos.

Del mismo modo, cuando dijo: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo? no hablaba para solos los discípulos, sino a través de ellos a todo el orbe. Y cuando los llama bienaventurados si padecen persecución y son echados de las ciudades y sufren intolerables penas, teje las coronas no sólo para ellos, sino para todos los que tales cosas soportaren con fortaleza. Por lo demás para que esto quede más claro y veas que lo dicho es cosa que va también contigo, y con todo el género humano, si es que quiere caer en la cuenta, escucha cómo empieza este admirable discurso -.Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Los humildes y contritos de corazón. Porque aquí por espíritu se entiende el alma y el propósito de la voluntad. Muchos hay que son humildes, pero no voluntariamente, sino obligados por las circunstancias. Pero, dejando esto a un lado -pues tal humildad ninguna alabanza merece- llama bienaventurados en primer lugar a quienes voluntariamente se humillan y abajan. Mas ¿por qué no dijo humildes, sino oprimidos por el temor? Porque esto segundo es más excelente. Se refiere aquí a los que guardan con santo temor los preceptos de Dios y lo temen, a los cuales, dice por Isaías, los. tiene como muy aceptos: Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de corazón contritoA

Muchos modos hay de humildad: los hay moderadamente humildes y los hay sobremanera humildes. El bienaventurado profeta alaba la humildad, no refiriéndose simplemente a un ánimo abatido, sino herido de contrición. Pues dice: El sacrificio grato a Dios es un corazón contrito y humillado. Y esto mismo ofrecen a Dios los tres jóvenes del horno babilónico, como excelente sacrificio, y dicen: Pero con el alma contrita y el espíritu humillado hallemos acogida. Pues bien: a esta clase de humildad es a la que ahora Cristo llama bienaventurada, fue porque los males más grandes que destruyen al mundo brotaron de la soberbia. Y el demonio mismo -que no lo era antes- por ese camino acabó en demonio, como lo dijo Pablo: Para que no por soberbio caiga en el juicio en que incurrió el'

diablo J Y el primer hombre, ensoberbecido con la esperanza de ser Dios, persuadido del demonio, cayó y fue hecho mortal: esperando ser como Dios, perdió lo que poseía. Dios, echándoselo en cara y dejando ver la soberbia de Adán, decía: He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros. Y todos los que luego vinieron, por la misma vía fueron a parar en la impiedad, imaginándose dioses.

Siendo pues la soberbia acrópolis, raíz y fuente de toda perversidad, Cristo preparó un remedio conveniente a semejante enfermedad al poner esta primera ley, a la manera de un cimiento fuerte y seguro. Puesto éste, ya el arquitecto puede construir encima con toda seguridad; quitado éste, aun cuando alguno lleve una vida del todo celestial, todo fácilmente se desmorona y acaba en pésima ruina. Cualquier tesoro que hayas amontonado en ayunos, oraciones, limosnas, castidad y cualquiera otra virtud, sin humildad todo se deshace, todo perece. Así le aconteció al fariseo aquel. Había llegado a la cima de las observancias judías; pero no poseía la virtud madre de todos los bienes; y así perdió todo y quedó abatido y arruinado.

Así como la soberbia es madre de toda perversidad, así la humildad es el principio de toda virtud. Por tal motivo Cristo por aquí empieza, arrancando de raíz la soberbia en el ánimo de los oyentes. Preguntarás: ¿qué tenía que ver esto con los discípulos? Ellos todos eran humildes. Por cierto que ninguna oportunidad tenían para la soberbia, siendo pescadores, pobres, oscuros y sin letras. Pero, aun cuando aquellas cosas no tocaran a los discípulos, podían en verdad tocar a quienes se hallaban presentes y también a los que luego los habían de acoger, para que no los fueran a desechar por ser humildes. Pero incluso a los discípulos alcanzaba este discurso. Pues aun cuando no entonces pero sí más tarde iban a necesitar de tan útil prevención: es a saber, después de los milagros que obraran y el gran honor que tuvieran entre los hombres y la gran entrada con Dios. Pues ni las riquezas, ni el poder, ni la dignidad misma real podrían llevar a nadie a la soberbia tanto como los dones que luego los apóstoles tendrían.

Más aún: incluso les podría suceder que, aun antes de hacer milagros, les entrara la soberbia, al contemplar las multitudes

tan grandes y todo aquel conjunto que rodeaba al Señor: esto podía sucederles como hombres que eran. Por esto el Maestro, ya desde el principio los reprime para que no se levanten en soberbia. Y no pronuncia sus sentencias con el tono de admonición o de preceptos, sino que, tras de proponer la forma de la bienaventuranza, al punto empieza otro discurso más agradable y ensancha los límites y abre para todos el estadio en donde practicar su doctrina. Porque no decía éste o aquél, sino quienesquiera que esto hagan serán bienaventurados. De manera que aun cuando sea siervo o mendigo, pobre o peregrino o sin letras, nada te impide ser bienaventurado si cultivas esta virtud de la humildad.

Habiendo, pues, dado ya principio por donde más convenía, procede a otro mandato que parece contradecir a lo que todo el orbe piensa. Juzgan todos que quienes gozan y se alegran son felices; y que quienes viven en tristeza, pobreza y luto son miserables. Pues bien, Cristo a éstos los llama bienaventurados y no a aquellos otros. Porque dice: Bienaventurados los que lloran. El mundo a éstos los llama infelices. Pero precisamente por éstos hizo milagros Jesús; para que luego, al establecer semejantes leyes, se le diera crédito. Pero no simplemente dijo: los que lloran, sino que significó a los que lloran sus pecados. De manera que hay otro género de llanto que incluso se prohibe, como sería el llorar por las pérdidas de las cosas seculares. Esto significó Pablo al decir: Pues la tristeza según Dios es causa de penitencia saludable, de que jamás hay que arrepentirse; mientras que la tristeza según el mundo lleva a la muerte.

A quienes así lloran Jesús los llama bienaventurados; pero no habla simplemente de los que lloran, sino de los que profundamente lloran. Por esto no dijo: los que están tristes, sino los que lloran. Semejante precepto es a su vez nuevamente maestro de toda virtud. Si quienes lloran la muerte de sus hijos, sus esposas o cualquiera otro de sus parientes, al tiempo de su duelo no sienten anhelos de riquezas ni de placeres, ni desean glorias ni se conmueven por las injurias ni se apodera de ellos la envidia ni otra alguna semejante enfermedad espiritual, sino que totalmente se entregan al luto, mucho más sucederá lo mismo con quienes

lloran sus pecados, tal como deben llorarse, y demostrarán una virtud muy más acendrada que ésa.

Y ¿cuál será su premio? Porque ellos serán consolados, dice. Es decir, en este mundo y en el otro. Por este precepto, en demasía molesto y pesado, prometió Jesús dar aquello que sobre todo podía hacerlo ligero. Si pues quieres consolación, llora. Ni vayas a pensar que lo dicho es un enigma. Porque cuando Dios consuela, aunque se amontonen las tristezas, tú serás superior a ellas. Dios siempre excede en las mercedes a los trabajos, como lo hizo aquí mismo cuando dijo que serán bienaventurados los que lloran; porque lo serán no según lo que merecían, sino según la medida de la benignidad de Dios. Es decir, no según lo pidan las obras de ellos, sino según el amor de Dios para con los hombres. Los que lloran, lloran sus pecados; y les basta con alcanzar el perdón y venia de éstos. Pero como Dios ama tanto al hombre, no limita su premio a perdonar el castigo ni a borrar los pecados, sino que además a los que lloran, los hace bienaventurados y les añade grandes consuelos. Y nos manda llorar no únicamente nuestros pecados, sino también los ajenos. Así lo hacían Moisés y Pablo y David: todos éstos muchas veces lloraron los pecados ajenos.

Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. ¿Dime, qué tierra? Responden: una tierra espiritual. Pero no es así. Porque en la Escritura, en parte alguna encontramos tierra espiritual. Pero en fin ¿qué significa eso? Promete Jesús un premio sensible, lo mismo que Pablo. Porque éste, habiendo dicho: Honra a tu padre y a tu madre, añadió y tendrás larga vida sobre la tierral Y el Señor mismo dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso.- De modo que exhorta no sólo ofreciendo los bienes futuros, sino además los presentes; y fue por causa del auditorio que era más rudo y antes buscaba los bienes presentes que los futuros. Por tal motivo más adelante dice: Muéstrate conciliador con tu adversario; y pone luego el premio : no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil3-2 ¿ Observas cómo lo aterrorizó? Con las cosas ordinarias y sensibles. Y también dice: Quienquiera que diga a su hermano Race, será rec ante el Sanedrín.

Por su parte Pablo con mucha frecuencia propone premios de cosas sensibles y exhorta a la virtud valiéndose de las cosas presentes. Así cuando habla sobre la virginidad, no alude para nada al cielo, sino que exhorta a ella por los bienes presentes, como cuando dice: Por la instante necesidad. Y también: quisiera yo ahorraros la tribulación de la carne. Y luego: Yo os quiero libres de cuidados. De este modo Cristo mezcló lo espiritual con lo sensible. Y puesto que alguno creería, si se da a la mansedumbre, que perdería todo lo suyo, Cristo le promete lo contrario, afirmando que precisamente ese tal es quien más seguras posee todas sus cosas, o sea quien no es atrevido ni hace ostentación de sí mismo. En cambio, quien tenga esos vicios, con frecuencia perderá incluso sus bienes paternos y además el alma. Y como ya el profeta había dicho: Los mansos heredarán la tierra, tejió Jesús su discurso con las mismas familiares palabras, para no estar a la continua usando palabras no familiares.

Sin embargo, no habla circunscribiendo el premio a las cosas presentes, sino dando así las unas como las otras. Pues aun hablando de las cosas espirituales, no omite las temporales y presentes; y si promete algo para la vida presente, no se limita a esto. Así dice: Buscad el reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura. Y también: Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor de mi nombre, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. ¿De qué justicia se trata? Indica o bien la justicia en general que abarca todas las virtudes, o bien la otra especial que se opone a la avaricia. Habiendo de poner luego el precepto de la limosna, enseña aquí cómo conviene ejercitarla. Es decir que esto no provenga de la rapiña ni de la avaricia, pues quien así la ejercite jamás será bienaventurado. Por mi parte quiero que te fijes en la gran vehemencia con que se expresa. Porque no dijo: Bienaventurados los que siguen la justicia, sino: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia; de manera que la busquemos no con ligereza de ánimo, sino con todo anhelo.

Siendo lo más propio de la avaricia que deseemos poseer y adquirir bienes y esto con mayor ansia que el comer y beber, quiso Cristo volver semejante anhelo hacia la virtud contraria de la avaricia. Enseguida le señaló el premio sensible diciendo: Porque ellos serán hartos. Puesto que es opinión común que la avaricia enriquece a muchos, Cristo asegura lo contrario, puesto que es la justicia la que enriquece.

Si obras la justicia, no temas la pobreza ni el hambre. Quienes más que todos caen en la miseria, son los que arrebatan lo ajeno; así como los que aman la justicia todo lo poseen con seguridad. Y si quienes no anhelan lo ajeno gozan de tan grandes riquezas, mucho más gozarán los que dan de lo suyo.

Bienaventurados los misericordiosos. Me parece que aquí habla no solamente de los que dan de lo suyo, sino que además se ejercitan en obras de misericordia. Hay diversos modos de ser misericordioso y el precepto queda puesto. ¿Cuál es el premio para éstos? Porque ellos alcanzarán misericordia. Parece a primera vista que el pago se les hace por igual, pero en realidad es superior a la buena obra; puesto que ellos son misericordiosos con los hombres, pero en premio alcanzan misericordia del Dios y Señor de todos. Y es claro que no son iguales la misericordia humana y la divina; sino que cuanta diferencia hay de la malicia a la bondad, tanto así se diferencian entre sí aquéllas.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. De nuevo se propone un premio espiritual. Llama aquí limpios de corazón a quienes han alcanzado todas las virtudes y no tienen conciencia de pecado; o también a quienes viven en continencia, puesto que para ver a Dios nada nos es tan necesario como esta virtud. Por esto decía Pablo: Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá a DiosX Desde luego habla Cristo de la visión que al hombre le es posible. Muchos hay compasivos y que no roban ni se dan a la avaricia, pero son fornicarios y se entregan a los placeres. Pues para mostrar que no basta con lo anterior añade ahora esto otro. Es lo que Pablo testificó de los macedonios en su carta a los de Corin-to, diciendo que no sólo eran generosos en hacer limosnas, sino muy cumplidos en el ejercicio de las demás virtudes. Pues habiendo asegurado que eran liberales en dar de sus dineros, añadió que además se habían entregado al Señor y a nosotros.

Bienaventurados los pacíficos. Prohibe con esto Cristo no sólo las mutuas discusiones y enemistades, sino que exige algo más, es a saber: que traigamos a concordia a los que andan enemistados. Y nuevamente ofrece un premio espiritual. ¿Qué premio? Que serán llamados hijos de Dios, puesto que la obra del Hijo Unigénito fue precisamente unir lo separado y juntar y concordar lo discorde y opuesto. Pero para que no vayas a pensar que la paz es en todo caso un bien, añadió enseguida: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia; es decir por motivo de la virtud, o en defensa de otros o por la piedad. Porque por justicia con frecuencia entiende Cristo toda santidad, toda virtud.

Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan de vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos. Como si dijera: felices sois si os llaman charlatanes, seductores, maléficos o con cualquier otro epíteto denigrante. Pero ¿qué cosa había más desacostumbrada que semejantes preceptos, cuando afirma Jesús que deben desearse tales cosas que todo el mundo piensa que deben huirse? Por ejemplo, el mendigar, el llorar, el padecer persecución, el oír que se hable mal de nosotros. Y sin embargo, lo dijo y lo persuadió; y no a dos, ni a diez, ni a veinte, ni a cien, ni a mil hombres, sino a todo el universo. Y las turbas quedaban admiradas y con estupor cuando oían tales preceptos, según el mundo duros, molestos, contrarios a todo lo acostumbrado: ¡tan grande era la virtud del que hablaba!

Por lo demás, no pienses que el solo oír que dicen de nosotros mal es suficiente para ser bienaventurados. Por lo cual añadió Cristo dos condiciones: cuando las habladurías fueren o por odio a él, o por mentira. Si estas condiciones no se cumplen, quien oye de sí males no sólo no es bienaventurado, sino miserable. Y luego viene el premio: Porque grande será en los cielos vuestra recompensa. Ni vayas a decaer de ánimo porque no se mencione el reino de los cielos en cada una de las bienaventuranzas; pues aun cuando ponga Cristo diversos nombres a los premios, sin embargo en todos incluye el reino. Así, cuando dice que los

que lloran serán consolados y los compasivos alcanzarán misericordia y los limpios de corazón verán a Dios y los pacíficos serán llamados hijos de Dios, con todas esas promesas no está indicando otra cosa que el reino de los cielos; pues quienes las disfrutan, sin duda obtendrán dicho reino. De manera que no pienses que el premio aquel pertenece únicamente a los pobres de espíritu, sino también a los que han hambre y sed de justicia y a los mansos y a todos los demás. Y por eso en cada caso habló de bienaventuranza, para que no esperaras sólo algo sensible. No puede ser bienaventurado quien recibe coronas que con la presente vida se deshacen y pasan más veloces que la sombra.

Y tras de haber dicho: Grande será vuestra recompensa, añadió otro consuelo con estas palabras: Pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros. Como el reino había de venir y en esperanza estaba ya destinado, los consuela con la compañía de quienes, antes que ellos, ya habían pasado por el sufrimiento. Como si dijera: no penséis que tales cosas sufrís porque habláis y ordenáis cosas contrarias a la Ley; ni que os echarán de las ciudades como maestros de nuevas doctrinas; porque las asechanzas y peligros brotarán no por lo malo de lo que digáis, sino por la perversidad de los que os escuchan. Os maldecirán, pues, no porque obráis mal, sino porque ellos obran mal.

Todo el tiempo pasado testifica esto. Porque aquéllos no acusaban a los profetas de perversos o de que predicaran mala doctrina cuando a unos los lapidaban, a otros los desterraban, a otros los colmaban de males. Así que no os perturbéis por eso. Con la misma disposición de ánimo también harán ahora lo mismo. ¿Adviertes cómo excita sus almas acercándolas a Moisés y a Elias? Escribiendo a los tesalonicenses, Pablo dice: Hermanos: os habéis hecho imitadores de las iglesias de Dios que están en Judea, pues habéis padecido de vuestros conciudadanos lo mismo que ellos de los judíos, de aquellos que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas y a nosotros nos persiguen, y que no agradan a Dios y están contra todos los hombres. Que es lo mismo que aquí Cristo propuso.

En otras bienaventuranzas decía: Bienaventurados los mansos, Bienaventurados los misericordiosos. Pero ahora ya no habla al concurso indefinido de oyentes, sino que se vuelve hacia

los apóstoles con su discurso y les dice: Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan algo contra vosotros. Declara aquí que esto será lo que mejor deberán escoger; y que, antes que otras cosas, esto es lo propio que sufran los maestros y doctores. Al mismo tiempo deja ver su propia dignidad y el honor que tiene igual al Padre. Porque es como si dijera: así como aquéllos por la honra del Padre tales cosas padecieron, así vosotros las padeceréis por mí. Y cuando dice: Los profetas que hubo antes de vosotros, manifiesta que ya los apóstoles han sido hechos profetas.

Y declarando que eso sería para ellos lo más útil y que los tornaría ilustres, no dijo: os maldecirán y os perseguirán, pero yo lo impediré, porque quiere que tengan su seguridad no en que no oirán mal alguno de sí mismos, sino en que, oyendo decir mal de ellos, lo lleven con fortaleza y lo redarguyan con sus obras. Porque esto segundo es mucho más excelente que lo primero; así como es mucho más ser golpeado y no padecer nada el golpeado, que simplemente no ser golpeado. Y les dijo: Grande será en los cielos vuestra recompensa. Lucas refiere que les dijo esto mismo, pero con mayor solemnidad y añadiendo mayores consuelos. Porque no solamente llama bienaventurados a quienes oyen mal de sí mismos por causa de Dios, sino que por otra parte llama míseros a los que de todos son alabados. Pues exclama: ¡Ay de vosotros cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros!

Es cierto que la gente bendecía a los apóstoles, pero no toda. Por lo cual Cristo no dijo: cuando algunos hombres os alaban, sino cuando todos los hombres. Porque es imposible que quienes cultivan la virtud sean alabados de todos. Y añade: cuando proscriban vuestro nombre como malo, alegraos y regocijaos. Decreta grandes premios no sólo para los peligros que sufrirían, sino también para las maldiciones que oirían. Por esto no dijo cuando os destierren y os maten sino cuando os insulten y persigan y digan de vosotros todo mal. En realidad el que se diga mal de nosotros, nos hiere más que las mismas obras de persecución. Al fin y al cabo en los peligros muchas cosas hay que los tornan leves, por ejemplo cuando todos nos alientan, cuando muchos nos aplauden, nos coronan, nos alaban. Semejante consuelo desaparece cuando hablan mal de nosotros. Soportarlo no parece hazaña tan notable, aunque en realidad esto punza más al atleta que los mismos peligros.

Por cierto, muchos no pudiendo soportar la mala fama, han recurrido al lazo corredizo. Pero ¿por qué te has de admirar de esto en otros, cuando a aquel traidor impudente y desvergonzado y execrable fue esto lo que más lo precipitó al suicidio y a ahorcarse? Por su parte, Job, que era un diamante en la virtud, y estaba más firme que una roca cuando perdió sus riquezas y sufrió lo intolerable, privado repentinamente de sus hijos, con el cuerpo hirviendo en gusanos y apartándolo de sí su misma esposa, sólo cuando vio que sus amigos lo insultaban e injuriaban y tenían de él mala estima y afirmaban que a causa de su pecado sufría lo que estaba padeciendo, acabó por turbarse: ¡él, varón fuerte y eximio!

Por su parte David, haciendo caso omiso de cuanto padecía, por sola la maldición aquella pidió premio y dijo: Dejadlo maldecir pues se lo ha mandado Dios. Quizá Dios mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy. Pablo por su parte ensalza no únicamente a los que sufren peligros y a los despojados de sus bienes, sino también a quienes aguantan y soportan las maldiciones. Dice: Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos: de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra, os habéis hecho partícipes de los que así están. Por tal motivo fue grande el premio que señaló Cristo. Y para que no diga alguno: ¿de manera que aquí no permites venganza ni cierras la boca de los maldicientes, sino que todo lo reservas para la otra vida?, hizo memoria de los profetas, haciendo ver que tampoco a ellos los vengó Dios. Pues si entonces, cuando la venganza estaba a la mano, los alentaba con la esperanza de lo futuro, mucho más lo hará ahora que toda la doctrina ha recibido mayor luz y hay más fortaleza para la virtud.

Advierte además cómo este mandato viene finalmente tras de tantos otros. Porque no lo hizo Cristo por alguna casualidad, sino para manifestarnos que quien no esté preparado y prevemdo para todo eso, no puede salir a semejantes batallas. De manera que cada mandato iba preparando el camino para el siguiente; y así tejió para nosotros una cadena de oro. En cuanto alguno es humilde, sin duda llorará sus pecados; el que los llore, será manso, modesto, misericordioso. El que es misericordioso será justo, contrito, limpio de corazón. Y quien tal sea, indudablemente será hombre pacífico. Finalmente, quien haya conquistado ese cúmulo de virtudes, se encontrará preparado para sobrellevar los peligros y no se turbará al oír que hablan mal de él, ni aun cuando sufra males infinitos.

Una vez que los ha exhortado a todo lo que convenía, de nuevo los alaba y consuela. Porque los nuevos mandatos eran sublimes y mucho más perfectos que los de la Antigua Ley, para que no se turbaran y temblaran y fueran a decir: ¿cómo podemos cumplirlos? oye lo que les dice: Vosotros sois la sal de la tierra, con lo que les manifiesta la necesidad en que estaba de darles semejantes mandatos. Como si les dijera: estos mandatos se os dan no únicamente en vista de vuestra vida, sino de la salud del orbe entero. Yo no os envío a dos, a diez, a veinte ciudades; ni os envío a una sola nación, como lo hice antiguamente con los profetas, sino a todas las tierras y mares y al orbe entero, y por cierto muy maleado.

Porque al decirles: Vosotros sois la sal de la tierra, manifestó que la naturaleza íntegra del hombre estaba manchada y corrompida por el pecado. Por tal motivo exige de ellos en especial aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para cuidar de las multitudes. Quien es limpio de corazón, pacífico, impulsado por la verdad, encamina toda su vida al bien de la humanidad. No vayáis a pensar -como si les dijera- que son cosas de poco más o menos esas a que os envío y que vais a certámenes vulgares, pues sois sal de la tierra.

Entonces ¿ ellos volvieron a su prístino estado lo que ya estaba corrompido? De ninguna manera. Porque a lo que ya está corrompido, de nada le sirve la mezcla de la sal, ni lo restaura. No fue eso lo que hicieron los apóstoles. Sino que aquellas cosas que habían sido renovadas, se les entregaron para que las conservaran libres del mal olor, y en la renovación que Cristo a ellas les dio, mediante la sal. Librar de la corrupción del pecado fue obra de la virtud de Cristo; pero el no retornar a la corrupción, esto era lo que necesitaba de la diligencia y trabajo de los discípulos.

¿Adviertes cómo poco a poco va demostrando que ellos son superiores a los profetas? No dice que sean maestros de Palestina, sino de todo el orbe de la tierra; y no los llama simplemente doctores, sino doctores venerandos. Porque es cosa de admiración que se hicieran amables a todos, no adulando, no acariciando falsamente, sino procediendo con severidad y autoridad, a la manera de la sal. Como si les dijera: no os admiréis ya de que, dejando a un lado a los otros, me dirija ahora a vosotros, y os empuje a tan graves peligros. Considerad que os voy a en viar a infinitas y grandes ciudades y pueblos y naciones. Y an-. helo que no sólo vosotros procedáis con prudencia, sino que ha-, gáis prudentes a otros. Pero los que son prudentes conviene que sean muy sagaces, pues por sus procederes puede peligrar la salvación de los demás; y conviene que tengan tanto caudal de virtud que puedan incluso compartir con otros para utilidad de ellos. Porque si tales no fuereis, ni siquiera podréis valeros vos otros mismos.

Por tal motivo, no os cause molestia lo que os digo. Otros infatuados podrán rechazar vuestros ministerios. Pero si vosotros caéis en ese vicio, arrastraréis a otros a la ruina. Así, pues, cuan to son más importantes los negocios que se os encargan, tenéis necesidad de mayores cuidados. Por esto dice Cristo: Si la sal se desvirtúa ¿con qué se salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres. Otros, así caigan infini tas veces, pueden obtener perdón; pero si el maestro cae, no tiene defensa y se le aplicará el extremo castigo.

Y para que no teman lanzarse a la empresa, oyendo aquello de: cuando os injurien e insulten y digan todo mal de vosotros. añade como quien dice: si no estáis preparados para pasar por todo esto, en vano habéis sido elegidos. No son las malas habladurías lo que hay que temer sino el que vayáis a parecer hipó critas; pues entonces sí que os echarían a perder y seríais pisoteados. Pero si permanecéis en obrar con ellos con austeridad y luego hablan mal de vosotros, gózaos. Necesaria es la sal para que pique a los muelles y los muerda. De manera que esas maldiciones necesariamente van a seguirse; pero para nada os perjur dicarán, sino que darán a conocer vuestra fortaleza. Pero si por temor a ellas desistís de la conveniente vehemencia, sufriréis co sas peores, pues con razón todos hablarán mal de vosotros y os despreciarán.Pasa luego Cristo a un más sublime modo de ejemplo. Vosotros sois la luz del mundo. Y de nuevo dice del mundo y no de una nación, ni de veinte ciudades, sino de todo el orbe. Luz espiritual, muy superior a los rayos solares; del mismo modo que la sal se entiende en un espiritual sentido. Primero son sal y luego luz, para que entiendas cuan grande provecho se sigue del austero discurso, cuan grande utilidad de la seria enseñanza Porque ésta corrige y no da lugar a la ligereza, sino que da fuerzas para ver y conduce a la virtud.

No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte; ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín. De nuevo con esta comparación los excita a llevar una vida cuidadosa y les enseña a cuidarse solícitamente, pues están expuestos a las miradas de todos y luchan en el amplio teatro de todo el universo. No penséis que vosotros ya estáis aquí sentados y como ocultos en un pequeño ángulo de vista; porque de tal modo seréis visibles a todos, como una ciudad situada en la cumbre de un monte, y como una lámpara encendida sobre un candelabro.

¿Dónde están ahora los que no creen en el poder de Cristo? Oigan esto. Y estupefactos ante la fuerza de la profecía, adoren la fortaleza de Jesús. Observa cuan grandes cosas promete a discípulos que ni aun en su misma región eran conocidos. Es a saber: que serían celebrados en todas las tierras y mares y que con su fama alcanzarían los confines del orbe; ni sólo con su fama, sino también con la eficacia de sus beneficios. Porque no fue la fama volandera la que los hizo conocidos en todas partes, sino la celebridad adquirida por sus obras. Ellos, como bandada de aves, con mayor velocidad que los rayos solares recorrieron toda la tierra, destellando por doquier el esplendor de la piedad religiosa.

Por esto, me parece que en este pasaje los exhorta a tener confianza. Pues cuando dice: No puede esconderse una ciudad situada en la cumbre de un monte, les declara su propio poder. Pues así como semejante ciudad no puede esconderse, así la predicación no puede callar ni quedará oculta. Y pues les había hablado de persecuciones, maldiciones y asechanzas y guerras, para que no creyeran que tales cosas eran capaces de cerrar su boca, les da confianza y les dice que la predicación no sólo no puede quedar oculta, sino que habrá de iluminar a toda

la tierra. Por donde también ellos llegarán a ser insignes y conspicuos.

De manera que con tales palabras declara su poder. Pero con las siguientes les exige confianza, pues dice: Ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino sobre el cande-lero para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Como si dijera: yo he encendido la lámpara, toca ahora a vuestra diligencia que persevere encendida; y esto no únicamente en beneficio vuestro, sino de quienes han de disfrutar de esta luz y por ella han de ser llevados al conocimiento de la verdad. No podrían las maldiciones oscurecer vuestro esplendor, con tal de que vosotros llevéis una vida correcta y en tal forma que corresponda a quienes han de convertir al orbe entero. Llevad pues una vida digna de gracia tan grande; de manera que así como ella será predicada en todas partes, así vuestra vida sea conforme y coopere. Pero además de la salvación de los hombres añade otra ganancia que puede excitarlos a mayor solicitud y empeño de todas clases. Pues si vivís correctamente, les dice, no sólo corregiréis al mundo entero, sino que lograréis que Dios sea glorificado; pero si procedéis al contrario, perderéis a los hombres y haréis que Dios sea blasfemado.

Preguntarás: ¿Cómo puede suceder que Cristo sea glorificado por nuestro medio, si los hombres han de hablar mal de nosotros? No todos hablarán mal. Más aún: los que lo hagan sólo haránlo por envidia. Pero aun esos envidiosos allá en su interior os alabarán, os admirarán, os respetarán, como sucede con los que en público adulan a los malvados, pero en su interior los reprochan. Entonces ¿qué es lo que mandas? ¿que por alcanzar honores vivamos correctamente y como para presentación? ¡De ningún modo! Porque no dije, os responde, id y procurad poner en público vuestras buenas obras; ni dije que os luzcáis; sino que luzca la luz vuestra: que vuestra virtud sea mucha, copioso vuestro fuego, inefable vuestra luz. Si vuestra virtud es mucha, no puede suceder que quede oculta, aun en el caso de que quien la posee anhele quedar en la oscuridad. Mostrad a los hombres una vida irreprensible, de manera que no les quede ocasión de acusaros. Entonces, aun cuando se presenten infinitos acusadores, nadie podrá oscureceros.

Y bellamente dijo luz. Pues nada hay que así haga ilustre al hombre, aun cuando él quiera ocultarse, como el esplendor de la virtud. Como si estuviera rodeado de rayos de sol, así y aún más espléndidamente brillará no sólo acá en la tierra derramando sus luces, sino alcanzando a los cielos mismos. Como si les dijera: si os doléis de las maldiciones, habrá sin embargo muchos que por vosotros glorifiquen a Dios. De manera que por ambos lados gran premio se merece: cuando por vosotros es Dios glorificado y cuando sois heridos con maldiciones por causa de Dios. Y para que tampoco anduviéramos a caza de maldiciones, por saber que mediante ellas se alcanzan grandes premios, añadió dos condiciones: y no lo afirmó simplemente. Las condiciones son que sea falso lo que de nosotros se dice y que se nos maldiga por causa de Dios. Al mismo tiempo declara que no sólo de las maudiciones, sino también de las bendiciones se saca grande ganancia, con tal de que la gloria sea para Dios. Así los fortifica con esa buena esperanza.

Les asegura, pues, que no tienen tanta fuerza las maldiciones de los perversos como para oscurecer a otros hasta el punto de que no vean vuestra luz. Sólo cuando obréis mal será cuando os pisoteen, pero no cuando viviendo bien se os acusa. En este último caso serán muchos los que alabarán no sólo a vosotros, sino por vosotros a vuestro Padre. Y no dijo a Dios, sino a vuestro Padre, echando ya la semilla de la dignidad a que iba a elevarlos. Luego, declarando la igualdad de honor con el Padre, como hubiera antes dicho: No os entristezcáis cuando oyereis que hablan mal de vosotros, pues basta con ser yo la causa de que eso oigáis, ahora pone al Padre en su lugar, con lo que en todo se declara igual a El.

Sabiendo, pues, cuan grande ganancia logramos poniendo en todo eso diligencia y cuan grave peligro se nos crea por nuestra desidia -puesto que el que Dios por causa nuestra sea blasfemado es cosa mucho peor que nuestro propio daño-, vivamos sin escandalizar ni a los judíos, ni a los gentiles; y ante la iglesia de Dios procedamos con un modo de vivir más resplandeciente que el sol. Y si a pesar de todo alguien quiere hablar mal de nosotros, no lo llevemos a mal cuando así se exprese, sino dolámosnos si con razón lo hace. Si perversamente vivimos, seremos los más miserables de los hombres, aun cuando nadie hable mal de nosotros; y si cultivamos la virtud, aun cuando el

mundo entero maldiga de nosotros, seremos los más felices dei orbe y atraeremos a nosotros a cuantos anhelan salvarse; pues no harán caso de los dichos de los malvados, sino de la vida virtuosa.

Las buenas obras lanzan una voz más penetrante que la de una trompeta. La vida pura es más espléndida que la luz. aun cuando fueren infinitos los que hablen mal. Si tales virtudes poseemos, si somos mansos, humildes, misericordiosos, puros, pacíficos; si no injuriamos a quienes nos injurian, sino más bien nos alegramos, entonces mucho mejor que con milagros atraeremos a quienes nos contemplan, y todos se nos acercarán gustosos, aun cuando sean como fieras o demonios u otra cosa cualquiera. Si hay quienes maldigan, no te turbes ni cuides de si públicamente te injurian; sino atiende a su interior y verás que ahí te aplauden: te admiran y te colman de alabanzas interiormente.

Considera, por ejemplo, en qué forma Nabucodonosor ensalza a los jóvenes del horno, aun siendo poco antes enemigo y adversario; pero cuando los vio perseverar en fortaleza, los alabó y los coronó, no por otro motivo, sino porque no lo obedecieron sino que estuvieron a la Ley de Dios. El demonio, cuando ve que nada adelanta, se aparta temeroso de conseguirnos él mismo infinitas coronas. Y una vez que él se aparta, por criminal y malvado que alguno sea, quitada la oscuridad, reconoce la virtud. Y si los hombres yerran en sus juicios y se apartan de lo recto, tú conseguirás ante Dios mayor estimación y alabanza.

No te duelas, pues, ni pierdas ánimo. También los apóstoles eran para unos olor de muerte y para otros olor de vida. Si tú no das ocasión, libre quedas de toda culpa y aun más feliz. Brilla con tu vida y no te cuides de los malvados maldicientes. Porque no puede ¡no! ¡no puede quien cultiva la virtud no tener muchos enemigos! Pero nada de eso logra dañar al justo, sino que, al revés, por ese camino se tornará más brillante.

Ponderando todo lo que precede, tengamos una sola finalidad: ordenar nuestra vida con toda diligencia. De este modo, llevaremos como de la mano a la vida del cielo a los que yacen sentados en las sombras de muerte. Porque es tan grande la fuerza de esta luz que no sólo resplandece aquí, sino que guía al cielo a los que la siguen. Si ven que despreciamos todo lo presente y estarnos preparados para la vida futura, cederán más por las obras que por las palabras. Pues ¿quién hay ta;i necio que al ver a otro que ayer y antier era rico y vivía entre delicias, anda ahora despojado de todo y ligero al modo de las aves y está preparado para soportar el hambre, la pobreza, toda clase de penitencias y todos los peligros, y aun dispuesto a derramar su sangre y a sufrir la muerte y todas las cosas que se tienen por duras, que no saque de aquí un claro argumento sobre la verdad de las cosas futuras?

Pero si nos enredamos en las cosas presentes y en ellas nos sumergimos ¿cómo creerán que nos apresuramos a nuestra otra patria? ¿Qué excusa podemos aportar si el temor de Dios no puede ante nosotros tanto cuanto pudo entre los filósofos griegos la gloria de los hombres? Porque algunos de ellos echaron de sí las riquezas y despreciaron la muerte, por hacer ante los hombres ostentación, por lo cual resultaron vanas sus esperanzas. ¿Qué defensa podrá librarnos si, tras de proponérsenos bienes tan grandes y más abierto y plano el sendero de la virtud, ni siquiera llegamos a obras como las que aquéllos hicieron, sino que, al revés, naufragamos nosotros y con nosotros hundimos a otros más? No daña el gentil cuando procede inicuamente tanto como daña el cristiano cuando hace eso mismo. Y con tazón. Porque las doctrinas helenas y sus opiniones cosas podridas son; pero las nuestras, por gracia de Dios son venerables y esclarecidas aun para los impíos. Por eso cuando ellos quieren arrojar sobre nosotros la peor de las injurias y exagerar su maledicencia, añaden: y ¡es cristiano! Cosa que no dirían si no tuvieran grande estima de nuestra doctrina.

¿Has oído cuántos y cuan excelentes mandatos dio Cristo? Pues ¿cuándo podrás cumplir siquiera uno de ellos, siendo así que, despreciándolos todos, andas cobrando usuras, añadiendo réditos a réditos, emprendiendo negocios, comprando rebaños de esclavos, amontonando vajilla de oro y plata y campos y casas y un inmenso aparato de servicio? Y aun ¡ojalá que solamente esto hicieras! Pero, añadiendo a todos esos inútiles cuidados la injusticia, te apoderas de las tierras de tus vecinos que contigo colindan y los despojas de sus habitaciones y destrozas a los pobres y aumentas el hambre. ¿Cuándo llegarás siquiera al dintel de los divinos mandatos? Dirás que de vez en cuando te compadeces de los pobres. ¡Lo sé! Pero también en esto hay grave daño. Porque o lo haces fastuosamente o por vanagloria, de manera que aun en las buenas obras nada ganas. ¿Qué cosa hubo jamás que más mísera fuera? ¡En el puerto mismo padeces naufragio!

Para que esto no suceda, cuando hayas hecho alguna buena obra, no busques pago, a fin de que tengas como deudor a Dios. Dice Dios: Prestad sin esperanza de remuneración. Entonces tienes como remunerador a Dios. ¿Por qué lo abandonas y te vuelves a mí, hombre pobre y miserable? Pero ¿es que tu deudor por ventura se irrita cuando se le exige la paga? ¿es acaso pobre y necesitado? ¿es que se niega a pagarte? ¿No adviertes que sus tesoros son inmensos? ¿no caes en la cuenta de su inefable liberalidad ? ¡Acude a El! ¡pídele, exígele! ¡Se goza El de que así lo hagas! Si ve que andas cobrando de otros lo que El debe, lo tomará a injuria y en adelante nada te dará. Más aún: con justicia te acusará. Te dirá: ¿En qué me has encontrado desagradecido? ¿Crees acaso que soy yo pobre, para que haciéndome a un lado te vayas en busca de otros? ¿Diste en usura a uno y vas a cobrar a otro? Pues aunque fue un hombre quien recibió tus dineros, pero era Dios quien lo ordenaba; de manera que él quiere ser el principal deudor responsable, y te da infinitas ocasiones para que le pidas.

En resumen: ¡no vengas a mí, hombrecillo, en busca de que yo te pague cuando has dejado a un lado tan grandes facilidades y tanta abundancia! ¿Qué objeto tiene que cuando das limosna a un pobre te me hagas presente con tu ostentación? ¿Fui acaso yo quien te ordenó dar? ¿oíste que yo te lo mandaba, para que ahora me lo vengas a exigir? Dios dijo: A Dios presta el que al pobre da2 ¿Prestaste a Dios? ¡A El cóbrale! Dirás que El al presente no lo devuelve todo. Pero esto lo hace para utilidad tuya. Porque es deudor de tal naturaleza que no sóio lo que se le dio a rédito, como hacen muchos, se apresura a pagar, sino que además cuida y hace que lo que se le dio esté seguro. Por tal motivo, lo que es propio de este tiempo lo paga aquí; y lo que es propio de la vida eterna lo reserva para después.

Sabiendo esto, empeñémosnos en las obras de misericordia y mostrémosnos en gran manera humanos, tanto en ios dineros

como en las obras. Si vemos a alguno en la plaza que es maltratado y golpeado, si podemos ayudarle con dinero, ayudémosle; y si podemos dirimir el litigio, no lo tardemos. Pues también las palabras tienen su recompensa, y aun los solos gemidos. Por esto decía Job el bienaventurado: ¿No lloraba yo todos los día con el afligido? ¿No se llenaba mi alma de tristeza con el pobre? Pues si para los gemidos y las lágrimas hay una recompensa ¡piensa cuan grande la habrá cuando además de las pa-Jabras van la solicitud y otros muchos auxilios!

También nosotros éramos enemigos de Dios; pero el Unigénito nos reconcilió interponiéndose y recibiendo las llagas en lugar nuestro y sufriendo la muerte. Pues procuremos a nuestra vez liberar de infinitos males a los míseros que en ellos caen, en Jugar de hacer lo que ahora hacemos: que los arrojamos a los males. Cuando vemos que algunos mutuamente se amenazan y acometen, y que uno de ellos lleva la peor parte, nos alegramos de su deshonra y formamos en torno un teatro diabólico. Pero ¿qué puede haber más perverso? Los ves que de palabra se maltratan, que de obra se destrozan, se rasgan los vestidos, se dan de bofetadas ¿y tú permaneces quieto? ¿Es acaso una fiera ese que lucha? ¿es un oso? ¿es una serpiente? ¡Es un hombre que contigo convive! ¡es tu hermano! ¡es miembro tuyo! No te quedes viendo. Dirime la querella. No te regocijes, sino corrígelos. No excites a tus semejantes a tan grave deshonra, sino separa y alivia a quienes así pelean. Propio es de gente sin vergüenza y desocupada, criminal y sin razón gozarse con semejantes miserias.

¿ Estás viendo a un hombre que procede feamente y no adviertes que también tú estás procediendo feamente? Y ¿no te lanzas al medio para deshacer las falanges del demonio y suprimir esas miserias humanas? Me dirás: ¿tú me ordenas esto para que también yo salga herido? ¡No saldrás así! Y si sales, se te contará a martirio, pues lo padeces por Dios. Y si por temor de las heridas no te resuelves, piensa en lo que por ti padeció Dios en la •cruz. Los que así pleitean están ebrios, están ofuscados, ejerce sobre ellos su tiranía el furor y tienen necesidad de un hombre en plena razón que les preste auxilio, lo mismo el que hiere que el herido. El herido para quedar libre del que lo golpea; el que

hiere para que desista de su mala obra. Acércate, pues, tú que estás en tu juicio cabal y presta auxilio a los que están ebrios. Porque la ira produce una como embriaguez, peor que la del vino.

¿No has visto a los marineros cómo, cuando observan que alguno ha naufragado, al punto extienden las velas y con diligencia se apresuran y van a salvar a sus compañeros de oficio y librarlos de las olas? Pues si los compañeros de oficio tan gran auxilio mutuamente se prestan, mucho más razonable es que así lo hagan quienes participan de una misma naturaleza; ya que en el caso se trata de un naufragio más perjudicial que aquel otro. Porque o bien el herido blasfema y pierde todos sus bienes sobrenaturales; o bien lanza perjurios a causa de la ira y queda hecho reo de la gehenna, o acomete, hiere y mata; y por lo mismo a su vez padece naufragio.

Anda, pues: aplaca ese mal. Salva a los que se han hundido, bajando tú mismo al mar tempestuoso; y habiendo despejado aquel teatro del demonio, toma a cada uno aparte y amonéstalo. Apaga la llama; reprime las olas. Y si el incendio llega a más y el horno mucho se enciende, no temas: presentes están muchos otros para ayudarte y darte la mano, con tal de que tú te lances. Y antes que todos está Dios: ¡el Dios de paz! Si te adelantas a apagar la llama, muchos otros te seguirán; y así recibirás tú el premio de la buena obra que ellos hacen. Escucha lo que a los judíos, que se arrastraban por tierra, dijo Dios: Si encuentras el asno de tu enemigo caído bajo la carga, no pases de largo: ayúdalo a levantarse. Por cierto que es más fácil separar a dos hombres que mutuamente pleitean, que no levantar el asno caído. Si pues es necesario levantar el asno del enemigo, mucho más lo será levantar las almas de los amigos, sobre todo por tratarse de una ruina mucho peor. Porque tales almas no caen en el lodo sino en el fuego de la gehenna, por no haber podido soportar la pesada carga de la ira. Si tú ves a tu hermano caído bajo la carga y al demonio que insta y que enciende la pira, pero pasas de largo con crueldad inhumana, haces lo que ni con los brutos animales se puede hacer sin caer en peligro.

El samaritano, habiendo visto herido a un hombre que no conocía y que nada tenía que ver con él, se detuvo, lo subió a su asno, lo llevó al mesón, le pagó el médico y dio parte del dinero, y el resto lo prometió. Pero tú cuando ves a un hombre, no caído en manos de ladrones, sino entre legiones de demonios, puesto que está poseído de la ira, y no en un lugar desierto sino en mitad de la plaza, no teniendo tú que desembolsar dinero alguno, ni alquilar un asno, ni enviar allá lejos a pedir auxilio, sino simplemente decir unas cuantas palabras ¿todavía dudas, te tardas, pasas de lado inmisericorde? Pero por ese camino ¿cómo esperas tener a Dios propicio?

Voy ahora a dirigir mis palabras a vosotros los que tan perversamente os portáis en la plaza; y desde luego al que golpea y malamente procede. Dime: ¿pateas, golpeas y muerdes al otro? ¿Eres algún jabalí o algún asno salvaje? ¿No te avergüenzas, no enrojeces de pudor al traicionar de ese modo tu cristiana nobleza? Pues aunque seas pobre, eres libre; aunque seas artesano eres cristiano. Precisamente porque eres pobre debías mantenerte quieto. Litigar es profesión de ricos y no de pobres: digo de ricos porque son los que tienen infinitas querellas. Tú, en cambio, sin gozar los placeres que dan las riquezas ¿te andas buscando los males que engendran las riquezas, como son el echarte encima enemistades, querellas y riñas? Y con todo eso a tu hermano lo sofocas, lo ahogas, lo echas por tierra públicamente y ante los ojos de todos. ¿ Y piensas que no es indecoroso tu modo de obrar, siendo así que imitas el furor de las fieras y aun te haces peor que ellas?

Las fieras todo lo tienen en común: se reúnen, juntas caminan. En cambio, acá nada hay de común, sino que todo camina al revés: todo son riñas, querellas, injurias, enemistades, ofensas. Ni siquiera tenemos reverencia al cielo, al que todos somos llamados; ni a la tierra, suerte común nuestra; ni a la naturaleza misma: la ira y la avaricia todo lo han destrozado. ¿ No has pensado en el que debía los diez mil talentos, cómo, tras de habérselos su señor perdonado, estrangulaba a su consiervo por cien denarios y las mil miserias que por proceder así padeció y finalmente fue arrojado al eterno suplicio? ¿No tiemblas ante semejante ejemplo? ¿No te causa terror el pensar que vayas tú a padecer lo mismo? Porque también nosotros somos deudores al Señor de muchas y grandes cantidades. Pero él espera con paciencia: no nos apura, como nosotros lo hacemos con nuestros consiervos; no nos estrangula ni sofoca. Si hubiera querido exigirnos la mínima parte de la deuda, hace mucho que habríamos perecido.

Pensando en estas cosas, carísimos, humillémosnos y perdonemos a nuestros deudores; pues si bien discurrimos, nos son ocasión grandísima de perdón. Así, dando unas pocas cosas, recibiremos muchas más. ¿Por qué le exiges con violencia cuando lo conveniente sería perdonarle la deuda, aun cuando él quisiera pagarla, para recibir de Dios el íntegro caudal? Ahora, en cambio, nada omites, empleas la violencia, te querellas y lo que logras con esto es que Dios no te perdone tus deudas. Pareces afligir a tus prójimos, cuando en realidad contra ti mismo meneas la espada y acrecientas tu castigo en la gehenna. Si acá procedes con un poco de lógica, harás más ligera tu cuenta, más ligeros tus castigos. Quiere Dios que entre nosotros florezca semejante liberalidad para tomar de ahí ocasión de hacernos gran-des mercedes. ¡Ea, pues! Ya se trate de dineros, ya de ofensas,, deja libres a todos tus deudores; y pide a Dios que te premie tan notable magnanimidad. Mientras a ellos los tengas como deudores no tendrás a Dios por deudor; pero si los dejas libres, podrás exigir de Dios, y con grande constancia, el premio de tan excelente virtud.

Si un transeúnte cualquiera observara que te has apoderado de tu deudor, y te ordenara que lo dejaras libre, y en cambio a él le exigieras la deuda, ciertamente el deudor no te sería ingrato, tras de haberlo tú perdonado, pues toda la deuda la habría echado sobre sí. Pues ¿cómo Dios no dará mucho más y miles de veces más, cuando, por obedecer a su mandato, dejamos totalmente libres a nuestros deudores, sin exigirles poco ni mucho? No nos fijemos en el pasajero placer que experimentamos al cobrar las deudas, sino fijémosnos en el daño tan grande que para más tarde nos amenaza, pues nos dañamos a nosotros mismos en nuestros bienes inmortales.

En consecuencia, haciéndonos superiores a todas las cosas, perdonemos a nuestros deudores dineros y ofensas, para que luego tengamos una más ligera cuenta que dar; y que lo que por el ejercicio de otras virtudes no podemos alcanzar lo consigamos mediante el olvido de las injurias; y de este modo obtengamos los bienes eternos por gracia y misericordia del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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