viernes, 14 de agosto de 2009

Homilias acerca del Evangelio según San Mateo, I


Comienzo hoy la publicación de las homilías de San Juan Crisostomo sobre el Evangelio según San Mateo. Fueron todas predicadas por este santo en Antioquía y constituyen su obra magna.


A parte de la atención a la liturgia, a la actualidad, al Papa y a la historia iré publicando estas joyas, dos cada día.



HOMILÍA I

BUENO sería que no necesitáramos del auxilio de las letras humanas, sino que de tal manera mostráramos la pureza de nuestra vida que la gracia del Espíritu Santo supliera para muchas almas los libros; y que así como éstos mediante la tinta quedan escritos, así en nuestros corazones se escribiera por obra del Espíritu Santo. Mas, puesto que hemos hecho a un lado gracia semejante ¡ea! ¡tomemos gustosos el segundo camino! Ciertamente Dios con sus palabras y sus obras manifestó ser aquel primero más excelente. Así a Noé y a Abraham y sus descendientes, lo mismo que a Job y a Moisés, no les hablaba mediante escrituras, sino él personalmente, por haber encontrado que tenían limpia su mente.


Pero una vez que el pueblo todo de los hebreos cayó en lo profundo de la maldad, finalmente se hizo necesaria la escritura y amonestación mediante las letras y las tablas escritas. Esto lo puede cualquiera constatar no sólo en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo. Porque Dios no dio a los apóstoles nada escrito; sino que, en lugar del escrito, les anunció que les daría el Espíritu Santo. Porque él, les dijo, os recordará todas las cosasl Y para que entiendas que era esto lo mejor, escucha lo que dice el profeta: Estableceré con vosotros un testamento nuevo, poniendo mis leyes en su mente y las grabaré en sus corazones, y serán todos enseñados de Dios? Y Pablo, demostrando esta excelencia, decía haber recibido esas leyes no en tablas de piedra, sino en las tablas carnales del corazón.


Mas, al correr de los tiempos, se extraviaron unos en los dogmas y otros en el modo de vivir y en las costumbres, y fue necesaria la exhortación por medio de la escritura. Considera, pues, y advierte cuan grave mal es que quienes deben vivir en tan gran pureza que ni aun necesiten de la letra escrita, sino que presenten sus corazones al Espíritu Santo, en vez de usar de escrituras, una vez que semejante honor han perdido, se vean constreñidos a la dicha necesidad; y aun finalmente ni aun de este segundo remedio usen como conviene. Si reproche es que estemos necesitados de la escritura y no alcancemos por nosotros mismos la gracia del habla del Espíritu Santo, debéis advertir cuan tremenda culpa sería no querer emplear ni este otro auxilio, sino despreciar también las letras, como si en vano y a la ventura se nos pusieran delante, y por tales procederes venir a merecer una pena mayor.


Para que tal cosa no nos suceda, pongamos cuidadosa atención a las Sagradas Escrituras y veamos en qué circunstancias fue dada la Ley Antigua y en cuáles el Nuevo Testamento. ¿ Cómo fue dada la Antigua Ley? ¿cuándo y dónde? Tras de la destrucción de los egipcios, en el desierto, en el monte Sinaí, mientras brotaban humo y fuego de la montaña, resonaba la trompeta y había continuos truenos y relámpagos, y Moisés estaba en el interior de aquella oscuridad. No fue así como se dio la Nueva Ley: no se dio en el desierto, ni en el monte, ni entre humo, tinieblas espesas y tempestades, sino cuando alboreaba el día, en casa, sentados todos; y todo se llevó a cabo con suma tranquilidad.


La razón fue que para los de aquellos entonces, gente indómita y nada razonable, eran necesarias circunstancias que hirieran la fantasía, como eran la soledad, el monte, la humareda, el sonido de la trompeta y otras cosas semejantes; mientras que para gente ya más desarrollada y más dispuesta a la obediencia y que estaba muy por encima de los pensamientos terrenos, no había necesidad de nada de aquello. Y aunque es verdad que también acá hubo gran ruido, no fue por motivo de los apóstoles, sino de los judíos que se hallaban presentes; y por lo mismo aparecieron las lenguas de fuego. Pues si a pesar de todo lo que habían visto los judíos aseguraban todavía que los apóstoles redundaban de mosto, mucho más lo habrían aseverado si ninguna de las dichas señales hubieran advertido.


Y por cierto, en el Testamento Antiguo, ascendió Moisés al monte y Dios descendió a Moisés; acá en cambio, una vez que nuestra humana naturaleza fue levantada hasta el cielo, o por mejor decir fue llevada hasta el solio real, bajó a los apóstoles el Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo fuera menor que el Padre y el Hijo, esto no habría sido ni más grande ni más maravilloso que aquellas cosas antiguas. Pero a la verdad aun las tablas de esta venida son con mucho más nobles y más espléndidas, lo mismo que los misterios ahora obrados. No descendieron los apóstoles del monte portando en sus manos, al modo de Moisés, las tablas de piedra, sino llevando por doquiera en su pensamiento al Espíritu Santo, a la manera de un tesoro; y por todas partes iban derramando la fuente de la verdad y de toda clase de dones y de bienes. Así pasaban por los pueblos, hechos ellos, por la gracia del Espíritu, libros vivos y leyes vivas. Así atrajeron y arrastraron a tres mil y a cinco mil y a los pueblos todos de la tierra, pues Dios por medio de la lengua de ellos hablaba a cuantos se les acercaban.


Lleno de ese Espíritu Santo, llevado de la mano por Dios, escribió su Evangelio Mateo. Mateo, repito: Mateo, aquel pu-blicano; pues no me avergüenzo de designarlo por su oficio ni a él ni a los otros, ya que esto mismo ensalza sobremanera la gracia del Espíritu Santo y la propia virtud de ellos. Y con toda razón tituló su obra Evangelio. Porque una vez apartado el castigo, él se presentó anunciando a todos el perdón de los pecados, la justicia, la santificación, la redención, la adopción de hijos de Dios, el parentescocon el Hijo de Dios y la herencia del cielo: a todos digo, enemigos, perversos, malvados, a cuantos estaban sentados en las tinieblas de muerte.


¿Qué habrá que pueda equipararse a tan buena noticia? ¡Dios venido a la tierra!, ¡el hombre elevado hasta el cielo! Entonces mezclados todos, los ángeles danzaban junto con los hombres, y los hombres conversaban con los ángeles y con las demás Potestades celestes. Y se veía terminada la guerra perpetua y hechas las paces entre Dios y la naturaleza nuestra y al diablo avergonzado y a los demonios en fuga y a la muerte deshecha y el paraíso abierto y levantada la maldición antigua y el pecado quitado de en medio y rechazado el error y vuelta la verdad y la palabra santa predicada por doquier y floreciente e instituido en la tierra un modo de vivir propio del cielo y las Potestades celestes conversando familiarmente con nosotros y los ángeles frecuentando la tierra y floreciendo en todas partes la bella esperanza de los bienes futuros.


Por tal motivo Mateo llamó a su narración Evangelio, indicando así la vaciedad de las demás cosas como la abundancia de riquezas, el mucho poderío, el principado, la gloria, los honores, y todo lo demás que entre los hombres se tiene como un bien. En cambio, lo que aquellos pescadores prometieron, con toda verdad y propiedad se llama Buena Nueva o Evangelio. No sólo porque los bienes que anuncia son firmes e imperecederos y que superan a lo que la dignidad nuestra puede exigir, sino además porque con toda facilidad se nos han concedido. Los hemos recibido no por trabajos y sudores nuestros ni por nuestros padecimientos, sino únicamente gracias a la caridad de Dios.


Mas ¿por qué habiendo sido tan grande el número de los discípulos solamente dos escribieron de entre los apóstoles y otros dos de entre sus seguidores? Porque uno escribió su Evangelio como discípulo de Pablo; otro como discípulo de Pedro; y además Juan y Mateo. Fue porque nada hacían por vana ostentación sino todo para la común utilidad. Entonces ¿no bastaba con que un solo Evangelista lo narrara todo? Sí, por cierto: bastaba. Pero aunque hayan sido cuatro los que escribieron y lo hayan hecho no al mismo tiempo ni en el mismo sitio y sin reunirse para ello ni de mutuo acuerdo, sin embargo, como todos refieren los hechos como si hablaran por una misma boca, nace de aquí una máxima demostración de lo que afirman.


Alegarás que sucede en absoluto todo lo contrario; pues vemos que con frecuencia disienten entre sí. Respondo que esto mismo es un gran argumento en favor de que dicen verdad. Si todo lo que narran estuviera totalmente de acuerdo en cuanto al tiempo, lugar y aun en las palabras mismas, ningún adversario les daría fe, pues pensaría que todo lo habían escrito de mutuo acuerdo humano; y que semejante concordancia no provenía de la buena fe, sencillez y sinceridad. Aparte de esto, por lo que mira a las diferencias que en cosas mínimas en ellos al parecer se observan, eso precisamente aleja de ellos toda sospecha y claramente justifica la fiel rectitud de los escritores. Si afirman algo diverso en lo tocante a sitios y tiempos, nada obsta eso a la verdad de lo que narran, como con el auxilio divino nos esforzaremos en demostrar con lo que sigue.


Por lo demás, aparte de lo ya dicho, os rogamos que observéis cómo en las cosas substanciales que tocan al ordenamiento de nuestra vida y a la defensa de la verdad predicada, no se encuentra que alguno de ellos disienta en nada de los otros jamás. ¿Cuáles son esas cosas? Que Dios se hizo hombre; que obró milagros; que fue crucificado y muerto y sepultado; que resucitó al tercer día; que subió a los cielos; que vendrá a juzgar; que dio mandamientos saludables; que impuso una ley no contraria a la antigua; que él es el Hijo Unigénito, verdadero y consubstancial con el Padre; y otros dogmas semejantes. Acerca de tales verdades no encontramos en ellos sino plena concordancia.


Si no todos refieren todos los milagros y sus circunstancias, sino que unos pusieron unos y otros otros, en nada te conturbe. Si uno lo hubiera narrado todo, los demás serian superfluos; y si cada cual hubiera escrito cosas nuevas y diferentes, no habría manera de constatar su concordancia. Tal es la razón de que varios refieren juntamente varios de los hechos y de que cada cual tome su propio argumento, para que no parezca que escriben algo superfluo y a la ventura: nos dan de este modo una excelente prueba de la verdad.


Por su parte, Lucas nos declara la razón que lo indujo a escribir. Para que tengas, dice, la verdad acerca de las cosas en que te han instruidoP Como quien dice: para que una y otra vez exhortado, estés con certeza y bien persuadido. Juan calló el motivo. Pero de acuerdo con lo que ya de antiguo nuestros mayores y padres nos han transmitido, no sin razón se dedicó a escribir; sino que, como los otros tres Evangelistas se propusieron tratar ampliamente de la humana naturaleza de Cristo, y había el peligro de que la divina quedara en la sombra, finalmente, por inspiración del mismo Cristo, se puso a escribir su Evangelio. Consta además por la historia misma y por el modo de comenzar su Evangelio. Pues no comenzó como los otros, por las cosas inferiores, sino por las más altas, como convenía a su propósito, y así publicó su libro. Ni sólo es más elevado que los otros en el comienzo, sino en todo el decurso de su Evangelio.


De Mateo se refiere que por rogárselo los judíos que habían creído, les puso por escrito lo que de palabra les había enseñado: por esto escribió su Evangelio en hebreo. Se dice también que Marcos, en Egipto, a ruegos de sus discípulos escribió a su vez. Mateo, como quien escribía para los judíos, no puso su atención en otra cosa, sino en demostrar el origen de Jesús desde Abraham y David. Lucas, como quien se dirigía a todos, llevó más arriba su narración y llegó hasta Adán. Mateo comenzó poniendo delante las generaciones, ya que nada podía tanto agradar a los judíos, como el saber que Cristo era descendiente de Abraham y de David. Lucas siguió otro camino: narró primero muchas otras cosas y hasta después vino a la genealogía. Pero que ambos concuerden lo demostraremos luego con el testimonio del orbe todo que recibió su doctrina.Más aún: lo testificarán sus mismos enemigos. Porque tras de los dichos Evangelistas, brotaron las herejías en cantidad, afirmando cosas contrarias a lo que ellos habían enseñado; y de ellas, unas aceptaron todo lo escrito; otras solamente una parte que, así mutilada, en adelante conservaron. Ahora bien, si en lo escrito se demostrara alguna contradicción, ciertamente las herejías que lo contradicen no habrían admitido el texto íntegro, sino únicamente la parte que del texto las favoreciera. Y las que sólo admiten una parte del escrito quedarían redargüidas por esa parte que admiten en fragmentos, puesto que todos ellos están a voces gritando su concordancia con todo el cuerpo del escrito.


Si del costado de un animal tomas un pedazo, hallarás en él todo aquello de que consta el animal íntegro, como son los nervios, las venas, los huesos, las arterias, la sangre y por así decirlo, un como testimonio y documento de toda la masa. Lo mismo sucede con las Sagradas Escrituras: hay una manifiesta afinidad entre cada sentencia y el todo. Ahora bien, si disintieran, no habría la dicha concordancia y tiempo ha que habrían venido por tierra todos los dogmas. Pues dice el Señor: Todo reino en sí dividido, no permanecerá** Ahora en cambio por el hecho mismo de la concordancia queda clara la fuerza del Espíritu Santo, persuadiendo a los hombres a que, apegados a lo que es necesario y más nos urge, las otras minucias ningún daño les causen.


Desde luego, no hay para qué largamente discutamos acerca del sitio en que cada Evangelista escribió. Pero que no se contradicen, a todo lo largo de nuestro trabajo nos esforzaremos en demostrarlo. Pero tú, que objetas su discrepancia, pareces querer que hubieran escrito exactamente todo con las mismas palabras y modismos. No responderé que aun aquellos que sobre todo se glorían de retóricos y filósofos y han escrito cantidad de libros sobre unas mismas materias, no sólo han discrepado entre sí, sino que aun se han contradicho. Pero una cosa es expresarse de distinto modo y otra decir cosas contrarias. Mas, en fin, a nada de eso recurro: ¡lejos de mí el utilizar su necedad para mí defensa! Yo no quiero apoyar la verdad confirmándola con la mentira. Sólo quiero preguntarte: ¿ Cómo cosas que hubieran sido contradictorias habrían merecido fe? ¿cómo se habrían impuesto? Si los Evangelistas se hubieran contradicho ¿cómo habrían causado tan grande admiración? ¿cómo se les habría dado fe y habrían alcanzado tanta celebridad en todo el orbe?


Por otra parte, había aún muchos testigos de lo que ellos decían y muchos enemigos y opositores. Porque las cosas no fueron dichas a ocultas ni fueron ocultadas en cuanto ellos escribieron; sino que fueron publicadas por todas las tierras y por todos los mares y todos las oían. Se leían estando presentes los adversarios, lo mismo que ahora se hace, y nadie tropezó en eso: con toda justicia y razón, porque era la divina virtud la que todo en todos operaba. Si así no hubiera sido ¿cómo podían un publicano y un hombre sin letras tales cosas discurrir y filosofar? Cosas que los no iniciados ni por sueños se habrían imaginado, los Evangelistas las anunciaban y las persuadían con grande autoridad; y esto sucedió no únicamente mientras ellos vivían, sino también ya difuntos; y no a solos dos o a veinte hombres, sino a cientos, a miles, a decenas de millar, a ciudades enteras, razas y pueblos, por mar y por tierra, en Grecia y en las naciones bárbaras, en los poblados y en los desiertos; y todo tratándose de escritos que superan con mucho a nuestra humana naturaleza.


Pues bien, haciendo a un lado todo lo terreno, en todo trataban cosas celestiales y nos mostraron otra vida y otro género y modo de vivir; otros géneros de riquezas y de pobreza; de libertad y de servidumbre; otra vida y otra muerte; otro mundo y otras formas de proceder: en una palabra, un cambio en todas las cosas. No procedió así Platón, autor de una ridicula República; ni Zenón ni otros que tal vez escribieron acerca de las repúblicas y establecieron leyes. Más aún: por los hechos mismos quedó manifiesto que fue un espíritu maligno, un demonio feroz, enemigo de nuestra naturaleza y de la castidad, adversario de lo honesto y amigo de trastornarlo todo, quien tales discursos les puso en el pensamiento.


Porque, poniendo como comunes a todas las mujeres y llevando a la palestra a las vírgenes doncellas del todo desnudas para espectáculo de los varones y preparando nupcias clandestinas y perturbándolo y mezclándolo todo y traspasando las leyes naturales ¿qué otra cosa puede de ellos afirmarse? Y que todas esas prácticas sean invenciones de los demonios y que repugnen a la naturaleza racional, lo testifica la naturaleza misma que de tales abominaciones se horroriza. Esto aparte de que ninguna de esas cosas fue publicada entre persecuciones y peligros y combates, sino estando en plena seguridad y libertad de parte de los que las recibían; mientras que la predicación de aquellos pescadores, desterrados, azotados, envueltos en toda clase de peligros, la recibieron y aceptaron los rudos y los sabios, los siervos y los reyes, los soldados, los bárbaros, los helenos, con toda benevolencia.


Ni vayas a objetar que semejante predicación, por ser de cosas pequeñas y sencillas, fácilmente fue por todos recibida. Porque ésta de los apóstoles es mucho más alta que la de aquelíos filósofos gentiles. Por ejemplo: acerca de la virginidad, aquéllos ni por sueños la conocieron, ni aun su nombre; ni tampoco la pobreza, ni el ayuno, ni otra alguna de esas cosas sublimes. En cambio los que fueron nuestros maestros y doctores, no sólo rechazan la concupiscencia, no sólo castigan lo malo en las obras, sino aun en las miradas impúdicas y en las obras rijosas, y en la risa inmodesta, y en el vestido y el modo de hablar y de andar; y conducen a una cuidadosa disciplina aun en las minuciosidades: de manera que han llenado el orbe con los gérmenes de la virginidad.


Y acerca de las cosas celestiales y de Dios, enseñan un modo de ciencia que jamás pudo caber en el entendimiento de aquellos hombres. Ni ¿cómo podían elevarse a tales pensamientos los que contaron entre sus dioses las imágenes de las fieras, de las serpientes y de otros animales? Y sin embargo, tan excelsos dogmas fueron aceptados y creídos y cada día siguen floreciendo y fructificando. En cambio la religión y culto de aquéllos pereció y se desvaneció con mayor facilidad que si hubieran sido telas de araña. Y fue eso razonable. Porque todo aquello era predicación de los demonios, de manera que juntamente con la lascivia llevaban grande oscuridad y mayores trabajos. ¿Qué puede haber más ridículo que una enseñanza en la que aparte de lo ya dicho, un filósofo, declamando infinitos versos para demostrar lo que es justo, va juntamente llenando sus dichos con tan gran verbosidad y oscuridad que, aun cuando algo bueno contengan sus sentencias, finalmente resultan inútiles para arreglar la vida del hombre? Si el agricultor, el herrero, el arquitecto, el piloto o cualquiera otro de los que en el diario trabajo se preparan su alimento, quisiera abstenerse de ejercer su arte y justo trabajo y gastara largos años en llegar a saber qué sea lo justo, con frecuencia, antes de lograrlo se moriría consumido de hambre por andar examinándolo; y tras de adquirir ese conocimiento inútil, acabaría finalmente de un modo violento.


No son así nuestras enseñanzas. Porque qué sea lo justo, lo •honesto, lo útil y todas las demás virtudes, con breves y clarísimas palabras nos lo enseñó Cristo, ynas veces decía: En dos mandamientos se resumen la Ley y los profetas,** es a saber en la caridad para con Dios y para con el prójimo. Y en otra ocasión: Lo que queréis que los hombres os hagan, hacedlo vosotros a ellos. En esto se contienen la Ley y los profetas. Cosas son éstas de fácil inteligencia para el agricultor, el siervo, la viuda y el niño, y aun para quien fuera un pobre del todo sin discurso. Porque tal es la condición de la verdad y lo testifica el éxito mismo de los sucesos. Todo el mundo aprendió en seguida lo que debe hacerse; ni solamente lo aprendieron, sino que procuraron ponerlo en práctica; y no sólo en medio de las ciudades sino en las cumbres de las montañas. Porque aun en los montes puedes tú ver gran sabiduría, coros de ángeles que viven y brillan en cuerpo humano, modos de vivir excelentes que resplandecen como cosas celestiales.


Aquellos pescadores nos delinearon un modo de vida, no dando preceptos para irnos enseñando desde la niñez, como lo hacían aquellos filósofos, ni determinando edades para los que anhelaban la virtud, sino enseñando a todas las edades. Las enseñanzas de aquéllos son juegos de niños; las de éstos contienen la verdad de las cosas. A semejante modo de vivir le señalaron como sitio el cielo, y presentaron a Dios como su autor y legislador, como en absoluto lo es en efecto; y le pusieron como premio no coronas de laurel, no ramos de olivo, no banquetes en el pritaneo, no estatuas de bronce: ninguna de esas cosas vanas y frías sino una vida sin acabamiento y en el modo de vivir de los hijos de Dios, y coros en unión de los ángeles en la presencia del solio real y la eterna compañía de Cristo.


Y de semejante modo de vida maestros son los publicanos, los pescadores, los fabricantes de tiendas de campaña; hombres que no habrán vivido por un breve tiempo, sino que llevarán una vida sin término, de manera que aun después de su muerte pueden ayudar a quienes los imitan. Y tal género de vida tiene guerra declarada no contra los hombres, sino contra las Potestades incorpóreas que son los demonios. Por esto su capitán no es un hombre ni un ángel, sino el mismo Dios. Y el armamento de semejantes soldados dice bien en absoluto con el género de guerra. Porque no se fabrica con pieles, ni con hierro, sino con verdad y justicia, con fe y toda clase de virtudes.


Siendo, pues, así que acerca de semejante modo de vivir se ha escrito este libro, del cual nos hemos propuesto hablar, oigamos con atención al Evangelista Mateo, quien nos hablará de él con toda claridad; puesto que no son suyas las sentencias, sino de Cristo, que fue quien tal modo de vida instituyó. Apliquemos nuestro ánimo de un modo tal que merezcamos ser inscritos en esa falange y brillar luego entre los que, habiéndolo abrazado y practicado, han recibido ya en premio las inmortales coronas.


A muchos esto les parece cosa fácil, mientras que las voces de los profetas contienen muchos pasajes difíciles. Pero quienes así juzgan, desconocen la profundidad de las sentencias en el evangelio encerradas. Os ruego, por lo mismo, que nos sigáis con grande empeño, a fin de que, llevando como capitán a Cristo, logremos adentrarnos en el piélago de semejantes escritos. Y para que con mayor facilidad podáis aprender, os suplicamos y rogamos, lo mismo ,que os hemos suplicado y rogado para los otros libros de la Sagrada Escritura: que de antemano repaséis las sentencias que vamos a explicar, de manera que a la explicación preceda la lectura; como sucedió con el eunuco aquel de la reina Candaces: eso procura grande facilidad para luego bien comprender. Porque grandes y muchas cuestiones se nos van a presentar.


Desde el comienzo mismo del evangelio, advierte cuántas y cuan graves cosas se ofrecen para la investigación. Desde luego, por qué se introduce la genealogía de José, que no era padre de Cristo. Lo segundo, cómo aparece claramente que Cristo trae su origen de David, siendo así que se ignora quiénes fueron los ancestros de María su Madre, pues no se nos cuenta la genealogía de María. En tercer lugar, por qué se habla de la genealogía de José, quien para nada intervino en la concepción de Cristo, y en cambio nada en absoluto se dice de la propia de la Virgen, su Madre: ni de su padre, ni de su abuelo ni de quiénes ella nació. Además conviene averiguar por qué, recorriendo el evangelista la línea genealógica por el lado de los varones, sin embargo, intercala el nombre de varias mujeres; y ya que le pareció bien nombrarlas, por qué no las enumera a todas sino que, dejando a un lado las más honorables, como Sara, Rebeca y otras semejantes, sólo menciona a las que se hicieron notables por algún defecto, por ejemplo a la que fue fornicaria o adúltera, a la extranjera o la de bárbaro origen.


Puso en el número a la mujer de Urías y a Tamar y a Rahab y a Rut, de las cuales una fue extranjera, otra meretriz, otra violada por su suegro, y no por alguna ley sobre el matrimonio, sino arrebatándole a ocultas el coito bajo el disfraz de meretriz. Y por lo que hace a la mujer de Urías, nadie ignora el hecho a causa de lo notable del pecado. Pues bien, el evangelista, dejando a un lado a las otras, sólo de éstas hizo mención. Si convenía recordar a las mujeres, bien estaba recordarlas a todas; y si no a todas, era bueno preferir a las que florecieron en la virtud y no a las que manifiestamente cayeron en pecado.


En consecuencia, ya veis cuan grande atención necesitamos desde el principio, aun cuando a algunos semejante exordio les parezca suficientemente claro, y a otros muchos quizá hasta superfluo, ya que se reduce a un cúmulo de nombres.


Conviene en seguida averiguar por qué omitió a tres reyes. Si calló sus nombres por haber sido ellos en exceso impíos, convenía que tampoco hubiera nombrado a otros igualmente perversos. También se nos presenta otra cuestión. Habiendo dicho el evangelista que eran catorce generaciones, en la tercera división no se ajustó a ese número. Y también por qué Lucas puso nombres distintos; y por qué no son todos iguales, sino que nombró a otros muchos; mientras que Mateo puso otros distintos, aun cuando termine su lista a su vez en José, lo mismo que terminó Lucas la suya.


Veis pues cuan despiertos debemos estar no sólo para encontrar las soluciones, sino también para advertir qué cuestiones las necesitan. Porque no es poco llegar a encontrar las cosas que pueden producir alguna duda. Por ejemplo: una de las dudas es cómo Isabel, siendo de la tribu de Leví, puede ser pa-rienta de María. Mas, para no recargar vuestra memoria amontonando muchas cosas a la vez, aquí terminaremos. Basta para excitar el deseo de saber el solo hecho de que conozcáis las cuestiones que se ofrecen. Y si anheláis conocer las soluciones, está en vuestra mano, aun antes de que nosotros las expliquemos. Si os veo deseosos y que anheláis saber, procuraré yo mismo proporcionaros las respuestas. Mas si os viere soñolientos y que no atendéis, guardaré para mí tanto las cuestiones como las respuestas, en cumplimiento de aquel precepto divino que dice: No queráis echar lo santo a los canes, ni arrojar vuestras margaritas a los cerdos, no sea que con sus patas las pisoteen.


¿Quién es el que las pisotea? El que no las juzga dignas de honor y preciosas. Preguntarás: pero ¿es posible que haya alguno tan miserable que tenga estas cosas como no dignas de honor, ni más preciosas que todo? ¡Sí! Aquel que no pone en ellas tanto empeño como el que pone en las meretrices de los teatros satánicos. Porque hay quienes en eso pasan íntegros sus días y descuidan gran parte de sus obligaciones domésticas a causa de tan inoportuna ocupación. Y luego retienen con toda diligencia en su corazón lo que ahí oyen y lo conservan para ruina de sus almas.


En cambio, aquí en el templo, en donde habla Dios mismo, no quieren estar ni por brevísimo tiempo. Y este es el motivo de que nada tengamos de común con el cielo, y que nuestro modo de vivir cristiano se reduzca a simples palabras. No nos ha amenazado Dios con la gehenna para arrojarnos a ella, sino para persuadirnos de que huyamos de semejante dañina costumbre. Pero nosotros procedemos de modo contrario. Oímos, y sin embargo, día por día tomamos el camino que a ella nos conduce; y habiendo ordenado Dios no únicamente que oigamos la palabra, sino que la pongamos en práctica, ni siquiera soportamos el oírla. ¿Cuándo por fin pondremos en práctica lo que se nos ordena y nos entregaremos a las obras, siendo así que llevamos pesadamente y agriamente los ratos que aquí por brevísimo tiempo gastamos?


Nosotros, cuando platicamos de cosas frivolas y advertimos que nuestros oyentes no prestan atención, lo tomamos a injuria. Y ¿pensamos que no ofendemos a Dios cuando al hablarnos El de cosas tan importantes lo desatendemos y volvemos a otra parte los ojos de nuestra mente? Un anciano ha recorrido gran parte de la tierra, y describe diligentemente la cantidad de estadios, la situación de las ciudades y su forma y sus puertos y su foro. Nosotros en cambio ni siquiera sabemos qué tan lejos estamos de aquella celestial ciudad, pues de lo contrario, ya nos habríamos apresurado a disminuir la distancia, si la conociéramos. Si somos negligentes, la dicha ciudad distará de nosotros no sólo lo que el cielo dista de la tierra, sino mucho más; mientras que si somos diligentes, podremos llegar hasta sus puertas en un punto de tiempo. Porque semejante distancia no se ha de medir por la longitud de los espacios, sino por nuestros modos de proceder.


Conoces perfectamente las cosas de esta vida: las recientes, las pasadas, las más antiguas y primitivas. Puedes contar los príncipes bajo cuyo mando has militado en otro tiempo, y también decir cuál fue el presidente de los certámenes y los que distribuyen las coronas y los jefes: cosas todas que para nada pueden ayudarte ni te aprovechan. Y en cambio, quién sea el jefe de esta ciudad de que hablamos, quién sea ahí el primero, quién el segundo, quién el tercero, por cuánto tiempo lo haya merecido, qué gloriosas hazañas haya llevado a cabo, eso ni por sueños lo has considerado.


Y ni siquiera soportas que otros te hablen de las leyes que en la dicha ciudad imperan. Pero entonces, dime: ¿cómo poder esperar conseguir los bienes prometidos, ya que ni siquiera atiendes a las palabras que a ellos se refieren? . .. Pues bien: si antes no lo hemos hecho, ahora procuremos practicarlo. Porque, si el Señor nos lo concede, tenemos que ir a una dorada y aun más preciosa que el oro. Advirtamos, pues, sus fundamentos, sus puertas de zafiro y margaritas fabricadas. Tenemos un excelente guía en Mateo. Entramos ahora por él como por una puerta, y necesitamos de grande aplicación.


Porque si él ve a alguno que no atiende, lo arrojará de la ciudad. Ciudad en exceso regia e ilustre es aquélla y no como nuestras ciudades. Tiene foro y palacios, pero ahí todo es regio. Abramos pues las puertas de nuestra mente, abramos nuestros oídos y una vez que hemos llegado a sus dinteles, con gran temor adoremos a su Rey: ¡aun en su primer encuentro puede llenar de temor a quien lo contempla! Ahora esas puertas nos están aún cerradas. Pero en cuanto las veamos abiertas -pues a esto equivale la solución de las cuestiones que se nos ofrecen-, entonces podremos contemplar su interior de fulgor intenso. Este publicano, conducido por los ojos del Espíritu Santo, te promete declararte y manifestarte todo lo que ahí hay: dónde se asienta el Rey, quiénes de entre su ejército lo rodean; dónde están los ángeles, dónde los arcángeles, qué sitio está señalado para los nuevos ciudadanos de esta urbe, cuál es el camino que a ella conduce, qué suerte ha tocado a los que primero en ella fueron admitidos como ciudadanos y cuál a los segundos y cuál a los terceros, cuántos órdenes de ciudadanos hay en ella, cuántos forman el Senado y en qué se diferencian por su dignidad.


No entramos, pues, tumultuosamente ni con estrépito, sino con un místico silencio. Si en el teatro las cartas del emperador se leen en profundo silencio, mucho más conviene que en esta ciudad todo esté quieto y que la mente y los oídos anden atentos. Pues no van a leerse cartas de ningún rey terreno, sino del Rey de los ángeles. Si queremos proceder en esta forma, la gracia misma del Espíritu Santo nos irá conduciendo con suma diligencia y nos acercaremos hasta el trono mismo y solio real; y conseguiremos toda clase de bienes por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


HOMILÍA II

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (Mt 1,1).

¿RECORDÁIS por ventura la exhortación que hace poco os hacía para que con silencio profundo y místico recogimiento escucharais todo lo que se os iba a decir? Pues bien: hoy tenemos que acércanos a las sagradas puertas de aquella ciudad; y por este motivo os he traído a la memoria aquella exhortación. Si a los judíos que habían de acercarse al monte ardiente, al fuego y a la nube tenebrosa; o mejor dicho que ni siquiera debían acercarse, sino ver y oír de lejos, se les ordenó abstenerse del uso del matrimonio desde tres días antes y que lavaran sus vestidos; y ellos permanecían juntamente con Moisés en temor y temblor, mucho más nosotros que vamos a escuchar tan solemnes palabras, no permaneciendo lejos del monte envuelto en humo, sino penetrando en el cielo mismo, estamos obligados a mostrar mayor sabiduría y prudencia, no limpiando nuestros vestidos, sino la vestidura del alma, liberados ya de toda mezcla de las cosas mundanas.Porque no vais a ver la tiniebla ni el humo ni la nube tempestuosa, sino al Rey en persona, sentado en el trono de su gloria inefable y a los ángeles y arcángeles que lo rodean, y junto con su corte incontable, a las multitudes del pueblo cristiano. Porque tal es la ciudad de Dios que en sí contiene la reunión de los antepasados, las almas de los justos, la multitud de los ángeles, la aspersión de la sangre que junta en uno todas las cosas: el cielo recibe en sí los cuerpos terrenos y la tierra los dones celestiales, y se da a los ángeles y a los santos la paz tan de antiguo deseada.En esta ciudad está erigido aquel brillante y preclaro trofeo de la cruz, están los despojos ganados por el Rey nuestro. Ahora bien, si cuidadosamente atendemos, todo lo encontraremos en los evangelios con plena justeza descrito. Si tú con el conveniente recogimiento vas siguiendo lo que se diga, podremos guiarte por todos los sitios y mostrarte en dónde yace traspasada la muerte con herida mortal, en dónde han suspendido el pecado ya muerto también, en dónde están los exvotos de las victorias ganadas, muchas y maravillosas, en esta lucha y batalla presente. Verás ahí vencido al tirano y a la multitud de esclavos que lo siguen atados; verás la fortaleza desde la que el demonio impuro en los tiempos pasados asaltaba a todo el universo; contemplarás los escondrijos y cuevas de ese ladrón ahora ya destruidos y desmantelados. Porque aun allá se presentó el Rey.Ni te vayas a cansar, carísimo, ya que no te cansarías escuchando a quien te narrara una guerra como si presente se hallara, con sus trofeos y victorias; más aún, no preferirías a semejante narración ni la comida, ni la bebida. Pues si agradable te resulta semejante narración, más lo es esta otra. Advierte qué cosa tan grande es escuchar cómo Dios allá en el cielo, se levantó de su trono y se lanzó hasta la tierra y aun a los mismos infiernos y se presentó a combatir; y cómo el demonio a su vez encaró contra Dios sus reales; pero no contra Dios simplemente, sino contra Dios oculto en la humana naturaleza. Y lo admirable es que verás la muerte destruida por la muerte y la maldición levantada mediante la maldición; y la tiranía del demonio destruida por medio de las mismas cosas que antes constituían su fortaleza.¡Ea, pues! ¡despertemos, echemos de nosotros la somnolencia! Ya contemplo delante de nosotros las puertas patentes y de par en par abiertas. Entremos con modesto temor y al punto dirijámonos al dintel. ¿Cuál es en nuestro caso el dintel? Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. ¿Qué dices? Anunciaste que ibas a tratar del Hijo Unigénito de Dios y nos sales con David, varón nacido tras de infinitas generaciones y a éste lo llamas padre y progenitor?. . . ¡Espera! No quieras saberlo todo al mismo tiempo, sino despacio v con lentitud. Estás en el dintel apenas, en la entrada. ¿Por qué te precipitas al interior? Todavía no has examinado bien el exterior íntegro.Porque aún no te enumero la íntegra genealogía. Más aún, ni la que luego se sigue, secretísima e inefable. Esto mismo te le dijo, antes que yo, el profeta Isaías. Pues prenunciando su pasión y su providencia en el orbe de la tierra, y admirado de que siendo el que es, haya venido a ser lo que es ya y haya descendido tan abajo, exclamó con clara y potente voz: ¿Quién narrará su genealogía?Pero no tratamos aquí de aquella generación eterna, sino de esta otra inferior y terrena, de la cual hay tantos testigos. De ésta, según la gracia que del Espíritu Santo hemos recibido, y según nuestras fuerzas y capacidad, hablaremos. Aunque a la verdad, tampoco ésta podremos con toda claridad explicarla, pues también ella es sobremanera estupenda. No pienses cuando oyes hablar de ésta, que estás oyendo cosas sin valor. Levanta tu mente y Henéate de un santo escalofrío con sólo oír que Dios ha venido a la tierra. Porque esto es tan admirable, tan inesperado, que los ángeles en coro reunidos cantaron por todo el orbe las alabanzas y la gloria de semejante acontecimiento. Y ya de antiguo los profetas quedaron estupefactos de contemplar que se dejó ver en la tierra y conversó con los hombres? En realidad, estupenda cosa es oír que Dios inefable, inenarrable, incomprensible, igual al Padre, viniera mediante una Virgen y se dignara nacer de mujer y tener por ancestros a David y Abraham. Pero ¿qué digo a David y Abraham? Lo que es más que escalofriante: a las meretrices que ya antes nombré.Tú, al oír semejantes cosas, levanta tu ánimo y no vayan a sospechar vileza, alguna. Más bien admírate de que el Hijo de Dios, verdadero Hijo de Dios, que existe sin haber tenido principio, haya aceptado que se le llamara hijo de David, para hacerte a ti hijo de Dios. Toleró el tener por padre a un esclavo para hacer que tú, esclavo, tuvieras a Dios por padre. ¿Adviertes lo que es el Evangelio, ya desde sus principios? Y si dudas de esa tu filiación, que te muevan a dar fe a ella, las cosas que en él se refieren. Porque es con mucho más difícil para el humano entendimiento que Dios se haga hombre que lo otro de que el hombre llegue a ser hijo de Dios. De modo que cuando oyes que el Hijo de Dios es hijo de David y de Abraham, ya no dudes de que el hijo de Adán llegará a ser hijo de Dios. Pues a la verdad, nunca en tal forma se habría vanamente humillado y para nada, si no hubiera de exaltarnos a nosotros. Nació él según la carne para que tú nacieras según el Espíritu; nació de mujer para que tú dejaras de ser hijo de la mujer. De modo que hubo una doble generación: una, tal que fuera como la nuestra; y otra, que fuera superior a la nuestra. Nacer de mujer es lo propio nuestro. Pero nacer no de sangre ni de voluntad de varón y de la carne, sino del Espíritu Santo, significa otra generación que será superior a la humana y que se nos concederá por obra del Espíritu Santo.Semejantes a estas fueron todas las demás cosas. Porque así fue también el Bautismo que tuvo algo de antiguo y algo de nuevo. Que Cristo fuera bautizado por un profeta, era lo antiguo; pero que el Espíritu Santo descendiera, era lo nuevo. Procedió Cristo como si un hombre, puesto entre dos que se hallan separados, extendiendo sus manos y tomando con ellas las de los separados, a éstos los uniera. Así unió el Antiguo Testamento con el Nuevo, la naturaleza divina con la humana, sus cosas con las nuestras.¿Has contemplado el resplandor de la ciudad y cómo centellea ya desde su entrada? ¿Ves cómo desde el dintel inmediatamente muestra al Rey disfrazado en forma tuya? ¡Ahí está, como si estuviera rodeado de su ejército! Porque ahí no siempre despliega el Rey su majestad; sino que, dejando a un lado la púrpura y la diadema, con frecuencia se reviste de los arreos militares. Sólo que allá lo hace de tal modo que no con darse a conocer atraiga a los adversarios sobre sí; acá, en cambio, lo hace en tal forma que no por darse a conocer, haga huir del encuentro al enemigo y embrolle a cuantos son de los suyos: porque todo su empeño fue no castigar sino salvar. Y este fue el motivo de que al punto y desde el comienzo fue llamado Jesús. Este nombre no es heleno. Se le llamó así en lengua hebrea, que en griego significa Sotér, o sea Salvador. Y se le llamó Salvador porque es él quien salva a su pueblo.¿Adviertes cómo el evangelista levantó el ánimo del oyente, hablándole al modo que nosotros acostumbramos; y cómo con lo que dice nos declara a todos cosas que superan en absoluto nuestras esperanzas? Porque entre los judíos eran conocidísimos ambos nombres: Cristo y Jesús. Había precedido el conocimiento de los nombres, porque habían de realizarse cosas sobre toda expectación; y fue para que ya de antemano se quitara toda ocasión de alboroto por las novedades que luego habían de venir. Jesús se llamó aquel que después de Moisés introdujo al pueblo en la tierra de promisión. Viste allá la figura: contempla ahora la realidad. Aquél introdujo en la tierra de promisión; éste, en el cielo y en los bienes del cielo. Aquél, una vez muerto Moisés; éste, una vez muerta y cesada la Ley. Aquél como caudillo del pueblo; éste, como su Rey. Y para que al oír el nombre de Jesús no te fueras a engañar a causa del parecido de los nombres, añadió: Jesucristo hijo de David. Aquel otro Jesús no era hijo de David, sino nacido de otra tribu.Y ¿por qué titula su libro: de la genealogía de Jesucristo, siendo así que no trata de la sola genealogía, sino que abarca toda la empresa de Jesús? Porque éste es el resumen de todas ellas y el principio y raíz de todos los bienes. Así como Moisés a su libro lo llamó Libro del cielo y de la tierra, aunque no trate únicamente del cielo y de la tierra, sino además de las otras cosas en ellas contenidas, así aquí también Mateo titula su libro con el nombre que resume los bienes de todos y toda la preclara empresa. Al fin y al cabo, lo estupendo y que supera toda expectación es que Dios se haga hombre: puesto ese hecho, de ahí, por legítima consecuencia y lógicamente se deriva todo lo demás.Pero ¿por qué no dijo primero: hijo de Abraham y después hijo de David? No fue porque quisiera, como algunos opinan, proceder de lo inferior a lo superior, pues entonces habría procedido como lo hizo Lucas. Pero Mateo va por camino contrario. ¿Por qué pues nombró a David? Porque David andaba en boca de todos, así por el brillo de sus hazañas, como por razón del tiempo, pues había muerto muchos siglos menos antes que Abraham. Y aunque el Señor había hecho las promesas a ambos, pero acerca de Abraham por ser más antiguo no se hablaba tanto. David en cambio como más reciente andaba en boca de todos. Así decían los judíos: ¿Acaso el Cristo no ha de venir de la descendencia de David y del pueblo de Belén de donde era David?Nadie lo llamaba hijo de Abraham, sino hijo de David, porque, como ya dije, David, a causa de ser de época más reciente y del mayor brillo de su reino, era más recordado. Y lo mismo procedían respecto de los reyes posteriores, a quienes ensalzaban: los referían a David. Ni sólo los judíos, sino también Dios. Así Ezequiel y otros profetas les anunciaban que vendría David y resucitaría; pero no se referían al profeta David, muerto ya, sino a los que habrían de imitar su valor. Así dice a Eze-quías: Protegeré a esta ciudad por honor mío y de mi siervo DavidA Y a Salomón le dijo que por atención a David no dividiría el reino viviendo aún Salomón. Porque grande era la gloria de aquel varón ante Dios y ante los hombres. Toma pues el evangelista en primer lugar al que era más conocido y luego pasa al progenitor más antiguo; y por tratarse de los judíos, cree ser inútil llevar más arriba su discurso. Al fin y al cabo, esos dos eran los más admirables: David como rey y profeta; Abraham como profeta y patriarca.Preguntarás ¿cómo se demuestra que Cristo descendía de David? Habiendo nacido Jesús no de varón, sino de una Virgen; y no dándosenos la genealogía de la Virgen ¿cómo sabremos que él descendía de David? Porque hay aquí dos cuestiones. Una es por qué no se pone la genealogía de María su madre; otra, por qué trae a la memoria a José, quien para nada intervino en la generación de Jesús. Parece que esto segundo está fuera de lugar; y que en cambio se echa de menos lo primero. ¿Por dónde debemos comenzar? Por investigar cómo la Virgen descendía de David. Y ¿cómo sabremos que descendía de David? Pues oye a Dios que ordenando a Gabriel le dice que vaya a una Virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa y familia de David. ¿Qué mayor claridad exiges, pues oyes que la Virgen fue de la casa y familia de David? Pero de aquí se concluye que también José traía el mismo origen. Porque existía una ley que prohibía tomar por esposa a quien no fuera de la misma tribu. Y el patriarca Jacob había predicho que el Cristo nacería de la tribu de Judá: No faltará príncipe de Judá ni jefe salido de sus entrañas, hasta que venga aquel a quien el cetro está reservado; y él será expectación de los pueblos. Semejante profecía asegura que Cristo nacerá de la tribu de David, pero no dice que de la familia de David. ¿Acaso en la tribu de Judá no había otra familia que la de David? Muchas otras había; y podía suceder que fuera de la tribu de Judá, sin que fuera de la familia de David. Pues para que no afirmaras esto, el evangelista suprime toda sospecha, añadiendo que él fue de la familia y tribu de David.Y si quieres conocer esto por otro camino, no faltan pruebas. Porque según la Ley no sólo no era lícito casarse con una mujer de otra tribu, pero ni siquiera de otra familia, o sea de otro parentesco. Si pues aplicamos a la Virgen las palabras: de la casa y familia queda todo probado. Y si las referimos a José igualmente se comprueba. Pues si José era de la casa y familia de David, ciertamente no tomó esposa de otra casa y familia, sino de su propia parentela. Urgirás diciendo: ¡Bueno! Pero ¿qué si José quebrantó la Ley? Precisamente para que no alegaras esto, se adelantó el evangelista y dio testimonio de que José era varón justo, y así, conociendo su virtud y santidad, supieras que no había quebrantado la Ley. Pues quien tan virtuoso era y tan ajeno estaba a los torcidos afectos, que ni aun urgiéndolo la sospecha quiso intentar un castigo contra la Virgen, ¿cómo iba a traspasar la Ley movido de simple afecto libidinoso? Quien ejercitaba la virtud en grado tal que ni la Ley se lo exigía (puesto que abandonar a su esposa y abandonarla a ocultas era más de lo que la Ley exigía) ¿cómo iba a cometer una falta contra la Ley y por añadidura sin que nada a eso lo constriñera? Queda, pues, manifiesto por lo que precede que la Virgen era descendiente de David.Pero ahora es necesario explicar por qué el evangelista no puso su genealogía, sino la de José. ¿Cuál fue el motivo? No entraba en las costumbres judías poner las genealogías de las mujeres. Por esto el evangelista, para ajustarse a semejante costumbre, y no parecer que ya desde el comienzo la quebrantaba, pero al mismo tiempo para declararnos el origen de la Virgen, calló sus progenitores, pero en cambio puso los de José. Si la hubiera puesto, no habría escapado a la nota de novelero; y si hubiera callado la genealogía de José tampoco conoceríamos a los ancestros de la Virgen. Así pues, para que conociérmos quién era María y de quiénes nacida, y al mismo tiempo para no quebrantar las leyes, refirió la genealogía del esposo de la Virgen y así demostró ser ésta descendiente de David. Pues una vez demostrado lo primero, juntamente quedaba demostrado que la Virgen traía su origen de la misma casa y familia; ya que, como dije, jamás hubiera querido aquel varón justo tomar esposa de otra familia.Hay además otra razón más profunda y misteriosa de que se hayan pasado en silencio los progenitores de la Virgen; pero no es tan oportuno el declararla aquí, porque ya bastante hemos dicho. Por lo mismo dando por terminada, por hoy, la investigación, retengamos en la memoria cuidadosamente lo explicado. Es a saber: por qué ante todo y en primer lugar se hizo mención de David; por qué el libro se tituló Libro de la genealogía; por qué se añadió de Jesucristo; por qué su generación es común con la nuestra y sin embargo es diferente; cómo se demuestra que María desciende de David; por qué, pasando en silencio a sus antepasados, se pone en cambio la genealogía de José. Si esto recordáis, haréis que nosotros con mayor prontitud entremos a tratar de lo que sigue; pero si lo queréis olvidar y arrojar de vuestra memoria, nos tornaremos más tardos para explicar lo que sigue.Es obvio que no cultive el labrador con gusto un terreno que no recibe la semilla. Os ruego, pues, que meditéis en lo dicho. Porque además, de la meditación de tales materias nacen para el alma grandes y saludables bienes. Agradaremos a Dios si en esto ponemos cuidado; y además nuestra boca se purificará de insultos, obscenidades y discusiones, pues se ejercitará en conversaciones espirituales. Podremos así tornarnos más temibles a los demonios, fortificando nuestros labios con las armas de semejantes conversaciones; aparte de que se nos acrecerá la perspicacia de los ojos interiores. Dios puso en nosotros ojos y boca y oídos, para que todos ellos se ocupen en su servicio; de manera que de sus cosas hablemos, en sus obras nos ocupemos y continuamente con himnos lo celebremos, y en acciones de gracias pasemos el día, y de este modo purifiquemos nuestras conciencias. Pues así como el cuerpo que goza de aires puros se torna más vigoroso, así el alma, nutrida con semejante ejercicio, más y más se adhiere a la virtud.¿No has notado cómo los ojos corporales derraman lágrimas cuando están entre el humo; y en cambio se tornan más perspicaces y sanos cuando están en un aire transparente y en un prado, junto a las fontanas, en los huertos? Lo mismo sucede con los ojos del alma. Si ésta se pasea y alimenta en el prado de las Sagradas Escrituras, su ojo será limpio, claro, perspicaz; mientras que si se sumerge en las humaredas de los negocios seculares, su ojo se cubrirá de llanto y lágrimas así al presente como en lo futuro. Porque los humanos negocios son como el humo. Por lo cual alguien dijo: Mis días hanse acabado como el humofi David trata ahí únicamente de la brevedad de la vida y velocidad con que huye nuestro tiempo fugaz. Pero yo creo que ha de aplicarse no a sólo eso, sino también a la fragilidad, como de tela de araña, de los negocios presentes. Pues no hay cosa que tanto afecte y perturbe los ojos del alma como el tumulto de las cosas del siglo y la multitud de las concupiscencias. Son éstas la leña de que brota aquel humo. Y así como cuando el fuego se aplica a unos maderos húmedos, se produce una gran humareda, del mismo modo la concupiscencia, ardiente como una llama, cuando topa con una alma muelle y disoluta, produce mucho humo. Se necesita el rocío del Espíritu Santo y de su viento suave que tales llamas extinga y disipe la humareda y deje libre y ligera y alada nuestra mente.Quien en semejantes males se encuentre enredado, no podrá ¡imposible! volar hacia el cielo. Debemos pues anhelar el poder tomar el camino sin impedimentos. Más aún: ni eso solo nos bastará, si no tomamos las alas del Espíritu Santo. Sién-dones necesaria una mente libre y además la gracia espiritual para poder subir a tan gran altura, cuando en vez de eso nos cargamos con todo lo contrario como con un peso satánico ¿cómo podremos volar oprimidos de carga tan insoportable? Si alguno quisiera ponderar nuestros pensamientos como poniéndolos en una justa balanza, al lado de mil talentos de cuidados seculares, apenas podría poner cien denarios de conversaciones espirituales y aun quizá no llegara ni a diez óbolos. ¿No es acaso reprobable y además ridículo que cuando tenemos un criado lo ocupemos de ordinario en las cosas que nos son necesarias y en cambio no utilicemos como siervo nuestra boca, miembro nuestro, sino al revés la traigamos ocupada entre negocios inútiles? ¡Y ojalá fuera solamente en cosas inútiles! Pues, por el contrario, la usamos para asuntos que nos dañan y de los que ninguna utilidad nos proviene. Si lo que hablamos nos acarreara utilidad sin duda que con ello agradaríamos a Dios.Ahora, en cambio, preferimos cuanto el demonio nos sugiere, unas veces entre risas y burlas, otras con urbanas palabras, ya lanzando maldiciones e insultos, ya jurando, mintiendo, perjurando, o mostrando ira o narrando futilezas más vanas que las fábulas de las viejecitas y que para nada nos aprovechan. ¿Quién de vosotros, pregunto, si se le pide que recite un salmo es capaz de hacerlo, u otra parte cualquiera de la Sagrada Escritura? ¡Ninguno a la verdad! Ni es esto lo peor; sino que sois para las cosas espirituales perezosos, pero para las del diablo sois más rápidos que el fuego. Si alguno quisiera preguntaros sobre las canciones diabólicas o las meretrices y los versos lascivos, encontraría muchos que todo eso lo saben perfectamente y aun lo declaman con grandísimo placer. Y ¿cuál es la defensa que contra semejante acusación oponen? Responden: Yo no soy monje, sino que tengo mujer e hijos y necesito cuidar de mis asuntos domésticos. Pues precisamente por eso todo se echa a perder: que os persuadís de que sólo a los monjes toca la lectura de las Escrituras Sagradas, siendo así que a vosotros os es más necesaria que a ellos. Los que andan en escampado y diariamente reciben heridas son los que más necesitan de medicinas. De modo que es mucho mayor mal juzgar como inútil su lectura, que simplemente no leerlas. Semejante defensa no es sino invención del demonio.¿No escucháis a Pablo que dice: Para corrección nuestra se han escrito todas estas cosas?! Tú, en cambio, si fuera necesario tomar los evangelios sin lavarse las manos, lo huirías por respeto; y en cambio, piensas que lo que en ellos se contiene no es cosa eminentemente necesaria. Por eso andan las cosas como andan. Si quieres saber cuan alta ganancia se obtiene de leer las Escrituras, examínate a ti mismo y observa en qué estado de ánimo te encuentras cuando oyes el canto de los salmos y en cuál cuando escuchas las canciones satánicas. En qué disposición de ánimo te encuentras cuando estás sentado en la iglesia, y en cuál cuando estás sentado en el teatro. Notarás así una gran diferencia en tu alma, aun siendo ella no más que una. Por esto dice Pablo: Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.Por tal motivo necesitamos a la continua de los cantos del Espíritu Santo. En esto superamos a los brutos aun cuando en otras muchas cosas les seamos inferiores. Esos cantares son el alimento del alma y su adorno y seguridad; y no escucharlos es el hambre y corrupción. Yo les daré, dice, hambre y no de pan; sed y no de agua; sino hambre de oír la palabra de DiosS* Pues ¿qué desdicha puede haber mayor que lo que Dios amenaza como castigo, lo atraigas tú sobre tu cabeza voluntariamente, pues echas en tu alma grandísima hambre, con lo que la debilitas mucho más que todo lo que hay débil? Suele el alma mediante las palabras sanar o enfermar, porque con las palabras se enfurece o se apacigua una vez enfurecida. Una palabra lasciva enciende la concupiscencia y una palabra honesta vuelve al hombre casto.Pues si tan grande poder tiene la simple palabra ¿por qué, dime, desprecias la Sagrada Escritura? Si las simples exhortaciones tanta fuerza tienen, mucho mayor la tendrán cuando a ellas se junte el Espíritu Santo. Una palabra tomada de las Escrituras santas ablanda mejor que el fuego a una alma endurecida y la deja preparada para toda obra buena. Este fue el modo como Pablo, habiendo visto a los corintios hinchados y soberbios, los volvió más modestos y los redujo a la humildad. Ellos se gloriaban precisamente de lo que era motivo de vergüenza y de rubor. Pero, en cuanto recibieron la carta de Pablo, oye cómo cambiaron, según lo testifica el mismo doctor de las gentes con estas palabras: Ved cuánta solicitud os ha causado esa misma tristeza según Dios y qué excusas, qué enojos, qué temores, qué deseos, qué celo y qué vindicaciones!Pues del mismo modo enseñamos a nuestros criados, hijos, esposas y amigos; y de enemigos procuremos hacerlos amigos. Por esos caminos aquellos excelentes varones, amigos de Dios, se tornaron mejores. Así David, después de su pecado, fue inducido, como fruto de las palabras de una exhortación, a una excelente penitencia. También del mismo modo los apóstoles llegaron a ser tales como los conocemos y así ganaron a todo el orbe. Pero me dirás. ¿Cuál será el fruto si uno oye las sentencias, pero luego no las practica? Pues a pesar de todo, de sólo oírlas se sigue una no pequeña ganancia. Porque quien las oye se condenará a sí mismo y llorará, y finalmente llegará un día en que será llevado a poner en práctica lo que ha oído. En cambio, el que ni siquiera sabe que pecó ¿cuándo dejará de pecar? ¿cuándo aborrecerá sus pecados?En conclusión, no despreciemos la lectura de las Sagradas Escrituras. Pensamiento satánico es despreciarlas, y tal que nos impide ver el gran tesoro que tenemos para hacernos ricos. Nos inspira ser en vano escuchar las Sagradas Letras, para no ver que por la lectura las ponemos por obra. Sabiendo pues que tal perversidad y artimaña es del demonio, defendámonos por todas partes para que, con tales armas prevenidos, permanezcamos invencibles y le aplastemos la cabeza. Así, coronados con las insignias de la victoria, conseguiremos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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